En esta nota, nos centramos en la lectura del Capítulo II del libro, “La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia”. Recomendamos leer primero las notas previas:  aniversario de la muerte de Lenin, parte I , parte II  y parte III de “Volver al ¿Qué hacer? de Lenin”.

El título del capítulo sintetiza el eje del mismo: la relación entre lo espontáneo y lo consciente, el vínculo entre el movimiento de masas y el partido. La tesis central, tanto en clave de diagnóstico como de tarea, es que la fuerza del despertar de las masas (en particular del proletariado industrial) a comienzos del siglo XX, contrastaba con la debilidad de consciencia y de espíritu de iniciativa de lxs dirigentes revolucionarixs. Ese desfasaje, esa contradicción entre ambas dimensiones, expresaba la discordancia entre el elemento espontáneo y el elemento consciente (o, lo que es lo mismo, el elemento metódico, sistemático).

Antes de avanzar en la revisión del texto, vamos a reponer brevemente el campo de problemas en el que se inserta este capítulo clave para pensar la revolución.

En sí y para sí; condiciones objetivas y subjetivas; posición y consciencia; economía y política

No sería exagerado afirmar que las principales polémicas que se han dado y se siguen dando dentro del marxismo giran en torno al modo en que se resuelve (teórica y prácticamente) la relación entre la existencia objetiva y subjetiva de las clases y, en particular, de la clase obrera. El modo en que se responda a este problema central para la revolución tiene consecuencias de muy largo alcance e incide en todas las dimensiones de la actividad militante.

Muchas de las divergencias en la intervención política tienen una raíz (explícita o implícita) en el modo en que se comprende esta relación. La polémica filosófica entre idealismo, materialismo y materialismo histórico (o, filosofía de la praxis) muestra en este terreno su importancia fundamental. Aunque a primera vista parezca una discusión para “entendidxs”, o para personas poco afectas a militar, la relación entre Marx (y el marxismo) y Hegel tiene una enorme trascendencia para encarar este problema nodal.

La clase obrera, es decir, ese conjunto de hombres, mujeres, personas que no tiene otra mercancía que ofrecer en el mercado más que su fuerza de trabajo es identificada como la única clase que tiene la capacidad, no sólo de poner fin al capitalismo, sino a toda forma de explotación y opresión. Ahora bien, la falta de propiedad es la base material de esta potencialidad, pero no significa que eso que la clase es en sí, es decir, más allá de la voluntad, sea en forma inmediata, una realidad vigente, verificable.

Quizás en ninguna época esa relación compleja, no inmediata, entre lo que la clase es objetivamente y lo que puede ser subjetivamente pueda verse con más claridad que hoy. La crisis agravada y generalizada a escala planetaria a partir de la pandemia, ha degradado las condiciones de vida y trabajo de millones de personas. No obstante, esto no se traduce mecánicamente en un gran movimiento en lucha por la plena emancipación de la humanidad toda.

Muchas de las corrientes que consideran que el materialismo es la negación simple del idealismo hegeliano, abrevan en un marxismo vulgar, en un materialismo que no es histórico. Partiendo de la noción correcta de que las ideas y la política no “flotan en el aire”, consideran que hay una relación unidireccional de determinación y que, como dice críticamente Lenin, la política sigue siempre a la economía. Aquí la famosa metáfora del “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política de Marx, aquella en la que habla de estructura y superestructura, tiende a ser interpretada en forma no dialéctica. Desde ese punto de vista, la superestructura sería superflua, mero reflejo, mera ilusión. La lucha “verdadera” sería entonces la lucha económica, la lucha de lxs obrerxs contra los patrones. La cuestión del Estado y de la dominación serían sólo una consecuencia, un efecto de lo que se resuelve allí en la “verdadera” realidad, que es la dimensión de la estructura económica.

Desde otra perspectiva, quienes consideramos que el materialismo histórico es la negación de la negación del idealismo, esto es, que es la superación tanto del idealismo como del materialismo vulgar, comprendemos la realidad de otro modo. Y de un modo que, al lograr dar cuenta mejor de la complejidad de la realidad, resulta mucho más potente para la acción política revolucionaria. Efectivamente, las personas hacemos nuestra historia bajo condiciones que no obedecen a la voluntad, sino que constituyen una relación de fuerzas objetivas, que no se modifican por pensarlas de otra manera. Como decía Gramsci, esa “realidad terca” marca el grado de realismo de cualquier análisis y de cualquier propuesta.

