El domingo 13 de agosto, se realizaron las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). La elección mostró un nivel creciente de descontento, expresado en el voto en blanco y especialmente en la no asistencia. La capitalización de buena parte de la bronca fue captada por expresiones reaccionarias como la de Milei, que desbancó en esta instancia a los oficialismos peronista y de JxC. Algunos elementos para eludir el impresionismo en el análisis y poner de relieve las tareas que tenemos ante nosotrxs en un escenario donde la crisis y las luchas se agudizarán.

Algunos datos para resaltar

El primer elemento destacado, y que marca una continuidad con lo que se venía expresando en las elecciones provinciales, son los porcentajes récord de ausentismo. De un total de 35.405.013 de electorxs en condiciones de votar a nivel nacional, asistieron 24.016.776 (un 69,6%, la cifra histórica más baja en las PASO presidenciales, apenas por encima de 2021, donde aún había restricciones por la pandemia). Es decir que no concurrieron más de 11.380.000 personas habilitadas para votar. Descontando porcentajes que son habituales en este rubro, nos encontramos con un caudal sumamente significativo de votantes que se abstuvieron de participar en estos comicios: si establecemos una comparación entre las PASO presidenciales de 2019 y las actuales, en estas últimas fueron a votar alrededor de 1.400.000 personas menos. A ese fenómeno se suman el voto en blanco (4,8%) y nulo (1,2%), que totalizan entre ambos más de un millón y medio de sufragios. Todo ese caudal, sumado, es una primera minoría descontenta muy superior cuantitativamente a lo obtenido por cualquier fuerza. Si bien la interpretación sobre su contenido no es unívoca, se trata objetivamente de sectores que dieron la espalda a los oficialismos y que tampoco se volcaron de momento hacia expresiones opositoras: ni de derecha, como Milei, ni tampoco a la izquierda parlamentaria.

El segundo elemento es, precisamente, el triunfo de Javier Milei. El neofascista fue el candidato más votado: 7.116.352 votos, un 30% de los emitidos a nivel nacional; ganó en 16 jurisdicciones, 5 que eran de Unión por la Patria y 3 Juntos por el Cambio, incluyendo la provincia de Jujuy, donde duplicó a Larreta-Morales; Córdoba, donde le ganó por 6 puntos a Schiaretti; o Santa Cruz, donde le ganó al peronismo por 8 puntos. Es la ingrata sorpresa de la jornada, que lo posiciona con una leve ventaja en un escenario en que los votos positivos (un 64% del padrón) están divididos casi en tercios. Los magros resultados que venía teniendo “Libertad Avanza” en las elecciones provinciales contrastan con el éxito que obtuvo en estas PASO, donde compitió su líder en persona. Significativamente, tanto en CABA como en Provincia de Buenos Aires quedó como tercera fuerza. Menos de un tercio del total de los votos de Milei provinieron de la PBA, lugar en el que, en cambio, el peronismo cosechó casi la mitad de sus apoyos a nivel nacional.

Tercer elemento. El peronismo hizo la peor elección desde 1983. Por primera vez quedó tercero. Derrotados en Santa Fe, La Rioja y hasta en Santa Cruz, solo en territorio bonaerense –aún reteniéndolo- perdieron más de 2 millones de votos en comparación con las PASO de 2019. La fuga total de votantes supera los 6 millones. Ni Grabois, tratando de contener el desmoronamiento por izquierda, ni las promesas de campaña que evocan un supuesto “paraíso perdido” situado imaginariamente entre 2003 y 2015, logran compensar una realidad violenta donde 6 de cada 10 pibxs son pobres, las jubilaciones y los sueldos son de indigencia, y la clase trabajadora viene perdiendo ingresos que no se compensan ni siquiera con una suma fija o un bono en negro. Todo esto mientras el empresariado de los Paolo Rocca o los pooles de soja siguen ganando millones. Las “jugadas maestras” ultra tácticas de la líder del movimiento no parecen ser valoradas como tales por el electorado.

