
Por ellas, por elles. Por nosotras, nosotres. Por quienes estamos y quienes vendrán, redoblamos nuestra lucha, contra la violencia machista y patriarcal. Contra este sistema de muerte, explotación y opresión. Porque si nuestra vida no es digna, dignidad será luchar para cambiarla. ¡A la huelga internacional, plurinacional, de mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries! ¡A las calles las trabajadoras, piqueteras, desocupadas, migrantes, marrones y negras! ¡Por todos nuestros derechos! ¡Por un movimiento que haga temblar la tierra!
En todo el mundo, damos curso a un nuevo Paro Internacional de mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries. Como cada 8 de marzo – Día internacional de las mujeres trabajadoras – nosotras/es, no sólo conmemoramos a las 123 mujeres asesinadas en la fábrica textil estadounidense, sino también a todas nuestras hermanas y compañeras luchadoras, asesinadas por la violencia machista, patriarcal y capitalista. Por todas las que continúan la lucha, por todas las que siembran revolución.
El Estado y los gobiernos son responsables
En lo que va de este año, nos enfrentamos a diario con noticias escalofriantes. Cada 23hs conocemos la historia de un nuevo femicidio. Y, lo que para las agencias de noticias y hasta para el mismo gobierno, son cifras para nosotras/es, es la historia cotidiana de la violencia patriarcal. La desidia, la complicidad de la justicia, la inacción del Estado y el rechazo a implementar leyes existentes para la prevención, sanción y erradicación de la violencia machista, son la historia cotidiana que atraviesa nuestros cuerpos, nuestras vidas.
Cada 23hs escribimos el listado de nombres, de historias que coinciden: todas las asesinadas habían realizado previamente más de una denuncia para recibir asistencia, sin respuesta alguna. La burocracia de la (in)justicia se complementa con el carácter propio del sistema judicial, misógino, clasista y sumamente patriarcal. Cotidianamente nos encontramos con procesos revictimizantes, con promesas de atención y subsidios que jamás llegan. ¿O acaso ya no recuerda la ministra Elizabeth Gómez Alcorta su anuncio de atención económica para mujeres y disidencias víctimas de violencia machista? ¿Acaso cree Alberto Fernández que con cursos formativos en todos los espacios de gobierno todo se soluciona? ¿Dónde están los recursos asignados para el Ministerio de las Mujeres y Diversidad? Mientras tanto, las fuerzas policiales, más ocupadas en reprimir protestas ante nuevos femicidios, nos siguen cuestionando qué habremos hecho para ser violentadas, como hizo con Úrsula, con Norma, con Ivana, con Mirna, con todas. ¿Cuántas más?
Pero la violencia machista y patriarcal, no se trata sólo de femicidios. La violencia económica, la pobreza, el desempleo, la falta de atención sanitaria, exponer nuestra vida –y más aún en un contexto de pandemia – también es violencia patriarcal y el Estado bien sabe cómo funciona. Nosotras, nosotres, las maestras que retomamos las clases en escuelas devastadas y sin siquiera la garantía del cumplimiento del protocolo para prevenir nuevos casos de COVID, sirven de ejemplo. Las trabajadoras de la salud que aún ni siquiera accedieron a la vacuna y se mantienen con un salario desactualizado. Las trabajadoras precarizadas, que sostuvieron las ollas populares y comedores que se han triplicado durante 2020, ni siquiera son reconocidas. Nosotras sostenemos todos los espacios productivos de asistencia, de cuidado. Somos las que generamos redes de contención y solidaridad ante la ausencia estatal, ante las negociaciones de las centrales sindicales burocráticas (más urgidas por complacer a cualquier patrón antes que defender nuestros derechos). Somos nosotras, nosotres, quienes sostenemos la vida diaria, productiva y social, sin reconocimiento económico, sin asistencia sanitaria, sin acceso a un trabajo digno.
Somos nosotras, quienes nos endeudamos para llegar a fin de mes. Las que sostenemos a nuestras familias, a nuestres hijes, las que trabajamos más horas por menor salario (porque la brecha salarial no deja de crecer). Las que debemos rendir cuentas, mientras la inflación escala a un 40% a la vez que el 40% de la población en nuestro país es pobre. Las que tomamos tierras para vivir y somos salvajemente reprimidas de la mano de secretarios de “seguridad” como Sergio Berni. Somos nosotras, las que aún seguimos escuchando promesas de leyes nuevas para prevenir y sancionar la violencia machista, aunque lo curioso es que las leyes en realidad ya existen, pero nunca hay presupuesto para implementarlas.
