Se cumple nuevo aniversario de la publicación del Manifiesto Comunista. Este material de propaganda ha sido, y sigue siendo, la puerta de entrada de infinidad de militantes al pensamiento revolucionario. En un contexto de crisis aguda del capital como forma de organización; de guerras, de grandes movilizaciones y un creciente descontento, el manifiesto redactado por Marx y Engels echa luz para salir de la confusión y del posibilismo.
Breve contexto
Las primeras décadas del siglo XIX habían estado marcadas por revoluciones, guerras, contrarrevolución y crisis. El capitalismo iba construyendo en medio de espasmos la forma política que consagrara a la burguesía como nueva clase dominante y le permitiera desarrollarse.
El desarrollo del capital implica el desarrollo creciente del proletariado, esa clase que no tiene otra forma de acceder a sus medios de vida más que a través de la venta de su fuerza de trabajo en el mercado. Esa es la libertad para la mayoría de la población: la de “elegir” patrón, o como dijo un energúmeno local, la “libertad de elegir morirse de hambre”.
La explotación de hombres, mujeres y niñxs nutrió a ese vampiro insaciable, como lo representaban los materiales de agitación, que es el capital. Su expansión en todo el mundo produjo crímenes a gran escala que fueron además justificados por el eurocentrismo racista como necesidades de la “civilización” y de la “modernidad”. Millones de personas fueron (y son) sacrificadas en el altar del capital con las múltiples opciones de morir que el sistema ofrece.
Esas masas desposeídas y explotadas eran y son las que crean y mueven el mundo con su trabajo. Y a pesar de todas las formas prácticas y simbólicas de deshumanización, de cosificación, esa clase de ofendidxs y humilladxs, es el verdugo del sistema que está en el umbral.
Las luchas obreras surgen desde el mismo momento en que comienza la explotación capitalista. La necesidad de organizarse, de no permitir que la competencia diluya la fuerza de la unión, se expresó muy temprano. La lucha por restricciones a la explotación, desde las jornadas laborales, a la exigencia de ciertas condiciones de seguridad, de limitación a la explotación infantil, etc. es y seguirá siendo parte de las luchas de lxs trabajadorxs mientras el capitalismo impere. Las luchas por la igualdad política, por el derecho a organizarse, por los derechos ciudadanos también lo son.
De diversas formas, poco a poco, esxs obrerxs empiezan a construir una perspectiva de futuro diferente del que propone la sociedad burguesa. En forma utópica se piensan mundos y formas de organización basados en la igualdad. ¿Cómo debería ser la organización social? ¿Cómo la organización del territorio? ¿Cómo deberían ser los vínculos interpersonales? Son preguntas que aun cuando tuvieran respuestas idealistas, enfocan los problemas que permiten pensar una superación de esta etapa histórica que es el capitalismo.
La síntesis del Manifiesto
Cuando Marx y Engels van a la búsqueda de ese sujeto revolucionario, ya existía una amplia experiencia de luchas, de organización y de elaboraciones. La crisis económica y las contradicciones que darían lugar a las grandes revoluciones de 1848 estaban en proceso de maduración. De hecho, esa búsqueda del sujeto (muy diferente a la idea de que Marx y Engels vivían encerrados estudiando y que lxs obrerxs fueron a buscarles), es parte de todo el rico proceso que les permitió sentar los principios de una concepción del mundo y de la humanidad conocida como materialismo histórico.
Las disputas con las tradiciones filosóficas del idealismo en su versión más elevada, la de Hegel, y con el materialismo objetivista, habían ido forjando una concepción que identifica a la acción transformadora, consciente, al trabajo y a las relaciones que se establecen para resolver la producción y reproducción de la vida como la base de toda la aventura humana. Sin embargo, lejos del materialismo vulgar, está la importancia del factor consciente.
Conocer la realidad científicamente, para transformarla. Y hacerlo de un modo revolucionario. Esto significaba muchas cosas. Por empezar, que había un sujeto revolucionario que debía luchar para poder construirse como tal y para vencer a enemigos de clase. No se trataba de mendigar o de negociar con las clases explotadoras, sino de enfrentarse a ellas, ya que ninguna clase privilegiada de la historia se ha suicidado. Ese sujeto era y es la clase obrera, aquella produce y que puede bajo ciertas condiciones, poner fin a la larga prehistoria de explotación humana. Para que eso fuera posible había que organizar la violencia. La nueva realidad, un nuevo mundo no podía nacer en las condiciones de dominio burgués, sino que esto sólo sería posible mediante un proceso revolucionario, que transforma al mismo tiempo a los sujetos y a las condiciones.
A diferencia de las revoluciones anteriores, la conciencia de esa clase es imprescindible. De allí que Marx y Engels que habían escrito tesis doctorales, artículos de revistas e incluso libros de cientos de páginas de discusión teórica, realizaron una expresión accesible pero no por ello devaluada, de todas estas ideas.
Es con esas ideas y con el vínculo concreto y material con lxs obrerxs que se planteaban poner fin a la explotación, que elaboran el Manifiesto Comunista. Sobre la base de los Principios de Comunismo que había redactado Engels, Marx imprime el sello de su pluma en el Manifiesto, que desarrolla magistralmente esas ideas que venían elaborando en común.
Lxs trabajadorxs son lxs destinatarixs, a ellxs se les habla, a ellxs se busca convencer de la necesidad y de la posibilidad del cambio, mostrando que en ellxs radica la capacidad y la fuerza para realizarla. Lxs obrerxs pueden y deben entender la realidad para poder ser protagonistas de una transformación revolucionaria. Pero esa comprensión no es algo solamente intelectual, debe dar lugar a una práctica consciente y consecuente. Por eso, siendo una pieza de propaganda fuera de serie, el elemento de agitación también está presente.
El llamado es a la lucha. El Manifiesto da herramientas para comprender que el capitalismo se basa en la explotación, que el estado, las leyes, las instituciones son parte de esa relación. El Manifiesto identifica a los enemigos, critica todos los intentos de desdibujar ese antagonismo de clase, salda cuenta con las corrientes teóricas y políticas que conducen a la confusión y plantea un programa de acción.
La elección del término “comunista” es toda una definición. Busca alinearse con las corrientes más radicalizadas que eran las que desarrollaban lxs obrerxs, distanciándose de las expresiones de socialismo de cátedra que resultaba digerible para el poder y que desconfiaba en la capacidad de lxs obrerxs de ser protagonistas de su propia emancipación. Es un manifiesto para la subversión, para tomar el cielo por asalto. Como en toda su obra, Marx y Engels combaten el posibilismo, desprecian la mediocridad de quienes se adaptan a la realidad y construyen teorías para justificar la claudicación. Marx y Engels y confían y hacen confiar en la propia fuerza del proletariado cuando entra en revolución.
Por supuesto, podrían desarrollarse las críticas, debates, omisiones y errores que están presentes en la obra. No obstante, en esta oportunidad, cuando vemos que en la crisis más aguda y totalizadora del capital la confusión hace que la agonía de este sistema se alargue, preferimos destacar y rescatar estos elementos. Las coordenadas esenciales de su análisis retienen toda su vigencia y el Manifiesto sigue siendo un texto para leer y releer si lo que queremos es encontrar en lo que existe, la palanca que permite subvertirlo. A 175 años la tarea que Marx y Engels creían por entonces que estaba próxima sigue pendiente.