En estos días se han cumplido 4 meses desde la “Inundación de Al – Aqsa” y, en breve, se cumplirán 2 años del inicio de la guerra en Ucrania. La fecha sirve para actualizar y profundizar el análisis de la situación que estamos viviendo. Surgida de crisis y contradicciones muy profundas, esta etapa obliga a replantear tareas y, sobre todo, a dejar en el basurero de la historia el derrotismo impuesto por la contrarrevolución. La etapa de guerras (producto de crisis y contradicciones profundas) abre la posibilidad y la necesidad de la revolución.

 

La imposición a sangre y fuego de la contrarrevolución entre las décadas de 1970 y 1990 abrió una nueva etapa de la lucha de clases. El ataque del capital y sus estados contra las masas explotadas y oprimidas se dio en toda la línea. Por varias décadas, la revolución salió del horizonte de las mayorías trabajadoras. Sin duda, existieron protestas, luchas y hasta levantamientos. Sin embargo, no lograron, hasta ahora, reactualizar la historia y la perspectiva revolucionaria.

“Ni los muertos estarán a salvo si el enemigo vence, y el enemigo no ha dejado de vencer” advertía Walter Benjamin. La imposición violenta de una relación de fuerzas a favor de los poderosos se completó con un proceso de “pacificación” ideológica y política de lxs vencidxs. “Obligar a que el enemigo deponga su objetivo estratégico” decían los teóricos de la tortura y la desaparición sistemática de personas. El desarme de las fuerzas revolucionarias fue material (abandono de las armas mientras el imperialismo y los estados multiplicaban sus medios exterminio); fue además un desarme organizativo (tanto de las vanguardias como de los lazos comunitarios que servían de agua para el pez, al decir de Mao). Pero, sobre todo, fue un desarme político – ideológico.

El triunfalismo del imperialismo yanqui y sus estados aliados (Unión Europea, Inglaterra, Japón, Israel, Australia) impactó en las amplias masas que fueron asumiendo como propia la visión de los vencedores. La “realpolitik” se expandió y con ella, el posibilismo, la adopción de los métodos de la burguesía y del estado capitalista. No sólo los intelectuales y propagandistas del imperialismo y las burguesías, sino muchos que tenían un pasado de lucha, asumieron y difundieron la visión de la contrarrevolución. Defenestrar de conjunto todas las experiencias anteriores, asumir que el enemigo es invencible, adoptar el terreno de la institucionalidad del estado y de la ciudadanía como máxima igualdad posible, enterrar las luchas anticoloniales, antiimperialistas, anticapitalistas junto con la lucha armada, silenciar hasta las palabras con las que lxs revolucionarixs habían logrado proponer un camino de transformación radical.

 

Las guerras del capital

La exaltación globalista del dominio del imperialismo occidental dirigido por los yanquis, de la “democracia” capitalista y delegativa, y del mercado, fueron la otra cara de esta “pacificación” – desarme. La violencia se transformó en tabú hasta para el pensamiento crítico. La idea de que el capitalismo podía no ser imperialismo y de que su extensión global podía darse sin guerras ganó terreno incluso en sectores militantes, activistas y del pensamiento crítico.

Para lxs revolucionarxs de principios del siglo XX, la Primera Guerra Mundial era el desemboque necesario de la dinámica de mundialización imperialista del capital. La caracterización de la misma como guerra interimperialista sirvió para definir una intervención revolucionaria en ese momento crítico. Los reformistas, que habían augurado un desarrollo capitalista sin crisis ni guerras, se alinearon con sus burguesías nacionales y argumentaron a favor del “derecho a la defensa”. Por el contrario, lxs revolucionarixs siguieron el método de vincular la guerra con la política imperialista y ésta con la dinámica del capital; combatieron los cantos de sirena nacionalistas de alinearse con las potencias emergentes en contra de las consolidadas y aprovecharon el quiebre para construir la revolución socialista como alternativa real a la guerra imperialista.

