
Hace exactamente un año atrás, la operación Diluvio de Al Aqsa de la resistencia palestina conmovió al mundo. Treinta años de unos “acuerdos de paz” a la medida de la entidad sionista fueron quebrados con la misma materialidad que los muros de la sitiada Franja de Gaza.
Más de 40.000 palestinos y palestinas han sido martirizados desde entonces, más de 15.000 entre ellos, niños. No hay certeza sobre la cantidad de víctimas que han quedado bajo los escombros ante los sucesivos bombardeos, pero personal especializado habla de 118.000 seres humanos. Los bombardeos masivos en la Franja fueron acompañados por redobladas incursiones de los colonos – brazo paramilitar de “Israel”- en Cisjordania, con asesinatos, detenciones y expulsiones de población.
La maquinaria colonial sionista ha desplegado y profundizado su esencia criminal perpetrando bombardeos, con un uso masivo de la inteligencia artificial para “detectar blancos” en Siria, en Líbano, en Yemen y en territorio consular iraní en Beirut. El asesinato de dirigentes, práctica que es habitual del sionismo, se ha amplificado en el mismo sentido, siendo los más resonantes el asesinato del líder de Hamas, Ismail Haniya y el del secretario general y líder de Hezbola, Hasán Nasralá.
La posibilidad de semejante despliegue sólo se explica al comprender que el sionismo es un brazo, una expresión del imperialismo occidental y de Estados Unidos en particular. La administración “demócrata” ha redoblado los miles de millones que, desde el origen del estado de Israel, los EEUU invierten en esa cuña dentro de Medio Oriente que es la entidad sionista. Todo el imperialismo occidental se pliega a la escalada bélica que encabeza “Israel”.
Sin embargo, al cumplirse un año de esa operación que mostró que el estado sionista -con su inteligencia, su armamento, su tecnología- no era invulnerable, resulta necesario completar el luctuoso recuento con lo que ya ha conseguido la resistencia.
Hace un año atrás, la “normalización” de relaciones de “Israel” con gran parte del mundo árabe avanzaba y estaba a punto de conseguir el establecimiento de relaciones con Arabia saudí. La causa palestina estaba fuera de agenda. La “solución” de los “dos estados” contaba con la mirada favorable de gran parte de la “comunidad internacional” e incluso del activismo. Más aún; los términos apartheid, limpieza étnica y genocidio no se ponían en relación con la denuncia del carácter colonial e imperialista del estado de “Israel”. Las y los palestinos, masacrados, perseguidos, encarcelados, torturados, eran parte de un “paisaje” de normalidad condimentada por alguna que otra condena con nulas consecuencias prácticas de la ONU y de la comunidad internacional. La hegemonía sionista sobre las comunidades judías en el resto del mundo no tenía impugnaciones de relevancia.
La barbarie sionista está hoy a la vista de todos. Hay por supuesto quienes se mantienen dentro de las coordenadas racista del supremacismo blanco, occidental. Pero la prepotencia colonial ya no es sólo denunciada por grupos reducidos de militantes internacionalistas, de convencidos antisionistas. Incluso por razones que no son de principios, hasta gobernantes y estados se han pronunciado en contra del “Israel”, la supuesta “democracia” de Medio Oriente. Las enormes movilizaciones en todo el mundo, pero sobre todo en las metrópolis del imperialismo occidental, en solidaridad con el pueblo palestino, se nutren quizás por primera vez, de un nutrido movimiento de judíxs antisionistas. Nuevamente, no es que antes no existieran, pero su voz era marginal, ahora la consigna “No en nuestro nombre” ondea junto a la bandera palestina en las calles, aparece en ámbitos culturales, artísticos, intelectuales en los que antes era impensable. Es cierto que dentro de “Israel” la oposición al gobierno de Netanyahu no impugna al estado y su esencia de ocupación colonial. Pero empieza a corroer las filas del servicio militar obligatorio y, quizás más por miedo que por conciencia anticolonial, son decenas de miles los ciudadanos israelíes que han salido de la entidad.
La violencia sionista deja poco margen para que las personas pensantes sigan aceptando la idea de que “Israel” es la víctima que debe “defenderse”. La persecución agresiva contra cualquier expresión de disidencia y de solidaridad con la causa palestina trasciende Oriente Medio y sale a la luz, con brutalidad, en todas las “democracias occidentales” que golpean, atropellan, persiguen, detienen a quienes se ponen de pie contra el imperialismo del crimen. La inviabilidad de los “dos estados” que nunca existieron, es algo que ya no es tema de especialistas o de militantes, sino una constatación fáctica.
