Entre el 14 y 15 de julio realizamos el IV Congreso de nuestra organización, sesionando bajo el nombre de “En apoyo a la lucha del pueblo palestino y su vanguardia. Palestina libre, del río al mar. El pueblo palestino vencerá y con la presidencia honoraria de Mario Roberto Santucho, a poco de cumplirse 50 años de la publicación de Poder burgués, poder revolucionario y a casi 48 años de su caída en combate. El análisis de la situación mundial, continental y nacional actualiza la necesidad de encontrar los caminos concretos que permitan superar la profunda crisis en la que nos sume el capital. La descomposición acelerada del régimen de dominación burgués trasciende las fronteras, aunque adopta rasgos particulares en nuestro país.

Llamamos al activismo que día a día se organiza para luchar por cuestiones laborales, barriales, socioambientales, estudiantiles, de género, de derechos humanos, a entablar diálogos y encontrar prácticas comunes que habiliten mayores y más profundos niveles de debate.

Desde nuestro acervo ideológico y nuestros avances programáticos, la situación clarifica en nuevos términos la necesidad de construir una opción de poder.

 

Una coyuntura histórica mundial trascendente

Este Congreso lo realizamos en una coyuntura histórica mundial trascendente. Estamos en una época de cambios profundos. Desconocemos cuánto durará. Pero lo que es claro es que las características de la etapa que se impuso en los 70 a sangre y fuego y se consolidó en los 90 ya no son las mismas.

Hemos entrado en una época de guerras. La guerra en curso en Europa es una guerra interimperialista. Por supuesto, no todos los contendientes tienen el mismo poder de fuego, ni la misma historia. Pero eso no significa desconocer la naturaleza que los une. Como enseñaran Lenin y lxs revolucionarixs de principios del siglo XX, es central ubicar cuál es el carácter de la confrontación. Nuestro odio hacia los EEUU y sus aliados, nuestra justa rabia, nos hace festejar sus derrotas; pero eso no significa identificar a cualquier potencia que le plante cara a EEUU con nuestra causa.

La confrontación bélica con centro en Ucrania está en plena escalada. Occidente ha planteado que el objetivo estratégico es la derrota de China. Y esta escalada crece día a día y abarca a más países. El imperio occidental, con centro hegemónico en EEUU, está en franco retroceso y va a tratar por cualquier medio de revertir este proceso apelando a todo su arsenal bélico. Para eso cuenta con la OTAN. El bando competitivo es Rusia y China. El “gigante asiático” en su desarrollo capitalista requiere de políticas expansivas. En América Latina, tradicionalmente “Patio Trasero” de EEUU, China trata de instalar posiciones económicas que tienen a su favor a sectores poderosos del capital local que se benefician por las porciones del mercado que les abre la relación comercial con China. Asistimos al desarrollo en escala creciente de una guerra interimperialista con posible utilización de armamento nuclear con peligro real para la vida en el planeta.

Asistimos a una crisis civilizatoria sin precedentes. El otro peligro catastrófico, producido también por la irracionalidad capitalista, son los desequilibrios de temperaturas, lluvias y sequías resultado del cambio climático, con su consecuente ecocidio de las especies, modificaciones de volúmenes y temperatura de los mares con inundaciones gigantes de áreas continentales, desertificaciones, etc. En varias regiones del planeta –no ya en territorios del “Tercer Mundo” sino en regiones de Alemania y EEUU- ya es grave la falta de agua potable. Todo esto nos pone en la imprescindible necesidad de buscar una alternativa civilizatoria que procure vida digna para todos los seres humanos y especies sobre la Tierra. La Pandemia del 2020 y todas sus consecuencias son un aviso de un posible holocausto final.

La crisis civilizatoria del capitalismo es el marco mundial de nuestra actual situación. Es una crisis multidimensional: económica, financiera, climática, bélica, alimentaria, sanitaria, cultural, de relaciones humanas. El desarrollo de las fuerzas productivas por su utilización capitalista, en vez de servir a la humanidad y al conjunto de la vida se han convertido en fuerzas destructivas. Asistimos a un proceso de creciente descomposición y avance acelerado a la barbarie con horizonte abierto a la extinción de la Humanidad y de la vida en la Tierra.