Reconocemos que nuestra clase tiene la potencialidad de convertirse en la clase revolucionaria más radical de la historia humana y contener en su lucha todas las luchas anteriores y contemporáneas contra diversas formas de opresión. Sin embargo, esta potencialidad de autoconsciencia (que incluye praxis, no es sólo intelección) no es algo ya realizado. Más aún, es algo que sólo se realiza en algunos momentos álgidos y a costa de un fuerte e intenso trabajo. Retomando un debate de la nota anterior, podríamos decir que, así como se puede llegar a aproximaciones cada vez mayores a la verdad, la clase puede constituirse en clase para sí. Pero no en forma inmediata. La lucha, la confrontación, el enfrentamiento son fundamentales para esa constitución. Pero como decía Engels, siempre que esa confrontación abarque de forma integrada las tres direcciones de la lucha: económica (resistencia contra los patrones), política y teórica / ideológica. Dicho de otra forma, la toma de consciencia supone un proceso consciente. ¿Esto significa que hasta que todes les obreres no sean conscientes no hay revolución posible? De ningún modo. Quienes integramos la clase obrera tenemos una serie de condiciones en común, pero también de diferencias. Diferencias objetivas, pero también subjetivas. Y esta es la clave de cuál es el rol, la función, el papel que deben / debemos jugar en la lucha de clases quienes concluimos (y sentimos) la necesidad de la construcción de una herramienta para la revolución.

Sin producción y reproducción de la vida no hay política, cultura, ideología; pero esto no significa que esas dimensiones sean inertes. El capital se reproduce y acumula mediante la extracción de plusvalor; pero para que eso ocurra la dominación de clase debe estar garantizada. Es verdad que el capital se guía por la lógica de la ganancia, pero lejos están los capitalistas (o los que logran ser intelectuales orgánicos de la clase capitalista) de menospreciar los supuestos políticos, ideológicos y culturales de su dominación. Basta leer los análisis y documentos de los think tanks del capital en relación a la presente crisis para concluir que la aceptación (activa o pasiva) de la dominación es la condición imprescindible para la una reproducción normal de los negocios.

El hecho de que el capitalismo se vean por separado (hasta cierto punto) a quienes ejercen el poder político de quienes tienen el poder económico no significa que “estado” y “mercado” sean variables independientes u opuestas. El estado es una dimensión de la relación entre capital y trabajo. Es importante señalar esto ya que no pocos desvíos ideológicos se producen al entrar en ese terreno. En Argentina, el peronismo ha sabido cultivar la idea de que el estado expresa el bien común y que está por encima de las patronales. Idea que tiene una materialidad, no es un “invento” nada más. Efectivamente, la dominación capitalista se monta y reproduce la división (y relación) entre la dimensión económica y la política de la realidad. Para no caer en la confusión a la que conduce ejercer la crítica mezquina contra quienes tienen la responsabilidad inmediata en el ejercicio del poder, es necesario recuperar el valor de la crítica histórica – social.

En resumen, quienes reconocemos que la política (y la ideología) no siguen dócilmente a la economía, destacamos que la conciencia de clase es conciencia de totalidad, es consciencia del antagonismo irreconciliable entre les expropiades y les expropiadores de las condiciones de vida, e implica las tres direcciones de la lucha mencionadas. Si la materialidad de la relación social es la que permite definir si estamos ante una posibilidad “abstracta” o ante una posibilidad “objetiva”, la consciencia es la que define el pasaje de la potencia al acto.

 “a) Comienzo de la marcha ascensional espontánea”

Volviendo, ahora sí, al texto de 1902, el punto de partida de la exposición es reconocer que lo espontáneo es la forma embrionaria de lo consciente. Léase, contiene la posibilidad objetiva de desarrollar lo consciente. Lenin hace una síntesis de las formas que fue adquiriendo la lucha de masas en Rusia desde los motines a las huelgas de fines del siglo XIX. Reconoce que en las huelgas los “destellos de conciencia” son cuantitativa y cualitativamente superiores que en los motines. No obstante, “En sí, esas huelgas eran lucha trade – unionista, no eran aún lucha socialdemócrata; señalaban el despertar del antagonismo entre los obreros y los patronos, pero los obreros no podían, ni podían tener, la conciencia del antagonismo irreconciliable entre sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no tenían conciencia socialdemócrata.” (Lenin, ¿Qué hacer?, Ed. Anteo, Buenos Aires, 1973, págs. 68-69, destacado mío).

