Hoy, 5 de octubre, se cumplen 50 años de la caída en combate del revolucionario chileno y nuestroamericano Miguel Enríquez. Fundador y referente del Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR), la vida de Miguel Enríquez sintetiza en gran medida el proceso revolucionario chileno. En esta época de crisis y descomposición creciente del orden burgués, las palabras y las acciones, la praxis de Miguel, del MIR y del proletariado chileno “del campo y la ciudad”, ayudan a despejar la confusión y replantear un proyecto de transformación de raíz.

Había pasado el mediodía del 5 de octubre de 1974 cuando una banda de la siniestra DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) comandada por Miguel Krassnoff dio con la casa de la calle Santa Fe 725, en la comuna San Miguel, en los suburbios de Santiago, donde estaba Miguel Enríquez con su compañera, Carmen Castillo y otros dos compañeros más de la dirección del MIR, Humberto Sotomayor y José Bordaz. Hacía más de un año que con un baño de sangre, la dictadura neoliberal de Pinochet, como vanguardia de la contrarrevolución mundial, ponía fin a la experiencia de la Unidad Popular. “El MIR no se asila” había sido la consigna y allí estaba Miguel dirigiendo desde la clandestinidad a la organización que había fundado junto a otros y otras revolucionarias en 1965.

Miguel y sus compañeros abrieron fuego con el propósito de poder escapar, tal como tenían planificado en más de un año de experiencia de clandestinidad total. Sin embargo, la patota de la DINA venía pertrechada y decidida al exterminio. Miguel, que tenía nada más que 30 años, una experiencia mucho mayor que su edad y una claridad política y estratégica singular, fue asesinado allí. Sin embargo, la organización que había creado en un momento clave de la historia de Chile, del continente y del mundo, supo convertirse, junto con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en baluarte de la lucha contra la dictadura pinochetista.

Luego, la transición pactada, el escenario de pacificación (forzada) neoliberal, terminó de corromper el escenario político y como pasara en muchos otros territorios, el MIR sufrió un proceso de fragmentación intenso. A pesar de esto, las palabras y las acciones de Miguel Enríquez y del MIR sirven para despejar la niebla de la confusión y del posibilismo. Ante un sistema capitalista que desata crisis y guerras, que destruye la naturaleza y aniquila a la humanidad, el planteo revolucionario mirista convoca a actualizar el horizonte revolucionario, como camino concreto de superación de esta inhumanidad reinante.

“Luchar, crear, poder popular” es tanto una consigna como un criterio de acción. Las revoluciones las hacen los pueblos, contra el estado burgués que es la faz política de la injusticia de la explotación. La acción directa, la autoorganización para realizar y retener las posiciones conquistadas, la confianza en la capacidad de las masas de enfrentar a los explotadores y la lectura atenta de la situación, identificando el momento en que se presenta la oportunidad revolucionaria.

Esa oportunidad que es un “destello”, un instante fugaz, que si no es aprovechada abre el camino a la contrarrevolución. En la situación de Chile entre 1970 y 1973 existieron varios de estos instantes. El impulso inicial, puede ser uno. La derrota del paro patronal a fines de 1972 cuando surgen los comandos comunales, sin duda es otro. Pero quizás el más claro, el más definitorio fue el de junio de 1973. Los golpistas habían sacado el viernes 29 los tanques a la calle. Asesinaron personas. La reacción popular les puso freno. En el discurso del 17 de julio, a los pocos días en el Teatro Caupolicán (Publicado en El Rebelde, Nº 91. Julio de 1973), Miguel decía: “Aplastado el intento golpista por las Fuerzas Armadas, algunos oficiales honestos, suboficiales y carabineros, y por el inmediato cerco que los trabajadores tendieron alrededor de Santiago. La clase obrera, consciente que el problema no estaba resuelto, continuó y profundizó su contraofensiva. Se ocuparon centenares de fábricas y fundos, se controlaron las poblaciones, se incorporaron los estudiantes y se multiplicaron y fortalecieron los Comandos Comunales, tomó impulso la organización de defensa de los trabajadores y se desarrolló y fortaleció el Poder Popular. La clase obrera y el pueblo comprendieron que este era un momento de aumentar rápidamente su fuerza, tomar más posiciones, de estructurar su fuerza en el poder popular, única institución capaz de multiplicar sus energías y de fortalecer la alianza revolucionaria de clases.”

Era el momento de avanzar, de lanzar una contraofensiva revolucionaria que asestara un golpe certero al bloque que, desde 1970, quería poner fin a los avances de “los pobres del campo y la ciudad”. Moral y materialmente la clase obrera y el pueblo están fortalecidos. Hay decisión y voluntad de poner fin al golpe y a todas las maniobras de desgaste que la burguesía y el imperialismo venían instalando a diario. La cuestión del poder estaba planteada, no en un escritorio, sino en las calles.