La superexplotación y la precarización de la clase trabajadora son crecientes a nivel mundial. La existencia de una masa de población que el capital convierte a millones de personas en material descartable. Poblaciones y territorios se convierten en “zonas de sacrificio” para el capital. Un capitalismo que muestra cada vez más su esencia aberrante, ya ni siquiera puede prometer un futuro mejor. La ilusión de que con regulaciones y con “más estado” el capitalismo puede resolver los problemas que crea es una mentira que sólo consigue confundir y desmovilizar.

Asistimos también a la crisis y descomposición de los regímenes políticos. La etapa del capitalismo neoliberal se está cerrando. La hipocresía de la invocación de la “democracia” y los “derechos humanos” por parte de los estados y los gobiernos de Occidente, es cada vez más abierta y visible. Estado y mercado son dos aspectos del capital, no son dos polos como quiere mostrar la burguesía (tanto quienes abogan por “más mercado” como quienes defienden “más estado”). La corrupción es sistémica, todo se compra y se vende para el capitalismo. Los estados capitalistas no van a resolver, y en esta etapa, ni siquiera se proponen moderar la desigualdad de pobreza y precariedad, o el avance destructivo sobre la naturaleza, para regular la dinámica del capital (fuga de divisas, burbujas financieras, relocalización, etc.). Sin embargo, el estado actúa con precisión y celeridad para garantizar las condiciones de explotación y opresión.

La debacle de los progresismos, de la socialdemocracia, de las fracciones “globalistas”, cosmopolitas del poder mundial está a la vista. Estas vertientes burguesas, “políticamente correctas”, pero a la vez aplicadoras de la agenda de ajuste y deterioro social y ambiental, están en retroceso. Esto quiere decir que cuando no son reemplazadas por personal político que se identifica en otros valores, otras formas de acción y otros discursos, estas mismas fuerzas progresistas van haciendo propio el retroceso.

La burguesía juega entonces su última carta, y ya desnuda del maquillaje de democracia, encuentra su expresión en expresiones de ultraderecha. Con formas disruptivas, pero con el apoyo y aval del establishment, los personajes y organizaciones que se sitúan supuestamente por fuera de la institucionalidad, vienen a reforzar el poder más concentrado atacando a la clase trabajadora, exaltando el racismo, el machismo.

Asimismo, sin que todavía adquiera formas políticas unificadas y claras, los pueblos de las potencias occidentales se expresan en contra de los planes guerreristas. Las enormes movilizaciones en solidaridad con la resistencia y lucha del pueblo palestino en EEUU y Europa, son fuertemente reprimidas en nombre de los “derechos humanos” del imperialismo y el colonialismo. La derrota electoral de los gobiernos que defienden la guerra en Europa y en Medio Oriente es un elemento a considerar. La propia existencia de la Unión Europea está en cuestión. La UE es la forma política del comando norteamericano sobre el imperialismo europeo. Es verdad que hay sectores reaccionarios que levantan un programa nacionalista; pero para cualquier alternativa de izquierda debe ser un punto que el globalismo no es más que la otra cara del orden imperial.

La propia crisis del capital ha creado una situación que afecta también a las clases trabajadoras de las potencias imperialistas. Derechos laborales y condiciones de vida que una parte de la clase obrera del corazón del imperio disfrutó durante décadas, en gran medida por el temor a la revolución de las clases dominantes, hace décadas que vienen siendo desmontados.

El peso creciente de las migraciones desde el Tercer Mundo hacia los centros imperialistas es otro factor de esa modificación de las condicione de vida y de lucha. El avance globalizador del capital, las intervenciones imperialistas militares y económicas, las crisis de deudas, la transformación de territorios enteros en zonas de sacrificio, confluyeron en lo que los poderosos denominan “crisis migratoria”. La superexplotación, el ejercicio de la violencia racista y colonial cada vez más tienen su expresión “puertas adentro” de las potencias.

El internacionalismo que desató la solidaridad con la lucha palestina podría ser punto de apoyo para construir unidad. Para que prospere, el anticolonialismo y el antirracismo consecuentes deben desarrollarse.

Una América Latina en disputa

Esta caracterización mundial significa también que el Congreso lo realizamos en una coyuntura histórica continental también trascendente.

