
Este gobierno hambreador, represor y empobrecedor, que hace padecer a amplios sectores de la población mientras enriquece solo a unos pocos —los dueños de los medios de producción, que no casualmente son los más ricos del país y del mundo— está sumido en una crisis profunda, terminal, que intentarán dilatar a costa de los de abajo.
Esto no significa que se van a ir, ni mucho menos que van a renunciar; al contrario, están redoblando la apuesta, amparados por el FMI, que ha vuelto a prestar dinero solo porque el imperialismo norteamericano necesita no solo un aliado en este continente —en lo que creen que es su patio trasero—, sino un sirviente de sus intereses y un país al que seguir robándole sus riquezas.
Y no hablamos solo del petróleo, de los minerales, sino también del agua, los bosques, y de las diversas formas de extractivismo que incluyen la materia gris, que construye conocimiento.
¿Qué permite el nuevo préstamo del FMI? Además de profundizar el histórico proceso de endeudamiento al que someten a las poblaciones presentes, y a los hijos y nietos por venir, el préstamo les permite llegar con muchos dólares a las elecciones de octubre, garantizando una “estabilidad ficticia”, sostenida por la bicicleta financiera que va a llenar los bolsillos de los capitales financieros, que además tienen nombre y apellido.
De esta manera, intentan también que las más amplias masas no se den cuenta de lo que se encubre con este nuevo vínculo carnal con el FMI y su principal accionista, EE.UU.; de lo que se oculta en este nuevo acuerdo: una serie de profundas modificaciones en la legislación laboral y previsional que implican cada vez mayor precariedad en la vida de millones de trabajadores formales, informales, y de quienes quieran acceder, en un futuro inmediato o mediato, a una jubilación que tiende a desaparecer como posibilidad.
Contratarnos por monedas, despedir a voluntad sin tener que pagar un peso por esos despidos, y tampoco tener jubilados que exijan una jubilación decente. El RIGI es el antecesor cercano de este gobierno cipayo, para garantizar más explotación y más expropiación.
El FMI presta dólares, exige reformas antipopulares, los monopolios se llevan los dólares y el pueblo los debe pagar…
¿Cómo impactó el préstamo en la vida de quienes aún podemos comprar para comer?
El índice de precios al consumidor (IPC) dio 3,7 %, antes de que se acordara el crédito de 20 mil millones de dólares y el Fondo exigiera la devaluación que tenemos hoy —con una tabla mentirosa, porque entre 1000 y 1400 pesos debería flotar el dólar—. A los 20.000 millones que prestará el FMI se suman otros 22.000 millones de dólares más que aportarán otros organismos de crédito.
Los formadores de precios aumentaron teniendo en cuenta un dólar a 1400. Si va a flotar, ellos siempre flotan “arriba”. ¿Con qué vamos a pagar semejante ajuste? Con la receta repetida: con hambre y represión.
Frente a este panorama, la CGT salió por necesidad de supervivencia —no para defendernos—, haciendo un paro de 24 horas y prometiendo una movilización para el 30 de abril.
Conociendo la historia de la burocracia sindical, sabemos que salen a enfrentar al oficialismo porque les resulta conveniente tratar de “reposicionarse” ante cierta debilidad del gobierno, y también porque saben que si no hacen nada, los propios trabajadores los pueden echar a patadas.
El ajuste está claro que pega aún más fuerte en quienes aún tienen un ingreso salarial.
En este contexto, el campo amenaza con no liquidar la cosecha si no le dan un dólar más alto; los industriales se quejan por la apertura irrestricta de las importaciones, que los lleva a la quiebra o baja sus ganancias; muchas PYMES no pueden soportar los efectos de la recesión.
La situación es cada día más difícil para nosotros, los de abajo, padeciendo sin que haya una respuesta mayor a la que están dando los jubilados, miércoles tras miércoles, denunciando al Estado burgués, a su parlamento cómplice y a todos los sirvientes del sistema.
Somos las y los trabajadores formales y los cada vez más precarizados, los pobres de la ciudad y del campo, las y los estudiantes, las y los docentes, las médicas, enfermeros, científicos, intelectuales, el activismo revolucionario, los que tenemos el imperativo histórico de tomar las calles, organizarnos sin sectarismos, en asambleas barriales y fabriles —más grandes, más pequeñas—, pero llevando en lo posible consignas definitivas de cambio, para que de una vez por todas dejemos de padecer estos gobiernos.
Porque sabemos —y ya no se puede ocultar más, aunque lo intenten— que el mal que nos aqueja se llama capitalismo.
Y con el capitalismo: ni un tantito así, compañerxs.