No hay mal que dure cien años
En la mañana del día de hoy, domingo 14 de febrero, se conoció el fallecimiento del expresidente de la Argentina Carlos Saúl Menem. Sus dos mandatos en el ejecutivo abarcaron una década, entre los años 1989 y 1999. Durante sus presidencias se consolidó un programa económico basado en las privatizaciones y el desguace de numerosas empresas y áreas del estado (ferrocarriles, telecomunicaciones, gas, luz, petróleo, etc.), una reestructuración en términos capitalistas que implicó una mayor subordinación ante el imperialismo y las multinacionales, el endeudamiento externo, con el consiguiente impacto de cientos de miles de desocupadxs y extensas franjas de la población sumergidas en la miseria estructural. Su política neoconservadora, que obtuvo un amplio respaldo electoral, incluido el de sectores populares, fue sostenida por amplias fracciones del establishment y la embajada yanqui, además del respaldo cómplice del aparato del Partido Justicialista y vastos sectores de la burocracia sindical. A su vez, también fue enfrentada en las calles por sectores de trabajadorxs que se opusieron a las privatizaciones, los despidos, a la transferencia educativa. El movimiento piquetero creció al calor de estas políticas de exclusión planificada como una herramienta para organizarse y combatir aquellas consecuencias que generaba la pobreza masiva.
La figura de Menem, ese caudillo riojano con poncho y patillas que hizo campaña hablando de otorgar un “salariazo” y generar una “revolución productiva”, y que asumió la presidencia para calzarse trajes europeos y rodearse de modelos y el jet-set, condensa y sintetiza las aspiraciones decadentes de buena parte del elenco político patronal que representa a nuestra burguesía. Esto es, la subordinación al imperialismo sin tapujos, la corrupción más explícita y obscena, las políticas de impunidad para los genocidas, la connivencia entre el poder judicial, represivo, el político y el crimen organizado (narcotráfico, tráfico de armas, secuestros extorsivos, etc.).
En un mundo burgués que festejaba el “fin de la historia”, el triunfo del capitalismo sobre cualquier experiencia alternativa, y la prepotencia del imperialismo yanqui con sus aliados sobre todos los pueblos, Menem cumplió un papel para adaptar nuestra dependencia a los parámetros del capitalismo globalizado. La impunidad y la impudicia del personaje son la cara real de la burguesía doméstica.
La noticia de su muerte, a los 90 años, empieza a recolectar muestras de “respeto” a su figura entre los políticos del sistema y de repudio popular entre aquellxs que no perdemos la memoria y descreemos en la conciliación de clases en general, y en particular, del perdón a los verdugos. Muere, en gran medida, impune: dicha impunidad le permitió esquivar la cárcel por numerosas causas de corrupción y crímenes, como la complicidad estatal ante los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, o la voladura de la Fábrica Militar de Río III° para encubrir el tráfico de armas a Yugoslavia y Ecuador. Esa impunidad la garantizaron sus fueros, asignados por el cobijo del peronismo desde 1999 hasta la fecha, dentro del Frente de Todos.
Como reza el dicho, no hay mal que dure cien años; en este caso, la naturaleza hizo lo que no llegó a realizar la justicia popular.