En los principios del siglo XXI surgieron en América Latina corrientes políticas y gobiernos que intentaron capitalizar el desprestigio del neoliberalismo deslegitimado por gobiernos que acentuaron la desigualdad social, el endeudamiento nacional, la desindustrialización y la precarización laboral. Surgían gobiernos que crearon la ilusión de dejar estas políticas con reformas parciales, cosméticas, con discursos de «capitalismo con rostro humano», pero sin abandonar la lógica privatizadora para el despojo y la explotación capitalista. Así surgieron los «progresismos» en América Latina con un discurso “anti-neoliberal”, pero sin romper y por el contrario avalando los marcos del sistema. Y se habló de gobiernos post-neoliberales, progresistas o de izquierda. Con discursos inclusivos, de conciliación de clases, de tipo bonapartistas, como por encima de las clases. Fueron favorecidos por la ampliación del mercado chino y como consecuencia por un aumento considerable en los precios internacionales de los productos primarios. Eso les permitió implementar políticas asistencialistas a la vez que los capitalistas se vieron favorecidos por beneficios extraordinarios. Cuando esa coyuntura internacional favorable concluyó los gobiernos se desgastaron y achicaron sus políticas populistas. Los caracterizó también un fuerte impulso extractivista para la exportación. Fueron también pagadores seriales de las deudas externas.

Políticamente, estas expresiones progresistas, surgieron en momentos de ausencia a nivel de masas de alternativas revolucionarias radicales y reforzaron esa situación. A pesar de toda su crítica al neoliberalismo, los progresismos abrevan en la consigna del fin de la historia, defienden el capitalismo como una necesidad, como un “hecho” de la “realidad”, denostando cualquier posición en contrario.

La exaltación de las formas representativas de participación se complementa con la crítica de las formas espontáneas, con el rechazo al uso de la violencia por parte de lxs explotadxs y oprimidxs. La idea de que la lucha de clases, el socialismo, la revolución son “cosas superadas del pasado” es un rasgo común. La defensa de la institucionalidad, de la “paz social”, y para ello, el otorgamiento de reivindicaciones parciales son rasgos fundamentales del progresismo. Los progresismos toman y conceden algunas reivindicaciones parciales en el plano de la distribución del ingreso, o en la disputa de sentido y cultural. Sin embargo, al no apoyarse en transformaciones estructurales del poder, esas conquistas quedan fácilmente expuestas a los ataques de los sectores ultraderechistas.

La educación de las masas en la institucionalidad, en la verticalidad de las decisiones, en la delegación, en la falta de experiencias de confrontación, además de un programa económico cada vez más antipopular, deja el campo abierto a que expresiones reaccionarias canalicen la bronca.

En la situación de crisis y de agudización de las disputas geopolíticas, expresiones abierta y violentamente derechistas acumulan fuerzas y en muchos casos se hacen de la administración del estado. En algunos casos, mediante golpes de estado, en otros, a través de triunfos electorales.

Estas nuevas “derechas” son la expresión política de la descomposición en todos los terrenos de la burguesía dependiente. Hablan de cuestionar el sistema, enarbolando un programa de clase que significa un salto en los niveles de entrega, subordinación al imperialismo occidental y explotación de la clase trabajadora. Hay en la concepción de estos sectores importantes elementos reaccionarios y fascistas (racismo, sexismo, clasismo), pero no es generalizable a todo el continente la capacidad de articular esas ideas en movimientos de masas.

La lucha contra estas expresiones es indispensable. La necesidad de superar al progresismo también es clave para que la lucha contra la ultraderecha pueda ser a fondo y efectiva.

 

Una ofensiva patronal en toda la línea

Estas tendencias generales se expresan de un modo singular en nuestro país. Por eso, este Congreso lo realizamos en una coyuntura histórica nacional muy particular que obliga a actualizar y ajustar nuestra acción.

La crisis capitalista empuja y fuerza al gran capital a profundizar los modelos ultraliberales. Para imponer su poder económico y cultural sobre el conjunto social, de subordinación y dominación sobre el mundo del Trabajo y pleno sometimiento al Poder Patronal. Esta situación histórica global es lo que permite a Milei, pese a sus debilidades institucionales, tomar una actitud ofensiva y recibir el apoyo del gran capital. Y convertir a Argentina en laboratorio de esa ultra derecha.

