Jorge Ricardo Masetti escribió en 1958 un libro sobre los revolucionarios cubanos cuyo título es: “Los que luchan y los que lloran”. No cabe duda que Facundo Molares era de los primeros.

Facundo fue un revolucionario. No fue un militante más. Allí donde se enfrentaba al capitalismo y al imperialismo, le puso el cuerpo. Su vida la consagró a la lucha. Fue así hasta el último minuto.

Su pérdida es irreparable, pero a nosotros y nosotras nos cabe la responsabilidad, el compromiso, de tomar sus banderas y continuar por la senda revolucionaria.

Para quienes no lo llegaron a conocer, se perdieron la oportunidad de ver a un combatiente con un nivel ideológico y político de envergadura. Su vida la desarrolló en la Argentina, en la selva colombiana y en las alturas de Bolivia. Internacionalista hasta la médula y patriota de la Nuestramérica sin vueltas. No era una postura. Fue acción y organización. Lo individual siempre lo puso al servicio de lo colectivo y su pueblo.

Desarmada la organización FARC en Colombia volvió a su tierra natal, pero sólo para nuevamente partir hacia la golpeada Bolivia. Allí, encarcelado por la golpista Añez, estuvo más cerca de la muerte que nunca. Herido y maltratado casi muere en prisión. Recuperó la libertad y regresó gracias a la lucha de sus compañeros que pudieron presionar al gobierno de Fernández para que asuma su responsabilidad de repatriarlo.

Pero ese mismo gobierno, mal llamado nacional y popular, lo encarceló por un pedido fraudulento e ilegal de una fiscalía colombiana. Evidentemente el gobierno de los Fernández se lo quería sacar de encima. A la burguesía y al imperialismo le incomoda tener a un revolucionario en movimiento “rondando en su patio trasero”. Y nuevamente la lucha de compañeros de diferentes organizaciones logró su libertad.

Quienes lo visitamos en varias oportunidades en Ezeiza, jamás lo vimos decaído. Es más, nos alentaba a continuar la lucha, independientemente de su condición de encierro y las conversaciones siempre versaban sobre el futuro y la necesidad de la construcción de organización revolucionaria.

Ya en libertad y en el Obelisco, al frente de una manifestación de agrupaciones en contra de la farsa electoral, la policía de CABA, de Larreta, al servicio de una burguesía parásita, corrupta y decadente, que sólo tiene como respuesta a la lucha popular la represión, lo asesinó en el marco de un operativo represivo. Lamentablemente, como era de esperar, la “in”justicia lenta, sorda y garante del sistema, todavía no ha condenado a nadie por el crimen, y para que no termine impune exigimos cárcel común y efectiva a los responsables, quienes no saben o no quieren enterarse, que Facundo sigue vivo en nuestras luchas.

Nos queda su recuerdo y su ejemplo. La muerte de un revolucionario nunca es absoluta. Sus ideas y su vida nos aportan en la lucha cotidiana por un mundo justo. Por el socialismo.

Hasta la victoria, siempre.

Venceremos

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