Hoy 4 de noviembre de 2020 se cumplen 240 años de una rebelión que marcó un antes y un después en la larga historia de la lucha de nuestros pueblos contra sus opresores; Túpac Amaru desde entonces fue, es y seguirá siendo emblema de rebelión, de dignidad, de identidad nuestroamericana. Hace 240 años el orden colonial crujía. La “modernización” del régimen surgido de la conquista sólo significaba nuevas formas para acrecentar el expolio y la humillación de las mayorías. Hoy ante una crisis mundial sin precedentes es en la rebelión de los pueblos de América Latina y del mundo donde radica la posibilidad de poner fin a la barbarie del capital. Recuperar al Amaru para nutrir nuestras luchas.

“La reconquista de América” y la tormenta rebelde

A fines del siglo XVIII estaba claro que la aventura conquistadora y el expolio colonial que España ejercía en América había servido para que el capital viniera al mundo, “chorreando sangre y lodo por todos los poros”. Sin embargo, el capitalismo no se había desarrollado en España, la acumulación originaria de riqueza producida con el trabajo forzado de indígenas, había terminado en otras arcas.

Con el lema de “cambiar algo para que nada cambie”, los Borbones (la misma familia de Fernando VII, del Luis XVI juzgado y guillotinado por la Revolución Francesa, del rey franquista Juan Carlos y del actual Felipe VI) se lanzaron a una reforma político y administrativa para reforzar el poder de la corona sobre nuestras tierras y nuestros pueblos. La ya secular explotación se profundizó y la opresión se multiplicó a partir del establecimiento de nuevas medidas que tornaban lo injusto en intolerable. Corregidores, funcionarios de toda laya y monopolistas, algunos beneficiados y otros perjudicados por las reformas, se lanzaron contra los limitados derechos que todavía tenían las poblaciones indígenas.

Esta ofensiva del poder en un contexto de crisis, creó una situación revolucionaria en nuestras tierras. Todos los rasgos que Lenin supo sintetizar con maestría en su escrito La bancarrota de la II Internacional, (1915) permiten analizar la situación de las colonias americanas sometidas al yugo español a fines del siglo XVIII:

«¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? Seguramente no incurrimos en error si señalamos estos tres síntomas principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente.»

La rebelión de Túpac Amaru

Con el objetivo de aumentar la recaudación, la Corona española impuso formas más eficaces de realizar la recolección de impuestos nombrando funcionarios asalariados en lugar de “subastar” el cobro, lo que incluyó el desplazamiento de criollos e indígenas. Reaparecieron los repartimientos, esto es, la “venta” obligada de mercancías a los indígenas. La decisión de la metrópoli de controlar directamente el cobro de la alcabala (impuesto al intercambio mercantil) afectó a los comerciantes criollos, mestizos e indígenas. Por supuesto, esta búsqueda insaciable de riqueza impaga llevó al reforzamiento del sistema de la mita.

Tras presentar en vano sus reclamaciones, José Gabriel Condorcanqui, descendiente del último inca, se proclama Inca adoptando el nombre de Túpac Amaru II. Formado en el colegio jesuita y en la Universidad de San Marcos, sabía hablar castellano, quechua y latín. Podría haber buscado mejorar su situación a nivel individual. Pero no lo hizo. Él y su compañera de vida y de revolución, Micaela Bastidas, sus hijos, hermanos y muchos miles de indígenas, mestizos y hasta criollos pusieron sus vidas al servicio de la rebelión. La igualdad de todos los seres humanos era la bandera y esto implicaba la abolición de la esclavitud y el fin del colonialismo. La tormenta se desató y alcanzó todos los rincones del domino español en América del Sur.

Los colonialistas tuvieron terror, terror ante el pueblo que luego de soportar el oprobio, la miseria y la muerte se ponía de pie, dispuesto a morir y a matar. Los virreyes de Perú y del Río de la Plata unieron y dieron el control de la hacienda y la guerra al visitador real José Antonio de Areche, cuyo nombre merece ser guardado en los anales de la infamia. Este visitador, lector de la enciclopedia e instrumentador de las Reformas Borbónicas, dispuso de un ejército de 17 mil hombres.

Las tropas de Amaru sitiaron Cuzco. Los españoles habían conseguido sumar indígenas a sus propias tropas, demostrando que la guerra civil es una guerra entre dos partes del pueblo. Túpac Amaru II desoyó las recomendaciones de Micaela de entrar de todas formas en Cuzco. Por evitar derramar sangre de hermanos que peleaban junto al opresor, dio una ventaja táctica que resultaría fatal. El ejército español entonces logró revertir la situación y la rebelión fue derrotada.