El actual gobierno de los Milei desnuda este régimen político de democracia burguesa de 40 años que acertadamente Alejandro Horowicz calificó de “Democracia de la Derrota”. El consenso democrático en un régimen político que reconoce el derecho al voto, pero no garantiza ninguno de los derechos elementales, sólo pudo ser impuesto aniquilando un proyecto revolucionario de superación del capitalismo y de la dependencia imperialista. El terrorismo de estado dejó su marca para que todo resultara menos malo que los grupos de tareas, las detenciones clandestinas, las desapariciones. En estos 40 años poco ha quedado de la promesa de que con la democracia “se come, se cura y se educa”. La pobreza y la miseria, la precarización del trabajo y de la vida, la fragmentación social se han multiplicado al mismo tiempo que el poder económico se ha concentrado. La descomposición del régimen político con candidatos que van por un partido y luego pasan al otro, que hacen lo contrario que afirmaban en campaña, que tienen una subordinación abyecta con el poder o que incluso son incapaces de hilar una frase de corrido, roza el escándalo. La corrupción es mucho más que los negociados, es la podredumbre de un sistema.

En esta “democracia de la derrota”, hasta la crítica a la dictadura podía ser revisada cuando las condiciones lo permitieran. El negacionismo y la apología de la dictadura que hoy es política del gobierno no surge de la nada. No podría entenderse su efectividad, sin el proceso previo de estatización de la memoria y la desvinculación de las luchas de los 30.000 con la actualidad.

Sin mayorías institucionales propias, sin cuadros técnicos, sin un funcionamiento más o menos presentable, la burguesía en su conjunto se ha encolumnado detrás de Milei en quien encuentran un puntal en el ataque a la clase trabajadora y al pueblo. La oposición “dialoguista” (PRO, radicales, Pichetto, partidos provinciales) pero también la oposición supuestamente “dura” del peronismo le dan la gobernabilidad que no podría conseguir por sí mismo el partido en el gobierno.

La apuesta a radicalizar la matriz extractivista pero centrado en la minería e hidrocarburos, genera ruidos con la burguesía agraria de la soja. La caída en picada de la actividad y del consumo por el deterioro de los ingresos, pone en problemas a la pequeña y mediana industria y al comercio. El alineamiento total con el imperialismo yanqui y sus magnates más extremos, se traduce en dudas de algunos sectores y grupos que veían en China y los BRICS mejores oportunidades comerciales, financieras, y de inversiones. Sin embargo, el ataque a las ya deterioradas condiciones de vida y trabajo de la clase trabajadora y el pueblo pobre, es el verdadero “Pacto de Mayo” (o del mes que sea).

El aumento de la militarización, la persecución y la represión son una pata indispensable para que se pueda avanzar en este programa contra nuestra clase.

Todo el marxismo latinoamericano, con el Che y el PRT en Argentina como máximas expresiones, demostró ese rasgo propio de las burguesías locales que comandaban los estados del capitalismo dependiente. Su obsecuencia servil hacia el imperialismo era y es la contracara del desprecio y ataque contra el pueblo. En esta etapa de crisis y guerras, de profunda descomposición del régimen social y político, Milei es la expresión del corazón de esta burguesía fugadora de dólares, saqueadora y explotadora. Más que “nueva derecha” es la versión desnuda y degradada de lo que la burguesía puede ofrecer como clase en este siglo XXI.

Ante un ataque que pretende desmontar conquistas que la clase trabajadora conquistó con enormes sacrificios a lo largo de décadas, todavía no logra definirse cuál es la respuesta que permita no sólo expresar la oposición, sino frenar la ofensiva. El movimiento obrero organizado, es decir, aquella capa de la clase trabajadora que aún tiene ciertos derechos de organización sindical y de condiciones salariales y laborales, es el blanco central del ataque.

Por supuesto, esto supone que toda la población sobrante para el capital en Argentina – esos millones de desocupadxs, precarizadxs, subocupadxs, un porcentaje elevado del empleo estatal – también descenderá más en el proceso de deterioro de la vida. Lejos de significar una “redistribución” desde el ejército activo de la clase obrera hacia la sobrepoblación pauperizada, el ataque al movimiento obrero profundiza el deterioro de toda la clase a favor de la burguesía.

Los despidos, los retiros anticipados, las suspensiones, las negativas a firmar o a homologar convenios, empezaron por el estado y el “plan motosierra” pero fueron el toque de Diana para que el sector privado hiciera lo propio.

