Como ya anticipáramos al cumplirse el aniversario de la muerte de Lenin, y también en la parte I de esta nota, compartiremos algunas ideas centrales del ¿Qué hacer? que retienen una gran actualidad. Incluiremos varias citas textuales porque, en el contexto de confusión, es necesario promover la lectura de “primera mano”. Esa recuperación nos servirá para identificar y analizar con mayor precisión nuestros propios problemas “candentes”. Como siempre, no para interpretar sino para transformar.

El contexto del texto

Aunque no es el propósito central de este texto, es importante tener un panorama, aunque sea escueto y esquemático, de cuál era la realidad en la que Lenin escribió el ¿Qué hacer?

Entre 1873 y 1896 aproximadamente, el capitalismo había atravesado una crisis importante (la “Gran depresión”) de la que consiguió salir con la combinación de expansión colonial, aumento de la explotación y transformaciones técnicas. En términos políticos, la Comuna de París de 1871, primera experiencia de toma del poder por la clase trabajadora, había mostrado que el comunismo era algo más que un fantasma. La salida de la crisis capitalista de fines del siglo XIX produjo también una acomodación del sistema de dominación burgués. La extensión del voto y el reconocimiento del derecho a organización fueron al mismo tiempo conquistas de les trabajadores, como formas del poder para canalizar y controlar el movimiento de protesta.

En ese contexto de las últimas décadas del siglo XIX, se fueron constituyendo los partidos socialistas en el marco de la II Internacional. El partido más fuerte era el alemán que tenía publicaciones, periódicos, sindicatos, bancada parlamentaria. Dentro de esos partidos que iban obteniendo conquistas parciales, empezó a formarse una corriente que se irá alejando del camino revolucionario. En 1899 Eduard Bernstein publicó Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. La obra significaba la elevación a teoría de la tendencia al reformismo, al revisionismo y al oportunismo. Y esto era realizado en el principal partido obrero, planteado como una adecuación a la nueva época histórica del capitalismo. Sus tesis principales apuntaban a que había que revisar los fundamentos del marxismo ya que el capitalismo había logrado conjurar las crisis. Por tanto, la revolución ya no era necesaria, debido a que a través de una conquista gradual de reformas y bancas podía llegarse al socialismo. Esas ideas fueron condenadas teóricamente. Pero la práctica sigue orientándose en los hechos en ese sentido.

Mientras esto ocurría en Europa occidental, la situación en Rusia tenía otras particularidades. Desde la época de la Revolución Francesa, la autocracia rusa se había reforzado, ocupando un lugar de vanguardia de la contrarrevolución (contra la revolución burguesa, primero, y prontamente, contra la revolución obrera).

La abolición de la servidumbre en 1861 fue una medida del viejo orden para perpetuarse. La desintegración interna de las comunidades campesinas se vio acelerada a partir de esta medida que facilitó el desarrollo del capitalismo: unos pocos campesinos se enriquecían acumulando capital y tierras mientras la amplia mayoría debía emplearse por un jornal por no tener tierra suficiente para subsistir.

Por otra parte, la inversión extranjera propia de la fase imperialista del capital hizo que la formación económica y social rusa contuviera al mismo tiempo enormes fábricas con las técnicas más avanzadas que las de Europa occidental, en las que se concentraba un proletariado joven, un mar de campesinos en condiciones cada vez más miserables, regiones alejadas en las que se vivía de la caza y la pesca.

En este contexto, el movimiento revolucionario ruso tenía desafíos importantes. La primera tendencia revolucionaria de relevancia fue el populismo. Esta tendencia tuvo diversas variantes y fu especialmente fuerte durante la década de 1870. Identificaban al campesinado como fuerza motriz de la revolución que tendría un programa democrático (consideraban que la burguesía aliada a la nobleza, a los zares y al imperialismo no podría concretar esa tarea). Declararon la guerra contra autocracia y lograron estructurar pequeñas pero potentes organizaciones que se dedicaron a atentar y ejecutar a representantes del régimen.

Un poco más tarde, hacia fines del siglo XIX comenzó a formarse el marxismo ruso. Polemizaba con los populistas, en cuanto a la clase revolucionaria, al programa e incluso al método de análisis y de lucha, aunque compartía que el objetivo ineludible para la revolución en Rusia era destruir a la autocracia. Para la misma época, el movimiento popular que había tenido un descenso producto de la feroz represión, se reanimaba con fuerte protagonismo de las huelgas de la clase obrera.