El racismo colonial todavía hoy demanda ser apoyado en la lucha contra el “salvajismo” por parte de los “países civilizados”. Apoyar a “Israel” es apoyar un proyecto colonial de exterminio de la población palestina. El supuesto antagonismo entre los partidos del régimen político del estado yanqui, “demócratas” y “republicanos”, no tiene diferencia alguna en esta cuestión. Lo mismo ocurre en Europa. Tratar de resucitar los términos de la defección de los Acuerdos de Oslo, como vienen intentando China y también Rusia, es otra forma, un poco más vergonzante, de sostener la empresa colonial, de anteponer las necesidades del comercio y la ganancia al derecho de los pueblos.
Los “dos estados” nunca existieron. La Autoridad Palestina no es un estado, el control de su economía, de sus fronteras, de todo, depende de la entidad sionista. Basta revisar la historia teórica y práctica del sionismo para concluir que jamás admitirá coexistir con la población árabe a la que desprecia y busca eliminar desde más de 75 años.
La solidaridad combatiente de los hutíes de Yemen y de Hezbolah del Líbano contrasta con los cálculos y vaivenes de unos regímenes árabes que ven con temor la iniciativa de la resistencia palestina. Queda claro para quien no se niegue a reconocerlo, que el conflicto no es ni religioso ni étnico, sino geopolítico y de clase. La escalada que “Israel” está promoviendo en todo Medio Oriente, bombardeando Yemen, Siria, Líbano muestra la violencia desenfrenada de un proyecto que ya no tiene legitimidad moral ni ética, y constata para quienes no se cieguen, la necesidad de derrotar a “Israel”.
La claridad con la que los pueblos del mundo supimos reconocer que la causa palestina no sólo es una causa justa que merece de todo nuestro apoyo, sino que es parte de nuestra misma causa de lucha por la igualdad, por el derecho a la autodeterminación y por el derecho a una vida digna.
Desenmascarado, más belicoso en tanto más en crisis, el sionismo recurre, una vez más, a una ambivalencia de victimización y de agresión. Pero la mascarada de usar el holocausto de la Segunda Guerra para justificar el genocidio que perpetra contra las y los palestinos es cada vez más insostenible. Incluso la operación de la “condena al terrorismo” se va desmoronando a medida que pasan los días y las atrocidades se acumulan. Hospitales bombardeados, sabotaje a la entrada de ayuda humanitaria, uso de armas prohibidas, como fósforo blanco o bombas que desintegran los cuerpos y que hacen que el número de víctimas se determine por el peso de los huesos en bolsas, escenas que lastiman en lo más profundo nuestra condición humana, que nos dejan temblando de indignación, de bronca, de rabia, van dejando en ridículo la exigencia de “condena al terrorismo” por parte de un estado constituido y sostenido en base al terror.
Este año desde la Operación Diluvio de Al Aqsa demuestra que los pueblos tienen la capacidad de resistir, de superar sus propias debilidades y de vencer. Un tal Rousseau decía “si un pueblo se ve obligado a obedecer y obedece hace bien, si se rebela, hace mejor”. El derecho de los pueblos a la rebelión, el derecho de los pueblos a pelear por poner fin a un orden injusto, el derecho de los pueblos a usar todas las armas y formas de lucha sin renegar del empleo de la violencia ante un enemigo de una crueldad sin parangón. Esa es la enorme lección que no está dando el pueblo palestino. Apoyar la causa palestina es apoyar la resistencia que la expresión política, ética, militar de ese pueblo. Es legítima esa violencia. Es el único camino posible. Así lo demuestra una larga historia que comienza quizás con la represión británica y sionista a la rebelión anticolonial árabe de 1936.
Luego del desarme de Oslo, la reconstrucción de la resistencia fue un camino largo y doloroso. De las Intifadas a la resistencia actual hay una acumulación de saber y de organización, militar, pero ante todo política. Si no es desde la resistencia que hace un año sacudía el tablero del mundo, ¿cómo creemos que Palestina conseguirá liberarse? ¿Cómo creemos que se conseguirá esa Palestina del río al mar libre de sionismo, emancipada de la bota colonial y de las armas económicas y bélicas del imperialismo?
En este mundo capitalista en descomposición, la posición que se adopte ante Palestina se convierte en un criterio de verdad para cualquier proyecto que se plantee horizontes de emancipación. Parafraseando al apóstol cubano y nuestroamericano José Martí, no hay duda de que “quien se levanta hoy por Palestina se levanta para todos los tiempos”.
¡Abajo el sionismo!
¡Abajo el imperialismo yanqui y occidental!
¡Viva la resistencia palestina!
¡Viva Palestina libre!
¡Palestina libre del río al mar!
¡PALESTINA VENCERÁ!


