Desde el inicio de la pandemia de 2020, en Venceremos interpretamos que estábamos frente a un cambio de etapa. Más allá de momentos de recesión o crecimiento, leímos que la crisis civilizatoria entraba en una fase de profundización. Consideramos que se creaban las condiciones para una etapa de guerras, tal como se vio con las guerras en Ucrania y en Medio Oriente. Concluimos que la situación abría un nuevo tiempo y espacio para las rebeliones y las revoluciones. En esta nota, sintetizamos nuestra mirada sobre la coyuntura actual, cuestionando los obstáculos impuestos por la contrarrevolución, y fundamentando la necesidad y posibilidad de la revolución.

Las formas cognitivas de la contrarrevolución

Parte de las debilidades que tenemos lxs trabajadrxs y pueblos del mundo para aprovechar la crisis sin precedentes de quienes dominan el mundo, es el desarme teórico e ideológico que impuso la contrarrevolución del capital a fines del siglo XX. Ese desarme impide captar y reconocer tendencias antes de que las mismas sean hechos consumados. En consecuencia, nos dejan a destiempo, sin iniciativa. Por supuesto que la transformación de la realidad exige la conformación de una fuerza social que no se resuelve en los papeles. Sin embargo, sin teoría revolucionaria, no hay revolución. No basta con interpretar el mundo, pero para transformarlo hay que entenderlo. Atrapadxs en la coyuntura inmediata, en un presente perpetuo, sin pasado y sin futuro, seguimos condenadxs a girar dentro de las opciones políticas y mentales de un mundo burgués en descomposición.

Si algo nos enseñó el marxismo es que, para ir a la raíz, hay que bucear en la historia. Lo mismo nos enseñan los pueblos que despliegan luchas a fondo, conocer quiénes somos es reconocer que la historia nos constituye. La preparación de los escenarios de guerras abiertas se despliega en décadas. La Primera Guerra Mundial cerró varias décadas de “paz armada”. Dicha preparación no tiene sólo que ver con el militarismo y el pertrechamiento armamentístico, sino con la agudización de contradicciones y conflictos. La guerra en Ucrania o las que se anticipan en Asia muestran algo parecido. “No hay guerras entre potencias” se decía y se afirmaba a partir de una temporalidad de 10 años, 15 años, 20 años. Esperar a que la guerra abierta estalle en nuestra cara no es analizar, es ser comentarista de la realidad.

La contrarrevolución logró que los análisis críticos no integraran una dimensión central de la sociedad capitalista: la guerra. Más aún, a fuerza de terror y genocidio, impusieron que la violencia desde abajo (popular, anticapitalista, anticolonial, antiimperialista, etc.) se convirtiera en un verdadero tabú. La pacificación forzada tuvo su continuación en una pacificación internalizada: “de eso no se habla”. Así se defenestraron insurgencias pasadas y presentes. La matriz de los “dos demonios” trasciende las fronteras nacionales y es una manera de mirar la realidad. Toda la experiencia revolucionaria en Nuestramérica de los 60 y 70 era repudiada por “militarismo”. El aislamiento político y la condena moral de mucha izquierda y de todo el progresismo al ejercicio de la violencia, donde se diera, se completaba con el empuje hacia la institucionalización caracterizando la violencia de “irracional”, “contraproducente” cuando no “favorable o generada por el enemigo”. Sin embargo, la guerra no ha dejado de estar presente. El enemigo nunca dejó de asumir que la lucha de clases es una forma de guerra. Pero al no asumirlo nosotrxs, el papel que nos queda es sólo de defensa, o de víctimas.

El cortoplacismo y el tabú sobre la guerra se agravan con otra desviación: el economicismo. Al perder la mirada de largo plazo y sacar del foco de análisis la dimensión de la violencia. La globalización se interpretó con un proceso económico, de internacionalización del capital y de fragmentación de procesos de producción a escala mundial, que construía vinculaba orgánicamente a todo el planeta. Esto efectivamente ocurrió. Sin embargo, la mirada economicista concluía de esta realidad estructural la dinámica del conflicto geopolítico. La interconexión impediría confrontaciones ya que las potencias tenían empresas e intereses en los territorios en contienda.

El contrapunto con la dinámica de la Guerra Fría también obturó que se captaran en toda su dimensión las confrontaciones. El hecho de que ninguna de las potencias represente una alternativa al capitalismo, llevó a subestimar las disputas interimperialistas. Si de paralelos se trata, la situación se asemeja mucho más a la de la segunda mitad del siglo XIX, con una Gran Bretaña aún hegemónica, pero en declive, y el ascenso de potencias capitalistas alternativas, que a la de Guerra Fría.

La mirada economicista empalma con una visión (neo)liberal. El tiempo se ve de manera lineal. Las tendencias del capital se transforman en leyes más parecidas a las de la física que a las tendencias contradictorias. Así se concluía que los niveles de globalización no podían más que aumentar; que la liberalización al estilo de los “Chicago Boys” y del Consenso de Washington eran la norma porque el “capital es mundial por su contenido”. El menosprecio por las rupturas (descalificadas como “catastrofismo”), los retrocesos, las interrupciones sólo deja el tiempo vacío y lineal del progreso, tan vinculado a la mirada burguesa del mundo. Las consecuencias políticas eran una estrategia reformista que hoy hace aguas por todos lados y que ha desencantado y desmoralizado a propios y ajenos. Tal vez sea al revés y la estrategia reformista sea la que explique una concepción lineal del tiempo histórico. Pero los resultados de desarme son los mismos.

