Supporters of former Bolivian President Evo Morales holding Wiphala flags take part in a protest, in La Paz, Bolivia November 14, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

El tiempo histórico se ha comprimido en unas pocas semanas en Nuestra América al calor de la agudización de la lucha de clases: rebeliones populares en Haití, Ecuador y Chile; ofensiva imperial; ataques económicos de la mano del FMI; represión, secuestros, torturas y violaciones de parte de las fuerzas represivas; golpe de Estado en Bolivia. Un cambio de situación que nos obliga a quienes peleamos por transformar de raíz el orden vigente a afinar los análisis y clarificar tareas.

Las rebeliones populares en Haití, Ecuador y Chile, y, desde el ángulo opuesto, el golpe de estado en Bolivia sacan a la luz la vigencia de muchos problemas y desafíos que no son nuevos, aun cuando hoy adquieran características y dinámicas particulares. Excede el objetivo de esta nota reconstruir con minuciosidad estos procesos que además están en desarrollo; lo que nos interesa aquí es poder sistematizar algunas reflexiones políticas que puedan servir para un mejor análisis que trascienda la coyuntura, y que nos ayude a pensar las tareas para construir mejores condiciones para la lucha de los pueblos.

1-Un escenario nuevo

En pocas semanas, el escenario político de Nuestra América cambió. Las rebeliones populares en desarrollo en Haití y en Chile, el levantamiento en Ecuador que está en un impasse pero que no está cerrado, por un lado; por el otro, el golpe fascista y racista en Bolivia y la resistencia indígena, obrera y popular que se está dando, muestran una vez más que nuestro continente está en disputa. La realidad no respondió al impresionismo que hizo creer a muches que los “gobiernos progresistas” de los 2000 al 2015 abrían una nueva etapa de estabilidad institucional que venía para quedarse. Tampoco la realidad calza en la idea, igual de impresionista, de que la llegada al gobierno de las variantes más extremas del neoliberalismo (en su versión tecnocrática “clásica” o en su versión abiertamente fascista) significaría arrasar sin más con toda la historia de lucha y resistencia de nuestros pueblos.

Por otra parte, esas caracterizaciones generales a menudo dejan fuera del análisis procesos y zonas enteras. Hablamos durante mucho tiempo de “ciclo progresista” sin embargo, dicha caracterización lejos estaba de responder a la realidad de gobiernos como los de Colombia (Uribe – Santos – Duque), de Chile (Lagos – Bachelet – Piñera), o a la participación de ejércitos de los países “progresistas” en la MINUSTAH que ocupó Haití. Pero sobre todo, muchas de esas caracterizaciones miraron la realidad desde los gobiernos, y no desde los pueblos.

Los recientes sucesos muestran que las “tonalidades generales” que marcan la correlación de fuerzas en la región contienen profundas contradicciones y que mientras existan el capitalismo, el patriarcado, el imperialismo, habrá lucha. Las rebeliones y resistencias en curso muestran que aun cuando parece que nada se mueve, el “viejo topo” cava sus túneles de revolución en las raíces de la vieja sociedad.

2- Los límites de la institucionalidad democrática (burguesa)

La contradicción entre capitalismo y democracia es tan vieja como el capitalismo. El carácter dependiente de nuestra región y la etapa neoliberal iniciada a sangre y fuego con las dictaduras agudizan esa contradicción. La profundización de una matriz extractivista y de monocultivo orientada al mercado mundial va de la mano de la ofensiva contra comunidades indígenas y campesinas para apropiarse de sus territorios, y del ataque contra los derechos laborales y sociales de les trabajadores, y del deterioro ambiental del agua, suelo y aire. La precarización es el rasgo común de la vida de les explotades y oprimides.

Con esa base material de desigualdad, la igualdad en clave de ciudadanía resulta por demás limitada. El poder real no se elige. Además, tal como promovían los Documentos de Santa Fe  del imperialismo yanqui, la apuesta a que formas democráticas sucedieran en varios países de América Latina a las dictaduras abiertas venía de la mano del reforzamiento del control de instituciones permanentes no electivas como las fuerzas armadas, las fuerzas represivas y el poder judicial. La privatización de la comunicación sería otro pilar de estabilidad.

La laxitud y la arbitrariedad con que el adjetivo democrático es aplicado por el imperialismo yanqui y las clases dominantes son alevosas. La declaración del estado de excepción como respuesta inmediata a la rebelión en Ecuador; en Chile, el toque de queda, los militares en las calles, los allanamientos sin orden judicial, los secuestros, desapariciones, asesinatos, el cierre de páginas y cuentas de Facebook que difundían estos hechos muestran que nuestro enemigo histórico no tiene empacho alguno en quebrar su propia legalidad. Mientras pueden hacerlo apoyándose en constituciones y leyes restrictivas, lo hacen; y si es necesario, recurren al golpe de estado como en Bolivia.

