El pasado domingo 28 de julio tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Venezuela. El desconocimiento de los resultados por parte de la oposición derechista venezolana e internacional abrió una nueva situación, que no repite sin más otras anteriores. El repudio al injerencismo imperialista y a la derecha. El significado de lo que se juega en Venezuela desde un análisis estructural y de etapa. La cuestión de las salidas y una reflexión en clave estratégica.
Desde hace varios días la discusión mediática y política se centra en las elecciones venezolanas: el pedido de actas, el desconocimiento de resultados, posiciones y debates en instituciones internacionales. La crisis abierta no puede entenderse mirando sólo la dinámica política venezolana. Se trata del país con mayores reservas de petróleo del mundo y, todavía las dos terceras partes de la energía global se generan con combustibles fósiles. En términos históricos, el chavismo ha sacudido el “patio trasero” de Estados Unidos. Se trató del proceso de politización y movilización de masas que marcó un antes y un después en la historia venezolana e imprimió una nueva tónica a la realidad latinoamericana. La profunda crisis que atraviesa el capitalismo a escala global, el proceso de descomposición del imperialismo occidental que se traduce en un aumento del guerrerismo, son dimensiones que están en la base de lo que viene ocurriendo en el país caribeño. Un marco internacional y de etapa que se suma al propio estancamiento del proceso venezolano.
Exacerbado, el injerencismo guerrista es una constante en la historia. Desde el golpe de estado de 2002 que logró ser derrotado por una verdadera irrupción de masas, pasando por los ataques contra la vida de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, las guarimbas, el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente, el intento de generar un territorio propio en la zona limítrofe con Colombia, las sanciones económicas, el bloqueo, la apropiación de dinero venezolano en cuentas de los Estados Unidos, como formas de hacer imposible la vida del pueblo, provocando la masiva migración.
Los clamores a favor de la democracia y de las instituciones, así como la invocación de la “defensa de los derechos humanos” de los opositores, que levantan la derecha escuálida y golpista, el imperialismo yanqui y todo su séquito, podrían ser una broma si no fueran un insulto. No deberíamos olvidar la historia y el presente de crímenes que portan esos sujetos. Intervenciones, golpes de estado, persecución, represión, detenciones legales y clandestinas, torturas, ejecuciones sumarias, desapariciones. La hipocresía de un poder imperial racista y colonial que reprime a sus poblaciones y que aplaude, arma y financia el genocidio en Palestina no debe ser pasada por alto.
Hay otros llamados, de lo que queda del progresismo continental, que buscan ponerse en una “tercera posición”. Con modos menos chabacanos, hacen el pedido por las actas y advierten respecto de la defensa de la institucionalidad.
En nuestro país, los insultos de Milei, la movilización de Bullrich, la posición de Macri y de Massa (que salió a recordar que desde 2013 sostiene una posición contra Venezuela) muestran un nivel de consenso alineado con los intereses estratégicos de los Estados Unidos. El peronismo, por su parte, se despega una vez más y se suma a los reclamos en la línea de Lula, AMLO y Petro. La mayor parte de la izquierda argentina, incluyendo la que llamó a “votar a Massa en contra del fascismo” hace unos meses atrás, llama a “defender la voluntad popular de las urnas”, confundiendo proselitismo liberal con democracia.
En el contexto de profunda crisis y guerra, una instalación del imperialismo yanqui occidental en Venezuela tendría consecuencias de largo alcance. Por un lado, sería una bocanada de oxígeno económico para los yanquis contar con el petróleo de explotación tradicional y a 4.000 km de distancia. Por otro lado, le permitiría cerrar una experiencia que tuvo el coraje de volver a hablar de imperialismo, de recuperar la historia de luchas y resistencias nuestroamericanas, de abrir un margen de autonomía.
La situación plantea el desafío de hacia dónde avanzar. El imperialismo occidental y las burguesías latinoamericanas se posicionan a favor de provocar una reversión en toda la línea de la experiencia bolivariana. El proyecto de esa oposición que habla de democracia no es otro que el de los Milei, los Macri, los Bullrich. O las Añez y Boluarte. Nada superador vendrá de la mano de los representantes de las burguesías dependientes en acelerada descomposición.
Sin embargo, el desafío es grande ya que implica también recuperar el empuje transformador y de masas en un contexto extremadamente complejo. En los últimos años, la apuesta del gobierno de Maduro fue a favor de reforzar el poder la burocracia estatal y de negociar con el empresariado local y extranjero. La lealtad de las Fuerzas Armadas y de la Policía todavía se mantiene. La corrupción y la creciente desigualdad social erosionan el apoyo activo y consciente de las grandes mayorías. Todavía existe una capacidad de respuesta que unifica ante el embate, pero la dinámica de apelar a la movilización en contexto de elecciones o de crisis y no en el día a día de un proceso que supo cambiar la vida de millones muestra signos de agotamiento.
Responder al asedio con una radicalización, que apueste al protagonismo popular, al poder comunal, al chavismo plebeyo, es una necesidad: difícil pero no imposible. Esa es nuestra apuesta. No se trata de pedir actas y veedores de ONGs internacionales. Se trata de apostar a la democracia verdadera, la que se basa en la igualdad y en una voluntad de las mayorías. En contra del golpismo y el intervencionismo, en contra del fascismo, las urnas pueden ser una herramienta, pero nunca la definitoria. Tras varias décadas en que la exaltación de lo electoral como terreno prácticamente excluyente de lo político de parte del progresismo y gran parte de la izquierda, tras otras tantas en que el imperialismo y las burguesías dependientes han demostrado que no tienen el menor reparo en actuar en contra de su propia institucionalidad, la situación obliga a replantear estrategias que no sacralicen sólo un terreno.
¡FUERA EL IMPERIALISMO DE VENEZUELA!
¡ABAJO LA INTENTONA GOLPISTA!