Aquí está el corazón del planteo y del debate. No tenían “ni podían tener” conciencia socialdemócrata. Lenin sostiene que el socialismo es una doctrina, una ciencia, que “ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales” (pág. 69). Por tanto, retomando a Kautsky, Lenin afirma que la conciencia socialista sólo puede provenir “desde afuera”. ¿Desde afuera de la clase? ¿Desde afuera de la lucha de clases? ¿Desde afuera del movimiento espontáneo? ¿Iluminismo? ¿Elitismo? ¿Concepción de una vanguardia “iluminada” frente a una masa “sin luz”? ¿Menosprecio a les laburantes? ¿Renuncia a la idea de que “la emancipación de la clase obrera, será obra de lxs obrerxs mismxs”? Estamos ante un parteaguas.

Como decíamos en la nota previa, el significado tiene que surgir de la puesta en relación con el todo. En este caso podemos referirnos tanto a la obra que estamos estudiando como a la praxis de Lenin incluso más allá de este momento. En primer lugar, la noción de filosofía de la praxis da cuenta de que cualquier teoría surge, se desarrolla, se complejiza a partir de la relación con la vida social en general y con la lucha de clases en particular. Pero sólo es posible que ese desarrollo sea verdaderamente acumulativo si se basa en una apropiación del desarrollo anterior sobre la cuestión.

En el contexto de confusión y vacilación en que se da la intervención de Lenin a través del ¿Qué hacer?, esta afirmación busca poner de relieve que la lucha teórica no puede darse con liviandad o superficialidad. Pero lejos de que su conclusión fuera que lxs intelectuales tenían que ser protagonistas, él llama a que el partido cree las condiciones para que lxs obrerxs que se destacan puedan asumir ese carácter profesional, que incluye la teoría, pero va más allá (o más acá) de ella. En definitiva, el planteo apunta a que la lucha espontánea por sí misma no se traduce en niveles más elevados de conciencia. Tiene que existir un trabajo sistemático de parte de les revolucionaries para que se llegue a las causas profundas de las contradicciones. Sobre ese desarrollo embrionario de lo consciente que es el movimiento espontáneo, deben trabajar de forma sistemática y metódica les revolucionaries para aportar a la conciencia de totalidad.

Por tanto, a nosotres nos parece que también puede entenderse el “desde afuera” en relación al “afuera” del movimiento espontáneo. La perspectiva del todo, la consciencia histórica, los intereses generales de la clase, no surgen de forma espontánea. La inmediatez nos puede mostrar la injusticia de tal o cual capitalista, pero no la explotación de. La inmediatez nos puede hacer ver a un policía malo, pero también a uno bueno (“como en todas las profesiones, hay policías buenos y policías malos” dice el sentido común), sin llegar a la crítica de la función que la institución tiene en un sistema de explotación. Más aún, de forma espontánea surge tanto el conflicto como la complementariedad entre capital y trabajo. Dentro de este orden social, “si no hay capitalistas, no tenemos empleo”.

Mientras nos movamos dentro de los parámetros de este modo de producción, que es lo que conocemos y el mundo en que vivimos, asumiremos su racionalidad. Por eso es importante llegar a la raíz y, por eso, la filosofía de la praxis se vuelve fuerza material cuando prende en las masas. Porque en el momento en que accedemos a la crítica de lo que existe, a ver sus límites, a desnaturalizar sus supuestos, a identificar su origen histórico, el cambio es cualitativo. Mientras mi conciencia es de asalariada, pienso en el mejor salario, en las condiciones de trabajo, en la necesidad de leyes e instituciones que nos permitan resistir la prepotencia patronal. Pero otra cosa es cuando me reconozco como expropiada de mis condiciones de existencia. Entonces, la conclusión es que hay subvertir de raíz este orden social, y no sólo limar sus ángulos más filosos.