Con la excepción de Cuba y de Venezuela, todas las fuerzas represivas de nuestro continente siguen siendo formadas en la doctrina contrainsurgente y con una identificación estratégica con los intereses del imperialismo yanqui. Y esto es así, porque a pesar del declarado fin de la Guerra Fría, la hipótesis de conflicto sigue siendo el enemigo interno. La represión física se continúa y complementa con la persecución judicial en especial contra dirigentes y referentas.

Es cierto que hay momentos en que la mayoría de la población respeta la legalidad y las instituciones. Pero hay que contar y trabajar por desnaturalizar y cuestionar esas instituciones, promover el irrespeto y la desobediencia, y defender el derecho de los pueblos a la resistencia. Esta es una diferencia estratégica con el progresismo. Aunque compartamos luchas, el proyecto progresista hoy expresado en la Cumbre de Puebla apuesta a fortalecer las instituciones y la democracia burguesa; nosotres como socialistas cuestionamos esas instituciones porque defienden las desigualdades sociales que limitan la democracia plena. Frente a la condena de los enfrentamientos y la estrategia de apostar al “procesamiento” de los conflictos dentro de la institucionalidad, reivindicamos la autodefensa de masas y el uso de la violencia popular, organizada, que son parte irrenunciable de la resistencia. Así lo ha demostrado la rebelión en Ecuador al responder al estado de excepción estatal con el estado de excepción en los territorios autogobernados bajo el cual un centenar de militares fueron retenidos. Así se verifica en Chile, la violencia popular es la que permite frenar la represión en las calles pero además evitar la desmoralización que provoca una represión que no tiene respuesta. Así se está manifestando en Bolivia, porque las hordas fascistas, los militares y la policía humillan y matan.

3- Nuestro ¿pasado? colonial, nuestra lucha anticolonial

Por diez semanas el pueblo de Haití pelea en las calles. La represión es sanguinaria. No son miles ni cientos de miles, sino millones quienes se movilizan. El régimen neocolonial es sostenido por los yanquis que saben las consecuencias que traería un triunfo popular en Haití. Sin embargo, los medios de (des)información no lo reflejan. Peor aún, el activismo y la militancia de izquierda no prestamos la debida atención y menos aún practicamos la necesaria solidaridad. Desde hace más de dos siglos, Haití es sometida no sólo a intervenciones militares de toda índole o a planes de saqueo económico; además es negada, silenciada, invisibilizada. El racismo colonial sigue vigente y su huella está en nosotres. Es hora de volver sobre la historia de este pueblo que engendró la primera revolución triunfante del siglo XIX, la única revolución realizada por esclavizades, que derrotó a ejércitos imperialistas, que puso en práctica la solidaridad internacionalista y que aportó la necesidad de que las luchas anticoloniales fueran antiesclavistas. No pocos países latinoamericanos bajo gobiernos “progresistas” participaron de la ocupación del país hermano: el Brasil de Lula, la Argentina de Néstor y Cristina o la Bolivia de Evo y Lineras. Vale recordar la máxima expresada por Dionisio Inca Yupanqui en las Cortes de Cádiz de 1812: un pueblo que oprime a otro no puede ser libre.

En Ecuador el protagonismo de les indígenas agrupados en la CONAIE otorgó una fuerza definitoria a un levantamiento que logró articular a precarizades, trabajadores, docentes, estudiantes y pobres de las ciudades con el movimiento campesino indígena. La lucha contra la megaminería y la explotación a cielo abierto, emprendimientos extractivistas de hidrocarburos y la defensa de los territorios tiene larga data y persistencia. Chocó incluso con el gobierno de Rafael Correa. La toma de siete pozos petroleros durante el levantamiento golpeó el corazón del poder económico. Y se logró voltear el “paquetazo” de Lenin Moreno.

El golpe de estado en Bolivia está exponiendo con crueldad el carácter racista, xenófobo y fascista de las clases dominantes y, peor aún, que una parte del pueblo está dispuesta a acompañarlas. La quema de la Whipalla, los asesinatos, las torturas, muestran que el racismo no es un resabio del pasado, sino una dimensión consustancial de la dominación de clase. Lo mismo debe decirse en relación a la violencia machista. El estrangulamiento de una mujer indígena con su propia trenza es un hecho infame que desnuda la unidad de la violencia de clase, étnica y de género. La resistencia al golpe significa no sólo repudiar la destitución de Evo Morales, sino contra todo este ataque.

La represión en Chile ha mostrado esa misma imbricación. Como en la conquista, como en las dictaduras, la violencia hacia quienes se movilizan se ensaña con mujeres y cuerpos feminizados recurriendo a la violación sistemática. Como contracara, la rebelión ha puesto en cuestión el pasado: los gobiernos democráticos de los últimos 30 años, la larga dictadura y, más allá, la conquista española y de la Araucanía. El izamiento de la bandera mapuche y un radical proceso de desmonumentalización deben ser considerados índices de la radicalidad de esta rebelión que ha cambiado la realidad de Nuestra América.

