Mientras el Estado de Israel continúa promoviendo su política guerrerista y bombardea Irán, atacándolo en este caso de manera abierta, la tensión en la Medio Oriente crece. La posibilidad de una escalada en toda la región es un escenario cada vez más palpable. Hace poco, el 15 de febrero precisamente, publicamos “Una etapa de guerras y revoluciones”. Allí decíamos, entre otras muchas cosas que desde el marxismo, las guerras no son una elección ni un fenómeno moral, inexplicable, sino un resultado del desenvolvimiento del capitalismo. Surgen de profundas contradicciones, y las intensifican. Los padecimientos de las masas se multiplican durante las guerras del capital”“Lejos de la visión racista elaborada por ‘Occidente’, los movimientos y gobiernos despóticos, oligárquicos, no son patrimonio de ‘Oriente’ ni del ‘Tercer Mundo’. Es el autoritarismo del capital y de un imperialismo en descomposición. La violencia que el capital tradicionalmente ha desplegado en las colonias (o ex colonias) se transforma en norma incluso en las propias metrópolis. La deshumanización, la xenofobia y el genocidio, potenciados por los avances técnicos de las industrias de destrucción y de “comunicación”, son un producto (y no un resabio) de este orden social”.  En este marco hay que interpretar lo que sucede en Medio Oriente, más específicamente, en Palestina.

Y decimos Palestina, porque no se trata sólo de Gaza. Se trata de Gaza, Cisjordania y el territorio llamado Estado de Israel. Porque es esta entidad, cuya existencia fue el resultado de una resolución de partición de la ONU en 1947, en contra y a espaldas de la voluntad de la mayoría de la población de ese territorio. El pueblo palestino y los mentores del sionismo no estaban de acuerdo con la partición. Los palestinos porque sentían que les usurpaban parte de su legítimo territorio, y los sionistas porque querían la totalidad del mismo. De ahí la decisión de los colonos sionistas de iniciar la guerra en 1948 para desarrollar la “limpieza” de árabes.

Recordemos unos datos (ver cuadros): En 1917 el total de habitantes eran 700.000, de los cuales 574.000 eran musulmanes, 74.000 cristianos y 56.000 judíos. En 1947 la totalidad de habitantes eran 1.845.000. Casi el 70% eran palestinos (1.237.000) que poseían el 92% de la tierra. La resolución 181 les redujo el territorio al 43,53%. A los judíos que poseían menos del 10% del territorio siendo el 30% de la población, les otorgaron el 56,47% de las tierras. Sólo ver los números (los pueden encontrar en documentos de la ONU y en diferentes páginas de estudio histórico) se visualiza la injusticia flagrante de dicha determinación.

Población en 1917

Total Musulmanes Cristianos Judíos*
700.000 574.000 74.000 56.000
  • Hablamos de judíos porque en ese momento aún no existía el Estado de Israel

Población en 1947 (posesión de tierras)

  Palestinos Judíos Relación porcentual palestinos/judíos
Población: 1.845.000 1.237.000 608.000 67% / 37%
Territorio pre partición 90% 10% 90% / 10%
Territorio pos partición 44% 56% + 44% / 56%
Territorio pos guerra 1948 22% 78% 22% / 78%

 

Es decir que el sionismo, que no quería la partición, decidió seguir avanzando a pesar de las resoluciones de la ONU, cosa que se mantiene al día de hoy. En febrero de 1949 se estableció una línea de armisticio, la que nunca fue determinada ni reconocida internacionalmente como frontera definitiva.

El genocidio que hoy se desarrolla en Palestina, tanto en Gaza como en Cisjordania, es política de Estado. El sionismo, desde siempre pretendió la totalidad de Palestina. Por eso La Nakba (Catástrofe en árabe) no es un hecho restringido a 1948. La Nakba de entonces continúa en el genocidio actual, en las matanzas diarias en Cisjordania y Gaza, en la destrucción total en Gaza, en el robo de tierras en Cisjordania, en definitiva, en la limpieza étnica (definición establecida hace mucho tiempo por historiadores israelíes), en el no cumplimiento SISTEMÁTICO de ninguna resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. La complicidad de occidente ya que nunca recibió sanción alguna por desoír y no acatar resoluciones de las Naciones Unidas, la ausencia de “sanciones” (económicas, militares, diplomáticas no puede explicarse sin comprender que Israel y el sionismo son una expresión del imperialismo occidental.