Por el contrario, en este siglo XXI, como bien desarrolla Mauricio Lazzarato, pesa todavía el lastre de coordenadas de análisis –impuestas por la contrarrevolución- que omiten analizar la relación inseparable del capital y la violencia; violencia no sólo “económica” sino “extraeconómica”. La imposibilidad de (o la negativa a) asumir el derecho de los pueblos a defenderse y a combatir un orden injusto sin renegar de ningún medio de lucha, confundió hasta el entendimiento. En consecuencia, el estallido de una guerra entre estados, en Europa, fue una sorpresa y las posiciones políticas (salvo excepciones) quedaron encerradas entre una exaltación de la Rusia de Putin y una defensa de la libertad y los derechos humanos en clave yanqui – occidental. Contrariando los parámetros del globalismo yanqui de los 90, esa guerra que “no le convenía a nadie” estalló y a dos años de su inició no se visualiza una finalización pronta.

Sin embargo, la profunda crisis del capital permitía visualizar incluso antes del 24 de febrero de 2022 una nueva época de guerras. El declive del imperialismo del dólar, empuja al guerrerismo. La fractura del mercado mundial, que venía desarrollándose desde 2008 y que se profundizó con la pandemia, se intensifica con la guerra europea. Todavía no hay otra moneda nacional que pueda suplir al dólar en el mercado mundial; sin embargo, crecen las experiencias de intercambios en otras monedas, promovidos especialmente por China, pero también por otros países que buscan estrechar lazos regionales.

Desde el marxismo, las guerras no son una elección ni un fenómeno moral, inexplicable, sino un resultado del desenvolvimiento del capitalismo. Surgen de profundas contradicciones, y las intensifican. Los padecimientos de las masas se multiplican durante las guerras del capital. No sólo en los territorios en que se dan las confrontaciones; sino, producto de la misma mundialización, mucho más allá. La escalada inflacionaria de los alimentos en todo el mundo, y de manera crítica en los países productores, viene empujando a millones de personas al hambre. El aumento de los combustibles va en el mismo sentido. Las actuales protestas de agricultores en toda Europa tienen múltiples raíces, pero el vasallaje de la UE hacia Estados Unidos es un factor clave. La ruptura del lazo comercial con Rusia, a medida de las necesidades yanquis, la voladura del Nordstream 2, dieron una nueva vuelta a la crisis que viene sufriendo Europa desde hace años.

La imposición de las nuevas condiciones sobre los pueblos, que ya vienen padeciendo décadas de deterioro, muestra de forma cada vez más abierta las limitaciones de la democracia del capital. El “estado de excepción” se vuelve normalidad general (ya decía Benjamin que lxs explotadxs vivíamos permanentemente bajo estado de excepción). Ante la imposibilidad de ofrecer siquiera la ilusión de un futuro promisorio, el despotismo del capital es cada vez más abierto. Las variantes autoritarias se multiplican. Lejos de la visión racista elaborada por “Occidente”, los movimientos y gobiernos despóticos, oligárquicos, no son patrimonio de “Oriente” ni del “Tercer Mundo”. Es el autoritarismo del capital y de un imperialismo en descomposición. La violencia que el capital tradicionalmente ha desplegado en las colonias (o ex colonias) se transforma en norma incluso en las propias metrópolis. La deshumanización, la xenofobia y el genocidio, potenciados por los avances técnicos de las industrias de destrucción y de “comunicación”, son un producto (y no un resabio) de este orden social.

 

Y sin embargo se mueve

Desde esa clave, venimos siguiendo los procesos en curso en África. En 2021 luego de 30 años de unos acuerdos de paz sistemáticamente violados por Marruecos con el aval del imperialismo occidental, los saharauis volvieron a tomar las armas en la lucha por la liberación contra Marruecos. La expulsión de los colonialistas franceses de muchos países africanos en los últimos años (Mali, Burkina Faso, Níger, Gabón, con importantes diferencias) muestra un proceso de actualización del eje anticolonial recupera experiencias revolucionarias, como la de Thomas Sankara, y la afirmación del derecho a la autodeterminación superando la lógica de subordinación sumisa a occidente. La disputa entre potencias juega un papel al abrir posibilidades, pero es un error reducir las luchas de los pueblos al papel de peones en un tablero de ajedrez que definen otros.

