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El capitalismo implica un modo de producción histórico, basado en la explotación de la fuerza de trabajo y el desarrollo de las fuerzas productivas en pos de la acumulación, que ha entrado en las últimas décadas en contradicción con la propia sostenibilidad de la vida en el planeta. Este sistema, se sustenta en una matriz energética basada centralmente en los combustibles fósiles, que provoca el incremento de los gases de efecto invernadero y genera múltiples consecuencias ambientales. Para conocer un poco más acerca de las perspectivas de una necesaria transición energética en el horizonte de las próximas décadas, entrevistamos a Bruno Fornillo, Doctor en Ciencias Sociales e investigador de CONICET que se aboca a temas vinculados con el desarrollo y la cuestión energética.

Venceremos-Partido de Trabajadorxs: ¿qué significa la transición energética y en qué estado se encuentra a nivel mundial? Con la tecnología y el estado actual de la investigación científica ¿es real la posibilidad de abandonar completamente los combustibles fósiles?

Bruno Fornillo: la transición energética tiene diferentes sentidos. Uno de ellos, el principal, está vinculado a reemplazar todo lo que es la combustión fósil (carbón, petróleo, gas) por energías renovables. La combustión fósil tiene dos problemas básicos y centrales. Por un lado esta pronto a agotarse, las reservas convencionales tienen apenas cuatro décadas de vida aproximadamente. El segundo problema es que son la principal causa del cambio ambiental mundial, porque el 70% de las emisiones de gases de efectos invernadero están vinculadas a la quema de combustibles fósiles. A su vez, están en el fondo del sostenimiento de esta sociedad hipermaquínica, hipercompleja, hiperconsumista e hiperproductivista. Entonces, la transición energética en su acepción básica supone incorporar energías renovables y sustentables, como la bioenergética, la energía eólica, la solar, la mareomotriz, pero a su vez supone tener otra concepción a cerca de lo que es la energía, de lo que es el consumo. En su acepción económica, también supone que dejen de existir los grandes conglomerados energéticos, que se desconcentre la generación y la distribución energética; que cada país pueda tener un plan, una ruta para poder autoabastecerse de energía. Cosa que es tanto más posible de descentralizar que los combustibles fósiles que suelen estar solo en algunos países. Entonces, la transición energética no solamente tiene un carácter ligado a la energía, sino también una dimensión ambiental, de igualdad económica y política, porque efectivamente se trata de una política de Estado, y no solamente de Estado sino también una política posible de ser llevada adelante por organizaciones sociales y ciudadanos en general. Y por último, ves una dimensión tecnológica, en el sentido que cada país tenga la chance de producir su propia energía.

Con la tecnología actual es posible. Habría que dedicar los esfuerzos a modificar el régimen energético, es decir, a la matriz y el sistema energético, y no a la ganancia. El problema es que todo el combustible fósil se utiliza para ganar plata, y no para hacer una sociedad más justa. Lo que no va a ser posible es cambiar un tipo de producción energética por otra, es decir, no es posible vivir con miles de millones de aviones en el aire, de autos dando vuelta y de barcos en los océanos, porque esa densidad energética que permite el petróleo no la tiene ninguna otra fuente de energía. Entonces nuestra hipercomplejidad social, nuestra sociedad industrial, nuestro modo de vida civilizatorio y depredatorio va a perecer, y hay que prepararse y adaptarse para condiciones de merma energética general. Se va a poder vivir, el tema es qué tan bien se va a poder vivir si estamos sometidos a un control energético de los grandes poderes a nivel mundial, o si la sociedad civil se hace de ese control de la energía.

V-PT: ¿en qué situación se encuentra la Argentina en relación a la transición energética y qué condiciones tenemos para poder impulsarla?

