El gobierno de La Libertad Avanza viene rompiendo récords. En un país que ya venía golpeado por la inflación, sus medidas de gobierno multiplican este flagelo. Ante una clase trabajadora precarizada, empobrecida y superexplotada, las decisiones proempresariales y recesivas expanden las suspensiones y despidos. La pobreza que afectaba ya a millones de hogares, se profundiza con el retiro de los alimentos a los comedores comunitarios. Pero también rompe otros récords este gobierno de fanáticos, expresión de la descomposición del capitalismo imperialista. Un elenco de celebradores de genocidas, empleados de grandes empresas, cosplayers, menemistas y médiums personifica y profundiza la podredumbre del régimen político. Las movilizaciones masivas entre diciembre y los primeros días de febrero son la contracara de esos récords: las movilizaciones del 20 y el 27 de diciembre, con gran masividad y cacerolazos espontáneos, un paro con movilización convocado por la CGT y las CTAs, el resurgimiento de espacios asamblearios que logran construir unidad por abajo para la lucha. Ante la caída de la “Ley Ómnibus”, cuál es el rol de la movilización, los objetivos inmediatos y la construcción de largo aliento para poner al conjunto del capitalismo dependiente en el basurero de la historia.

Luego de tres días seguidos de represión, el viernes 3 de febrero La Libertad Avanza (LLA) con el apoyo de Cambiemos, Radicales y Peronismo Federal, lograba la aprobación en general de la “Ley Ómnibus”. El PRO, con Macri, Bullrich y Ritondo a la cabeza, puso todo lo que estuvo a su alcance para que el gobierno lograra imponer los cambios. Pichetto, al frente de Hacemos Coalición Federal (Coalición Cívica, Hacemos por Nuestro País y el Peronismo Federal) llevó las negociaciones y dirigió a una murga imposible de disciplinar. El PRO y la UCR militaron para darle una oportunidad a este gobierno. Sólo las bancadas del FIT-U y de Unión por la Patria (luego de la salida de los diputados tucumanos) mantuvieron el rechazo.

Con saturación de fuerzas represivas federales, balas de goma, gases que queman la piel y cuyo costo equivale a dos jubilaciones mínimas, aprobaban una ley cuyo dictamen no se conocía. A pesar de los ataques, un activismo nutrido de organizaciones de izquierda, agrupaciones sindicales, asambleas de cultura y populares sostuvo con el cuerpo que las calles son nuestras. “Que se vayan todos” se coreó. Los patoteritos “libertarios” acostumbrados a tiktok e instagram se tropezaban y corrían al cruzarse con el pueblo de verdad. Si bien no hubo respuestas generalizadas al ataque de Policía Federal, Gendarmería y Prefectura, como sí las hubo en 2017 o 2001, se logró cortar calles en repetidas ocasiones y sostener la posición. La disposición de una parte muy importante de les movilizades de permanecer con plena conciencia de las órdenes represivas y del sadismo de la yuta fue clave. La organización del autocuidado colectivo, con postas de salud como rasgo distintivo, fue fundamental para conseguir el objetivo.

Sin embargo, el martes 6 de febrero al realizarse la discusión en particular de la ley, en lo que prometía ser una primera jornada de muchas, la pomposa “Ley Ómnibus” terminó nuevamente retrocediendo a comisión, perdiendo la aprobación general conseguida cuatro días antes. La impericia, la desprolijidad, los insultos jugaron un papel no desdeñable, pero no explican el fondo de la cuestión.

 

Unidad y contradicciones

Efectivamente, la burguesía de conjunto y sus expresiones políticas están completamente alineadas con un programa de clase que implica deteriorar aún más la situación de quienes vivimos de nuestro salario. Esto significa destruir derechos que todavía una parte de la clase trabajadora conserva, promoviendo el aumento de la desocupación y de la precariedad para abaratar la explotación y para disciplinar al conjunto. Junto con ello, la deuda externa como pata indispensable tanto para garantizar la fuga de divisas que ejerce en forma sistemática el capital nacional y extranjero, y como reaseguro de imposición de medidas de ajuste. A nivel productivo, el bloque de poder en conjunto apuesta a una inserción mundial basada en el extractivismo agroindustrial, hidrocarburífero, minero. Una gran zona de sacrificio con una población desplazada y hambreada, con millonarios que disfrutan de su subordinación al imperialismo. Ése es el proyecto de país de la burguesía.