Sin embargo, como decíamos, no termina de cobrar forma un eje de lucha que resulte efectivo para el conjunto de nuestra clase en el nuevo contexto. Por un lado, se verifica una disposición a la movilización y protesta. Las movilizaciones del 24 de enero, del 8 y 24 de marzo, del 23 de abril fueron muy relevantes no sólo por su magnitud, su extensión nacional, sino también por el contenido político que expresaron. Por otro lado, ni esas expresiones contundentes de masividad, ni las movilizaciones menos numerosas pero sostenidas contra la Ley Ómnibus / Bases, consiguieron torcer el avance del gobierno, que es el avance del capital contra el trabajo.

La burocracia sindical, totalmente integrada al estado y a la política patronal, conduce a la derrota de la clase. El sector más reaccionario apuesta a negociar (y entregar) derechos de les laburantes mientras sus privilegios queden asegurados. Ante una ofensiva semejante, “los Gordos” llamaron a… presentar un recurso de amparo en la Justicia. Luego, a regañadientes, convocaron a una concentración con paro de menos de 24hs que no promovieron en sus gremios movilizando sólo a los cuerpos orgánicos. La masividad del 24 de enero no la garantizó la burocracia. Desde entonces, apuesta una y otra vez a que sean los senadores y diputados quienes resuelvan los problemas de la clase.

El sector más confrontativo de la CGT, junto con las CTAs y a la CTERA celeste que se han integrado al aparato cegetista, ha dado discursos más duros y ha empujado para que haya medidas de acción. Sin embargo, las acciones son a cuentagotas, aisladas una de otras y sin apostar a la unidad y paralización del país como medida que podría poner realmente al gobierno contra las cuerdas. La retirada de Camioneros, del SMATA de la Plaza de los Dos Congresos cuando se votó la Ley Bases simboliza el tipo de acción que promueve este sector de la burocracia: gestos de movilización sin decisión de golpear de verdad.

Por acción o por omisión, según el caso, son los garantes sindicales y políticos de la gobernabilidad. Por supuesto, esta práctica en la que la movilización desgasta en lugar de moralizar y fortalecer, sirve después como argumento para el derrotismo posibilista “las bases no dan para más”. Todo esto confluye con la definición estratégica del progresismo kirchnerista y peronista: “hay 2025”, “hay 2027”. Es una definición que busca canalizar institucional y electoralmente la bronca. “Que no nos acusen de desestabilizadores” es el lema, CFK hablaba ya en febrero de un período Milei de 2023 – 2027, dando por sentada la culminación del mandato. Las argumentaciones a favor del juicio político, la votación a medias de la derogación del DNU 70/23, son todas formas que estabilizan el ejercicio del poder por parte de Milei – Villarruel.

La organización de descoupadxs y precarizadxs, ese sector que en los 90 supo dar lecciones de cómo luchar contra el menemismo, también es puesto en la picota del poder. Quienes requieren desde hace 40 años ayuda estatal para poder reproducirse fisiológicamente, son presentados como los responsables de la pobreza. La perversión de la burguesía y sus intelectuales es extrema. Causas, allanamientos, llamados a la delación, auditorías y toda una campaña de estigmatización ponen a las organizaciones sociales como las causantes del pauperismo. Con otra historia y tradiciones, tampoco este sector está consiguiendo articular respuestas a tono con el ataque recibido. En el nuevo contexto, los niveles de masividad que tuvieron en etapas previas se ven mermados. Por otra parte, el peso que tuvo en la última década la institucionalización a través de la gestión de planes de empleos precarios y de recursos mínimos, hace que el otrora movimiento piquetero no esté pudiendo recuperar la tradición de acción directa que lo caracterizó en sus orígenes.

Todas las “conquistas” de la “década ganada”, en materia de derechos humanos o de identidad de género, son arrasadas sin resistencias efectivas. Trabajadorxs contratadxs, tercerizadxs, precarizadxs, son cesanteados de a miles. Los sitios de memoria en riesgo. Los archivos de las Fuerzas Armadas restituidos al 100% a la discrecionalidad militar. Exaltación de la “memoria completa” en los lugares en los que lxs 30.000 fueron torturadxs. La movilización de estatales no logra que el resto del movimiento obrero tome la defensa de los puestos de trabajo. El peligro de la estatización de la memoria sale a luz de forma macabra.