La noción de que la mundialización volvía irrelevantes los estados – nacionales fue parte de lo mismo. Sin duda, hay una contradicción inmanente al capital entre su contenido mundial y su forma nacional. Y también es un hecho que las formas y márgenes de soberanía estatal son tensionados por la internacionalización. Pero otra cosa es considerar que la forma es superficial. Pensemos que las mercancías, el dinero, el salario son formas.

 

Un mundo en crisis, una etapa de guerras

La idea de que a más mundialización corresponde un proceso de extinción lineal de lo nacional no permite entender lo que estamos viviendo hoy. No casualmente, el economicismo nos proponía análisis en los que el mercado mundial se reduce a un ámbito económico de intercambio de valor, sin dar cuenta de las relaciones de fuerza entre estados, es decir, del imperialismo. Se llegó así a generalizar la mundialización como si la misma no estuviera comandada y posibilitada por la internacionalización de un estado, el de los Estados Unidos. La globalización neoliberal se apoya en la hegemonía del dólar (que no es “dinero” sino una moneda nacional que cumple la función de dinero), los organismos multilaterales y supranacionales estaban bajo su égida y, último pero no menos importante, contaron no sólo con su fuerza de producción o de desarrollo tecnológico, sino también con su fuerza militar.

Las rupturas actuales demuestran que la contradicción entre lo mundial y lo nacional no estaba resuelta. Si bien el “americanismo” se identifica con el “capitalismo”, no es éste el único polo que existe. Han surgido espacios de acumulación alternativos, en especial China, que ya ha sobrepasado a la potencia norteamericana en muchos ítems. Es decir, la defensa del capitalismo no es patrimonio de los defensores del Tío Sam. En una dinámica que tiene analogías significativas con otros momentos de la historia del capitalismo, China hoy es la defensora del librecambio. La potencia de su producción, su tecnología le dan la capacidad de ganar en esa guerra por otros medios, que es el comercio. Lo mismo hizo Inglaterra a en el siglo XIX o Estados Unidos después de la Segunda Guerra.

Hoy son los Estados Unidos, con una administración que refleja honestamente la brutalidad y la descomposición, quienes patean el tablero del “orden internacional basado en reglas”. Ellos están quebrando la propia institucionalidad que habían construido e impuesto. ¿Por qué? Porque la situación cambió y esa institucionalidad ya no beneficia sus intereses. La desesperación, la irracionalidad, las desprolijidades no son sólo rasgos personales del impresentable de Trump. Son la expresión de una potencia que ha perdido la iniciativa histórica. Y que, por eso, redobla su aspecto belicista para no perder. Queda al desnudo lo que el lenguaje políticamente encubría con eufemismos.

Estados Unidos no sólo confronta con quien identifica con claridad como enemigo: China. Rompe lanzas contra su propia creación, la Unión Europea. Otro tanto hace con Japón. Es decir, ataca a aliados que han sido parte subordinada del imperialismo colectivo hegemonizado por los Estados Unidos.

Entretanto, la industria militar no para de crecer. Adversarios, ex socios insultados, todos se rearman. Las empresas de armas, drones, vehículos, tienen tasas récord de crecimiento y de rendimiento. La producción de medios de destrucción cotiza bien en este mundo en crisis. La prepotencia yanqui que desde el Tercer Mundo conocimos desde siempre se expresa contra quienes fueran potencias aliadas. Frente a ellos, es claro que hasta los pataleos de tarifas, favorecen a China. El quiebre de la globalización comandada por Estados Unidos, acelera la desdolarización, da legitimidad al comando chino que extiende el Yuan Digital, a pocos meses de presentar el DeepSeek, y hace denuncias en la Organización Mundial de Comercio. Frente al bilateralismo de Estados Unidos (como Inglaterra luego de la Primera Guerra), China amplía la multilateralidad bajo su hegemonía.

 

La apuesta a la revolución social

Hasta ahora, nunca un cambio en el ordenamiento del mundo se dio pacíficamente. Nada permite hacer apuestas hacia que eso vaya a ocurrir en el escenario actual de aumento y desorganización de las confrontaciones. ¿Qué tipo de enfrentamientos están en preparación? En principio, enfrentamientos interimperialistas. Esto es indispensable clarificarlo. El odio a más de un siglo de bota yanqui sobre Nuestramérica no tiene porqué llevarnos a embellecer a los enemigos de nuestro enemigo. Nuestra perspectiva de análisis y estratégica es de clase, revolucionaria y anticapitalista. Dejamos para los ociosos las explicaciones de que China sigue siendo la China de Mao, junto con quienes quisieron confundir a Putin con Lenin. Ninguna de las potencias, más o menos desarrolladas, con más armas militares o más fuerza económica, expresa un horizonte de superación. Las venas abiertas de América Latina saqueadas por españoles y portugueses, por ingleses, por yanquis hoy son expoliadas también por chinos. El extractivismo es parte de ese modelo alternativo tanto como de los anteriores. El poder de las empresas chinas se basa en su explotación de la clase obrera. El modelo de consumo propuesto compite en precio, pero no en sustancia de otras variantes del capitalismo. La centralidad del estado y la planificación le dan una superioridad, pero no tienen ningún contenido de socialismo ni de poder del pueblo.

Ante esta realidad, ante el desorden y guerra interimperialista, la apuesta es la que lxs revolucionarixs de principios del siglo XX vieron con claridad: la revolución. No basta con enunciarlo, sin embargo, es hora de que empecemos a decirlo, a discutirlo y a pensarlo.

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