Córdoba está viviendo una verdadera catástrofe y no se sabe dónde ni cuándo terminará. Desde hace cuatro días, la zona norte del valle de Punilla en Córdoba sufre un incendio que no puede ser controlado y se expande día a día.  Desde hace años los incendios arrasan con los bosques nativos, perdiéndose miles de hectáreas de biodiversidad, afectando también a pueblos y familias que pierden sus viviendas.

Todos los años el gobierno de Córdoba dice estar haciendo lo necesario para prevenir y para atacar los focos, pero cada vez hay incendios más grandes y más difíciles de controlar.  Este año, los vientos hacen imposible parar las llamas que avanzan hacia todos lados, arrasando los territorios y con viviendas enteras. Hay decenas de casas quemadas, y es imposible saber en este momento la cantidad exacta mientras las evacuaciones siguen y los focos se vuelven a prender.

El gobierno de Llaryora pone el énfasis en endurecer las penas y las policías locales atrapan perejiles que desvían la atención. Toda una pantomima que no va al fondo del problema: el sistema productivo de la burguesía terrateniente arrasa con la biodiversidad, ataca la función natural de los suelos – en este caso de la sierra – modifica el clima y produce un combo explosivo. El daño ambiental que se viene haciendo desde hace más de 40 años a partir del avance incontenible de la zona agrícola para el modelo agroindustrial sojero, así como los desmontes para el negocio inmobiliario, produjeron nuevos microclimas en la región que explican que los incendios sean cada vez peores. Al cambio climático y calentamiento global general, con la consecuente sequía que se expande a nivel mundial, hay que agregarle estos elementos locales que vienen destruyendo el ecosistema de la sierra: es sabido que muchos focos intencionales se inician para avanzar más con la venta de terrenos para viviendas suntuosas o para continuar obras como la autovía, que ya ha sido fuertemente rechazada por la población local.

Pero a estos elementos hay que sumarles, en este caso, otro elemento más. Lxs vecinxs insisten en que hay una relación entre los incendios y el femicidio de Doris Cappenberg que suscitó la organización y movilización de la población de San Esteban y alrededores. La connivencia policial y política en esta zona es de notoriedad provincial, con asesinatos en comisarías, fiscales compradas con investigaciones explícitamente sesgadas. La corrupción, propia del sistema capitalista es moneda corriente, y los incendios huelen a tapadera.

Lxs vecinxs están exigiendo que se declare la emergencia nacional para que lleguen más recursos. Por supuesto que ello no está dentro de las intenciones políticas de Milei, que se ha hecho uno de los abanderados del negacionismo climático y de la profundización del extractivismo.

Nada puede esperarse del gobierno nacional que no va a asistir a las provincias, y no va a mover los recursos nacionales suficientes. Pero aunque lo hiciera en este caso, sabemos -como ocurre desde hace años- que los incendios van a continuar, porque es la forma en que los distintos sectores empresarios se abren camino arrasando con nuestros territorios.

Estos incendios hacen más y más evidente la necesidad de organizarnos seriamente en vías de construir poder local. En el pueblo hay condiciones: por ejemplo a partir de los incendios surgieron algunas brigadas que vienen autoorganizándose para paliar lo que los bomberos no hacen. Son insuficientes, tienen pocos recursos, y abunda el voluntarismo, pero son muestra de que el pueblo tiene capacidad de resolver lo que los poderosos no pueden ni quieren.

Mientras nos organizamos para frenar el fuego, urge que avancemos en la construcción política de una alternativa anticapitalista que permita resolver los problemas de fondo. Por una sociedad donde la vida sea la medida de las cosas.

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