Una cantidad de sucesos que están teniendo lugar reafirman la idea de que estamos ante un cambio de época. Las formas de acción, los discursos y las confrontaciones dejan atrás la era del globalismo. El progresismo es parte de esa época. Las relaciones de fuerza actuales no admiten ya esa versión “políticamente correcta” del capitalismo. Algunas conclusiones para el campo revolucionario.

Pinceladas de época

A tres años de iniciada la Guerra en Ucrania, comienza a avizorarse su finalización. El viraje de prioridades guerreristas de la administración de los Estados Unidos marca un nuevo escenario. Las comunicaciones primero telefónicas entre el gobierno de Trump y el de Putin, la liberación de prisioneros norteamericanos en Rusia y la primera reunión bilateral desde el estallido de la guerra en febrero de 2022 en Arabia Saudita confirman la decisión de cerrar (al menos provisoriamente) ese frente. Los insultos de Trump contra Zelenski, llamándolo dictador y vaticinando que de continuar con los enfrentamientos se quedaría sin país, terminan de construir el nuevo escenario.

Después de haber arrastrado a la guerra y de haber condenado a Europa a una profunda crisis por las sanciones al comercio con Rusia y la destrucción de los gasoductos Nordstream, ahora Estados Unidos se considera damnificado por Ucrania y le exige el pago: 500.000 millones de dólares, un monto más de cuatro veces superior a los recursos girados a Ucrania. El cobro se realizaría en minerales estratégicos, petróleo, gas y control de puertos e infraestructuras, todo ello regido por ley de Nueva York. Por estas horas Zelenski ha manifestado su disposición a renunciar. Todo apunta a que Ucrania perderá el territorio lindante con Rusia y que en los hechos no tendrá control de ninguno de los resortes clave de su economía, que quedaría a cargo de Estados Unidos.

El viraje trumpista en absoluto significa una apuesta a “soluciones pacíficas”. El objetivo es apuntar a China como principal enemigo estratégico y concentrar fuerzas en el área de Indopacífico. Adicionalmente, con su prepotencia característica, ha sumado al apoyo estratégico y permanente de los Estados Unidos al estado sionista, la provocación de afirmar que empresas estadounidenses (muchas de la propia familia Trump) terminarían la “limpieza” de Gaza y construirían una playa de elite.

Muy relacionado con esto, Alemania, condenada al decrecimiento por el comando yanqui del imperialismo occidental, acaba de tener elecciones en las que ha obtenido el segundo lugar una fuerza de derecha ultrarradical “Alternativa para Alemania” (AfD), aquella que cuenta con el apoyo de Elon Musk. Los “socialdemócratas” del canciller Olaf Scholz han quedado relegados al tercer lugar. Si bien la Democracia Cristiana seguramente formará gobierno de colación con ellos, es la mejor elección de la ultraderecha desde la Segunda Guerra. Con menos cantidad de votos, pero con un crecimiento significativo y concentrado en los menores de 25 años, la Izquierda (una coalición) también ha dado una sorpresa, siendo la primera fuerza en Berlín.

Estos sucesos pueden ponerse en relación con otros que venimos viendo desde hace algunos años. La crisis de la globalización neoliberal comandada por Estados Unidos y el imperialismo occidental se profundiza. El mito de la una “gobernanza pacífica” se cae a pedazos, mostrando no sólo las falacias actuales sino trayendo a la luz el origen violento de esa fase que venía a marcar el supuesto “fin de la historia”. A nivel económico, el “just in time” de una producción global en un mundo seguro para el capital (con más de 700 bases yanquis por todo el planeta), con cadenas de valor que permitían localizar la producción en sitios distantes que admitían obtener beneficios de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, o de “tercerizar” algunos eslabones, entró en crisis con la pandemia y luego con el estallido de la guerra en Europa. A nivel ideológico, el cosmopolitismo liberal, esa presunción de superioridad eurocéntrica y racista, deja de responder a la realidad. La contraparte a la izquierda (a la izquierda, y no “de” izquierda), los progresismos quedan sin espacio para actuar. Se mueven entre el retroceso a agendas cada vez más a la derecha con la excusa del “realismo”, la sorpresa ante resultados adversos, y la nulidad política de luchas intestinas que son un verdadero termómetro de cómo han perdido vinculación con la situación de las más amplias masas.

