Este domingo 6 de junio, 24 millones de peruanxs (residentes y en el exterior) definirán quién asumirá la presidencia de Perú. Por un lado, la hija del genocida Alberto Fujimori, con numerosas causas de corrupción. Por otro lado, Pedro Castillo, maestro, campesino, dirigente sindical. Las encuestas pronostican un empate técnico. Un análisis de lo que se expresa en estos comicios pero que va mucho más allá de lo electoral.
Desde que se realizara la primera vuelta electoral el pasado 11 de abril, en los que la crisis de representación política quedó patente en la presentación de veinte candidatxs, el escenario político de Perú ha ido reorganizándose. Por primera vez en mucho tiempo, lxs contendientes representan dos proyectos y dos realidades cualitativamente diferentes. Keiko Fujimori, no sólo hija del dictador y genocida, sino continuadora de la política paterna marcada por la corrupción generalizada, los beneficios al por mayor para las transnacionales, la miseria y precarización de la clase trabajadora y el pueblo (más del 80% de la clase trabajadora sobrevive en la informalidad). Todo ello sumado a una reivindicación de la impunidad para lxs responsables del terrorismo de estado, prometiendo la amnistía a su progenitor; junto al tradicional desprecio racista de la elite limeña contra el Perú indígena y mestizo. Sólo por mencionar uno entre muchos otros delitos de lesa humanidad, viven aún muchas de las más de 250mil mujeres -pobres, indígenas, campesinas- sometidas a las esterilizaciones forzadas por el régimen Fujimori – Montesinos.
En el otro polo, un maestro del Perú andino y profundo, campesino, trabajador; que se reivindica marxista y mariateguista. Expresa y en parte canaliza esa impugnación a la reformulación neoliberal del Perú que, en el contexto de la crisis sanitaria que tornó insoportable el orden de cosas, en noviembre de 2020 tomó las calles (Venceremos, 14/11/20). Castillo, que vive del mismo modo que lo hace la mayoría del pueblo de su país, puede levantar sin que suene a burla la consigna contra la corrupción. Vale recordar: “El grado de descomposición del sistema político es tal que todos los presidentes desde 1985 están presos, procesados, o investigados por corrupción: Alberto Fujimori (1990 – 2000) preso, Alejandro Toledo (2001 – 2006) preso en EEUU y en proceso de extradición, Alan García (1985 – 1990; 2006 – 2011) suicidado cuando avanzaba la causa en su contra, Ollanta Humala (2011 – 2016) en libertad vigilada. Pedro Pablo Kuczynski (2016 – 2018) fue destituido por su vinculación con la causa Odebrecht. Tras la renuncia de la vicepresidenta de PPK, asumió Martín Vizcarra.” (Venceremos, 28/12/20). El propio Vizcarra fue destituido por un cuestionado parlamento por incapacidad moral. Por tanto, la corrupción aparece como un pilar del estado y del orden social y político.
Integrante de las rondas campesinas que se organizaron como autodefensa de las comunidades contra el terrorismo estatal, Castillo propone que sean esas mismas rondas las que tomen en sus manos la lucha contra la corrupción.
Las inversiones extranjeras, sobre todo en proyectos megamineros, fueron aseguradas por un estado, por la Constitución de la dictadura hoy vigente, y por una enorme cantidad de tratados de libre comercio que buscan asegurar las cadenas de la dependencia. El cuestionamiento a los beneficios sin retorno de ningún tipo a las multinacionales es otro de los ejes de Pedro Castillo. La minería es la gran riqueza del Perú ambicionada hoy más que nunca por las multinacionales norteamericanas y canadienses con muy escasas regalías. En 2019 los campesinos de Arequipa se movilizaron en protección del Lago Azul que les proveía de agua para su consumo y los cultivos, e impidieron que la minera se apoderara de ese lago que, además era sagrado. En ese mismo año, en Puno, los campesinos se enfrentaron a la minera y a las fuerzas policiales en defensa de su río cuando observaron que sus animales se morían al beber el agua envenenada por los derrames de la minera. En ambos conflictos hubo fuertes enfrentamientos y muertes campesinas, también de algunos policías. Por eso el tema de la minería es clave.
La reforma educativa, otra de las patas de toda la adecuación neoliberal del capitalismo en el continente y en el mundo, es otro de los ejes señalados por Castillo. El propio liderazgo de Castillo surge de la fuerte lucha que lxs maestrxs protagonizaron en 2017. Con 75 días de huelgas, movilizaciones y marchas por todo el país, acampe en Lima, lxs maestrxs denunciaron la contradicción entre la precarización que venía de la mano de la contratación sin estabilidad laboral y la imposición de evaluaciones magisteriales que podían dar lugar a la destitución. En resumen, las dos caras de la educación a medida del mercado: precariedad a gran escala y meritocracia. Esa lucha que desbordó a la dirección del sindicato docente hasta entonces mayoritario, está en la base de la construcción de Castillo como referente.