A cuatro meses del inicio de la “Inundación de Al – Aqsa” reafirmamos que esta acción de la resistencia palestina está marcando a escala global la entrada de las luchas de los pueblos en una nueva etapa. Luego de 30 años de la firma de los Acuerdos de Oslo, no hay dudas de que la “pacificación” de la lucha palestina no impidió los ataques sionistas, el avance de la colonización y de los muros, las razzias, encarcelamientos, tortura y asesinatos de palestinxs. Esa paz, a la medida de Israel y del imperialismo occidental, permitió la progresiva normalización de relaciones diplomáticas con el mundo árabe. Y logró que la causa palestina dejara de ser comprendida como una causa anticolonial.

En condiciones extremas de opresión, con un grado de impunidad incomparable, la operación de la resistencia palestina “diluvio de Al – Aqsa” contra la entidad sionista ocupante cambió toda la situación. Constituyó un golpe comparable al de la Ofensiva del Tet en Vietnam o la insurrección de Argel. Los mitos acerca de la invencibilidad militar de Israel o del carácter infranqueable de su inteligencia fueron desmontados de una manera tan contundente como inesperada. La respuesta sangrienta de Israel reafirma su caracterización como un estado colonial de asentamiento, esencialmente racista, que busca la limpieza étnica perpetrando un genocidio. En estos cuatro meses ha redoblado su prepotencia hacia el pueblo palestino de Gaza superando cualquier límite imaginable pero también en Cisjordania y Jerusalén, invadiendo campos de refugiados, secuestrando más de 7000 personas, reprimiendo toda disidencia interna y persiguiendo a través de sus organizaciones en el exterior la solidaridad con la causa palestina. Sin embargo, y esto es lo que nos parece más relevante para el presente análisis, la causa palestina está logrando movilizar a millones entre todos los pueblos del mundo. Efectivamente, para encontrar un paralelo en el nivel de movilizaciones por la causa de un pueblo en lucha anticolonial hay que remontarse hasta la guerra de Vietnam. El internacionalismo deja de ser una mera declamación y se convierte en acto incluso dentro del corazón del imperialismo occidental.

La impunidad sionista empieza a agrietarse. Crecen las voces de judíxs que denuncian el genocidio. Las respuestas represivas de los estados a las expresiones de solidaridad de los pueblos con la causa palestina sacan a la luz la descomposición de la propaganda de “democracia y derechos humanos” de Occidente. La posición de búsqueda de “alto el fuego” o de reflotar el proyecto de dos estados por parte de China (que busca “paz” para sus proyectos comerciales que tienen en Palestina también un paso obligado de la ruta de la seda) muestran su distancia con Occidente como el hecho de que no es la vanguardia del antiimperialismo. Es significativo que haya sido Sudáfrica el país que, apoyándose en su historia, diera el paso de denunciar al estado sionista por genocidio.

No es la primera vez en estos últimos años que se muestra la debilidad militar del imperialismo. Las derrotas de Irak y Afganistán ya venían marcando esa realidad. No obstante, en este caso, la resistencia que está encabezada por Hamás pero que incluye otras corrientes de la resistencia palestina expresa un movimiento anticolonial, antiapartheid, de liberación nacional. La iniciativa “defensiva” del “diluvio de Al-Aqsa” recupera la fuerza moral del pueblo palestino, saca del aislamiento político su causa, y por primera vez en 30 años se habla de descolonización y de la liberación de Palestina “del río al mar”.

Pero además marca un hecho de conciencia para todo el mundo. Si en una franja de territorio sitiada, con una población empobrecida, hambreada, y ante un ejército criminal que cuenta con una impunidad sin paralelos, fue posible modificar la relación de fuerzas, ¿cómo no va a ser posible en otros territorios? La actitud de alineamiento automático de occidente, la media tinta de China y Rusia (condena a los bombardeos pero negativa a poner en agenda el fin de la ocupación), la tibieza de los regímenes autoritarios como el turco que hace negocios con Israel pero que debe recalcular sus posicionamientos ante la potencia de las movilizaciones de masas, muestran que la fuerza para resolver la cuestión palestina pasa por el propio pueblo palestino en primer lugar y por la solidaridad de los pueblos del mundo. Sin duda, la lucha de los hutíes de Yemen está dando lecciones de coherencia a todes les que nos reivindicamos antiimperialistas; allí, sostienen con firmeza y claridad su decisión de poner fin al genocidio, asumiendo el costo que el imperialismo le está haciendo pagar con sus bombardeos.