Al finalizar este aparatado, Lenin recupera la experiencia de lxs primeros socialdemócratas rusxs. Destaca que desde el inicio se habían planteado junto a la participación en la lucha económica grandes tareas políticas (derrumbar a la autocracia) y teóricas. Sin embargo, tuvieron limitaciones. Esa relación de admiración, respeto y a la vez de aprendizaje de las causas de los errores es una vieja tradición que nos prestaría grandes servicios a quienes hoy estamos tratando de reconstruir un camino de revolución.

Lejos de todo idealismo, Lenin señala que no hay posibilidad de que no existan errores y defectos. Los hay (y los habrá) en cualquier obra humana. No obstante, “la desgracia a medias” se convierte en “verdadera desgracia” cuando la consciencia de los defectos comienza a ofuscarse, cuando se busca hacer de los defectos una virtud. La autocomplacencia es un enemigo que sabe colarse por cualquier resquicio. Es así que mientras lxs primeros socialdemócratas no consiguieron cumplir con una parte central de sus tareas, Lenin discute con quienes llegan a intentar “dotar de un fundamento teórico a su halago servil y su culto a la espontaneidad”. (pág. 73).

 

 “b) Culto de la espontaneidad. Rabóchaia Misl”

El quiebre en la práctica y en la teoría revolucionaria adquiría en varias publicaciones con las que polemiza Lenin la forma de una lucha entre “viejxs” y “jóvenes”. Esto tiene una enorme actualidad en un mundo en el que la vejez llegó a ser un tabú y una vergüenza. Frente a quienes aplaudían “haberse sacado de encima a lxs viejxs”, Lenin destaca que fue la policía quien arrancó a los “viejxs”. En Argentina (y en casi todo nuestro continente) el terrorismo de estado se propuso consumar ese quiebre mediante el genocidio. Como dice Néstor Kohan, a diferencia de lo que ocurrió en otros momentos de la historia en los que para avanzar en el proceso revolucionario se debía romper con el pasado, hoy lo disruptivo, lo que nos permite ir a contracorriente, es reivindicar la historia, tejer el hilo de continuidad más que profundizar el quiebre impuesto por el enemigo.

Las circunstancias en que se impuso ese culto a la espontaneidad tras el “triunfo” de lxs jóvenes en la Rusia zarista y que sistematiza Lenin son relevantes. En primer lugar, el sometimiento de la conciencia por la espontaneidad se dio de forma espontánea. En segundo lugar, la exaltación de un movimiento puramente obrero en contra de todxs lxs intelectuales (aún lxs revolucionarixs) lejos de fortalecer a las fuerzas revolucionarias las debilita:  “el argumento de que obtener un aumento de un kopek por rublo valía mucho más que todo socialismo y todo política” marca cómo un entendimiento unilateral (u obrerista) fortalece la influencia de la ideología burguesa en la clase obrera. Otra vez, en otras palabras, la cuestión de la relación entre reivindicación inmediata y objetivo final.

“En segundo lugar, ya en la primera manifestación literaria del economismo podremos observar un fenómeno, sumamente peculiar y extremadamente característico, para comprender todas las divergencias en el seno de los socialdemócratas contemporáneos, fenómeno consistente en que los partidarios del ‘movimiento puramente obrero’, los admiradores del contacto más estrecho y más ‘orgánico’ (expresión de Rab. Dielo) con la lucha proletaria, los adversarios de todos los intelectuales no obreros (aunque sean intelectuales socialistas) se ven obligados a recurrir, para defender su posición, a los argumentos de los ‘trade-unionistas puros’ burgueses. (…) Esto prueba (…) que todo lo que sea prosternarse ante a la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del ‘elemento consciente’, el papel de la socialdemocracia, equivale – en absoluto independientemente de la voluntad de quien lo hace – acrecentar la influencia de la ideología burguesa entre los obreros. Todo el que hable de ‘sobrestimación de la ideología’, de exageración del papel del elemento consciente, etc., se imagina que el movimiento obrero puro puede de por sí elaborar y laborará una ideología independiente, tan pronto como los obreros ‘arranquen su destino de manos de los dirigentes’.” (págs. 79-80).

Y “¿por qué el movimiento espontáneo, el movimiento por la línea de menor resistencia, conduce precisamente a la supremacía de la ideología burguesa?” (pág. 84). Por varias razones. Porque la ideología burguesa es más antigua, es más completa y cuenta con medios de difusión más poderosos, dice Lenin. Nos permitimos agregar, y porque la propia producción y reproducción de la vida bajo el capitalismo conduce a la naturalización de esa ideología, que refleja (apologéticamente) esa realidad que constituye nuestra experiencia cotidiana.

