A raíz de la reciente marcha contra este monopolio que se da en distintos lugares del planeta, abrimos el debate acerca de la necesidad de vincular la lucha contra esta empresa con el conjunto del sistema del que forma parte.

Monsanto. Una historia de lucro y veneno junto al imperialismo

En 1970, un investigador de la empresa química Monsanto descubrió un nuevo componente químico, que más adelante se conocería como Glifosato, con la capacidad de detener el crecimiento de las plantas. Su absorción se daba por las hojas de los vegetales, y no desde la raíz, impidiendo que prosigan su crecimiento. Pero la empresa venía produciendo pesticidas y desfoliantes desde hacía tiempo. El llamado “agente naranja” que la empresa produjo junto a Dow Chemical para el ejército norteamericano y que se virtió en millones de litros sobre Vietnam para arruinar cultivos y desplazar poblaciones es un antecedente ineludible. Las consecuencias de aquella acción criminal dejaron no solo muertos, sino cientos de miles de vietnamitas enfermos y con malformaciones.

Como ha documentado la conocida periodista Mrie Minique Robin, Monsanto ha hecho millones en base al despojo: patentando semillas e impidiendo su uso sin pago de regalías; avanzando en el control total de la cadena de producción en el agro con sus semillas modificadas que son las que toleran sus pesticidas; envenenando el suelo y provocando cáncer; falsificando informes científicos; comprando el silencio de comunicadorxs y el beneficio de lxs políticxs…

Se trata de una empresa que es emblema del sistema capitalista, que sabe representar fielmente.

Cinco siglos igual

No hay capitalismo sin extractivismo. El capitalismo implica la reafirmación de una estructura de sometimiento en la economía mundial. Debido al carácter autorreferencial del capital, esta cara del proceso productivo no conoce ni acepta límites externos a su dinámica. La idea de crecimiento sin límites es una consecuencia directa del fetichismo en las formas sociales de consumo y producción de la sociedad actual. La contradicción entre una naturaleza limitada conviviendo con necesidades ilimitadas y la ilimitada acumulación de capital es intrínseca al capitalismo.

Ningún espacio de aire, tierra, montañas, mar, suelo, subsuelo, selva, montes, hielos, se salva de la depredación y de la destrucción de sus estructuras. La megaminería, así como otros proyectos extractivistas hidrocarburíferos, agrícolas, hídricos, como también la forma de producción y consumo urbanos, etc. son parte de un modelo de desarrollo muy conocido y muy debatido en América Latina, con consecuencias económicas, políticas, sociales que consolidan la dependencia y la destrucción ambiental de nuestros territorios. Por eso, para hablar de eliminar al extractivismo, no podemos sino más que apostar a un proyecto político, social y ambiental basado en otro tipo de matriz de producción y consumo, que debe tener como horizonte destruir el modo de producción capitalista.

Depredador es el carácter del capitalismo en esta etapa de la historia humana, de “acumulación por desposesión”, tal como lo definiera David Harvey al enunciar las continuidades en los mecanismos de despojo del sistema, que se proyectan desde la llamada “acumulación originaria” pero que permanecen. El sistema va incorporando nuevas áreas a su lógica de explotación y mercantilización, y el despojo se va acrecentando. Las empresas y corporaciones, sus CEOs y gobiernos pueden dibujar un perfil amable, como la MEMAC (Mesa Nacional Sobre Minería Abierta a la Comunidad) presentada la misma tarde en que los habitantes de Choya, Catamarca eran molidos a palos por protestar contra el proyecto Mara, defendiendo el agua para vivir. Todo para que el litio y otros metales vayan directo a los automóviles eléctricos Tesla de Elon Musk.

El extractivismo no es un fenómeno nuevo, muy por el contrario lleva siglos desarrollándose, de la mano del avance del sistema mundial capitalista. Lo novedoso, que de todas maneras lleva unas cuentas décadas profundizándose, tiene que ver con la velocidad de este avance y con el corrimiento de límites “naturales” que se creía imposible vencer un siglo atrás. Hoy más que nunca es evidente el agobio que ha sufrido el medio ambiente y el impacto que eso tiene en la vida de la humanidad, golpeando como siempre a las regiones más vulnerables del mundo, y a las poblaciones más castigadas.

 

Los emprendimientos de avance de la frontera agrícola – ganadera, los emprendimientos megamineros, el fracking, etc. tienen a un conjunto reducido de empresas muy poderosas que se pueden identificar.

Esta situación permite por un lado visualizar el antagonismo con contornos más precisos; al mismo tiempo, conlleva el riesgo de atribuir a determinadas empresas (por su origen, tamaño, dueños, etc.) características que corresponde devastación fuera de los límites de un único país.

 

A las calles

Una encrucijada múltiple une esta lucha contra Monsanto con otras contra el hambre, en  nuestro país y en el mundo. El aumento de los precios de los alimentos, empujado por la guerra en Ucrania se descarga contra nuestros pueblos, y se enlaza con el desenfrenado deterioro local de los salarios que por vía inflación aumenta los saldos de capital para el pago al FMI, dándole validez a la estafa de la deuda externa.

La Gran Marcha Federal de movimientos sociales y piqueterxs y el conjunto de las luchas en defensa del agua, contra la aplicación de agrotóxicos, contra la megaminería, los proyectos hidrocarburíferos en el mar, contra el extractivismo urbano, peleas que está desplegando nuestro pueblo y trabajadorxs ocupados y desocupados, tienen delante un enemigo que va dejando cada vez menos oculto su rostro: los gobiernos provinciales y nacional, que avalan y facilitan el avance de empresas y cámaras empresarias sobre los intereses y necesidades alimentarias, sanitarias educativas y culturales del conjunto de la población. En ese aspecto no hay grietas: la entrega a emprendimientos altamente contaminantes y que dejan además un saldo exiguo en términos de la propia ganancia capitalista, se despliega gobierno tras gobierno. El actual gobierno nacional profundiza un modelo que viene desarrollándose hace décadas de entrega de los bienes comunes de nuestro país, y para ello sobran los ejemplos: petróleo, mineras, miles y miles de hectáreas productivas, en manos privadas, con excenciones impositivas y sin regulación. Juan Cabandié, Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, estaba entregando el Mar Argentino para explotación petrolera offshore mientras el país estaba literalmente en llamas. Pero también sobran los ejemplos de resistencia: las marchas del “No a la Mina”, las Asambleas por el Agua, el Chubutazo, y en ellas la marcha Mundial Contra Monsanto.

Monsanto es un enemigo concreto, que con su política de agrotóxicos, transgénicos y fertilizantes se viene llevando puesto el medio ambiente y también la salud y la vida de miles de personas. Pero el sistema capitalista es el verdadero depredador. No hay capitalismo humano, ni extractivismo sustentable.

¡Fuera Bayer-Monsanto! ¡Fuera Syngenta!

¡Basta de agrotóxicos!

Es necesario poner en discusión la producción sustentable y planificada de los alimentos, contra la lógica capitalista.

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