Elecciones en EEUU: demócratas y republicanos ante la crisis y decadencia del imperialismo yanqui

Este martes 5 de noviembre culminan las elecciones en EE.UU. y el escenario en ese país es de polarización extrema con pocas convicciones y mucha apatía.  El “sueño americano” para la familia americana tipo, ya no existe. La lucha por sostener la hegemonía mundial en decadencia corroe al país en sus entrañas y la realidad de la clase trabajadora es de precariedad habitacional, con un cada vez más precario acceso a la salud y la educación. El costo de vida se encarece mientras que los salarios se estancan y las deudas privadas de las familias crecen y crecen en medio del aumento del costo del crédito. La mitad de las familias trabajadoras no tienen hogar propio, el precio del combustible sube producto de la guerra interimperialista y los billones gastados en el armamento e industria militar muestran a la población el agotamiento de un modelo económico que ya ni siquiera garantiza el bienestar a los sectores más acomodados.

También es claro para las grandes mayorías que las prioridades de la clase dirigente no son el bienestar del pueblo. Si bien Kamala Harris menciona la preocupación por algunos de los temas que aquejan a la clase trabajadora, durante el gobierno de Biden no se retrocedió en la quita a impuestos a los ricos que había implementado Trump y las medidas para la población fueron puro maquillaje, como el pago de un depósito para hipotecas que no desendeudó a nadie. Los demócratas no desarmaron el andamiaje que construyó Trump, y es por eso que hoy puede volver a ser candidato.

La crisis de representación es grande y se evidencia en los esfuerzos que el partido demócrata realiza para atacar a los pequeños partidos para que no capitalicen el descontento. El genocidio en Gaza y el descomunal apoyo económico al Estado de Israel (que ninguno de los candidatos cuestiona), mientras en el país los propios yanquis pasan penurias, es otro elemento que hace tambalear la credibilidad en el sistema. Por eso se constituyó una corriente interna del partido demócrata que se propone convencer a aquellos descreídos del voto para que asistan a las urnas y voten por los demócratas, pero sin apoyar a Harris. Si bien este movimiento crece, es una muestra de la gran preocupación por los números de abstención.

La escasa diferencia programática entre ambos partidos torna el debate electoral en puros slogans, más allá de lo bizarro de los delirios trumpistas como que la gente “come perros y gatos”. Crece el sentimiento antiinmigración entre seguidores de Trump que se autoperciben como los defensores de la democracia frente a un “estado profundo”, una especie de “poder real” en Argentina. Lo cierto es que el poder real es el gran capital que financia a ambos partidos por igual, con algunas excepciones. Una de ellas es Elon Musk, que se metió de lleno en estas elecciones financiando y propagandizando a Donald Trump ya que le promete protección y beneficios a sus empresas como SpaceX y Tesla, que compite contra la BYD China en la manufactura de autos eléctricos. Otras empresas financian a ambos partidos por igual. En el llano, sigue organizado un núcleo duro de radicales trumpistas que ocuparon el capitolio en 2020 y reivindican el sur esclavista, la posesión de armas para defender la propiedad privada y el capitalismo acérrimo. Otra periferia que, dada la gran desinformación y la real baja de desocupación durante su presidencia, puede apoyar a Trump creyendo en su retórica de reindustrialización del país y proteccionismo.

Los demócratas tienen una base más progresista, más informada, que está quitando su apoyo a su propio partido por el papel que están jugando en términos internacionales, siendo críticos del genocidio en Palestina por ejemplo, aunque crece el voto al “mal menor”.  Por otro lado, los grupos llamados “minoritarios” como los latinos, musulmanes, afro-americanos, también le restan apoyo a los demócratas y se vuelcan cada vez más a la abstención o al voto por los partidos minoritarios como el Verde o incluso algunos orientándose por el voto a Trump.

De todas maneras, los comicios están armados de manera tal que “el populacho” (como lo llamarían los próceres que escribieron la constitución) no logre su cometido. La autodenominada “democracia más grande del mundo” tiene un sistema de votos que nada tiene de democrático: como ya se demostrara de manera escandalosa en las elecciones en las que Trump terminó siendo presidente, la cantidad de votos no es lo que determina el resultado ya que aunque la mayoría de los votantes elija a un partido, su carácter indirecto hace que pueda que gane otro. Entonces, en 2017, Trump se impuso a Hilary Clinton a pesar de que ella obtuvo 3 millones de votos más. El sentimiento de que todo está arreglado teñirá el resultado, cualquiera sea, en una sociedad cuyo mito se resquebraja.

Mientras tanto, y más allá de lo electoral, la clase trabajadora da peleas cada vez más grandes y más coordinadas entre diferentes sectores. El paro de los portuarios – que no realizaban una medida de fuerza de magnitud desde 1977-, traicionado por su burocracia, ha dejado aprendizajes sin dudas, así como los paros de los camioneros o de los ferroviarios. Estos sectores tienen cada vez menos privilegios frente al resto de los trabajadores del mundo y si bien sus luchas tienen carácter reivindicativo, van de a poco cuestionando los cimientos del imperialismo. El estudiantado universitario por su parte, protagoniza importantes movilizaciones y acciones contra el genocidio en Gaza y, como con Vietnam, erosiona la credibilidad del régimen político y toda la pantalla democrática.

Gane quien gane las elecciones, ante el proceso de crisis y decadencia del imperialismo norteamericano, es claro que se exacerba su política guerrerista, que ha abierto una etapa en la que los pueblos del mundo tenemos el desafío de construir una verdadera alternativa anticapitalista.

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