Es en estas circunstancias que se deben analizar los sucesos actuales en Palestina y en toda la región. La guerra del 1948/49, la guerra del Sinaí/Suez de 1956, la Guerra de los 6 Días de 1967, la Guerra de Yom Kipur de 1973, las Intifadas, los enfrentamientos en el Líbano y Siria, dan cuenta del papel desestabilizador y belicista de la supuesta “única democracia de Medio Oriente”. Bombardeo a población civil, masacres de refugiados, uso de armas prohibidas, encarcelar, torturar y matar menores, mujeres y hombres de todas las edades, impedir el desarrollo de la vida (por falta de agua, de alimento, de trabajo, de energía, etc.) son el largo historia de crímenes de lesa humanidad que cuentan (al menos hasta ahora) con una fuerte impunidad. Por lo tanto, marcar el 7 de octubre de 2023 sin tener en cuenta las causas, las agresiones PERMANENTES de los israelíes contra el pueblo palestino, es un modo de adoptar la visión de la propaganda del sionismo y de sus lobbies mundiales. Como siempre en la política sionista: a pesar de ser los victimarios se presentan como víctimas. De este modo justifica la matanza en Gaza de más de 33.000 civiles, de los cuales más de 14.000 son niños, como su derecho a defenderse.

Otras cifras que expresan claramente la política sionista son las siguientes: antes del 7 de octubre, la entidad sionista tenía alrededor de 5500 presos, actualmente son 9635 entre los cuales 187 son mujeres, 438 menores, 178 mayores de 60 años, 822 enfermxs. La cantidad de prisionerxs bajo detención administrativa (encerradxs por tiempo indeterminado, sin juicio, sin condena y sin derecho a defensa) es 3565. Sin embargo, sólo se habla de los rehenes quienes como lo denuncia buena parte de la población, poco importan realmente para el régimen israelí.

Lo mismo puede afirmarse respecto de la manera en que se ha tratado en los grandes medios el ataque de Irán del pasado fin de semana sin tener en cuenta toda una sucesión de ataques israelíes que cruzaron una línea con el bombardeo al consulado iraní en Siria. Hace unos días el mundo se estremeció por la violación de la embajada de México en Ecuador, sin embargo, en los análisis de occidente del ataque iraní, se minimiza el bombardeo de su consulado y la muerte de 7 personas, entre ellas un militar de alto rango del ejército de Irán. Es la famosa y trillada doble vara para los análisis de la realidad.

Con la hipocresía acostumbrada, Israel alega su derecho a la “defensa”. A pocas horas, Israel ha realizado “en respuesta” ataques en Líbano. Se espera que también haya nuevos ataques en Siria. Es decir, la “escalada” ya está en marcha. Aparentemente, los ataques hasta ahora irían a lo que el sionismo y la prensa llaman “proxis” de Irán; no obstante, hay presiones dentro del propio gobierno de la entidad para atacar bases, arsenales, instalaciones nucleares de Irán. Israel quiere la guerra, Netanyahu la necesita con desesperación. El mundo de una globalización del capital sin crisis ni guerras, esa ilusión que el Estados Unidos vendió en los noventa y que nunca tuvo materialidad pero que sí obnubiló la conciencia de muchos, ya no resiste el menor análisis.

La solidaridad efectiva con el pueblo palestino no puede dilatarse. Es indispensable frenar el genocidio. El aislamiento del régimen sionista es imperioso, pero sepamos que esto sucederá en la medida que los pueblos obliguen a sus gobiernos a parar el abastecimiento de armas, cortar las relaciones comerciales y, en la medida que se pueda presionar, el rompimiento de relaciones diplomáticas.

El sionismo no razona ni reflexiona, por lo tanto, sólo puede ser efectivo el idioma de la presión y la fuerza de los pueblos movilizados. La lucha contra este régimen genocida de apartheid es una lucha anticolonial y antiimperialista. Sin la provisión permanente y cuantiosa de recursos y de armas de Estados Unidos, Reino Unido, la Unión Europea, sin la cobertura de impunidad de esas mismas potencias, la maquinaria de guerra y exterminio israelí no podría sobrevivir. Isarel es la cara más extrema de un imperialismo tanto más belicoso como más en putrefacción entra.

Frente a la deshumanización criminal, frente al racismo exacerbado que reduce a las poblaciones “marrones y oscuras” a números sin rostro, sin historia, sin familia, frente a la prepotencia del poder, urge profundizar las formas de internacionalismo que con sabiduría los pueblos están dando. Esa solidaridad que es la ternura de los pueblos y que, por amor a la vida, es también el odio a quienes la aniquilan. La escalada guerrerista, esta etapa de guerras, interpela la necesidad de construir alternativas, profundas, radicales. Es claro que los pueblos no podemos esperar que las potencias se moderen. Ante la situación extrema a la que nos están llevando, la revolución es no sólo un deseo, sino una necesidad. Habrá que encontrar los caminos para construir ese horizonte, pero hay que definir hacia dónde se quiere ir.

 

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