Son horas decisivas para nuestra clase y nuestro pueblo. El ataque de Milei – Villarruel es la forma que adopta la ofensiva del capital, del imperialismo, en nuestro país. Los viejos métodos de “movilizar y negociar” ya no sirven. La represión recrudece y vale preguntare hasta cuándo nuestra decisión será atender heridos o replegar en forma ordenada. Detrás de estas cuestiones está la necesidad de levantar las banderas y objetivos que realmente pueden ayudarnos a salir de la dispersión, de la confusión y del “malmenorismo”.

Las raíces y el horizonte de nuestra posición y nuestra apuesta

En este congreso hemos reafirmado nuestro acervo ideológico y nuestra concepción estratégica.

La guerra interimperialista vuelve a poner a la orden del día la enorme tarea de responder a la guerra civil que ya nos han declarado. La resistencia palestina marca el camino. Y no son pocas las luchas que se están desarrollando en todo el mundo. Ya es hora de desprendernos del pesado lastre que nos impusieron décadas de “pacificación” del capital. Reconocer que tenemos un enemigo que es poderoso, que es criminal, pero que no es invencible. Reapropiarnos de la identidad y del odio de clase, que es una forma de amor de lxs oprimidxs. La catástrofe de barbarie a la que nos conduce el capitalismo no es inexorable. Se trata de dejar de dispersarnos en la lucha por las “pequeñas colinas”, como nos alertaba el Che, y de volver a poner en el centro de nuestros análisis, de nuestra concepción y de nuestra práctica, que revolución es cambiar TODO lo que debe ser cambiado.

Sin opción revolucionaria de poder, sabemos que recaemos (una vez más) en “mudar de tiranos sin destruir la tiranía”. Esto nos alertaba hace medio siglo Mario Roberto Santucho pero ya lo había visualizado con claridad Mariano Moreno. Las disputas y enfrentamientos entre distintos sectores o expresiones de la clase dominante (o del imperialismo) pueden convertirse en una oportunidad para la irrupción de masas, para la acción revolucionaria. Pero para que eso ocurra, las fuerzas de las mayorías explotadas y oprimidas tienen que lograr no dispersarse. Históricamente, es la organización de partido la que logra funcionar como intelectual colectivo de la clase obrera. Creemos que no por casualidad, el enemigo ha atacado tanto a la revolución socialista como a los partidos revolucionarios. En nuestro país, la dictadura pudo eliminar del horizonte de amplias masas la revolución sólo a través de la destrucción y aniquilamiento de las organizaciones partidarias que encarnaban ese proyecto.

Desde nuestra perspectiva, el PRT – ERP fue la expresión más elevada de ese proceso de lucha que condensó décadas de experiencias. En esa tradición nos inscribimos. Un camino que enlaza y profundiza el marxismo, el leninismo, el guevarismo. Es decir, una concepción en la que la lucha socialista es parte de una lucha más amplia por la plena emancipación humana.

El feminismo – de clase, revolucionario, nuestroamericano – tiene profundas raíces tanto en el marxismo como en la historia de lucha de nuestro pueblo. Ante el poder que busca reducir la lucha de las mujeres y disidencias a cuestiones de cupos o de leyes, situamos la emancipación de las mujeres y disidencias en el marco de revolucionar las formas de producción y reproducción de la vida. Ante las expresiones machistas que insisten en que no hace falta hablar de feminismo porque luchamos por la emancipación humana, respondemos que en tanto el patriarcado siga imprimiendo su lógica es indispensable explicitar nuestra concepción y nuestra práctica feminista.

Como parte de nuestro acervo, el marxismo es un marxismo latinoamericano. Rabiosamente anticolonial, decididamente antiimperialista, que combate el eurocentrismo y sus pretensiones de universalidad. El capitalismo surge y se desarrolla aplastando a la naturaleza y a las poblaciones. Tenemos la desgraciada suerte de ser el continente que nutrió la acumulación necesaria para que el capital pudiera forjar el mundo “moderno”. Por eso, sabemos que el “progreso” del capital es sinónimo de sacrificio de poblaciones, territorios y formas de vida. Ante el extractivismo que está en la esencia del capitalismo, defendemos la necesidad y posibilidad de otras formas de organizar la producción y la vida, formas que tenemos que aprender de nuestros pueblos originarios.