Una primera lectura de estos datos: ganadores y perdedores

Los resultados de las elecciones en el capitalismo son una muestra siempre distorsionada de la voluntad del pueblo, condicionada por los aparatos de propaganda y los millones que implican las campañas burguesas. En este caso, las PASO muestran que se ratifica el estado de crisis de un régimen político en descomposición. Su derrumbe exhibe las muestras del descontento: como se dijo, el ausentismo, el voto blanco-nulo van en ese sentido. Pero el propio voto a Milei contiene un intento de sanción a los oficialismos que, independientemente de dicha intención, es utilizado como masa de maniobra por una variante filofascista. El principal problema para la clase trabajadora es no poseer hoy un proyecto ni un programa que aglutine ese descontento y esa bronca. El voto a Milei termina nutriendo un proyecto derechista, antiderechos, xenófobo, negacionista. Como suele suceder con expresiones conservadoras con base popular, su fuerza política encolumna a expresiones orgánicamente reaccionarias pero también acaudilla a millones que no necesariamente suscriben todo su programa o su perfil ideológico y, hasta en muchos casos, ni siquiera lo conocen.

Como señalábamos, entre los perdedores está principalmente el peronismo (UP), castigado por el deterioro social que promovieron sus políticas de ajuste y continuismo con las del macrismo, y las ya originadas en su gobierno previo mediante la “sintonía fina”. Pero también están quienes gobernaron desde Juntos por el Cambio (JxC). Larreta, el responsable del reciente asesinato público del compañero Facundo Molares, resultó el gran derrotado de la jornada: su campaña millonaria no redundó en un caudal de votos acorde a su despilfarro publicitario. Su discurso centrista de “una nueva mayoría” que sienta bien en los pasillos donde se cocina la rosca política, no fue valorado por el electorado. Morales, su ladero represor, perdió en su propio terruño. La Mendoza cambiemita también quedó en manos de Milei.

En este escenario, el papel de la izquierda que busca representación parlamentaria marchó nuevamente desacoplado de un descontento que no supo interpelar. Protagonista en diversas luchas sociales y sindicales, ese sector (compuesto principalmente por el FITU) desplegó una campaña en el marco de la corrección política donde la acción callejera tuvo menos protagonismo que la producción de spots, transitó episodios marcados por el internismo y no logró instalarse nunca como una alternativa de masas. La pérdida de votos, lógicamente, también afectó al FITU.

Entre quienes ganaron, claramente se encuentran el círculo rojo y el FMI, cuyo programa era el menú fijo de las coaliciones burguesas en disputa. Además de Milei, los grandes electores triunfantes son los exportadores del campo, la gran burguesía, los banqueros. Ellos encabezan una ofensiva contra lxs trabajadorxs y fantasean con una nueva reforma laboral, con la destrucción del movimiento obrero organizado. Las muestras de entusiasmo de Grobocopatel (Grupo Los Grobo) o Galperín (Mercado Libre) no tardaron en llegar mediante sus redes sociales. Las extravagancias, inconsistencias o desvaríos del candidato clown se perdonan a cambio de la promesa de megadevaluación y desmantelamiento de los convenios colectivos. Pero la clase trabajadora no marcha de rodillas dispuesta a aceptar eso. Distintos sectores, colectivos sociales y sindicales protagonizan luchas y resistencias ante las avanzadas patronales. El escenario será de creciente confrontación. La posibilidad de rebeliones masivas como la de Jujuy o Chubut, una realidad.

La que se viene: el programa del FMI en distintas velocidades

El panorama que se desarrolla es la agudización de todo lo que viene ocurriendo. En el marco de la profunda crisis del capitalismo (no sólo nacional) y de una crisis del régimen político que no avizora cerrarse, la burguesía redobla su ofensiva contra lxs trabajadorxs y los territorios. La radicalización del extractivismo es la apuesta de todos los sectores de poder y del imperialismo. A 10 horas, nada más, del cierre de los comicios, el Banco Central devaluó el tipo de cambio oficial en torno al 22% y aumentó la tasa de interés. El dólar blue, que ya venía en disparada, volvió a subir hasta rozar los $700. Es el precio del “rescate” que el FMI promete pero no cumple aún. La combinación de inflación, tarifazos y recesión continuará pulverizando los ya deteriorados salarios. Pero además, el Fondo reclama una reforma laboral en contra de los sindicatos y de los derechos laborales, así como una reforma jubilatoria que pauperice aún más la situación de jubiladxs y pensionadxs.

