
Primero de Mayo; nuestro día. El día de la clase trabajadora. Un día de lucha y de memoria. El día para reconocernos como parte de un colectivo que tiene una historia y un porvenir en común. Pero también un presente: el de ser quienes movemos el mundo, quienes con nuestro esfuerzo físico e intelectual producimos todos los bienes que circulan socialmente, quienes generamos las riquezas pero no las disfrutamos, y nos contentamos solo con una pequeña parte, para subsistir. La clase trabajadora, el sujeto histórico que se define por lo que produce, pero también por aquello que no tiene: somos quienes no poseemos otra propiedad que nuestra fuerza para trabajar; quienes no tenemos tierras para cultivar, máquinas para producir, quienes históricamente fuimos despojados de todo medio de producción propio. Quienes no tenemos más remedio que dejar nuestro esfuerzo y nuestra vida a cambio de un salario, mientras otros se enriquecen con el producto de nuestro trabajo.
Nosotras, nosotros, nosotres. La clase trabajadora. La que levanta edificios que no puede habitar; la que fabrica bienes que no puede pagar; la que siembra y levanta cosechas; la que sostiene escuelas, hospitales, oficinas; la que permite la distribución, la circulación o el comercio de esos bienes y servicios a los que –cada vez menos- puede acceder. Quienes gastamos suelas para otros, las y los paladines del aire y del martillo, reyes de los andamios y las grúas, como dijera un poeta.
Este Primero de Mayo es importante reconocernos como parte de esa clase, que trasciende las fronteras. Reconocernos como oprimidos y explotados, hermanados en nuestro carácter de expropiados de los medios de producción, de vida, del producto de nuestro trabajo, de las riquezas que generamos. Porque sabernos parte de una clase es, también, saber que hay otra clase que nos despoja, que vive de nuestro trabajo. Hoy, en tiempos de cinismo extremo y de descomposición que un capitalismo desbocado nos ofrece, la burguesía, la clase empresaria, aquellos que viven de nuestro trabajo, llaman “parásitos” a los sectores más postergados, más pobres, más golpeados por la exclusión que su orden social injusto genera.
Este Primero de Mayo es importante reconocernos como parte de esa clase. La que enfrenta a nivel mundial a los gobiernos de ultraderecha. La clase que es atacada por el empresariado, que en nuestro país encuentra un fiel representante en el gobierno de Milei, títere de Trump, y por su intermedio, de banqueros y millonarios locales y extranjeros. Somos la clase sistemáticamente atacada por sucesivas dictaduras en nuestro continente. Pero también la clase que supo resistir y luchar desde hace décadas mostrando su dignidad. En Argentina, la memoria histórica de la clase trabajadora, encuentra páginas heroicas, con las huelgas de los primeros sindicatos, con la “Semana Roja” de 1909, con las huelgas de la “Semana Trágica” y la “Patagonia rebelde”; con un movimiento obrero nutrido por sindicalistas, anarquistas, socialistas y comunistas. Con actos heroicos de resistencia obrera cuando el peronismo fue proscripto, con el surgimiento de una vanguardia revolucionaria en los 60 y 70, hija del Cordobazo, que se planteó una sociedad donde quienes producimos todas las riquezas con nuestro trabajo, seamos también quienes organicemos la sociedad, quienes gobernemos sus destinos; una patria y una sociedad socialistas, para construir el comunismo. La clase que supo enfrentar el golpe genocida del 76 y que aún hoy sigue resistiendo.
Este Primero de Mayo, donde retomamos las luchas del movimiento obrero por mejores condiciones de trabajo, también planteamos que quienes producimos todas las riquezas tenemos que exigir como destino histórico ser quienes organicemos el conjunto de la sociedad, quienes pongamos fin a la explotación. Los gobiernos de ultraderecha que asoman en el mundo no hacen más que dejar en evidencia la validez de nuestras ideas, de la necesidad de la revolución. Se trata no solo de enfrentarlos, si no de superar una etapa histórica. Se trata de no idealizar una versión del capitalismo “más humana”, como plantea la doctrina social de la iglesia, si no de terminar con el capitalismo y dar paso a una nueva sociedad, libre de explotación y opresión.
De eso se trata éste y cada Primero de Mayo. De seguir aportando a la lucha contra los gobiernos capitalistas, cuyo mayor exponente en nuestro país es Milei y su runfla, pero sin concesiones para todos aquellos gobiernos de los patrones que lo precedieron, incluyendo las gestiones peronistas. De seguir aspirando a la unidad de clase para elaborar un proyecto y un programa revolucionarios. De saber que nuestro proyecto de sociedad es antagónico con el capitalismo en cualquiera de sus formas. De ser conscientes de que esas aspiraciones exceden el derecho a votar cada dos años, y requieren una lucha sin cuartel, porque ninguna clase abandona sus privilegios pacíficamente.
Como plantearan Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, nuestra clase, la que mueve el mundo y la que históricamente está llamada a llevar adelante la revolución, no tiene nada que perder, excepto sus cadenas. Y tiene, en cambio, un mundo entero que ganar.