Con bombos y platillos, el Gobierno Nacional anunció la firma de la primera parte de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, negociado desde hace 20 años. Prontamente, los medios oficialistas y funcionarios de gobierno salieron a reivindicar el acuerdo como el punto cúlmine de la gestión del “Macri estadista”, un relato con el cual intentan instalar que los líderes liberales y democráticos del mundo se rinden a los pies del presidente argentino, como el hombre que nos sacó del populismo y del aislamiento internacional. Por su parte, el kirchnerismo, desde la cuenta oficial de twitter de Alberto Fernández, salió a cuestionar fuertemente el acuerdo y advirtieron que detrás de éste sólo venía más destrucción de la industria y sometimiento a las potencias europeas. La realidad, quizás sea un poco más compleja y convenga guardar precaución a la hora de emitir juicio sobre un texto de miles de páginas, de las cuales sólo se conocen versiones del Gobierno argentino y de los voceros de la UE, y que la firma definitiva podría tomar, de mínima 14 años, de máxima, no llegar nunca.

Algunos elementos del contexto del acuerdo

“Este es el punto final de la industria” sentenció el Secretario General del SMATA, Ricardo Pignanelli, mientras que en Brasil titulaban “histórico acuerdo”, con las palabras del presidente Jair Bolsonaro, y era reproducido por todos los medios oficialistas en el ámbito local. Pero, la verdad es que éste acuerdo nos sitúa en un debate de larga data, que se inició en 1999, pero que no tiene vistas de conclusión en el futuro inmediato. En este sentido, para entender cómo se llega a la firma, es necesario puntualizar algunos elementos del contexto del acuerdo y saltear algunos espejitos de colores.

En primer lugar, como marcó el analista internacional, Andrés Malamud, no se puede obviar que este acuerdo se da en el marco del conflicto entre China y EEUU. En esta disputa, por ahora de aranceles, tanto Europa como América Latina vienen siendo marginados y esto intensificó la necesidad de coordinación defensiva. 

El conflicto entre el gigante asiático y la máxima potencia imperialista está siendo el eje central de cumbre del G20 en Japón, poniendo en tensión a los países europeos, a quienes el gobierno de Trump exige que vuelquen la balanza a su favor. Esto preocupa de sobremanera a los países centrales del bloque europeo, Alemania y Francia, los cuales ven peligrar sus horizontes de crecimiento comercial y suman presiones en el frente interno. 

La actual conducción de la Comisión Europea a fin de año termina su mandato y las elecciones al europarlamento del mes pasado dieron como resultado un amplio crecimiento de las expresiones anti-unionistas. El partido del Brexit, los nacionalistas franceses de LePen y la liga del norte de Mateo Salvini, salieron muy fortalecidos las elecciones y el bloque euroescéptico se amplía, lo cual hace muy difícil pensar que se puedan generar nuevas áreas de libre comercio, cuando la corriente parece ir hacia el proteccionismo. Es por ello que el momento de la firma era ahora.

Por el lado de América Latina, el gobierno de Bolsonaro rompió con la tradición de liderazgo regional y volvió la política exterior brasileña un auténtico mamarracho. El canciller Itamaraty, quien se hizo tristemente célebre por sus afirmaciones delirantes, como que el calentamiento global se debía a que lo termómetros de la tierra están cerca de estaciones de servicio cuando antes estaban en el campo o que el derecho al aborto lo defendían personan que quieren “evitar que nazca el niño Jesús” (sic), asiste a las cumbres de organismo internacionales prácticamente sin línea. Mientras que las reuniones importantes para el Estado brasileño las toma el hijo del presidente, Flavio Bolsonaro, quién no detenta ningún cargo institucional que lo faculte para ello.

Con ese retraimiento en la política regional por parte del régimen de Bolsonaro y el abierto desprecio por el Mercosur que expresó su ministro de economía, el ultraliberal Paulo Guedes, el gobierno de Macri se encontró en una inusual situación de conducción del bloque. En este punto, hay que reconocer que el macrismo trazó una línea en el 2016 a favor del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea y puso al frente de la cancillería a un funcionario experto en Europa, Jorge Faurie, ex embajador en Francia y ex embajador en Portugal, durante los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. 

Perdedores y ganadores

A primera vista y como denunciaron fuertemente desde el kirchnerismo, los principales ganadores con el acuerdo, como siempre en los procesos neoliberales en Argentina, son los especuladores financieros (por el alza de los bonos y las perspectivas de mayor crédito) y el campo; en detrimento, cómo no, de la industria y el trabajo local. Ahora bien, si bien esto es predecible, hay algunos elementos que son un poco más complejos.

