En esta nota, nos centramos en la lectura del Capítulo I del libro, “Dogmatismo y ‘libertad de crítica’”. Recomendamos leer primero las notas previas:  aniversario de la muerte de Lenin, parte I y parte II de “Volver al ¿Qué hacer? de Lenin”.

El eje articulador del capítulo es claro: “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario”. Difícilmente podría haberse expresado de manera más concisa y sólida la perspectiva de la necesaria unidad entre teoría y práctica. La escisión entre ambas no puede resolverse a través de la sumatoria ni de la yuxtaposición: desarrollo del movimiento, por un lado, y desarrollo de la teoría por el otro. A tal punto es importante la cuestión, que fue considerado por Lenin como indispensable punto de partido del folleto que tiene por finalidad resolver los “problemas candentes” de la socialdemocracia. La lucha contra el reformismo tiene aquí su columna vertebral, sus pies tanto como su cabeza, su punto de llegada y de partida.

La estructura de la exposición es la siguiente. Comienza en el apartado analizando el sentido y la orientación política oportunista de la llamada “libertad de crítica” a nivel internacional. Luego, en los dos apartados siguientes aborda la forma en que dicha tendencia cobra forma en Rusia. Finalmente, recupera aportes de Engels sobre la relevancia de la lucha teórica. En el último aparatado, seguimos el texto de Lenin pero destacamos el diálogo entre las circunstancias de escritura entonces y de lectura hoy.

“a) ¿Qué significa la ‘libertad de crítica’?”

Otorgar significado no es otra cosa que poner un elemento en relación con la totalidad en la que se inserta. Siguiendo este método, Lenin ubica en el llamado a la “libertad de crítica” la expresión en el plano teórico de la corriente oportunista:

”...para nadie es un secreto que en el seno de la socialdemocracia internacional contemporánea se han formado dos tendencias cuya lucha tan pronto se reaviva y estalla en llamas, como se calma y adormece bajo las cenizas de imponentes ‘resoluciones de armisticio’. En qué consiste la ‘nueva’ tendencia, que asume una actitud ‘crítica’ frente al marxismo ‘viejo, dogmático’, lo ha dicho Bernstein y lo ha mostrado Millerand con suficiente claridad.” (Lenin, ¿Qué hacer?, Ed. Anteo, Buenos Aires, 1973, pág., 36).

Ya en la nota previa señalamos quién fue Eduard Bernstein. Bernstein fue repudiado por haber llevado a sus conclusiones últimas una lógica que se venía desplegando dentro del propio movimiento socialista, es decir, por haber “elevado a teoría” la tendencia reformista que se venía desarrollando en la práctica. El rechazo de sus tesis en la teoría, no impidió que en la práctica esa tendencia se profundizara. De hecho, la culminación de ese desarrollo de adaptación reformista se produjo en la política de la II Internacional ante el estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914. Revolucionarixs como Lenin y Rosa Luxemburgo no necesitaron esperar a ver la bancarrota para cuestionar el desvío que conducía a la debacle.

Menos conocido, Millerand fue el primer socialista en integrar en carácter de ministro un gobierno. Como siempre, hubo “circunstancias especiales” para promover (o para justificar) semejante decisión política. Francia estaba atravesada por el “caso Dreyfus” que puso al desnudo la fuerza de la extrema derecha profundamente xenófoba y racista. La integración de Alexandre Millerand como ministro de Comercio e Industria venía a ser una defensa contra el avance derechista. No obstante, era bastante más que eso. Se trataba de una táctica (cualquier semejanza con la actualidad no es pura coincidencia) que postulaban entre otros Jean Jaurès y que defendía la “penetración de todas las instituciones de la sociedad burguesa” como forma de conseguir el socialismo.

Rosa Luxemburgo escribió un breve y memorable documento (“Una respuesta a una consulta internacional”, estrictamente) sobre la cuestión: “El carácter de un gobierno burgués no está determinado por el carácter personal de sus miembros, sino por su función orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del Estado moderno es esencialmente una organización de la dominación de clase cuya función reguladora es una de las condiciones de existencia del Estado de clase. Con la entrada de un socialista en el gobierno, el dominio de la clase sigue existiendo, el gobierno burgués no se convertirá en un gobierno socialista, sino el socialista se convertirá en un ministro burgués.” (Dicho sea de paso, un quinquenio más tarde Millerand fue expulsado del partido; y fue presidente de Francia en la década de 1920.)

Resume Lenin: la “libertad de crítica” no es otra cosa que el reclamo de “libertad” para introducir en el seno del partido obrero la crítica burguesa a todas las ideas centrales del marxismo. Es decir, en nombre de la libertad y de la crítica, lo que se busca es la libertad para que la tendencia oportunista convierta al partido en un partido demócrata por reformas, que no combate el orden social, sino que busca hacerlo más digerible para las masas.

