“A mi país se le han perdido muchos habitantes
Y dice que algún cuerpo del ejército los tiene”
Roberto Santoro, 1975.
Duermen sin frazada, seguros y confiados en que sus tierras y ovejas están a resguardo. Tienen la conciencia tranquila porque en sus campañas publicitarias el negro y el blanco se abrazan para vendernos un sweater. Poseen un patrimonio neto de tres mil quinientos millones de dólares, unas 5.000 tiendas y 9.000 empleados en todo el mundo. En Argentina son los propietarios de novecientas veinticuatro mil hectáreas distribuidas en siete estancias repartidas entre cuatro provincias (Buenos Aires, Rio Negro, Chubut y Santa Cruz), más de 100.000 ovejas que dan más de 1 millón de kilos de lana al año. (El capataz que les cuida el ganado en 4×4 se llama Ronald McDonald, y no es chiste. Dice que los mapuches son tan inmigrantes como su abuelo, y tampoco lo dice -créase o no- en chiste). Viven a 12.761 kilómetros de Cushamen (Chubut), comuna rural donde el 1 de agosto pasado se vio por última vez a Santiago Maldonado secuestrado por la gendarmería. Unidos por los colores -verde dólar, rojo sangre-, los hermanos Benetton, los dueños de la Compañía de Tierras Sud Argentino gozan de una inmune inocencia. Para ensuciarse las manos existe el Estado.
En el Pu Lof de Cushamen, mujeres y hombres mapuche acampan en una casilla de madera. Recuperaron con lucha y resistencia algunas parcelas de tierra dentro la propiedad del Grupo Benetton. Allí cultivan sus verduras, crían sus animales, sueñan sus sueños en mapuzungun. Reclaman la vida sobre un puñado de esa otra gran torta de lotes (11 millones de hectáreas) que desde la campaña genocida de Julio A. Roca, el Estado argentino supo repartir entre las buenas y exclusivas 300 familias estancieras. (Las líneas genealógicas entre ministros y CEOS de la actual gestión de gobierno y bisabuelos oligarcas es otra larga historia). El Estado en 2014 le reconoce 625 hectáreas a la comunidad Santa Rosa de Leleque, pero en los hechos les niegan una y otra vez su legítimo derecho a la tierra. Cinco siglos igual, y más.
Santiago Maldonado. Brujo o Vikingo, pibe de 28 años, portador de barba y de pañuelo, tatuador, tipo alegre como dicen los amigos, un viajero, como dice su hermano Sergio, se había solidarizado con el pueblo mapuche y estaba acompañando la vigilia del Pu Lof, que reclamaba por la liberación del lonko Facundo Jones Huala, cuando comenzó la represión. “Agarren a uno”, se les escuchó gritar a los uniformados. “Tirales, tirales”. El Pu Lof en Resistencia de Cushamen despierta ese 1 de agosto con las tropas de gendarmes, que ya había desalojado el corte de la Ruta 40, armados con 9mm y escopetas. La milicada arremete con fuego. Repican las postas de goma, pasan silbando las balas. Salta el alambrado, arremetiendo contra el puesto de vigilancia y contra todas las personas que se encontraban allí. Santiago no llega a cruzar el río. Lo ven agarrarse de la rama de un árbol. Ven cómo lo meten en un móvil y luego en una camioneta. No se lo ve más.
Cuando terminó la represión en la estepa, comenzó la otra represión. La que se hace al aire con mucha miseria y zócalos con letra de molde.
La Ministra de Seguridad balbucea: «No vamos a permitir una república autónoma y mapuche en el medio de la Argentina; esa es la lógica que están planteando, el desconocimiento del Estado argentino, la lógica anarquista» (09/08/17). El Presidente estigmatiza: «Hay búsquedas por distintos lugares, sin colaboración de esta organización (mapuche) que se declara con lineamientos bastante poco democráticos y bastante violentos» (11/08/17) Los grandes medios de comunicación reproducen en misma sintonía ideológica toda la batería de prejuicios a mano que tienen y construyen una imagen de los mapuche que no ahorra en falacias. La desaparición forzada de Santiago se convierte en un showroom de bajezas, digamosles, periodísticas. Pase por aquí… que lo mató un puestero en Leleque, que no lo mató, que lo hirió y lo atendieron en Chile (Infobae, 28/08/17); en esta parte usted podrá apreciar… que está en Salta, que está en Mendoza, que está en San Luis, que lo vieron comprando en un almacén de Entre Ríos, que es sobrino de Vaca Narvaja. A su vez, al pueblo mapuche lo necesitan convertido en el nuevo enemigo público. Y el manual dice: vincule al enemigo con la ETA, diga que es violento, diga una y mil veces que la violencia no es para nadie. Ni siquiera para los que tienen un reclamo justo, histórico, reparador de un daño imposible de reparar y todas en contra. Agregue relaciones con la ETA y los Kurdos.
En un lugar incómodo de la tribuna también aparece el cinismo y el oportunismo de todos los colores. El arco kirchnerista se esfuerza en desvincular las desapariciones de Jorge Julio López y Luciano Arruga de Maldonado. Hacen una pirueta tan imposible que no hay forma de caer sobre las dos patas. Cuando se quiere asociar lo fundamental de un caso con lo secundario del otro, se ve la hilacha. Dos registros para ser recordados: «No tengo pruebas de que no esté en la casa de la tía», Aníbal Fernández, Ministro del Interior, septiembre de 2006. El otro no se escribe, porque es el silencio de la ex-presidenta. Al coro de “la grieta” se suman los recordatorios tardíos de voces acólitas al actual gobierno que le achacan a Cristina Kirchner sus propios desaparecidos. Una vocinglería que da urticaria, pero que no hace más que poner de relieve las líneas gruesas de continuidad entre unos y otros. No haber responzabilizado al Estado de las desapariciones, del gatillo fácil, no haber combatido a fondo las redes de trata (por nombrar sólo algunos dispositivos de desaparición de personas post dictadura) y votar una Ley Antiterrorista en 2011, parece no haber sido el camino para frenar las represiones en curso, y la desaparición de Santiago.
La democracia de cartón pintado no es la nuestra. La democracia de los socialistas, de los revolucionarios no admite desaparecidos por acción ni por omisión. No admite desaparecidos de ninguna clase. No admite negar la preexistencia de los pueblos que nacieron aquí, no admite no tener techo ni tierra. No admite que unos pocos posean todo. La democracia que supimos conseguir, no es la que necesitamos construir. Por los 30.000, por Julio, por Mariano, por Marita, por los miles de pibes que se lleva la gorra. Porque no son un error de este sistema, sino su lógica, necesitamos cambiar todo lo que deba ser cambiado, sin medias tintas, sin excepciones.
A Santiago Maldonado lo desapareció el Estado porque está en su propio ADN cargarse a los que cuestionan los límites de este engranaje fatal que despoja a los pueblos de sus legítimas tierras para dárselas a un grupo multinacional. A Santiago Maldonado lo recuperará el pueblo con sus banderas gastadas de andar llamando a gritos tanta silueta de hermano y hermana caídos. No hay otra tarea más importante.