Es el programa del FMI. Las variantes que discuten los tres candidatos más votados son la administración y velocidad en la ejecución de ese programa, no su contenido ni la vinculación con el organismo. El ajuste fiscal y las reformas estructurales (laborales, previsionales, del estado) siguen siendo la agenda del FMI. Es también la agenda de la burguesía que opera en el país. Para responder a la deuda y al pago de intereses, se refuerza la orientación extractivista… Sin importar las consecuencias que ya hoy provoca el capitalismo al destruir la naturaleza, con incendios crecientes, un mundo a punto de ebullición, sequías e inundaciones, poblaciones enteras desplazadas.

Los dos frentes que marcaron la vida política institucional en los últimos años se ven ahora “amenazados” por el fenómeno Milei. En un escenario de institucionalización y desmovilización promovidos desde el “progresismo”, ante el descontento crecen variantes fascistas, como fueron Trump en EE.UU., o Bolsonaro en Brasil. Sin embargo, el supuesto “outsider” (como Trump, como Bolsonaro) es parte del establishment y viene a darle una forma reaccionaria a la bronca, dentro del sistema. La “casta” contra la que grita Milei es el personal político de esta democracia formal y para su reemplazo recurre a personal político vinculado al sector castrense y a la casta tecnocrática (ya están los empresarios aportando esos cuadros para suplir las falencias del equipo liberal). La bronca no se canaliza contra el poder, sino que toma la forma de movimiento antiderechos definidamente antifeminista, racista, antiindígena, antipobre.

Pero este resultado, cuya magnitud sorprende, pero no su tendencia general, tiene explicaciones. No se puede subestimar el fenómeno, pero tampoco hay que inflarlo cayendo en justificaciones en donde parece que este triunfo obedece sólo a la astucia y el márketing de un energúmeno. En esa expresión individual y coyuntural podemos reconocer procesos más complejos. Es indispensable hacerlo para no caer en la política, tan funcional al sostenimiento del orden establecido, de no poder explicar lo que ocurre y promover la desmovilización, la parálisis y el derrotismo.

La actualidad de 2001

Un primer elemento a destacar es la actualidad que sigue teniendo en la Argentina y, en especial en el régimen político de dominación, la experiencia de 2001. La crisis de representación abierta entonces ha recibido sutura, pero no se ha saldado por completo. Esa crisis no obedeció ni obedece centralmente a eslóganes y campañas sino a que, a 40 años de régimen constitucional, de continuidad (no sin sobresaltos) de la democracia representativa, las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías se deterioran de manera persistente. La dictadura cívico – militar, al imponer la definición contrarrevolucionaria de la situación de aguda confrontación de clases de principios de los ’70, cambió a fondo y de manera duradera la realidad del país. La democracia quedó desligada del contenido de “justicia social” o de mejoras en ingreso y derechos que la había caracterizado durante parte del siglo XX y que explicaba las recurrentes interrupciones de golpes cívico – militares. A 40 años, sabemos que con esta democracia de los ricos no se come, ni se cura, ni se educa.

El 2001 expresó con fuerza el hartazgo y la bronca contra un régimen político que, con sus diversas variantes (PJ / UCR – Alianza por entonces), gestiona y administra el estado a la medida del imperialismo y de la gran burguesía (nacional y extranjera). El “Que se vayan todos” del pueblo fue el de las barricadas, la lucha de calles, con decenas de muertxs. Ese eslogan en boca de Milei y sus seguidores es una falsificación, solo posible por la falta de iniciativa desde la izquierda, algo que merece una autocrítica. Por un lado, existió la dificultad de sostener el estallido a lo largo del tiempo y faltó una unidad programática, clara, precisa, decidida. Por otro lado, la fuerte represión permitió que se reconstruyera la institucionalidad. El conjunto de la clase dominante tuvo claro que el propósito estratégico era evitar que el estallido se transformara en verdadera rebelión.

El kirchnerismo cumplió esa tarea: la reconstrucción de la institucionalidad burguesa. La estatización de buena parte del movimiento de DDHH y del movimiento piquetero, así como la “politización” de una juventud formada en la política desde el estado, con cargos, bancas y recursos, y sobre todo, con un JEFE/JEFA supuestamente infalible. Masividad. Y moderación… limar todo viso de radicalidad callejera o de masas (la radicalidad quedó como patrimonio de “la Jefa” en sus discursos). La crisis de 2008 y la confrontación sumó una mística que pervivió incluso luego de que el gobierno diera marcha atrás con la decisión de cobrar retenciones móviles a los exportadores agrarios. Muchos sectores de izquierda pegaron el salto hacia esa nueva variante del peronismo en ese momento. Vale señalar que desde la máxima conducción siempre el 2001 fue presentado como el “infierno” al que no había que volver. De ahí que en 2008 se apostara a la resolución legislativa con el “no positivo” del vicepresidente transversal Julio Cobos (¿había sido una jugada maestra sumar al radicalismo?). Los atisbos de confrontación directa con los sojeros que cortaban rutas fueron rápidamente desactivados.