La nueva subjetividad por la que peleamos, esa nueva humanidad, es comunista. Como decía el Che, aspiramos a formar sujetos (siempre incompletos) que se acerquen a lo mejor de lo humano, que ante la doble moral y la hipocresía del sistema, construyan coherencia entre el decir y el hacer.

Nada de esto puede desarrollarse plenamente en un mundo marcado por las relaciones de explotación y opresión propias del capital. Y ninguna clase dominante de la historia se suicida. Por eso, es que reafirmamos la necesidad de construcción de partido, de un partido de combate, clandestino porque subvertir el orden vigente siempre es considerado ilegal por la clase que detenta el poder.

Esa construcción supone también la construcción de niveles crecientes de unidad. Unidad y disputa. Disputa que debe darse sobre la base de que el enemigo no es la organización de al lado, sino la burguesía y el imperialismo.  Pero también disputa necesaria para salir de la mediocridad que impone esta “democracia de la derrota” y volver a llamar a las cosas por su nombre. Ante una versión de la dominación burguesa que vocifera a diario contra el socialismo, al mismo tiempo que ataca nuestras condiciones de vida y trabajo, hay que superar estas cuatro décadas en las que primó el derrotismo, el posibilismo, la real politik progre.

Apostamos a procesos de unidad que sean sólidos. Las cuestiones programáticas, la confianza política construida en la práctica honesta y coherente, los debates fraternos de cara al pueblo, son herramientas para ir superando la enorme fragmentación en tiempos de agudización de las confrontaciones que exigen saltos organizativos.

La construcción de frentes, con miras a un Frente de Liberación Nacional y Social, basados en la práctica común y en acuerdos sólidos, son una tarea clave. Nuestra política hacia les compañeres de base (no hablamos de ninguna política de conciliación con sus dirigencias) que provienen del peronismo, del kirchnerismo, del progresismo apunta a convocarles a la lucha, a que esa unidad que se construye esporádicamente en las calles dé lugar a una superación de las trabas del posibilismo. La crítica a esta institucionalidad en descomposición, a direcciones que optan por dejar hacer especulando con (dudosos) resultados electorales, son ejes del debate que hay que dar al calor de la acción. No será con frentes socialdemócratas o progresistas que contribuyamos a construir la fuerza que necesitamos. Necesitamos frentes que digan con claridad que a través del poder del pueblo (no a través de la delegación) se pueden resolver los problemas. Ese poder requiere ante todo la conciencia del antagonismo, la independencia de clase. Toda la amplitud de orígenes, tendencias y creencias puede sumar a ello. Pero el punto de unión no es la unidad en sí, sino la fuerza que necesitamos para poner fin al capitalismo y construir el socialismo. No es fácil, pero es necesario volver a esa propaganda en sentido estricto. Es mucho más realista o posible que un “capitalismo humano” o un “estado benefactor”.

Urge discutir hasta cuándo la violencia va a ser el monopolio de los poderosos. Hasta cuándo vamos a limitarnos a aprender cómo curar a compañerxs gaseados, o con balas de goma. Hasta cuándo vamos a asistir a que un puñado de “representantes” defina que nosotrxs y nuestrxs hijxs y nietxs vamos a vivir cada vez peor.

Todas estas formas y herramientas organizativas sólo adquieren su sentido revolucionario cuando están en función de aportar a la construcción de poder del pueblo. Son las masas las que hacen las revoluciones. Es el poder popular, el pueblo en armas que se hace dueño de su destino, quien puede torcer la realidad. Ningún elemento de la realidad apunta a que sea alguna expresión política de la burguesía quien resuelva los problemas y materialice los anhelos de nuestra clase y nuestro pueblo. La verdadera bancarrota del progresismo, no tiene que dar paso a la resignación, sino a fortalecer la vocación combativa y la confianza en la fuerza de un pueblo cuando entra en revolución.

Estos cuarenta años de pacificación están demostrando (no sólo en Argentina, en todo el mundo) que fueron el desarme de la clase trabajadora y los pueblos. Que mientras nosotres renunciábamos al legítimo ejercicio del derecho a la rebelión, a la autodefensa (material y moral) el enemigo no dejó crimen por cometer. En las calles, en las persecuciones, pero también bloqueando hasta la posibilidad de proyectar horizontes de revolución y justicia.