4- La rebelión en Chile

Por la cercanía geográfica, histórica y social, así como por la dinámica en crecimiento organizativo y político de la rebelión, por haber podido compartir algunas jornadas, nos detendremos en ella.

Queda claro que el detonante de la explosión popular no es más que la chispa que enciende un acumulado de explotación y de humillaciones de toda índole. La consigna “no son 30 pesos, son 30 años” apunta justamente a explicitar esa situación. En cuanto al sujeto de la rebelión, se puede concluir que se da una articulación entre una amplia gama de trabajadores, jóvenes, pensionades, todes atravesades por la precarización que nos depara el capitalismo y que se ha agudizado en las últimas décadas de etapa neoliberal. Lejos de la apuesta posmodernista de la fragmentación (táctica siempre vigente del poder), las rebeliones muestran la articulación y potencia colectiva de constituir un sujeto capaz de integrar las diversas realidades.

Así, el protagonismo de la clase trabajadora se reafirma, sin que signifique que la vanguardia sea un movimiento obrero sindicalmente organizado. El movimiento feminista, muchísimo menos institucionalizado, dispuesto a incluir las reivindicaciones de precarizadas, migrantes, trabajadoras domésticas, “amas de casa” reivindica el carácter y los métodos históricos de la clase: la autoorganización, la huelga, el comité de huelga, el internacionalismo. Esta disposición a reconocer la unidad en la diversidad se observa en la potencia de la confluencia del movimiento de rebelión chileno y mapuche y actualiza la clave plurinacional que deben tener nuestras luchas y proyectos.

La combatividad y la persistencia en las calles de amplias masas abrieron un proceso de radicalización que sigue en curso y que ha llevado a que la rebelión chilena avance significativamente más que otros procesos en la elaboración popular de un programa positivo. En este caso ya no es el “no” al FMI y sus políticas de hambre, el “no” a medidas que hacen descender aún más las condiciones de vida de las mayorías. La construcción de un pliego del pueblo en un proceso popular constituyente, plurinacional y feminista, que se viene dando en las asambleas y cabildos contrasta y confronta con los intentos del régimen y de los partidos políticos de “oposición” de hacer una reforma a la medida del orden vigente.

Muchos rasgos que a lo largo de tres décadas fueron una debilidad, hoy al calor de las barricadas y los fogones podemos ver transformados en fortalezas. La experiencia ininterrumpida de enfrentamiento a la represión permite que el pueblo llegue a este salto de acción (y de represión también) con un acumulado relevante. El carácter excluyente de la democracia chilena permite hoy que no haya ilusiones en las instituciones oficiales, ni siquiera en las representaciones de partidos de oposición o sindicatos históricos. La fragmentación del movimiento social y político frena hoy la posibilidad de unos interlocutores capaces de negociar el fin del conflicto.

El “despertar chileno” ya es un punto de quiebre. Y tiene muchas posibilidades de serlo aún más si logra que la fuerza de esas heroicas movilizaciones que moralizan a todo un continente, se consoliden en organización popular y en una transformación del país que constituya un nuevo piso para la lucha de clases. Seguramente, en ese pliego del pueblo se pondrán en cuestión muchos de los rasgos neoliberales del estado y de la estructura social del país. Nada está ganado de antemano. Si hay una victoria parcial, el desafío será mantener la independencia política, reforzar la organización de masas, disputar el sentido de las reformas que se consigan reconociendo que fueron conquistadas por la rebelión. Si hay una derrota también será parcial: no volveremos a la normalidad proclaman les manifestantes. Como fuere, se está creando un nuevo piso para seguir avanzando hasta la raíz capitalista, imperialista y patriarcal de los fenómenos más visibles del neoliberalismo.

5- Hasta que la dignidad se haga costumbre

Toda dominación busca siempre presentarse como invencible. Todos los opresores presentan su poder como algo natural y eterno. La dominación capitalista, imperialista y patriarcal es fuerte. Pero todo lo sólido se desvanece en el aire cuando les explotades y oprimides se disponen a conquistar la dignidad y la felicidad colectiva.

Es momento de reafirmar una certeza: los derechos se conquistan con luchas y en las calles. Es momento de retomar toda una tradición de lucha y rebelión que hoy se torna visible pero que está presente también en momentos de conflicto larvado. Es momento de evitar el fatalismo y reconocer que hay reservas de resistencia en Nuestra América. Es momento de sacudirnos las taras de un posibilismo que nos condena a discutir una distribución de la riqueza que no afecte la propiedad ni los privilegios de las clases poseedoras. No partimos de cero, tenemos toda una riquísima tradición teórica y práctica del marxismo y el feminismo latinoamericanos en que apoyarnos. Es hora de conseguir victorias que nos fortalezcan pero sin dejar de decir y de pelear por ese otro mundo posible y necesario que es el socialismo.

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