Un movimiento en disputa
La expresión de lo que fue el primer 3 de junio “Ni una menos”, fue el saldo de décadas de lucha y construcción, al igual que la lucha por la legalización del aborto. El crecimiento desbordante y rebelde del movimiento de mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries, avanzó durante los últimos años cuestionando prácticas sociales, culturales, como también el carácter del Estado, los gobiernos y su vinculación con el poder clerical. Hasta el pasado 2020 el movimiento se expresaba antipatriarcal, anticapitalista, independiente de todos los gobiernos y de las iglesias. Pero de las palabras no vive el movimiento, tampoco nuestra lucha.
Los debates con el feminismo liberal no son novedad. Ya en la década de 1960 las feministas negras, trabajadoras, indígenas, discutían con las feministas burguesas que disociaban la lucha por los derechos de las mujeres de la lucha contra el sistema capitalista. Aquella frase de Domitila Chungara, que gritara en el Congreso Internacional de Mujeres a las feministas norteamericanas adineradas algo así como “No somos iguales, señora”, sería uno de los lemas que quedara grabado a fuego en la disputa y la construcción de una perspectiva propia de las feministas latinoamericanas, indígenas, campesinas, pobres, trabajadoras.
Las disputas dentro de los feminismos en la actualidad, tienen varios puntos en común. Desde 2019 en nuestro movimiento se ha dado la discusión sobre el carácter de clase, que debía y debe contener. Las afinidades hacia el actual gobierno no se han demorado por parte de un conjunto de organizaciones que disocian la lucha feminista de la lucha anticapitalista; que conciben que podemos alcanzar el conjunto de nuestras reivindicaciones dentro de los marcos de este sistema y apoyan las políticas limitadas del gobierno nacional. Ya ese mismo año 2019, sectores sindicales rompían nuestras movilizaciones unitarias. Y hoy directamente queda expresado una división que es profundamente ideológica. Es así que este 8 de marzo, se realizarán dos actos: uno, convocado por los sectores con mayor afinidad al gobierno actual, que sólo concentra en Congreso; y otro que incluye movilización, que partirá desde Plaza de Mayo y finalizará en Congreso – Plaza Lorea, con la lectura de un pliego unitario de reivindicaciones y demandas, realizado entre diversas organizaciones sociales, políticas, sindicales y de trabajadoras precarizadas.
El patriarcado no terminó, a pesar de que Alberto Fernández – un varón – crea que con sólo enunciarlo está hecho. Tampoco se termina hasta que la explotación y la opresión que vivimos finalice. Tampoco ha terminado, aunque hayamos salido victoriosas/es en 2020, ganando la aprobación de la ley para la Interrupción Voluntaria del Embarazo. No se termina y por eso continuamos en lucha, por nuestro derecho a una vida digna, en todas las dimensiones. Porque sólo alcanzaremos plenamente nuestros derechos, cuando superemos este sistema de muerte y explotación de nuestra tierra y de nuestros cuerpos, en el que los intereses de las clases dominantes son garantizados por el Estado y los gobiernos con políticas que nos empobrecen, nos explotan, nos matan.
Nuestras tareas, en este sentido, son urgentes. Debemos construir el movimiento de mujeres, lesbianas, trans, travestis, no binaries, trabajadoras, desocupadas, migrantes, negras, originarias, marrones, con perspectiva de clase, que surja desde nuestros suelos, desde abajo, desde les más. Desde nuestras luchas, que aún se mantienen fragmentadas, desde una mirada anti-sistémica. Y nada más político que eso. Porque el problema es de carácter político, se trata de cómo construir una política feminista, emancipadora, con perspectiva de clase, y no un movimiento que vaya oscilando detrás de las orientaciones eclécticas según el gobierno de turno.
Necesitamos construir un movimiento que una nuestras luchas, que retome las calles con fuerza, que consolide las redes más allá de estas fronteras. Un movimiento internacional y plurinacional. Un movimiento que vuelva a desbordar a los gobiernos, a las dirigencias políticas y sindicales, como también que cuestione una y otra vez, las prácticas sociales, culturales, políticas y económicas patriarcales, misóginas y clasistas.
Una vez más, que se escuche nuestro grito. Y que nuestro grito, sea acción y organización.
Una vez más, nos levantamos en la lucha. Porque nos urge una vida digna, una vida plena. Sin explotación ni opresión. Nos urge un mundo socialista y feminista. Porque sin feminismo no hay socialismo, y sin socialismo no hay revolución.
¡Venceremos!