No serán en una situación de crisis y de definición tan trascendental las formas rutinizadas de acción y pensamiento, la apuesta al mal menor (¿dónde está el “no es lo mismo” de Scioli? ¿Dónde está el “salvador” de Massa?) las que nos permitan salir del atolladero. Apostar a eso es contribuir a la derrota y a la desmoralización de nuestras fuerzas. Tampoco la salida provendrá de los partidos del FIT-U que tienen militantes muy valiosxs y con quienes compartimos numerosas luchas e instancias organizativas. El parlamentarismo, que puede ser un medio de lucha legítimo y útil, en este momento de descomposición acelerada del régimen político y de esterilidad de los discursos de denuncia, desmoraliza. Construye una idea de que las fuerzas de “izquierda” son “buena gente” pero que no constituye una opción de poder real. La victimización y la denuncia ante la represión desmoraliza. La asimilación, propia del trotskismo morenista, de cualquier expresión de violencia popular con la acción de “inflitradxs” suma al molino de las aguas del poder y deja sin salida real al campo popular. ¿Cómo luchar contra un orden injusto? Nuestra historia como clase y como pueblo da respuestas muy claras. Desde 1848 y la Comuna de París sabemos que la burguesía es capaz de las más atroces masacres cuando despliega la guerra civil contra nuestra clase. Desde 1492 sabemos que el mundo del capital es el mundo del patriarcado, de la colonización, de la esclavitud, la servidumbre, la caza de brujas, del ejercicio sistemático del terror.

También la historia es rica en experiencias de lucha, de resistencia y de triunfos para los trabajadores y el pueblo. En 1810 una revolución continental dio inicio a la expulsión colonial española. En octubre de 1917 un ejército de obreros y campesinos hambreados tomó el poder y construyó una nueva etapa en la historia de la humanidad. Sucedió en Europa del Este. Ocurrió en Corea, en China, en Vietnam, en Argelia. Tuvo lugar en Cuba. Pero no se trata de hacer una mirada “meritocrática” y sólo reivindicar lo que triunfó. Desde Espartaco en adelante, pasando por las resistencias a la colonización, las rebeliones indígenas, llegando a las grandes confrontaciones del siglo XX hay todo un “derrotero” que marca que la humanidad puede ser algo mucho mejor de lo que es, que la libertad es de todos o no es de nadie y que la felicidad colectiva es una construcción que merece ser encarada.

Por todo esto, con la fraternidad y sororidad, hacemos un llamamiento

Llamamos a las organizaciones de intención revolucionaria, a sacudirnos la rutina de repetir análisis. Comprender el carácter trascendental del momento, sus peligros, pero también sus potencialidades, nos puede permitir precisar y ajustar propuestas programáticas. Realizar experiencias prácticas y de debate político – ideológico serio que permitan ir construyendo la confianza política para que la diversidad deje de ser sinónimo de dispersión.

Hay una tarea que ninguna de las organizaciones actuales puede resolver por sí sola. La propaganda sistemática de una mirada anticapitalista, la explicación de las causas de las injusticias y opresiones que padecemos, la clarificación de que nuestro enemigo es de clase, el carácter interrelacionado de lo que ocurre en nuestro país y en el mundo, la necesidad y la posibilidad de la revolución como forma de resolver esos problemas.

También es una tarea común el aporte a las luchas de masas de la memoria histórica, la necesidad de recuperar, actualizando, todo un acumulado de la lucha de lxs explotadxs, para enfrentar la ofensiva patronal que hace un uso sistemático y creciente de todas las formas de violencia.

Llamamos al activismo que día a día se organiza para luchar por cuestiones laborales, barriales, socioambientales, estudiantiles, de género, de derechos humanos, a entablar diálogos y encontrar prácticas comunes que habiliten mayores y más profundos niveles de debate. Resulta urgente encontrar los modos de que nuestras luchas parciales puedan construir y reformularse a partir de un programa y de una lucha totalizadora. Sin desconocer las especificidades, pero siendo conscientes de que las luchas aisladas pueden ser reprimidas o digeridas por el sistema.

Políticamente, no depositar ninguna expectativa en el parlamento, ni en la “justicia”, ni en el sistema institucional. Ninguna confianza en las distintas variantes burocráticas, apostando a la unidad de acción en la lucha: enfatizamos, en la lucha.

¡Venceremos!

IV° Congreso partidario – 14 y 15 de julio de 2024

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