En respuesta, la autocracia formó a la Ojrana (“Defensiva”): la policía secreta del zarismo que con miles de provocadores e infiltrados logra desarticular muchos de los grupos y círculos que se forman. La persecución, las ejecuciones, las deportaciones y los trabajos forzados fueron moneda corriente. A modo de ilustración, en 1898 se realizó el primer congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Sin embargo, todos sus delegados y delegadas fueron apresados.

En resumidas cuentas, éste es el contexto en el que Lenin escribe el ¿Qué hacer? y su plan de organización.

“Prólogo”

Sin duda, el verdadero prólogo del ¿Qué hacer? es el artículo “¿Por dónde empezar?” Restringiéndonos al prólogo del libro, hay tres ideas que consideramos centrales.

Al terminar el primer párrafo del prólogo, explicando que la tarea ha resultado más extensa de lo previsto, Lenin afirma: “Ha resultado absolutamente necesario emprender una lucha decidida contra esa dirección vaga y poco determinada, pero, por ello mismo, tanto más firme y capaz de resucitar en variadas formas.” (Lenin, ¿Qué hacer?, Editorial Anteo, ed. 1973, página 32, subrayado mío).

Primera cuestión fundamental. La lucha contra tendencias que, con variadas intenciones y formas, rebajan las tareas revolucionarias, suele tener este punto de partida. Lejos de ser una concepción coherente, hay variantes, matices y versiones más o menos elaboradas, más o menos complejas. Llegar a la raíz común de una concepción que, como dirá más adelante, se impone de forma espontánea antes que por una lucha clara, es uno de los principales aportes de esta obra de Lenin.

En el párrafo siguiente el autor recupera los tres temas centrales, adelantados en ¿Por dónde empezar? que constituían el plan de texto original de la obra: “los problemas acerca del carácter y el contenido principal de nuestra agitación política, acerca de nuestras tareas de organización y acerca del plan de crear, simultáneamente y por distintas partes, una organización combativa destinada a toda Rusia.” No obstante, agrega la fundamentación de la ampliación de ese plan. “El examen de los tres problemas arriba indicados sigue constituyendo el tema principal del folleto. Pero he tenido que comenzar por dos problemas de carácter más general: ¿por qué una consigna tan ‘anodina’ y ‘natural’ como la de ‘libertad de crítica’ es para nosotros la verdadera señal de batalla?; ¿por qué no podemos llegar a un acuerdo ni siquiera en la cuestión fundamental del papel de la socialdemocracia en relación al movimiento espontáneo de masas?”. Es así que el capítulo I trata sobre “Dogmatismo y ‘libertad de crítica’” y el capítulo II sobre “La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia”.

He aquí la segunda cuestión a destacar. Para emprender la crítica de una tendencia política, es necesario llegar a las causas profundas, a su concepción ideológica, a su “filosofía”. Esto es tanto más necesario cuando esa tendencia evade reconocerse como tal.

Luego de esas discusiones, la formulación realizada en ¿Por dónde empezar? acerca de las polémicas sobre agitación política y sobre las tareas de organización, quedan precisadas en el ¿Qué hacer? como las diferencias entre “la política trade-unionista y la socialdemócrata” y entre los métodos primitivos de trabajo y la organización de revolucionarixs.

La tercera idea relevante permite pensar en nuestra época y en nosotres mismes. Las últimas líneas sintetizan el objetivo político general del escrito: poner fin a “la dispersión y las vacilaciones que han constituido, en la historia de la socialdemocracia rusa, el rasgo definitivo de todo un período… no podemos avanzar sin liquidar definitivamente este período”.

¿Puede caracterizarse que desde 1976, por poner una fecha emblemática, el movimiento revolucionario en nuestro país enfrenta un largo período marcado por la confusión, por la inestabilidad, por las vacilaciones? Las dificultades para poner en pie un proyecto estratégico llevan la marca del genocidio que permitió el triunfo de la contrarrevolución. La reestructuración capitalista de los últimos cuarenta años se ha desplegado y ha afianzado el capitalismo (y la democracia burguesa) como el único horizonte posible. A lo largo de estas décadas nuestro pueblo y nuestra clase han dado (y están dando) importantes luchas. Algunas muy masivas. Algunas muy radicales. ¿Les revolucionaries hemos logrado estar a la altura? ¿Hasta qué punto el derrotismo, padre directo del posibilismo, ha calado en nuestras filas impidiendo levantar la mirada más allá de lo que está al alcance de la mano? ¿Hemos sabido defender al marxismo profundizándolo y enriqueciéndolo? ¿O hemos cedido a la ofensiva burguesa y cuando no, nuestra defensa ha consistido más en hacer calco y copia que creación heroica? ¿Cómo se complejiza todo esto si analizamos lo ocurrido con procesos y movimientos revolucionarios de Nuestramérica y el mundo?

Valeria Ianni

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