“b) Los nuevos defensores de la ‘libertad de crítica’”

La lectura del presente apartado, menos relevante en términos teóricos y políticos que otros, no deja de ser revelador de prácticas que, lamentablemente, hoy son moneda corriente en el campo de la izquierda. Nos referimos al modo en que la tendencia oportunista que se identifica con los “defensores de la libertad de crítica” juega al escondite en la polémica. Decía Lenin: “tratan de alcanzar sus objetivos no por medio de una lucha abierta a favor de los principios y la nueva táctica, sino valiéndose de una corrupción gradual, imperceptible y, si se puede usar esta expresión, impune de su partido…”. (pág., 47).

Como también señalaba Rosa en ¿Reforma o revolución? la nueva tendencia no se presenta abiertamente como una revisión del marxismo. La negativa al debate, el “escándalo” por la “aspereza”, por la “intolerancia”, por considerar una “polémica impropia de camaradas” ya habían sido críticas dirigidas a Engels cuando en 1878 escribió el Anti – Dühring. Serían un leit – motiv en los debates encarados por Lenin y por todos los sectores revolucionarios. “Llamativamente” el viraje hacia una concepción burguesa del mundo y de la historia no generaba escándalo ni ofuscación; menos aún el modo “políticamente correcto”, pero intelectualmente deshonesto, de no plantear el fondo de las cosas y de no asumir hasta las últimas consecuencias la propia posición.

Decían por entonces quienes se incomodaban con la polémica, “todos defienden los intereses del proletariado”. Como buen marxista, Lenin respondía: “sólo a través de la experiencia histórica se puede resolver definitivamente y sin vuelta de hoja el problema de si están por la lucha de clases del proletariado” (pág. 44).

Revisar estas páginas en un tiempo en el que la condición de la posmodernidad ha calado hondo en el sentido común, incluso de la militancia, es aleccionador. Como marxistas, no defendemos la noción de que cualquier crítica es sinónimo de pensamiento crítico, menos aún que pueda ser equiparada sin más a perspectiva revolucionaria. El fascismo critica al capitalismo, critica al liberalismo y no por eso es revolucionario. El liberalismo critica al estado y no es ésa una crítica revolucionaria.

Hay que saber ubicar el nivel o dimensión de la crítica. A modo de ejemplo, muy correctamente, el Che (como otres revolucionaries) criticaron los escritos de Marx sobre México. Eso no significa renegar de la perspectiva global, sino por el contrario, conduce a corregir y a profundizar una concepción de mundo que se orienta a la plena emancipación humana.

La concepción posmoderna (forma concreta de esta etapa del pensamiento burgués) triunfa cuando les militantes no partimos de una concepción de mundo, de una filosofía, de un método desde el cual analizar y plantear todos y cada uno de los problemas que se nos presentan. En nuestra concepción marxista, la perspectiva de totalidad es central. No es cierto que todo está al mismo nivel. Tampoco que algo por ser nuevo es, necesariamente, superador de lo anterior; nuestra perspectiva del tiempo histórico no es el mito de la evolución lineal ascendente. Desde sus orígenes allí por 1847 el materialismo histórico cuestionó las perspectivas del materialismo vulgar y al idealismo; pero no por ello renunció a la ciencia ni a la idea de que se puede llegar a la verdad a partir de múltiples aproximaciones. Al contrario. La verdad no es la empírea, no se conoce en forma inmediata (de allí, la necesidad de la ciencia como proyecto humano y potencialmente emancipador). Para el marxismo la verdad no es subjetiva, tampoco está en el objeto, sino que la verdad se verifica en la praxis. En otras palabras, el relativismo es la otra cara, y no la superación, del positivismo cientificista. El materialismo histórico critica a ambos.

Este es el punto de vista que defiende Lenin. No se trata de evaluar las intenciones, ni siquiera de hacer valoraciones personales de quienes dicen estar a favor de la lucha proletaria mientras promueven la entrega de esa arma irreemplazable que es partir de una concepción del mundo. La verdad se demostrará en “la experiencia histórica” sólo allí se puede “resolver definitivamente” si está o no a favor de los intereses históricos del proletariado. Tras varias décadas de prédica acerca de que lo único que existe es el discurso, recuperar la praxis como criterio de verdad es sumamente importante.

 “c) La crítica en Rusia”

La crítica a concepciones centrales del marxismo y de la perspectiva revolucionaria en Rusia se basó en la confluencia del movimiento obrero espontáneo y el marxismo legal. El marxismo legal estaba habilitado por la férrea censura zarista que divulgaba y producía un marxismo retaceado, no sólo por el contexto sino por la propia concepción de quienes lo encarnaban, que eran demócratas burgueses.

