
El imperialismo yanqui, mediante la OTAN, viene intensificando su presencia en el este europeo. El gobierno ucraniano, aliado de esa coalición y apuntalado por sectores pro-nazis locales, viene desplegando hace 8 años una ofensiva en la región de Donbass sobre sectores que se rebelan ante su avanzada. El reconocimiento tardío y oportunista del gobierno ruso a esos estados y la actual invasión a Ucrania se dan en este marco. Esta guerra debe ser condenada: ningún obrero u obrera debe encolumnarse detrás de sus burguesías nacionales. Pero esto no implica lanzar loas al pacifismo. La rebelión de las masas, como la que han protagonizado trabajadorxs de Donetsk y Lugansk luchando contra la dominación derechista ucraniana, son una alternativa que excluye embanderarse con Rusia o la OTAN acríticamente.
En un mundo en el que desde hace tiempo la guerra informativa del imperialismo es constante, no resulta fácil para las mayorías populares comprender procesos que tienen múltiples aristas y un complejo proceso de gestación. El fragmento, la noticia catástrofe, el título -antes que el desarrollo- generan impacto, reafirman intuiciones y prejuicios y ganan voluntades. Los sucesos en desarrollo en Ucrania exponen con agudeza esta situación. Por eso decidimos que esta declaración tenga una extensión y un desarrollo que sería impropio de procesos sobre los que hay una mayor conciencia y conocimiento.
La etapa y la crisis orgánica
La guerra en desarrollo debe entenderse, ante todo, como un episodio más de la profunda crisis en curso. Como ya hemos dicho, pero no está de más repetir, la crisis abierta y profundizada a partir de la pandemia de Covid 19 expresa hasta qué punto las contradicciones del sistema capitalista están poniendo en peligro a la humanidad trabajadora, a los pueblos del mundo, a la vida misma.
La crisis del capital es la base de la crisis orgánica del imperialismo norteamericano y del mundo construido bajo su égida – con sus dólares y sus armas. La reconfiguración geopolítica en curso, cuyos desenlaces finales todavía tienen mucho de hipótesis, demuestra que lejos de haberse superado, las contradicciones y conflictos se han intensificado desde la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el bloque de Europa del Este, y las reformas pro mercado en China.
El fin de la Guerra Fría, en tanto disputa estratégica entre dos proyectos de sociedad antagónicos, no trajo paz. La polarización entre países, el salto exponencial de la desigualdad, la profundización de la explotación de la fuerza de trabajo y la extensión de la sobreexplotación como forma “normal”, la arremetida feroz contra los bienes comunes, alcanzaron niveles inéditos.
A esta violencia material, objetiva, acompañaron formas de violencia abierta. La represión estatal y paraestatal, es la contraparte necesaria, de la violencia que impone el capitalismo como único horizonte posible. El “fin de la historia” auguraba un mundo en el que el debate y las luchas sociales y políticas no impugnaran los márgenes del mercado capitalista y el estado burgués.
Las dificultades estratégicas del movimiento revolucionario y socialista para reponerse de una secuencia de derrotas severas impuesta a punta de terrorismo, se han venido multiplicando ante las sucesivas derivas de fuerzas que surgen de movimientos de descontento, de justa rabia, de indignación y que terminan en el callejón sin salida de un posibilismo que administra lo dado.
El imperialismo yanqui
El avance del imperialismo yanqui por imponer una reconfiguración a su medida del mundo tiene un nefasto historial de muerte en su haber: la desmembración sangrienta de la ex Yugoslavia, la invasión a Afganistán, a Irak y a Libia por sólo mencionar los casos más vinculados al objeto de esta declaración. Pero vale recordar que los genocidios en América del sur y central mediante terrorismo de estado fueron parte de ese mismo proceso.
En el caso de Rusia, no hay duda de que los acuerdos pactados en el contexto de disolución de la URSS y del Pacto de Varsovia, incluían la prohibición de la extensión de la OTAN hacia el este. Las finanzas y el movimiento de capitales ni siquiera gozaron de ese reparo: el FMI se extendió a la brevedad.
Así como la implosión de la URSS y del campo de Europa oriental no produjo ninguna “homogenización” como planteaba el mito globalista, tampoco implicó una desmilitarización. El Pacto de Varsovia fue disuelto, la OTAN no. Por el contrario, se extendió sin freno hacia el este, cercando literalmente a Rusia.
Desde hace por lo menos una década, EEUU con el acompañamiento de la UE se trazó una estrategia para cerrar el cerco incorporando a Ucrania a la OTAN. El Euromaidán que culminó con el golpe de 2014 contra el presidente Víctor Yanukóvich fue parte de ese proceso. El ahogo financiero producido por el FMI fue acompañado por el asedio mediático que dio legitimidad a movilizaciones de contenido reaccionario.