Sometido a esas torturas que todos los colonialistas e imperialistas aplican en nombre de Dios, de la civilización, o de la “democracia”, Túpac Amaru se negó a hablar a sus torturadores que exigían que delatara a sus seguidores. Entonces, en la sala de torturas del siglo XVIII (como en las de los siglos XX y XXI) se enfrentaron dos mundos, el del conquistador y el de los pueblos que resisten y luchan por la libertad plena. El visitador Areche en persona le preguntó al Inca quiénes eran los culpables del alzamiento. El Amaru respondió: “Aquí sólo hay dos culpables, tú por oprimir a mi pueblo y yo por intentar liberarlo.”

El terror de los prepotentes descendientes de los invasores, se expresó en la crueldad que ejercieron contra los dirigentes de la rebelión, y en particular contra Túpac Amaru, su máximo líder. El 18 de mayo de 1781 José Gabriel Condorcanqui fue ejecutado luego de ser obligado a presencia la tortura y asesinato de sus principales colaboradores: José Verdejo, Andrés Castelo, su tío Francisco Túpac Amaru, su hijo Hipólito, Tomasa Titu Condemayta, Micaela Bastidas. Luego intentaron desmembrarlo y como no lo lograron, lo descuartizaron a hachazos para enviar cada una de las partes a los cuatro suyus. Fernando Túpac Amaru, el hijo de 11 años del Inca y Micaela Bastidas, fue obligado a presenciar el suplicio de sus padres y enviado preso con cadena perpetua a España donde murió. Juan Bautista Túpac Amaru, el hermano menor del líder, pasaría 40 años en las mazmorras españolas del norte de África.

“Nuestras derrotas no demuestran nada”

El dominio del capitalismo no sólo nos impone a través de la explotación; también incide en nuestra manera de mirar y analizar salvo que nos apropiemos de una teoría (y en realidad de una praxis) crítica. La meritocracia de la sociedad burguesa, con su ética de la ganancia y su identificación de la vida con las alternativas cuantitativas de pérdida o ganancia permean en el modo en que pensamos y sentimos les de abajo. No estamos fuera de esas ideas dominantes, que son las ideas propias de la clase dominante. Entonces, a menudo la óptica del movimiento popular sobre sus propios procesos de lucha busca encajar la complejidad en las opciones binarias de “victoria” y “derrota”. Más aún, las versiones eurocéntricas llegan incluso a explicar la “necesidad” del triunfo de los vencedores, en pos del progreso, del “desarrollo de las fuerzas productivas”, etc. Ya lo denunciaba Bertolt Brecht en ese poema del que tomamos el título.

Para nosotres, nutriéndonos de la larga experiencia de lucha de les oprimides contra la opresión, no es tan sencillo determinar por un hecho o una serie de hechos si una lucha fue derrotada o alcanzó una victoria. Repudiamos la idea de que la razón es de los vencedores porque han vencido. Nuestras mentes, nuestro puños y nuestros corazones estarán siempre con quienes supieron asumir con coraje y valentía poner sus actos a la altura de sus ideales, de priorizar la justicia por sobre la adaptación. Y sí, nuestro camino está plagado de derrotas. Pero son nuestras derrotadas, allí están nuestrxs mártires, nuestrxs héroes y heroínas, nuestros hermanxs de lucha.

La rebelión de Túpac Amaru también enseña eso. Su “derrota”, en lo inmediato, fue una semilla, una bandera, una consigna un llamado a la lucha de millones. Pocos recuerdan el nombre del corregidor que encarnó al régimen colonial, racista y patriarcal. En cambio, el Amaru sigue renaciendo en las luchas de los pueblos. Como diría otro gran revolucionario, Jorge Ricardo Masetti en su texto “¿Qué es un revolucionario?”:

«El revolucionario, que tiene un principio, -el momento en que siente con su espíritu y con su carne que es parte de su pueblo- no tiene fin.

«Ningún revolucionario termina, sin prolongarse en su lucha y en su ejemplo. Su grito jamás se apaga, sin que encuentre el eco de mil gargantas jóvenes que lo renueven. Su sangre jamás se coagula, sin que la asimile la tierra por la cual la derramó.

«Esa es su única, íntima y reconfortante recompensa.»

A 240 años de ese legendario 4 de noviembre de 1780, ¡viva la rebelión de los pueblos de Nuestra América!

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