Lejos de cualquier purismo, Lenin no objeta la necesidad y la conveniencia de tener de aliadxs a lxs demócratas burgueses. Pero señala que “es condición indispensable para esta alianza que los socialistas tengan plena posibilidad de revelar a la clase obrera el antagonismo hostil entre sus intereses y los de la burguesía. Mas  el bernsteinianismo y la tendencia ‘crítica’, hacia la cual evolucionó totalmente la mayoría de los marxistas legales, habían eliminado esa posibilidad y corrompían la conciencia socialista, envileciendo el marxismo, predicando la teoría de la atenuación de las contradicciones sociales, proclamando que es  absurda la idea de la revolución social y de la dictadura del proletariado, reduciendo el movimiento obrero y la lucha de clases a un trade-unionismo estrecho y a la lucha ‘realista’ por pequeñas y graduables reformas. Era exactamente lo mismo que si la democracia burguesa negara el derecho del socialismo a la independencia, y, por tanto, su derecho a la existencia; en la práctica, eso significaba tender a convertir el incipiente movimiento obrero en un apéndice de los liberales.” (págs. 50-51).

La consigna “¡contra la ortodoxia!” sostenida por la “crítica” en el terreno de la literatura política empalmó en el movimiento obrero con la “propensión de los socialdemócratas prácticos por el ‘economismo’.” Partiendo de lugares y perspectivas en principio diversas, y en apariencia hasta antagónicas, la crítica legal y el economismo ilegal (perseguido por la policía del zar) confluyeron. En términos de táctica, es decir, del “plan de actividad sistemática, elaborado a base de principios firmes y aplicado con perseverancia” esta confluencia implicaba que lxs obrerxs se encarguen de la lucha trade-unionista y que la intelectualidad marxista se fusione con la liberal para encargarse de la lucha política.

Ante la denuncia pública de esta concepción y de esta confluencia, desde el economismo se respondió denunciando la “sobreestimación de la ideología” por parte de Lenin y de Iskra. Para Lenin, quienes estaban de hecho y no sólo de palabra contra el oportunismo que se desplegaba en Rusia (y en otros países) debían (1) reanudar el trabajo teórico; (2) emprender una lucha activa contra la ‘crítica legal’ “que corrompía profundamente los espíritus”; (3) “había que actuar de un modo enérgico contra la dispersión y las vacilaciones en el movimiento práctico, denunciando y refutando toda tentativa de rebajar, conciente o inconcientemente, nuestro programa y nuestra táctica.” (pág. 54).

Mientras los críticos buscaban a través de la consigna de la “libertad de crítica” mantener su falta de vínculos con el partido y con las tradiciones partidarias en general, los economistas reclamaban la “plenitud de derechos del movimiento en el presente”. Concluye: “En cambio, a nosotros, los socialdemócratas revolucionarios, nos disgusta ese culto de la espontaneidad, es decir, de lo que existe ‘en el momento actual’, reclamamos que se modifique la táctica que ha prevalecido estos últimos años, declaramos que ‘antes de unirnos, y para unirnos, debemos comenzar por definirnos con decisión y claridad’ (del anuncio sobre la publicación de Iskra).” (pág. 57).

“d) Engels y la importancia de la lucha teórica”

Es claro que el marxismo no concibe la actividad intelectual como ésta se expresa de modo predominante en la sociedad burguesa: despegue de las necesidades del pueblo, diletantismo, egolatría, pose, prestigismo, etc. Sin embargo, la superación de esa posición no se consigue renegando de la formación intelectual o abandonando la lucha teórica. El rechazo del movimiento práctico al trabajo teórico, entendido como “cosa de intelectuales” que “no aporta al movimiento” significa un corrimiento respecto del corazón del marxismo.

Lenin recupera los aportes de Engels. En el Prefacio a la edición de 1870 de La guerra campesina en Alemania, Engels revisa el desarrollo del movimiento obrero a nivel internacional y enfatiza la potencia del movimiento obrero alemán por desarrollar las tres direcciones de la lucha: económico – práctica (resistencia a los capitalistas), política y teórica. El materialismo histórico como “concepción de mundo”, como método, programa y horizonte, no es algo exterior al movimiento revolucionario.