Sin embargo, sobre ese mapa común, hay contradicciones que tuvieron un papel importante en el choque de la ley ómnibus. La identificación del programa de Milei con el imperialismo yanqui y la oligarquía financiera asociada tiene costos no sólo para les laburantes, sino también para fracciones y capas de la burguesía que no son pequeñas. El agronegocio y las aceiteras no quieren que se mantengan y aumenten las retenciones. Muchas industrias regionales como las PYMES, que aplauden los intentos de borrar derechos laborales, se oponen a que los megaproyectos ejecutados directamente por transnacionales los eliminen del mercado. La cámara de la construcción (vanguardia de la precarización y de los asesinatos laborales) se opone al parate de la obra pública y denuncia oleadas de despidos masivos en el marco de quiebras. El capítulo biocombustibles o el de privatizaciones, también encuentra disputando entre sí a sectores del empresariado y a sus representantes políticos. El cipayismo ridículo con Estados Unidos y sus aliados rompe los vínculos con Brasil y China, principales socios comerciales, lo que beneficia a algunas empresas que quieren esquivar la competencia china, pero perjudica a otras que vienen acoplándose a la agenda de inversiones del gigante asiático. La negativa de muchos gobernadores a acompañar sin contrapartida tiene estas disputas como causa.

 

El papel de la calle

Sobre estas contradicciones, la movilización callejera juega un rol clave. Todo el capitalismo depende para reproducirse de que la dominación de clase esté garantizada. Eso es lo que eufemísticamente se llama “gobernabilidad”. Cómo lidiar con la lucha de clases parte aguas entre diversos sectores burgueses. Eso era lo que estaba en juego en las elecciones, no el contenido programático, sino su modo de puesta en práctica en esa clave. Las movilizaciones que se vienen dando desde el 20 de diciembre en distintos puntos del país, incluyendo el paro del 24 de enero, enfrentan a la burguesía con una realidad que el gobierno quisiera ignorar: la lucha de la clase trabajadora.

El activismo que estuvo movilizado en las calles contra la Ley Ómnibus, pese al despliegue represivo, logró expresar un repudio mucho más amplio a la declaración de guerra patronal. Muestra el camino también para quienes siguen confiando en la burocracia sindical y el peronismo kirchnerista. El camino es la lucha. Y si logramos que la masividad del 24 de enero se exprese nuevamente y en clave de plan de lucha, los días de este gobierno estarían contados. No hay posibilidad de que el gobierno de la Libertad Avanza aplique otro programa que no sea el ataque a las condiciones de vida y trabajo de las mayorías. Por tanto, celebramos la caída de la Ley Ómnibus, pero seguimos peleando para que caiga el DNU y que logremos echar a este gobierno. Creemos que ese objetivo debe ser un ordenador, que nos permite a quienes estamos dispuestxs a dar esa pelea jerarquizar cuestiones principales y secundarias. Reforzar la organización en todos los lugares, prepararse para enfrentar la represión, sumar en masividad, aportar a los espacios de deliberación son tareas indispensables.

 

Objetivo inmediato y construcción de largo aliento

El actual plantel político gobernante resume la descomposición y decadencia de la clase dominante. Ante la derrota legislativa, donde la torpeza política y la altanería del oficialismo quedaron a la vista de toda la sociedad, la reacción de sus dirigentes fue redoblar la apuesta en términos de enunciar una ofensiva para la cual carecen de fuerza material. Publicaciones con insultos y amenazas en redes sociales no solo a opositores sino hacia sus potenciales aliados; el anuncio de un plebiscito del cual se desdijeron; la presentación de un proyecto para ilegalizar el aborto para el cual no cuentan ni con votos ni con consenso social (llegando al ridículo de incluir la firma de diputados del propio bloque “libertario” sin su consentimiento); la quita intempestiva del subsidio al transporte público fuera del AMBA, eliminando el Fondo Compensador que lo regulaba, algo que enemista al ejecutivo no solo con los gobernadores sino también con los intendentes y usuarios…

El objetivo inmediato de echar a este gobierno tiene que ser el puntapié para poner en cuestión no sólo a un personal político impresentable. Tenemos que colaborar en superar el derrotismo y el posibilismo de tantas décadas. No alcanza con resistir de modo defensivo los ataques. Es el capital de conjunto y el estado, con una institucionalidad hecha a su medida, quienes hoy se encarnan en una expresión tan audaz como estúpida, pero que tienen otras caras posibles. Enfrentamos hoy un programa que viene siendo el de la burguesía argentina desde 1955. En esta fase de crisis profunda y descomposición ese programa adquiere su forma más grotesca y brutal. La propia crisis sistémica empuja a estas versiones de gestión de la dominación. Pero sería un desperdicio de energía y fuerza popular contentarnos con el necesario objetivo de tumbar el gobierno.

Llegó nuestra hora. Lxs trabajadorxs tenemos que gobernar, no con esta institucionalidad delegativa, en la que los propietarios de todo imponen qué se discute y qué no, sino con las formas de democracia directa. Tenemos que recuperar el programa que nuestra clase en diálogo con los pueblos en lucha del mundo fue elaborando desde La Falda y Huerta Grande. Un programa que se plantee la liberación nacional del imperialismo y la liberación social de la explotación del capital. Un país posible y necesario en el que alimento, la salud y la educación no sean mercancías. En que el cuidado de la naturaleza y los bienes comunes esté por encima de los negocios. Un país para nosotres, nuestres hijes y nietes. Un país que se ponga a la altura del proyecto de revolución de nuestrxs 30.000.

 

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