Desde entonces gobiernos mediocres a la medida del amo imperial, administraron el ajuste fondomonetarista contra el pueblo al mismo tiempo que desplegaban una fuerte represión. La negativa de los EEUU de respetar la no incorporación de Ucrania a la OTAN y al reconocimiento de la neutralidad del país, dinamitaron las conversaciones con Rusia. El papel subordinado y lastimero de la UE quedó expresado de manera abierta.
Las rebeliones populares de Donetsk y Lugansk
Las sublevaciones populares de las regiones industriales y mineras del Donbass -rusoparlantes y con una estrecha relación económica con Rusia- enfrentaron la ofensiva fascista desatada con intensidad a partir del golpe de 2014. La autorganización y la autodefensa de estos pueblos en lucha, puso coto al nazismo y culminó en la conformación como repúblicas populares. Además de una tradición muy cercana históricamente de lucha antifascista, en esas verdaderas rebeliones populares se recuperaron elementos del ideario socialista y revolucionario. Han enfrentado la guerra y bombardeos por parte del estado y los ataques de las bandas nazis consustanciadas con el aparato estatal. Sin embargo, no tuvieron reconocimiento de la “comunidad internacional”. Ni siquiera de la vecina Rusia, que rápidamente aceptó la incorporación a la estratégica Crimea, pero que no tuvo interés en reconocer a las nuevas repúblicas que autodeterminaron su independencia.
En 2015 se firmaron los acuerdos de Minsk (Bielorrusia) el estado ucraniano se comprometía a reconocer en clave federativa la autonomía, frenar las agresiones y bombardeos, y permitir el uso del idioma ruso a las comunidades rusoparlantes. No obstante, nada de eso se cumplió. A la fecha, hay más de 14.000 muertxs y más de 1 millón de desplazadxs producto de esta guerra que no ha tenido la prensa suficiente para ser considerada guerra de parte del progresismo liberal y bienpensante de la comunidad internacional.
Nazismo ucraniano
El uso del término “nazi” para calificar expresiones variadas de autoritarismo hace que quienes desconocen la realidad de Ucrania subestimen el significado del nazismo ucraniano. Con una larga historia que puede remontarse hasta el movimiento contrarrevolucionario tras el triunfo de la revolución de octubre de 1917, el anticomunismo enlazó con una tradición “anti-rusa”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Stepan Bandera fue el líder del nazismo vernáculo, análogo al croata Ante Pavelic y a tantos otros con menos fama, pero no menos crímenes que Adolf Hitler.
Financiado por la CIA, el movimiento neonazi creció en Ucrania al punto de tener el verdadero control de la política del estado, más allá de las administraciones. Las bandas fascistas, en particular el Batallón Azov, fueron incorporados a la Guardia Nacional y desde hace años dependen del Ministerio del Interior, integradas al Estado. Desde allí, con emblemas neonazis y un accionar terrorista de extrema derecha, reclutan jóvenes para encuadrarlos a sus filas. Grupos neonazis de toda Europa los tienen como una referencia y han obtenido entrenamiento militar allí. El líder de Cuerpo Nacional, Andriy Biletsky, organizó una movilización para que el gobierno incumpliera los acuerdos de Minsk bajo la consigna “No a la rendición”.
El idioma ruso fue prohibido, los medios de comunicación en esa lengua fueron cerrados y los bombardeos y ataques al Donbass continuaron. La trama que une a esos sectores con el estado es inocultable. En 2019 el parlamento aprobó como celebración nacional oficial el día de nacimiento de Stepan Bandera.
Rusia y el carácter de esta guerra
El papel de Rusia ha dado lugar a diversas posiciones. Hay sectores hasta de la izquierda que repiten los posicionamientos pro OTAN que ya tuvieron en otras ocasiones. La responsabilidad de Rusia aparece como prioritaria excluyente, repitiendo todos los estereotipos de la modernidad capitalista occidental. Pero también hay sectores que aplauden la invasión a Ucrania, defendiendo a Rusia, como si expresara un proyecto superador para la humanidad.
La acción de Rusia no es una defensa de las rebeliones. No es una acción internacionalista a favor de los pueblos sublevados y organizados para combatir al fascismo. Es una acción que es parte de la reconstrucción de una Rusia en clave de la Madre Rusia, con la ideología nacionalista de los “grandes rusos”. Desconoce la independencia y autonomía de Ucrania. En palabras de Putin, Ucrania no tiene razón de ser. “Entonces, comenzaré con el hecho de que la Ucrania moderna fue creada completamente por Rusia o, para ser más precisos, por la Rusia bolchevique, comunista. Este proceso comenzó prácticamente justo después de la revolución de 1917, y Lenin y sus asociados lo hicieron de una manera extremadamente dura con Rusia: separando, cercenando lo que históricamente es tierra rusa. Nadie preguntó a los millones de personas que vivían allí qué pensaban”. Por lo tanto, el objetivo estratégico es integrar a Ucrania en Rusia.