A contramano de eso, “la ‘libertad crítica’ significa prescindir de toda teoría coherente y meditada, significa eclecticismo y falta de principios.” (pág.59). Muchos cultores de la renuncia a la lucha teórica, respondían en época de Lenin y también ahora, que “cada paso del movimiento efectivo es más importante que una decena de programas.” Frase de la Crítica al Programa de Gotha redactada por Marx. Con no poca ironía, Lenin sostiene que repetir esa frase en una época de dispersión teórica es desorganizador y lleva a un retroceso. Además, con gran razón, recuerda que todo el texto de Marx es una crítica a un programa surgido de la unidad de los socialistas alemanes con los lasalleanos. Y que la conclusión de esa frase que arranca con “cada paso del movimiento real” culmina en el llamado de no traficar los principios. SI de lo que se trata es de redactar acuerdos que permitan la acción común, es una cosa, pero avanzar en una redacción de un programa de principios sin una perspectiva teórica coherente atenta, en lugar de alentar, el desarrollo revolucionario.

Llega la exposición en este punto a la conclusión central que señalamos en la introducción de este artículo: “Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica.” (pág.60)

Importancia de la teoría: tres circunstancias en el siglo XX y en el XXI

Por razones de exposición, agregamos este apartado. Destaca tres circunstancias que hacían, a principios del siglo XX, mayor aún la importancia de la teoría. La tercera refiere a las tareas nacionales que tenía planteadas la socialdemocracia rusa y a la importancia internacional de la lucha contra el zarismo. Sería interesante pensar en esa clave cuál es el rol y papel de nuestra lucha en el territorio nacional en clave regional e internacional. Reflexión que, sin duda, requiere estrechar los lazos e intercambios entre organizaciones hermanas de Nuestra América y del mundo.

Las primeras dos vamos a citarlas en extenso, porque tienen mucha relación con nuestros desafíos actuales y ayudan a comprender lo específico de nuestras propias circunstancias.

“primeramente, por el hecho de que nuestro partido sólo ha empezado a formarse, sólo ha empezado a elaborar su fisonomía, y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento revolucionario que amenazan con desviar el movimiento del camino justo. Por el contrario, precisamente estos últimos tiempos se han distinguido (como hace ya mucho lo predijo Axelrod a los ‘economistas’) por una reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas. En estas condiciones, un error ‘sin importancia’ a primera vista, puede causar los más desastrosos efectos, y sólo gente miope puede encontrar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual ‘matiz’ puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años.

“En segundo lugar, el movimiento socialdemócrata es, por su propia naturaleza, internacional. Esto no sólo significa que debamos combatir el chovinismo nacional. Esto significa también que el movimiento incipiente en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a condición de que haga suya la experiencia de otros países. Para ello, no basta conocer simplemente esta experiencia o copiar simplemente las últimas resoluciones adoptadas; para ello es necesario saber asumir una actitud crítica frente a esta experiencia y comprobarla por sí mismo. Todo aquel que se imagine el gigantesco crecimiento y ramificación del movimiento obrero contemporáneo comprenderá la reserva de fuerzas teóricas y de experiencia política (así como revolucionaria) que es necesaria para cumplir esta tarea.” (pp.60-61)

Como decíamos en la parte I de esta serie de notas, la realidad que enfrentamos prácticamente en todo el mundo es que muchos partidos que se habían forjado en la perspectiva revolucionaria han sido desintegrados por la represión. Otros se han desviado abrevando en diversas variantes del reformismo y de alianzas subordinadas con alguna expresión política de la burguesía. Finalmente, somos varios los que estamos tratando de reconstruir estrategia revolucionaria en este siglo XXI, y para eso volvemos a pensar cómo construir partido. Por estas diversas razones, bien vale el señalamiento de que nuestro partido está comenzando a definir su fisonomía. Lamentablemente, la necesidad de delimitación que enfrentamos no es hoy ante tendencias revolucionarias no marxistas, sino ante diversas variantes del reformismo y del progresismo. El oportunismo y el revisionismo ya se han vuelto tan predominantes que ni siquiera se los nombra. El posibilismo y realpolitik abundan. Como alertaba Rosa Luxemburgo, el viraje de la lucha por reformas para la preparación subjetiva de la clase para la toma del poder, a la lucha por reformas para mejorar objetivamente las condiciones de vida es hoy dominante. En definitiva, lo que está en juego es disputar, en principio en la lucha teórica, la actualidad y la necesidad de la revolución y la legitimidad de un proyecto hostil y antagónico a este sistema de muerte.

Urge avanzar en el balance de la experiencia internacional de la última etapa, desde la dictadura en Argentina, y de forma “globalizada” desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y el derrumbe de la URSS. Las condiciones objetivas y subjetivas han cambiado de forma muy significativa. El sólo hecho de levantar banderas luego de una derrota hace diferente el problema que la formación inicial. A pesar de lo doloroso, el cúmulo de experiencia debe servirnos para afinar y afilar nuestros sueños y planes. No hay excusa para no avanzar en ello.

Valeria Ianni

 

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