Luego vino el 2015 y la “genialidad táctica” de ungir un candidato de centro, amigo personal de Mauricio Macri. La ausencia de militancia y el derrotismo irradiados hacia su base electoral. Ante la lucha de calles contra la reforma previsional, la consigna fue “hay 2019”. Vino entonces otra “genialidad”: la de Alberto Fernández encabezando la fórmula.

Ya en el gobierno, se validó el acuerdo con el FMI. Las renuncias que se dieron entonces o los amagues de ruptura sirvieron más para contener a una base crítica de esa legalización de la estafa que para plantear una alternativa. En ningún momento se pensó en jugar la fuerza de masas para sostener una ruptura con el Fondo que implica una fuerte confrontación con el poder económico. El recule en chancletas. La desmovilización “como cuidado” dejando las calles para una derecha más radicalizada y que tomaba el espacio público en contra de la cuarentena. La derrota electoral de 2021 y la mezcla de telenovela y comedia de enredos, con los discursos, las cartas de “comentaristas”. La corrección política incluso ante el intento de asesinato de CFK ante las cámaras.

En ese largo camino de institucionalización, de moderación, de “real politik” progresista, de cargos, sillones y asesores, muchos de quienes realmente fueron protagonistas de la resistencia de los 90 y los combates callejeros del 2001 fueron dejando atrás prácticas que hoy levanta una variante elitista, misógina y racista del sistema. Queda claro quiénes les abrieron la tranquera a las fieras, quiénes les señalizaron el camino para que lleguen. Es ilógico pensar que puedan ser esos mismos quienes –ahora- los ahuyenten.

Y sin embargo se mueve

Las elecciones son (pueden ser) un termómetro de la relaciones de fuerza entre las clases. Un termómetro que no es exacto en tanto en el plano de la “ciudadanía” la expresión de los intereses de los grupos sociales fundamentales no es lineal. Porque se trata de conquistar la mente y el corazón de otros grupos sociales. Por tanto, las elecciones son (pueden ser), en determinados contextos, una dimensión de la lucha de clases. Pero sin duda, no son LA lucha de clases.

Todo está en movimiento; la propia ofensiva de la burguesía a escala mundial, la guerra interimperialista, el avance arrollador contra la vida en todas sus formas indica que no se puede pensar (y menos actuar) como si en las urnas se definiera nuestra suerte. Quizás sea hora de empezar a superar la ilusión de la democracia formal y recuperar una perspectiva de protagonismo popular, de clase. No va a ser en el marco de la institucionalidad donde podremos cambiar una realidad agobiante. No va a ser con campañas que ponen nombres y fotos antes que ideas. No va a ser con jingles ingeniosos, con un uso esnob de las redes sociales, ni siguiendo las reglas de quienes llevan ya siglos dominando. Será desde la organización, desde la discusión programática y la recreación de una estrategia que abandone el culto al “mal menor”. Será mediante la construcción de organismos de masas que lo puedan implementar.

Será consiguiendo unirnos en la diversidad quienes estamos convencidxs de que cada vez más la revolución no sólo es necesaria, también es posible. Construir esa fuerza, desde abajo y a la izquierda. Militando. Organizándonos. Preparándonos para enfrentar los embates que desde el poder ya descargan y prometen aumentar, y que alentarán la rebelión. Aquella rebelión que se ha insinuado en las calles de nuestro continente, en Jujuy, en Chubut, y que tenemos el desafío de convertir en el primer paso de una revolución, socialista, antiimperialista, anticolonial, antipatriarcal. Nuestro pueblo, en cuya memoria histórica perviven las rebeliones anticoloniales pero también el Cordobazo; en cuyas venas corren las gestas obreras de principios de siglo XX y también la lucha revolucionaria del PRT y de la generación del 70; nuestro pueblo, ese que sabrá forjar el camino para enfrentar a esta versión devaluada de una clase dominante en descomposición.

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