El peronismo sorprendió con la recuperación de casi tres millones de votos con respecto a las PASO. Pese a esto, su performance está lejos aún de lo logrado en las presidenciales de 2019 y el escenario de cara al ballotage está abierto. Massa logró concentrar una extraña alquimia: la de ser el ministro de la inflación récord y el candidato más votado. Convergen en ese fenómeno menos los aciertos propios que el escape a la posibilidad de que Milei llegue al gobierno: el oficialismo capitaliza el rechazo y los temores de buena parte del electorado, y también la desconfianza de un sector no menor de la burguesía hacia un candidato ajustador pero inestable e improvisado, con un armado endeble. La clase trabajadora se enfrenta a un ajuste descomunal que tenderá a agudizarse. El desafío es enfrentarlo en las calles, donde reside la posibilidad de derrotarlo.

Una primera lectura sobre los resultados electorales

La sorpresa de la jornada del 22 de octubre fue la remontada del peronismo (casi 3 millones de votos más que en las PASO). Lo que lograron sumar (más de la mitad en territorio bonaerense) supera la cifra total de ausentes en agosto que esta vez sí votaron. Si bien su incremento se nutre fundamentalmente de ausentes en las PASO, la cifra diferencial excede ese número, por lo que han absorbido también votos de otras fuerzas, algunas que no superaron las primarias o de candidatos que perdieron las internas de sus armados electorales.

En esta elección se dan dos fenómenos singulares que podrían parecer inexplicables, aunque desde ya no lo son. Uno, la mencionada remontada de la fuerza gobernante, que sigue hablando del gobierno en 3era persona (y cuyo candidato a presidente es el actual ministro de economía con la inflación récord de las últimas décadas). Dos, la competitividad que mantiene una fuerza de extrema derecha que podríamos caracterizar como filofascista, que reivindica la dictadura genocida, cuestiona abiertamente las más sentidas conquistas del movimiento de mujeres y de trabajadores, reniega del cambio climático, integra terraplanistas a sus filas, y no se priva ni de criticar al Vaticano en campaña. Por separado, esas dos situaciones parecerían inentendibles, pero se explican mutuamente. En el rechazo y miedo a un gobierno oscurantista y neomenemista se explica el crecimiento acelerado del peronismo, pese a sus desaciertos diarios. El miedo y rechazo a la derecha (un rechazo que contiene núcleos progresivos en términos políticos) fue capitalizado por una fuerza que le tiende la mano a esa misma oposición, la llama a un gobierno de unidad nacional y le dice a la militancia que hay que poner “la otra mejilla”, como hizo Massa el 22/10 a la noche, ya fuera del “búnker”, en un palco donde se codeaba con Gerardo Martínez (UOCRA) y otros burócratas sindicales. Párrafo aparte merecen las apelaciones a la familia y la patria por parte de Massa, abrevando en un ideario reaccionario para definir a ambas. En síntesis, el crecimiento del peronismo no se explica por un entusiasmo hacia la figura ni el programa de Massa. La lógica del voto al mal menor se exacerba como pocas veces en estos comicios.

Sin desmedro de lo anterior, si se compara la elección actual con la que consagró a Alberto Fernández, el peronismo perdió 3,5 millones de votos. La notoria recuperación de Massa no cubre sino cerca de la mitad de lo perdido en 4 años.  

La demanda del cierre y fin de la grieta, por parte del candidato peronista, contiene un elemento de oportunismo y necesidad electoral en un cuadro que pese a la remontada sigue siendo adverso; pero además contiene una base real en tanto perspectiva política. Alentados por la embajada yanqui y buena parte de la burguesía que quiere gobernabilidad -y pone en duda que el ajuste que sobreviene pueda ser capitaneado por una fracción política enclenque y poco seria como la de Milei- los llamados a unidad nacional son a la vez una necesidad para rapiñar votos, pero también respuesta a un pedido de sectores del establishment. Massa encarna la profundización del modelo extractivo y una versión aún más conservadora del actual peronismo. La unidad nacional que promueve Massa es con Morales, represor en Jujuy y carcelero de Milagro Sala; con Larreta, responsable del asesinato de nuestro compañero Facundo Molares; con la UCR, sostén del gobierno de Macri o de la Alianza de 2001, entre otros.

En línea con este “reperfilamiento” del peronismo, la salida de escena de CFK parece que se mantendrá en el mes que separa esta elección del ballotage y es un interrogante qué papel jugará en la escena política futura. El kirchnerismo como movimiento interno queda limitado, pese a la figura de Kicillof y el lugar de Máximo Kirchner como 1er diputado.

Pero hay un tercer fenómeno a considerar: la derrota de JxC, que hace un año parecía encaminarse de manera segura a la presidencia. En particular la paliza recibida por Patricia Bullrich es un signo de buen sentido de una parte importante de nuestro pueblo. Responsable de la desaparición de Santiago Maldonado y del asesinato de Rafa Nahuel, alineada hasta el ridículo con la embajada yanqui, promotora de la intervención de las fuerzas armadas en la represión interna, y recordada por su recorte de las jubilaciones y los salarios estatales, Bullrich no llegó al ballotage y perdió un número significativo de votantes. El descrédito sostenido de Macri y de su gobierno, con expresiones de repudio popular, su abrazo con Milei como tabla de salvación, también clarifica ante quienes veían que podían delegar su bronca en LLA que el partido de los liberales es “casta” y de la peor.

