El 5 de mayo de 1818 nacía en Tréveris Karl Marx. Gigante del pensamiento revolucionario, redactor del Manifiesto Comunista, líder de la Asociación Internacional de Trabajadores y autor de ese “misilazo del que la burguesía no se recuperará jamás” que es El Capital. Contribución a la crítica de la economía política. En este mayo de 2020 de crisis capitalista mundial, Marx está más vigente que nunca.
Un sistema histórico que se acerca cada vez más a su pureza
Podría escribirse extensamente acerca de cómo el proceso de crisis en desarrollo puede ser explicado desde la obra de Marx. Si bien la burguesía (internacional y doméstica, sin distinción) intenta en forma permanente ubicar a Marx como un intelectual del pasado, el devenir del propio capitalismo lo muestra una y otra vez como quien mejor supo desentrañar su lógica inmanente y sus tendencias contradictorias. No fue un profeta, ni un Nostradamus pagano, sino alguien que con el compromiso férreo de la voluntad, supo apropiarse y superar el conocimiento de su época. En tiempos de análisis coyunturalistas, en los que la causa de nuestros males parece ser un virus, resulta necesario resaltar el rigor científico de Marx.
La mundialización del capital es la base material sobre la que el Coronavirus se transformó en pandemia. El avance arrollador sobre la naturaleza, propio del quiebre entre mundo social y mundo natural que caracteriza al capitalismo desde sus orígenes, ha provocado si no el origen del Covid-19 su propagación.
La expresión de la crisis en el plano energético muestra con una claridad meridiana que, como ya identificara Marx, el capital produce como si no tuviera límites y eso entra en contradicción con las posibilidades de realización de una ganancia o incluso, como se está viendo hoy, de realización a secas.
El estallido de financiero de la crisis muestra con un grado de desarrollo y de complejidad mucho mayor lo que Marx ya había identificado: los mecanismos que permiten al capital acelerar la acumulación (y como bien demostró la ganancia anual depende del tiempo de rotación del capital), son los que aceleran la crisis. En su época eran el crédito, las sociedades por acciones y la autonomización del capital comercial. El crédito permite transformar dinero en capital y ponerlo en manos de los capitalistas en una magnitud que supera a su propia reserva de capital dinerario. Las sociedades por acciones son mecanismos de centralización de capital, es decir, no aumentan el capital global, pero al modificar su distribución permiten que un capital “individual” (particular, podríamos decir) pueda poner en movimiento un proceso de producción potenciado. La autonomización del capital comercial permite que el capital industrial reinicie el ciclo sin tener que esperar que la masa de mercancía producida sea efectivamente realizada en el mercado. Como se puede ver, basta enunciar cada uno de estos mecanismos para identificar la contradicción que entraña. Imaginemos hasta dónde llega esto hoy con los créditos apalancados, los mercados de futuro y las mil y una formas de la timba financiera que no es otra cosa que la cara más abstracta del capital todo.
La creación de una creciente “sobrepoblación sobrante para el capital” es otro de los resultados propios del capitalismo. Las escalofriantes cifras que se manejan a diario de cuántos millones nos quedaremos sin empleo y seremos empujados a los últimos círculos de la miseria muestran qué presente y qué futuro nos depara este sistema a quienes no vivimos del trabajo ajeno.
Sin trabajo no hay capital
Todo lo anterior es muy relevante. Sin embargo, si algo pone de relieve esta crisis acelerada, es que sin trabajo no hay capital. El fetichismo que se desarrolla objetivamente, sobre lo cual la burguesía no deja de dar batalla, invierte la relación objeto-sujeto. “El capital da trabajo”, “Sin capitalistas no hay trabajo”, “Sin inversión no hay salario”, “Los empresarios mueven la economía” son todas frases que dan cuenta de la realidad capitalista. Pero esa realidad capitalista es la que da carácter activo a lo que en realidad no lo es, y viceversa.
Las cuarentenas adoptadas en todo el mundo sacan a la luz, para horror de la burguesía, que el capital no es otra cosa que trabajo muerto. Los fetichistas tecnológicos que se cansaron de hablar del fin del trabajo y de la automatización total, ahora ven que sin el trabajo vivo, el trabajo muerto no genera valor ni plusvalor alguno.