Sin embargo, el gobierno de la UP respondió a la crisis defendiendo la institucionalidad del estado chileno, es decir, del estado burgués. La ley “Maldita” de armas de agosto de 1972 se aplicó para perseguir el armamento del pueblo que, tenía una conciencia clara de la necesidad de asumir también la dimensión político – militar de la lucha, hacia allí iba la dirección del proceso tal como lo verificaban los asesinatos y torturas de revolucionarios y militantes de izquierda.

“Era el momento de dar un salto adelante en la contraofensiva, de extender la toma de posiciones y de golpear a las clases dominantes. La clase obrera y el pueblo así lo entendieron y lo pusieron en práctica. Vacilaciones en el gobierno no acompañaron esta disposición ofensiva de los trabajadores en lo inmediato. Ello permitió a las clases patronales readecuar su táctica: emplazamientos y exigencias al gobierno para llevarlo, con la ilusión de una posible negociación, tomar medidas o tolerarlas, que permitieran a las clases patronales fortalecerse y desarticular a los trabajadores.

Combinaron una estrategia golpista con una táctica de emplazamientos y chantajes. Atrincherados en la institucionalidad burguesa, desde sus posiciones en la justicia y en la Contraloría, desde el Parlamento amenazan con acusar constitucionalmente al gobierno y así sembrar la anarquía en la Fuerzas Armadas, si el gobierno no se somete a sus exigencias, empujan a la alta oficialidad reaccionaria a realizar emplazamientos al gobierno.

(…) Trabajan sobre los sectores vacilantes de la izquierda, sembrando en ellos ilusiones en acuerdos posibles. Quieren tentar a éstos a seguir su juego, a llegar a entendimientos que paralicen y desarticulen la lucha del pueblo y de la izquierda, para después de ello dejarle caer la mano de hierro del golpismo reaccionario.

(…) Hacen todo esto levantando la defensa de la democracia y la legalidad, la misma que bombardearon los tanques del Partido Nacional.

Defienden no la libertad de los trabajadores, sino la democracia y el orden burgués. Defienden esa democracia en cuyo nombre se ha masacrado asesinado y, torturado a trabajadores.

Defienden esa democracia que mata por hambre y miseria a millones en el mundo entero. Defienden esa democracia que no es democracia, sino dictadura burguesa y patronal.

Esa no es la democracia de los trabajadores. La democracia proletaria la democracia directa que no necesita Parlamento, Justicia o Contraloría como las actuales que se arrogan la representación del pueblo.

Los trabajadores están construyendo en las comunas sus propias instituciones de clase; los Comandos Comunales, órganos del Poder Popular que se fortalece día a día, y lo seguirán haciendo lo acepten o no lo acepten los vacilantes y reclamen lo que reclamen los reaccionarios.

(…) Por eso, por encima de la presión reaccionaria, no es éste el momento de cuestionar o limitar el desarrollo del Poder Popular, como hacen algunos vacilantes de la izquierda. Dejemos que griten los politicastros reaccionarios, aterrados con el desarrollo del poder popular.

Pese a todo, a lo largo y ancho del país se oye un solo grito que resuena en las fábricas, fundos, poblaciones y liceos, en los cuarteles del pueblo: el llamado a crear, fortalecer y multiplicar el Poder Popular; el poder de los comandos comunales, el poder de los obreros y los campesinos, el poder de la revolución.”

Miguel Enriquez supo tener esa conciencia del momento histórico que tuvieron los mejores revolucionarios. No sólo analizó, sino que planteó con sus compañeros y compañeras un camino concreto para enfrentar la situación a favor de la clase obrera y el pueblo. No “inventó” ese camino, lo reconoció en las acciones de las masas y llamó a profundizarlo. Ese diálogo estrechó los lazos del MIR con los sectores más activos de la lucha de clases.

Tras el golpe, el MIR con Miguel a la cabeza asumió las nuevas condiciones para continuar la lucha. Cuentan que, a poco de la decisión final de Salvador Allende de no entregarse con vida, el presidente, compañero de camino con quien Miguel y el MIR tenían un trato cotidiano, con no pocas discusiones y peleas, mandó decirle a través de su hija Tati: “Ahora es tu turno Miguel”.

No esquivó una situación que, junto con muchos otros revolucionarios, había sabido anticipar y había luchado por evitar.

A 50 años de su caída, resignificamos ese mandato. Decimos que medio siglo de pacificación violenta, de derrotas y derrotismo, de eufemismos y maquillajes cuando no de entregas descaradas, Miguel Enriquez sigue desafiando al tiempo y convocando a la revolución. ¡Adelante con todas las fuerzas de la historia! ¡Hasta la victoria siempre compañero Miguel! ¡Venceremos!

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, ingresá tu comentario
Por favor, ingresá tu nombre aquí