Argentina en el mundo

En Argentina, vemos cómo en medio de una estafa con firma y a plena luz de las redes y los medios, los debates se centran en si es conveniente o no echar a Milei (“lo que viene puede ser peor”), en disquisiciones leguleyas sobre si están las condiciones para un juicio político, en llamados a resolver en el congreso que Milei maneja sin tener parlamentarios propios (comisión investigadora…) o en la justicia presentando denuncias, o, incluso, apostando a que sea la justicia de los Estados Unidos la que incomode al presidente de la criptoestafa. El peronismo, en sus expresiones políticas, sindicales y de movimientos sociales, apuesta a sólo hacer gestos de lucha que no hacen más que acarrear derrota tras derrota para la clase trabajadora. El conventillo entre Axel y Cristina, o los llamados al aire de “la necesidad de (esta vez sí…) tener un programa” suman al hastío de las mayorías. La podredumbre del régimen político es reconocida hasta por intelectuales de la burguesía como puede ser el tradicional diario La Nación.

El orden social capitalista en descomposición no se resigna a morir. Por el contrario, adopta sus formas más violentas y barbáricas. La brutalidad y la ignorancia no son patrimonio de tal o cual personaje, sino el espejo de la razón última de una clase que basa su privilegio en la expropiación de las mayorías. Los ricos se muestran cada vez más dispuestos a desembarazarse de cualquier resabio popular y verdaderamente democrático que sobreviva en los regímenes de dominación. Los pueblos descreen de una democracia de ricos en la que nada sustancial es sometido a la voluntad popular. Llamar insistentemente a la intervención en ese plano, como principal, abona al descrédito de una alternativa real, no sólo testimonial. Ante esto, desde la izquierda, pero en particular desde el campo revolucionario resulta indispensable plantear con claridad lo que defendemos. Queremos un mundo organizado en función de las necesidades humanas, que ponga en primer orden la vida. Esto tiene un nombre, se llama comunismo. Sólo una revolución profunda, con poder del pueblo, con acción directa, con una profunda revolución subjetiva en las formas de organización, de relación y de pensar, con un programa que apunte a destruir los pilares de este mundo distópico, puede cambiar la realidad.

 

Perspectivas

En nuestro país, el experimento de Milei puede desenvolverse gracias al hastío de una porción significativa de la población con los gobiernos previos. No obstante, sus políticas encuentran resistencia, y la calle sigue siendo el punto débil de la derecha, que no logra adhesión de masas en ese terreno. Sin el despliegue con enormes operativos de saturación del aparato represivo, sus medidas serían inaplicables. En este punto, cabe señalar tanto la pasividad cómplice de la burocracia sindical que se dedica a desmovilizar a las masas, como también su contraparte: un movimiento popular que ha dado muestras de reservas como la del 1F.

La unidad por abajo, la unidad en la lucha es indispensable para tener la fuerza social que pueda transformar. Hay gérmenes de ello en algunos de los conflictos en curso. La experiencia de PRAXAIR logrando articular y haciendo participar en acciones, en las calles, a un amplio arco, inclusive forzando a moverse a la burocracia sindical, estableciendo lazos con trabajadores de otras filiales de la misma empresa en el mundo. En condiciones sumamente adversas, la comisión interna ha apostado a las asambleas como instancia de democracia de base y está haciendo todo para ganar el conflicto. La respuesta en las calles de todo el pueblo movilizado en Concepción del Uruguay frente al cierre de la planta avícola Tres Arroyos es otra expresión que contrasta con el inmovilismo de la burocracia nacional. Está la experiencia del Hospital Bonaparte, con la ocupación del lugar de trabajo, de defender los puestos laborales como una defensa del derecho a la salud mental y un inteligente trabajo de convocar masivamente.

Esta posición es un punto en que discrepamos con compañerxs que, desde el campo revolucionario, identifican la unidad de acción con la claudicación. Por supuesto, sabemos que el filo que marca la diferencia entre sumar y ser sumado, es angosto. También que hay una larguísima historia de oportunismo.

Nuestra posición no es de confusión, ni de ocultar las diferencias estratégicas. No es un acuerdo “por arriba”. No es la unidad para maquillar a un sistema institucional que se cae a pedazos; no es la unidad para lavarle la cara al peronismo ni para allanar el camino al retorno del progresismo. Tampoco la unidad (con feroces zancadillas internas que impactan en los conflictos) de los acuerdos de izquierda, solo para abonar a una salida electoral que consiga uno o dos diputados más.

Es la fuerza por abajo que puede nutrirse de la decisión de lucha de compañerxs de nuestra clase que no tienen nuestra identidad política ni nuestras definiciones. A eses compañerxs lxs queremos a nuestro lado en las calles. Como en el Cordobazo, como en el 2001, como en 2017, con todas las diferencias de cada momento. La decisión de echar a Milei y a toda su runfla con la movilización en las calles y confiando en nuestras propias fuerzas tiene que ser la base de unidad de acción, mientras se siguen dando las discusiones tácticas y estratégicas.

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