Pero, además, el hecho de que un desconocido para los grandes medios de (in)comunicación, ajeno a las elites limeñas e intelectuales, haya conseguido la mayor cantidad de votos en la primera vuelta expresa que la crisis de representación incluye a una izquierda oficial, citadina, “blanca”.
La bandera de una Asamblea Constituyente sintetiza el horizonte que Castillo plantea para poner fin a la vigencia de la constitución fujimorista. Los ecos de la rebelión chilena en lucha contra la constitución pinochetista, los reclamos de la rebelión colombiana poniendo en la mira la constitución de 1991, encuentran en Perú terreno fértil.
A horas de realizarse los comicios, todas las variantes de derecha se han encolumnado detrás de Keiko Fujimori de Fuerza Popular. Mientras que la candidatura de Castillo, por Perú Libre, viene sumando el apoyo de todo el arco social y político que levanta la consigna de “Fujimori nunca más.” ¿Qué peso tendrá el llamado “antivoto”? ¿Participarán los 2,6 millones de votantexs habilitadxs que no concurrieron en abril?
Más allá de lo electoral
Con una gran incertidumbre en torno a los resultados, lo fundamental es el surgimiento de una expresión política de transformación en Perú. Las numerosas movilizaciones por toda la geografía del país realizadas en apoyo a Castillo demuestran que no estamos en presencia de un fenómeno meramente electoral. Son lxs más pobres, lxs informalxs, lxs indígenas, lxs sin voz quienes están viendo en Castillo a unx de ellxs. Está ahí la fuerza fundamental. El proceso sintetiza años de resistencia y grandes gestas como la de lxs docentes en 2017, las luchas contra el extractivismo minero de 2019, como el “despertar” de noviembre, como la lucha de lxs trabajadorxs de las empresas agroexportadoras, entre otras.
Si se da el escenario de triunfo, los desafíos serán enormes. Las diversas expresiones de partidos y organizaciones patronales están acostumbradas a ejercer el poder sin más límites que sus rencillas de capilla. Pero como lo muestra toda la unificación detrás de la candidata fascista, ante una impugnación desde abajo no dudan en unir fuerzas. Un aparato represivo heredado de la dictadura es un factor a considerar también. Por otra parte, algo que ya está ocurriendo hoy, más de un oportunista se subirá a la montura del “profe” para conseguir cargos, privilegios e imponer una visión que priorice lo posible por sobre lo necesario. De triunfar, Castillo deberá aferrarse a lo que gritan esas bases sin voz para que el canto de sirena de la tecnocracia no lleve a perder en los vericuetos del laberinto institucional lo construido en las calles. Sólo a modo de ilustración: los primeros pronunciamientos de Castillo fueron de estatización. Ahora ya integrados a la campaña los equipos de Verónica Mendoza comenzó a hablar de “controlar la minería”. La embajada norteamericana está muy atenta a este tema. También los mandos militares todos formados en Panamá.
La Asamblea Constituyente y, sobre todo, como enseñan hermanxs chilenxs, el proceso constituyente del pueblo, tal como está ocurriendo en las barricadas de Colombia, puede abrir un proceso de politización y radicalización siempre que se anticipen y se enfrenten las inevitables reacciones derechistas. Siempre que, ante los ataques del poder que se redoblarán si el gobierno deja de responder a sus intereses, se construya una estrategia de avance que subordine la negociación a la lucha por fortalecer el proyecto de lxs de abajo.
En caso de que, por las buenas o por las malas, Keiko se ungida presidenta, se abrirán otros desafíos. De consolidación de una fuerza propia, pero también de preparación para enfrentar una nueva espiral descendente en las condiciones económicas, sociales, sanitarias que se van a producir. También la persecución política y mediática que esta convicta de la justicia y sus cómplices ya vienen desplegando recurriendo a toda la andanada de argumentos contrainsurgentes. Y que como es sabido, no rehúsan usar ningún recurso con tal de generar terror, llegando a montajes y acciones de verdadera guerra psicológica contra el pueblo.
La fuerza que emerge en medio de la más profunda crisis del capital tiene la posibilidad y el desafío de crecer, de hacerse más sólida, y poner en pie un horizonte de dignidad.