BF: la Argentina tiene todas las condiciones naturales para impulsarla, tiene un territorio muy amplio y diverso, lo que permite diversas formas de producción de energía. Cuenta con millones de toneladas de desechos agrícolas por ejemplo. La bioenergía se podría hacer con eso básicamente; tiene una radiación solar muy importante en casi todo el país y una de las más importantes del mundo en el norte; tiene uno de los vientos más proclives en el mundo para cosechar energía eólica en el sur; y tiene cierto desarrollo tecnológico importante, que se puede adaptar y dedicar a producir esas energías. Además tiene algunas empresas públicas de energía en algunas provincias, por ejemplo en Córdoba y Santa Fe, que habría que ver como son manejadas pero en principio son públicas. Tiene más de 500 cooperativas eléctricas en muchas localidades, distribuidas en Santa Fe y Buenos aires y en todo el país. Es decir que tiene una base para llevar adelante, lo que llamamos, una transición energética justa, pero siempre el mercado está buscando apropiarse de la renta energética. Siempre se apropio de la renta fósil petrolera y ahora se está preparando para ver de qué manera puede apropiarse de la renta energética futura renovable.

V-PT: ¿cuáles serían las medidas concretas para iniciar una transición en nuestro país y qué intereses habría que afectar para lograrlo?

BF: en tanto medidas concretas en nuestro país, son múltiples los espacios en los que se puede operar para poder llevar adelante una transición energética, por ejemplo una cooperativa. Una localidad podrían empezar a producir energía en la medida de lo posible. Son muchos los niveles pero voy a hablar en un nivel macro, en breve se concluye la concesión de la privatización de 10 represas muy importantes de la Argentina, sobre todo en el sur, en Neuquén y Río Negro, El Chocón entre ellas, que deberían volver al Estado. Es decir, la energía hidroeléctrica no debería ser más una renta privada. Deberían ser una renta pública, y deberíamos estar muy preparados y atentos para desprivatizar. La Argentina produce energía eléctrica, en Salto Grande y Yaciretá. Tiene las centrales nucleares, que no son lo mejor ciertamente, pero son existentes. La política energética debería centrarse ahí, en las empresas públicas, las cooperativas eléctricas, y sobre todo crear una agencia nacional de energías renovables, un sistema nacional de energías renovables y públicas, una nueva YPF 100% pública de las renovables o como quiera llamarse, donde actúe conjuntamente esa empresa madre con la sociedad civil y el sector científico. Cuando digo sociedad civil a lo que me refiero es que, bien planeada las cosas, todos los territorios, comunidades, unidades, casas, podrían producir la energía y trabajar en red. Con lo que se llaman redes inteligentes por ejemplo, y entonces, ya no debería ser un gran conglomerado concentrado, sino que todas las unidades podrían producir energía con paneles solares y demás, que no es una cosa propia de los países de primer mundo. Los precios de los paneles están bajando y si hubiera una política pública que propicie eso y que vuelva la renta a una renta ciudadana, sería posible. Agiornaría al país a las condiciones de cambio ambiental global y a las condiciones de una economía ecológica que es lo que realmente importa en el mundo que se abre. Por ejemplo, vincular agroecología con transición energética, y ambas cosas como matriz de una transición socioecológica es absolutamente necesario.

V-PT: ¿cómo se vincula con el problema de la dependencia el problema de la soberanía energética?

BF: el problema de la dependencia y el problema de la soberanía energética están absolutamente vinculados. La mayoría de nuestros países son grandes productores o bien consumidores de energía. Entre los productores Venezuela, Ecuador, Bolivia. Chile y Uruguay no tienen energía. Brasil descubrió hace poco El Presal pero no tenía energía. La Argentina siempre se autoabasteció en el siglo XX, o sea es un país con petróleo, no petrolero como suele decirse. Entonces la cuestión de la soberanía energética, al estar en la base del funcionamiento social, así como la soberanía alimentaria por ejemplo, está en la base de las capacidades de desarticulación de los patrones de dependencia. Todo aquel país que esté en condiciones de alcanzar su soberanía energética, sobre todo, ojala, en términos sociales más que estatales, pero siempre con la idea pública en todo caso, y no privada; gana en capacidades soberanas. Más en el futuro que vendrá, donde es preciso lograr la recursividad sustentable de la economía. Dicho en otros términos, una economía que sea autogenerativa, endógena, que crezca a partir de sí misma y no dependa de ese petrocomercio global.

V-PT: ¿consideras que se puede lograr un modelo energético realmente sustentable, ecológico y democratizado (en términos de que todxs podamos acceder a él, que sea un derecho humano) dentro del actual sistema económico mundial, o sea dentro del capitalismo? ¿O la modificación radical del sistema energético sí o sí tiene que darse de la mano de otro modelo de organización social y económica?