La ferocidad de la respuesta sionista es otra expresión del guerrerismo del imperialismo del dólar. Bombardeos, atentados, asesinatos son las armas de la entidad sionista, tanto como de los yanquis y de todo el imperialismo. La defensa del estado de Israel aúna a todos los defensores del imperialismo yanqui. Allí coinciden liberales y demócratas; fascistas y republicanos europeos; “anarcocapitalistas” y liberales de toda América Latina. El capital está desnudo, viene chorreando sangre y lodo como al nacer.

 

Construir revolución a partir de las rebeliones

Es hora de dejar de reducir nuestra acción a maquillarlo, a tapar pudorosamente sus contradicciones, para ponerle fin. Mientras haya capitalismo habrá explotación, saqueo, opresión y guerras. La revolución es el camino. Mucha propaganda hay respecto de que “las revoluciones terminaron mal”. La realidad es que nos merecemos hacer una recuperación menos simplona de procesos complejos. Pero incluso con sus desviaciones, sus retrocesos y reversiones, esas experiencias revolucionarias mostraron en la práctica que muchos de los problemas que padecemos las amplias masas bajo el capitalismo (pobreza, malnutrición, déficit en la atención de salud, precariedad educativa, trastornos surgidos de la ausencia de futuro, de la destrucción de vínculos, de la pérdida de sentido, muertes tempranas, falta de vivienda, represión judicial y policial, violencia en todas sus formas) tienen solución si se organiza la sociedad en función de las necesidades de la humanidad.

Todos los procesos de lucha y de revolución tienen mucho para aportarnos. Por supuesto, no para repetir. Pero sí para retomar los núcleos que siguen siendo una tarea pendiente y también para recuperar la confianza en las fuerzas que es capaz de desplegar un pueblo cuando entra en revolución. No es azaroso que el enemigo insista (en forma persistente) en que desechemos e ignoremos esos procesos.

Mientras tanto, el capital, los estados, el imperialismo solo nos ofrecen la destrucción como alternativa. Lenta o rápida, pero siempre brutal. Estos 50 años de contrarrevolución combinan innovaciones técnicas que parecían de ciencia ficción, con la reducción de una parte creciente de la humanidad a condiciones extremas de injusticia. La “paz” de esta etapa consiste en que el capital avance sin enfrentarse a desafíos en clave de totalidad. La “paz” consiste en el intento de monopolizar las fuerzas materiales y sociales para imponer su orden social.

A diferencia de lo que pensaron y sintieron muchxs revolucionarixs que nos antecedieron, sabemos que nuestro triunfo no es “ineluctable”. Es una posibilidad, es una necesidad y es una apuesta no sólo hacia el futuro, sino al presente: no hay nada más digno que pelear por la igualdad y la dignidad para todes. El imperialismo es cada vez más cruel y no podemos hacernos ilusiones de que no apele a las armas más abyectas para impedir que el capitalismo sea cuestionado en los hechos. Pero la alternativa no es la “paz” sino la sumisión, la obediencia, la resignación.

Ninguna clase dominante de la historia se suicida. Tampoco lo hace ninguna clase explotada, ningún pueblo oprimido. La vida no se deja matar sin luchar. Decíamos hace más de un año que la etapa de guerras abría una etapa de revoluciones. Esa conclusión teórica es, al mismo tiempo, una apuesta política, estratégica. En momentos de crisis, de compresión y aceleración del tiempo, junto con los demonios, surge la posibilidad de superación, de transformación. El sentido del momento histórico que nos enseñara Fidel muestra que la nueva etapa contiene esas posibilidades y nuevos márgenes, y que es un error continuar con ideas y prácticas propios de una normalidad que ya no existe. Allí está nuestra apuesta, transformar las guerras de esta etapa de descomposición en revoluciones.

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