 

Las urnas y la calle

El peronismo apela a la importante movilización de la base social para ganar la elección, aparato mediante, pero también a la desmovilización política de esa misma base como sujeto en las calles. En el cierre de campaña de Kicillof, en cuyo territorio se garantizó buena parte del repunte del peronismo (con un desempeño de los intendentes desandando maniobras que hicieron en las PASO cortando boletas) se exaltó la delegación desde abajo hacia el aparato y las urnas. Dijo Kicillof ante la multitud: “El 17 de octubre se trató de poner los pies en las fuentes, hoy se trata de poner los votos en las urnas para defender los mismos derechos, la dignidad, una patria justa libre y soberana”.

La interpelación casi pueril de Milei a JxC para olvidar antiguos agravios y enfocarse en terminar con el kirchnerismo, esgrimida en su discurso desde el búnker y reiterada en todas las intervenciones posteriores; la apuesta discursiva de Bullrich en la derrota para ir por el cambio y contra las mafias, presagiaban la intención de acuerdo entre el PRO y LLA, que en el transcurso de los días se selló por boca de Macri y Bullrich. Mientras, se muestra cada vez más resquebrajada dicha coalición (en especial por la postura de la UCR y el larretismo). Queda abierta la pregunta acerca de cuánto de su base irá tras Milei y cuánto jugará con Massa o un curso de abstención; la misma pregunta surge respecto a la actitud del aparato (y los votos) de Schiaretti o de los votantes del propio FITU. También es una incógnita cómo impactará entre lxs votantes de Milei su giro hacia el macrismo y el PRO, el abandono de la crítica a la “casta” y el intento de revitalizar la grieta que negó y que contribuyó a desmontar. En cualquier escenario, la cancha sigue estando inclinada y no estando resuelta para el oficialismo. Las elecciones podrían arrojar un resultado insólito si gana Milei, en el que su presidencia cuente con 39 diputados, 8 senadores y ningún gobernador. Un gobierno sumamente endeble (más allá de las alianzas que teja) para aplicar las reformas que pretende en un país con índices de pobreza elevados y de conflictividad en curso y latentes.

La apuesta a la rebelión popular sigue siendo la perspectiva para las masas: no hay otro camino que la lucha de calles para poder instalar una agenda que rechace el pago de una deuda usuraria y ponga en discusión el fin del saqueo del extractivismo y la superexplotación de la clase trabajadora. En este cuadro de descomposición, es sumamente importante sostener una posición de independencia política de lxs trabajadorxs.

El gobierno resultante del ballotage de noviembre será sostenido por una reconfiguración de bloques partidarios, pero fundamentalmente por el gran capital (ninguna fuerza actual logrará quórum propio). La burocracia sindical y lo más rancio del peronismo vienen recuperando posiciones en el espacio que hoy es oficialista, que tiende la mano a una parte de “la casta” mediante una declamada “unidad nacional”; el propio Milei ya borró con el codo sus críticas a los políticos tradicionales para adueñarse del discurso antikirchnerista de la extinta Bullrich y sumar su apoyo, como quien en la trinchera se prueba las botas de otro soldado caído.

La debacle acelerada del supuesto león pone como una posibilidad en el horizonte cercano de disgregación de LLA si fracasa en el ballotage. Resulta difícil pensar cuál será la organicidad de los casi 40 diputados conseguidos. Sin embargo, hay una agenda reaccionaria que ya está vigente y que LLA contribuyó a correr. Por otra parte, tal como se verifica a escala mundial, en el contexto de agudización de la crisis capitalista, de guerras interimperialistas, de guerras anticoloniales, y de descomposición de los regímenes democráticos burgueses, cobran fuerza las tendencias fascistas que forman parte de la política de la burguesía. Por tanto, puede ser que Milei o parte de su séquito salga del centro de la escena, pero eso no va a eliminar la presencia filofascista que tiene raíces mucho más profundas. Ante ello, las elecciones nunca han sido el terreno en el que se derrota al fascismo. La unidad antifascista es una tarea para concretar, no para elegir a alguna variante menos impresentable del elenco político patronal, sino como clave para las luchas que se avecinan. Tenemos experiencias interesantes, como las mesas de escrache, para pensar qué forma podría tomar esta unidad en la diversidad y enfrentar con acción de calles a los fachos.

Entre quienes votaron a Massa por horror a la variante filofascista, hay muchxs compañerxs de luchas. Sabemos que no se trata de un voto que implique bajar banderas ni convicciones, sino entendiendo que es una manera de cortarle el paso a la variante reaccionaria más extrema. Por nuestra parte, consideramos que los votos que van en clave defensiva hacia Massa, refuerzan (aunque sea momentáneamente) a un futuro gobierno que además de avanzar en el ajuste, buscará deslegitimar cualquier oposición por izquierda con las palancas del aparato burocrático y con los consabidos argumentos de “no hacer el juego a la derecha” ya que “con Milei todo sería peor”. Así como no creemos que los gravísimos problemas de nuestro país se resuelvan en las urnas, consideramos que la posición que muchxs compañerxs de lucha consecuentes adopten en ese terreno no será obstáculo para proyectar prácticas unitarias contra la ofensiva que se avecina. Nuestra apuesta debe ser la de confluir ampliamente con los sectores en lucha en las calles, sin esperar a noviembre, en defensa de nuestras condiciones de vida, frente a la derecha y al ajuste, y estar dispuestxs a enfrentar en ese terreno las políticas del FMI, del gran capital y la avanzada represiva y reaccionaria, más allá de la posición que distintos sectores de trabajadorxs adopten ante el ballotage.

Venceremos-Partido de Trabajadorxs // 27 de octubre de 2023

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