En tercer lugar, aunque el término “economismo” o “economicismo” pareciera referir sólo a la lucha económica, como se desarrolla en el capítulo III, esta corriente no repudia por completo la lucha política sino que despliega una política trade-unionista, es decir burguesa. Una política que no suprime (ni se plantea suprimir) el sometimiento del trabajo al capital.

“c) El ‘grupo de autoemancipación’ y ‘Rabócheie Dielo’”

Ya referíamos al inicio las consecuencias de la idea materialista vulgar de que la política es algo superficial, sin relevancia. En términos de las tareas de agitación, esta concepción considera que “la agitación política debe ser una superestructura de la agitación en favor de la lucha económica, debe surgir sobre el terreno de esta lucha y seguir tras ella” (pág. 88).

Lenin refiere a una errada “teoría de las fases” que para quienes conocemos las luchas del siglo XX bien podemos asimilar con el “etapismo” en clave estratégica. La idea es que primero se debe desarrollar la lucha y la consciencia sobre las injusticias económicas para recién después, avanzar en la agitación y la propaganda política. En Argentina, quienes rechazamos la praxis de la izquierda trostskista, que reduce la agitación política a la enunciación de consignas y a imponer los intereses de capilla por sobre los intereses del movimiento en su conjunto, debemos reconocer que no pocas veces hemos caído en la práctica sustentada en la “teoría de las fases”. En lugar de encontrar el modo de darle una forma y contenido revolucionarios a la agitación y a la propaganda política por el socialismo, no pocas veces hemos abandonado ese trabajo, o en una realización cuasi vergonzante del mismo. Atender a los diversos niveles de consciencia que contiene nuestra clase, debe servirnos para pensar las formas de realizar agitación política contra un orden social de miseria y muerte y a favor del socialismo. Pero no debe constituirse en un modo de reducir la agitación y propaganda política a los sectores que ya cuentan con algún grado de convencimiento.

Frente a una izquierda que considera que exacerbando los reclamos económicos se adquiere consciencia socialista, coincidimos con Lenin en la crítica al prejuicio de que a les obreres sólo les interesan, o sólo les interesan “decisivamente” las cuestiones económicas. Como decía Rosa, no es un problema de cuchillo y tenedor, el socialismo no es una necesidad porque el salario no alcanza, sino porque hay explotación asalariada. La conclusión de Lenin (pág. 91) es precisa: “los intereses más esenciales, ‘decisivos’ de las clases pueden satisfacerse únicamente por transformaciones políticas radicales en general”, más aún para el proletariado. Enunciar no alcanza, se trata de construir y reconstruir, y en ello el ejemplo de la humanidad que queremos construir es una dimensión central para que las palabras no sean vacías. La praxis a favor de la revolución debe ser coherente (o al menos hacer el esfuerzo para tener niveles crecientes de coherencia) con la impugnación radical del conjunto de formas que adoptan la explotación y la opresión.

La centralidad de la consciencia, desvelo de Lenin y de todxs lxs grandes revolucionarxs, se corresponde con la defensa que hace de la táctica – plan frente a quienes postulaban una “táctica – proceso” que en los hechos más que una táctica es seguir (desde atrás) lo que ocurre. Se acusa a la táctica – plan de “subestimar a la clase”. Por el contrario, Lenin destaca la enorme importancia del movimiento ascencional espontáneo y por ello mismo, la necesidad de que les dirigentes se pongan por delante encarando las nuevas tareas teóricas, políticas y de organización.

En el contexto de la polémica de 1902, el ascenso espontáneo llevaba a lxs “economistas” a considerar que el trabajo de agitación, propaganda y organización era ocioso porque las masas resolverían por sí mismas todas las tareas. En el contexto actual, al menos de Argentina, muches consideran que esas no son las tareas de la hora, porque no existe tal ascenso de masas. En dos contextos disímiles, la conclusión es similar: renunciar a la preparación de la revolución como tarea central de cualquier partido que se pretenda revolucionario. Preparación que significa, entre muchas otras dimensiones, la preparación subjetiva de la clase para la conquista del poder.

Valeria Ianni

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, ingresá tu comentario
Por favor, ingresá tu nombre aquí