BF: hay condiciones para generar sociedades donde las relaciones de clase sigan operando en última instancia mientras a su vez existan niveles de democratización muy fuertes, por ejemplo en lo que tiene que ver con la producción ciudadana de energía. Los famosos países escandinavos que tanto se citan, pero que efectivamente tanto se citan porque tienen políticas de tinte comunitaristas, al interior de un modelo efectivamente comandado por el capital, lo cierto permiten esos niveles de democratización de la renta y el control energético. Y no es estructuralmente incompatible eso con el funcionamiento del capital. Lamentablemente el capital podría seguir funcionando porque tiene esa capacidad de adaptarse y operar en sistemas disimiles, o sea que podría darse una democratización muy fuerte del sistema energético y el capital seguir funcionando. Sin embargo, ese “Estado plan”, el estado de bienestar que existió, existió con un mundo hiperfósil, una sociedad  hiperproductivista bajo el supuesto que los recursos no se iban a agotarse nunca y era posible explotarlos sin parar. Eso ya no puede existir más, entonces habría que ver si en el desplome del mundo fósil, en vista de una democratización energética, que es muy posible de instalar, solamente hace falta políticas que la incentiven, habría chances de que siga existiendo la reproducción ampliada de capital. Imagino que no le va a ser fácil en un punto, ya no se le está haciendo fácil. Otra de las cosas que nos ofrece la pandemia, en su costado agradable dentro de lo absolutamente trágico que es, está vinculada a que vemos que el sistema capitalista si no incentiva de muy fluida y constante los intercambios, se desploma, no puede sobrevivir, no le pasa a todos los sistemas globales, es un sistema que si en dos meses no le hace correr la sangre humana no camina.

V-PT: ¿Cómo ha sido la relación de los países socialistas con el problema energético? ¿El ecosocialismo implica una mirada crítica sobre esas experiencias?

BF: hay países dentro del marco capitalista que son vanguardia en relación a la incorporación de las perspectivas sociales, el caso siempre citado de los países escandinavos. Que son también aquellos que incorporan de manera muy fuerte, por ejemplo Dinamarca, la energía renovable de manera comunitaria. Eso posibilita mayores niveles de democratización y de reparto de la renta al interior del sistema capitalista y desconcentración, pero evidentemente no trastoca una lógica esencialmente desigual e injusta, que es la lógica de acumulación del sistema en general. En principio se encuentra con un límite específico. De todos modos es una experiencia a considerar, en las condiciones actuales o en las condiciones no estrictamente revolucionarias.

Es muy interesante la comparación con los países socialistas clásicos, porque en ellos no existía la premisa del cambio ambiental global. Por lo tanto, en Rusia, por ejemplo, el desarrollo y la sobreexplotación de los recursos naturales eran dos elementos absolutamente asociados. Los países soviéticos, básicamente tenían una concepción de desarrollo según el cual la energía era un insumo, primero estatal, y segundo, en base a un crecimiento de las fuerzas productivas ilimitadas. De hecho, la URSS, sostuvo un modo de producción sostenido en la sobreexplotación muy intensa de los recursos naturales, la cual es pródiga. Ese es otro modelo en particular, pero en ese sentido, los países socialistas no guardaron las condiciones contemporáneas de finitud y límite ecológico.

China es otro caso. Primero habría que ver cómo llamar a ese modelo de acumulación, a ese modo de producción. Pero independientemente de esa pregunta, China a partir de la crisis del 2008, tomo la decisión de dominar el nuevo paradigma energético, y hoy es el principal productor de todo. De paneles solares, de molinos eólicos, de baterías de Litio, de autos eléctricos, etc. Pese a ser una locomotora que avanza quemando carbón fundamentalmente.

El ecosocialismo supone articular los principios de justicia social radical, y justicia ambiental también radical, no por nada en particular, sino porque hoy esos elementos están unidos. Y el horizonte sigue siendo el mismo en un punto. En este sentido, también está la segunda contradicción del capital de la que habla James O´Connor. La primera sería entre fuerza de trabajo y capital, y la segunda entre el capital y la naturaleza. Y se trata de abolir ambas porque es un sistema de opresión. El ecosocialismo va hacia ese rumbo.

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