Es tal la desorganización e incertidumbre que la crisis potencia que como clase no estamos pudiendo sacar las inestimables lecciones de estas escenas de quebranto capitalista por la falta de ese trabajo vivo que el capital succiona para volver a la vida. Las máquinas y los edificios en los que se expresa el capital como medio de producción en el proceso de trabajo pierden valor. Sin el trabajo vivo su valor no se conserva al ser transferido a la nueva mercancía. Está a la vista que es la clase trabajadora la que mueve el mundo. Hay y ha habido trabajo sin capital. Y también lo habrá cuando eliminemos a la clase que vive de nuestro trabajo.
Trabajadorxs del mundo
La crítica del capitalismo que Marx realizó con una obsesión y meticulosidad poco habituales, permitieron que el pensamiento se pusiera a tono con el propio desarrollo de la lucha de clases. El socialismo dejó de ser utópico en la medida en que el análisis crítico del capitalismo permitió reconocer en la podredumbre de esta sociedad clasista y explotadora, los gérmenes de una forma de organización social superior. El desarrollo de la ciencia y la técnica podrían objetivamente permitirnos como humanidad salir del reino de la necesidad para entrar al reino de la libertad.
Ya Baubeauf, el líder de la Conspiración de los Iguales en plena Revolución Francesa, había identificado que la raíz de la desigualdad estaba en las relaciones de propiedad. Y desde entonces, ésa es la línea divisoria entre quienes luchamos por destruir este sistema de explotación y quienes, con buena o mala intención, progresistas o reformistas o partidarios de la Doctrina Social de la Iglesia, se afanan de corregir sus ángulos más agudos para moderar la lucha de clases.
Pero el pasaje fundamental del socialismo utópico al socialismo científico, o el pasaje del propio Marx del idealismo al materialismo histórico, se produce al encontrar al sujeto social capaz de realizar la transformación revolucionaria: el proletariado. En la miseria, en el padecimiento, en el lado oscuro del brillante “progreso” estaba el porvenir.
Ha sido tan taladrante la prédica del fin del proletariado que es necesario decir que la clase obrera de la época de Marx era mucho más parecida a esta del siglo XXI que a la de los países imperialistas de los años “dorados” de posguerra. Aún entonces el proletariado fue un sujeto mucho más amplio. Esas supuestas condiciones óptimas de explotación, las cadenas doradas, sólo privilegiaron a una capa reducida de la clase trabajadora. Dentro de los países imperialistas los sectores precarizados fueron amplios. No casualmente, fueron los sectores racializados y feminizados. Por tanto, detrás del “adiós a la clase obrera” hay mucho prejuicio machista, racista y eurocéntrico que no puede atribuirse a Marx. Por el contrario, la perspectiva de que los comunistas deben poner siempre por delante a la totalidad de la clase estuvo planteada desde 1848. Y totalidad significa comprender a la clase a nivel internacional y no sólo en las estrechas fronteras nacionales. Nunca, ni antes ni ahora, el capitalismo en su despliegue histórico y mundial significó (ni puede significar) derechos sociales y laborales crecientes para la totalidad de nuestra clase. Cuando concedió algunas conquistas fue por el pánico a la revolución.
Una vez conquistada la certeza de que la revolución sería obra de lxs trabajadorxs mismxs, coherente con el lema de dedicarse a transformar el mundo, Marx aportó a la organización internacional de lxs Trabajadorxs. Pero, además, y a pesar de provenir de una familia de la pequeña burguesía, él y su compañera, Jenny von Westphalen que provenía de un sector de la nobleza, se proletarizaron. La decisión tuvo costos enormes, como la muerte de uno de sus hijos. Sin embargo, de eso se trata la praxis. Como recordaban quienes lo conocieron, toda la crítica mordaz con que Marx atacaba a intelectuales de pose o a políticos mediocres, era una infinita paciencia y un fraterno compañerismo con las y los obreros que lo visitaban con frecuencia.
¡Unámosnos!
A 202 años del nacimiento de Marx, con un capitalismo que no puede prometernos ningún futuro que merezca el calificativo de humano, la consigna de la unidad de la clase trabajadora mundial está más vigente que nunca. Unámosnos no para maquillar este sistema, sino para volver realidad ese fantasma de revolución que hoy sigue aterrando a los poderosos del planeta.