La estructura económica del país se desplomó tras la implosión de la Unión Soviética. De tener un PBI cercano al de EEUU, incluso luego de la recuperación de los años 2000, el PBI ruso hoy no llega a ser la décima parte del de su contendiente, lo que significa un PBI equivalente al de Brasil. Esto demuestra el fracaso del capitalismo ruso y la necesidad imperiosa de su fortalecimiento ya sea con alianzas con China y con anexiones como el caso de Ucrania.
No obstante, la historia reciente de independencia de una parte de la oligarquía rusa, a diferencia de las clases dominantes europeas y, en otra jerarquía, de las todavía más débiles burguesías latinoamericanas, junto con la fortaleza nuclear y misilística permiten explicar este tipo de acción en el marco de una redefinición del poder global.
El argumento de que la intervención rusa es para proteger la autonomía de Donetsk y Lugansk resulta desmentida no sólo por la perspectiva integrista de Rusia, sino por el modo en que se está desplegando la ofensiva, mucho más allá de esos territorios. Los propósitos son obligar a que retrocedan los planes de la OTAN y reafirmarse como un jugador protagónico de la reconfiguración mundial en curso.
La potencia militar de Rusia incide mucho más que su posición económica. A pesar de que su carácter de proveedora de energía sea un factor central de este proceso a partir de la negativa norteamericana a la puesta en marcha del Nord Stream 2, lejos está de ser un contendiente económico a la par, o cercano a la par, de EEUU. La alianza con China, -que despliega su estrategia a través de la nueva ruta de la Seda entre otros movimientos- puede generar en dupla esa combinación, pero está lejos de ser claro si este país se definirá a intervenir de modo directo. Más bien, parecería lo contrario, al menos en lo inmediato, el llamado de Xi Jinping a Putin apuntó a la necesidad de establecer negociaciones con el gobierno ucraniano.
En este momento de profunda crisis orgánica, esta acción debe entenderse en ese contexto de reconfiguración de la hegemonía del imperialismo norteamericano, de reconfiguración de fuerzas y disputa estratégica de la hegemonía entre las grandes potencias. De allí el impacto que esta guerra tendrá en todos los territorios del mundo.
El papel de lxs revolucionarxs en este contexto y en el proceso en curso
Verdaderos huracanes sacuden a este mundo en crisis. El imperialismo yanqui se torna más belicoso ante los embates que sufre en su hegemonía mundial. El escenario geopolítico muestra, una vez más, que todo lo sólido se desvanece en el aire.
Parte de esta situación es la incapacidad de reconstruir a gran escala un movimiento revolucionario: antifascista, antiimperialista, anticapitalista. En definitiva, socialista. En otras épocas de menor internacionalización del capital y de menor interdependencia de los estados y las burguesías, lxs revolucionarxs teníamos instancias y formas de aunar o coordinar acciones de lucha en diversos lugares del planeta. No es lo que ocurre hoy. Sin embargo, en la necesaria batalla ideológica que acompaña y antecede los saltos cualitativos en la lucha de clases, es necesario trazar un camino.
Condenamos esta guerra. Las víctimas serán, principalmente, trabajadorxs. Sufrirán desplazamientos, miseria, violencias múltiples; entre ellxs, mujeres y niñxs padecerán el rostro más crudo del patriarcado. Somos internacionalistas y sabemos diferenciar la autodefensa de un pueblo que se alza en armas de la ideología nacionalista de la defensa nacional que propone que cada clase trabajadora se encolumne detrás de su burguesía. Somos marxistas, por lo cual nuestra condena no surge de la concepción liberal que abona al dominio de la ideología burguesa en su versión norteamericana.
Frente al pacifismo que oculta las guerras del imperialismo en curso contra pueblos enteros como los de Colombia, Palestina, Yemen, o contra países como Cuba y Venezuela, decimos que el imperialismo no conoce la paz. Que su paz es la de los cementerios y la del sometimiento de los pueblos.
“Guerra a la guerra” decían los bolcheviques. Debemos asumir que el enemigo impone esa realidad, como enseñó el Che. Debemos aprender que no todas las guerras son iguales, y que la violencia no es condenable “venga de donde venga”. Las guerras de liberación como las que hicieron San Martín, Belgrano, Güemes, Azurduy; las guerras revolucionarias como hicieron Vietnam, Cuba y tantos pueblos en la búsqueda de hacerse dueños de su destino, nada tienen que ver con las guerras de invasión, de conquista, de saqueo que el capital despliega desde su misma génesis. La rebelión de los pueblos, la autonomía y la organización de las masas frente a las opciones de los poderosos del mundo son la única alternativa realmente superadora. El derecho a vivir en paz, debemos conquistarlo. Frente a la violencia y las guerras que el sistema nos impone, no será con invocar la paz que logremos los pueblos nuestra verdadera emancipación. Esa es la realidad que hay que asumir.