Fuera de los homenajes superficiales o de la tergiversación oficial, San Martín sintetiza toda una rica tradición de lucha contra el colonialismo y por la igualdad. Decisión, claridad estratégica, organización, coherencia entre el decir y el hacer, la reivindicación de San Martín no es sólo una puesta en acto de la memoria, sino una búsqueda de las armas que necesitamos para transformar el presente.
Cuando terratenientes y burgueses criollos construyeron, genocidios mediante, el estado – nación argentino mandaron a repatriar los restos del General San Martín. Iniciaba su presidencia Julio Argentino Roca. Las palabras alusivas las pronunció Domingo Faustino Sarmiento. Lo nombraron, entonces, “padre de la Patria”. El ejército “argentino” pasó a decir que era “hijo de San Martín”. Sí, el ejército que habían forjado masacrando gauchos y las montoneras federales del Chacho Peñaloza y Felipe Varela; el mismo que se profesionalizó con la aniquilación por orden del imperialismo inglés del pueblo y el proyecto de autonomía paraguayo; el ejército que con matanzas, mutilaciones y reducción a servidumbre de las poblaciones originarias de Pampa, Patagonia y el Gran Chaco consiguieron enormes extensiones de tierras para la apropiación de un puñado de familias de oligarcas. Desde entonces, ese mismo ejército argentino, columna vertebral de las fuerzas represivas del estado, homenajeaba a San Martín al mismo tiempo que fusilaba obreros, como luego torturó militantes, robó bebés y desapareció a detenidxs desaparecidxs.
El proceso de apropiación de la figura de San Martín por parte de esta clase dominante cipaya, sumisa ante los diversos imperialismos y sanguinaria contra el pueblo, fue una línea constitutiva del orden social capitalista en Argentina. No sólo lo “blanquearon”, pintando de blanco el color de piel moreno de San Martín. Lo escondieron, lo negaron, lo invisibilizaron, haciéndole homenajes, estatuas, plazas y calles.
En esta etapa de descomposición acelerada, a la burguesía ya no le alcanza con quedarse con los nombres y las figuras para esconder las fuerzas y proyectos de revolución que defendían. No tiene ilusión de futuro que ofrecer y ya no tiene nada que recuperar del proceso revolucionario de independencia. Sus referencias son quienes construyeron una patria chica, de espaldas a la patria grande. La subordinación militante al imperialismo occidental hizo que Macri hablara de la “angustia de los hombres de la independencia” y que Milei no pierda oportunidad de rendir pleitesía a los yanquis, a los ingleses, al sionismo.
Al volver a la historia de San Martín desde este presente corrupto, encontramos toda la fuerza de una revolución que sacudió un continente entero. Un general que se negó a obedecer órdenes contrarrevolucionarias. Un revolucionario que sabía de clandestinidad y de conspiración, tanto como de vincular con lo mejor de los pueblos. “Sin revolucionarios, no hay revolución” supo decir. Un internacionalista convencido de que “soy del partido americano” y que la liberación sólo se podría conseguir mediante la unidad de estas tierras. Un ferviente combatiente contra un orden colonial que vendía personas, que las trataba como cosas, que ponía a algunos privilegiados por encima de otros.
En el Cruce de los Andes, de los 5000 soldados que formaban parte del ejército de San Martín, la mitad eran negros, pardos, zambos, libertos, mulatos, morenos e indios. Manuel Olazábal soldado del Ejército de los Andes, afirma que cerca de 2000 mapuches – pehuenches estuvieron activos con diversas tareas para que la acción triunfara. No eran “carne de cañón”. Eran luchadores (y luchadoras) conscientes. San Martín supo que la guerra anticolonial contenía también elementos de una guerra civil. Una guerra entre clases de una sociedad que con toda su estructura de castas racista ponían en la cima a los herederos de los invasores europeos y en la base a lxs originarixs y a lxs esclavizadxs. Mucho habría para reconstruir y difundir de cómo San Martín consideraba a los indios como los “verdaderos dueños de estas tierras” (diría el general). Con idéntico espíritu se refería a la esclavitud “…los hombres han comprado a los hombres, y no se han avergonzado de degradar la familia a que pertenecen, vendiéndose unos a otros.”
El 12 de febrero de 1817, luego de cruzar los Andes, en Chacabuco, San Martín proclama, como en tantos otros discursos y textos, las razones y los objetivos de la lucha. Resuenan en sus palabras siglos de resistencias y rebeliones:
“¡Soldados! Todos y cada uno de ustedes conocen el esfuerzo y las dificultades por las que hemos pasado. Llegar hasta aquí es bastante, pero nunca es suficiente. El enemigo espera, y espera bien armado, señores. Son la esperanza de la América, cada uno de ustedes lleva consigo lo más importante, ¡la libertad! Trescientos años de masacre y de barbarie tiñen nuestra tierra de sangre, pero hemos venido a decir ¡basta!, ¡se acabó! Soldados, se me llena el corazón al ver a tantos guerreros dispuestos, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos recordarán este momento con orgullo, porque les dejaremos una tierra digna de ser vivida. Donde puedan sembrar, crecer y prosperar, libres de toda cadena, donde cada hombre pueda decidir su destino sin importar su color, su linaje, su procedencia, ni qué carajo. Porque todos somos iguales ante el Supremo, así como somos iguales ante la muerte, porque cualquier hijo de mujer merece ser libre de una vez y para siempre. ¡Seamos libres, que lo demás no importa nada! ¡Viva la patria!”
Lejos de los mausoleos brillosos, de los palacios oligárquicos, de los monumentos de bronce, del San Martín a imagen y semejanza de la clase dominante, él mismo dejó en claro quiénes habían peleado (y quiénes no) por la libertad.
“Los ricos y los terratenientes se niegan a luchar, no quieren mandar a sus hijos a la batalla, me dicen que enviaran tres sirvientes por cada hijo para no tener que pagar las multas, dicen que a ellos no les importa seguir siendo colonia. Sus hijos quedan en sus casas gordos y cómodos, un día se sabrá que esta Patria fue liberada por los pobres, y los hijos de los pobres, nuestros indios y los negros, que ya no volverán a ser esclavos.»
A 174 años de su fallecimiento en el exilio, luchar por la liberación de América toda sigue siendo la tarea.