En primer lugar, aún no se dió a conocer el texto final, pero, si nos guiamos por el documento que presentaron los representantes del Mercosur, en el acuerdo se toma como compromiso que “la Unión Europea liberaliza el 99% de las importaciones agrícolas del Mercosur: para el 81,7% eliminará los aranceles de importación. En tanto, para el 17,7% restante ofrecerá cuotas y preferencias fijas. Sólo se excluyen algo más de 100 productos”. Esto suena bien para el campo argentino, pero se olle un poco distinto en la versión europea. 

Según el comunicado que difundieron los voceros de UE: “Para que este acuerdo sea beneficioso para todos, solo nos abriremos a los productos agrícolas de Mercosur con cuotas cuidadosamente administradas que garantizarán que no haya riesgo de que ningún producto inunde el mercado de la UE y, por tanto, amenace el sustento de los agricultores de la UE.” Apenas distintas las versiones…

Esta segunda lectura del acuerdo tiene mucho sentido en relación con los conflictos internos de la UE. Históricamente, el pedido de protección del sector agropecuario lo han sostenido Irlanda, Bélgica y Polonia (países en los que el nacionalismo de derecha ha crecido mucho), pero que su principal representante es Francia. Un país que no sólo ha mantenido una política de subsidio a su producción agrícola por casi dos siglos, sino que en los últimos meses ha sido totalmente sacudido por el conflicto de los “chalecos amarillos”, un sector muy vinculado con el campo y las zonas no urbanas de Francia, que ha llegado a sitiar París y hacer temblar al gobierno de Macron.

En este contexto, parece muy importante saber de qué se tratan esas cuotas y cuáles son los productos excluidos.

Por otro lado, resta saber también qué va a pasar con las compras públicas. Ya que, durante la gestión de Lula en Brasil, ese fue uno de los puntos más conflictivos para el avance de éste acuerdo. 

Los contratos gubernamentales son uno de los instrumentos más importantes para favorecer sectores de la economía según su modelo de desarrollo. Sin embargo, no queda claro, en ninguna de las dos versiones, cómo se va a manejar esto. El Mercosur sostiene que se van a preservar las comprar públicas, para que los Estados puedan promover el desarrollo, mientras que la UE plantea que es ésta es una gran oportunidad para que las empresas de su zona puedan conseguir contratos con los Estados latinoamericanos. En este punto, no sería descabellado pensar que el acuerdo se firma «casualmente» a 10 días de que Odebrech, finalmente, haya entrado en cesación de pagos y proceso preventivo de quiebra.

Odebrech es una empresa que conoció la luz pública debido a sus vínculos con la red de corrupción conocida como Lava Jato. Pero, también, era la única compañía de capital local con capacidad para realizar grandes obras de infraestructura, como puertos, plataformas petroleras, represas hidroeléctricas o gasoductos.

La política internacional como hinchada

Visto todo lo anterior, lo que se sabe y lo que no se sabe, realmente llama la atención como desde el Gobierno y los medios oficialistas salieron a vitorear un acuerdo al cual le faltan varios meses (quizás años) de negociación y letra chica.

En este sentido, la difusión del presidente Macri de un audio del canciller Faurie al borde de las lágrimas roza lo lisérgico. Sin embargo, es entendible cuando todas las encuestas marcan que el punto más alto de imágen positiva de Macri fue luego de la Cumbre del G20 en Buenos Aires. Por tanto, podemos inferir que hay un vínculo directo entre la política exterior y la construcción electoral de Cambiemos.

Hay una continuidad del discurso de “volver al mundo” que necesita ser alimentada por sendos triunfos, que presenten al presidente como un estadista a escala internacional, como un gran organizador de acuerdos, pero también como un líder de occidente, a la altura de los máximos mandatarios de las potencias del norte. Sin embargo, hay que pensar que quizás ésta sea una de las herencias más pobres de la gestión macrista.

Argentino, como política de Estado a nivel internacional, tiene 3 grandes temas: La integración regional, el reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas y el esclarecimiento del atentado a la embajada de Israel y la voladura de la AMIA. En los 3, los logros van de magros a nulos.

En el ámbito regional, la crítica liberal a la «ideologilización» de la UNASUR, organismo de cooperación fundado por la llamada «ola de gobiernos populistas», fue sustituida por una gestión hiperideológica (por derecha) de los vínculos entre los Estados latinoamericanos. Esto llevó a la Argentina a constituir un nuevo bloque, PROSUR, donde hay países como Santa Lucía y no está Uruguay, entre otros, lo que demuestra que éste es un organismo de coordinación neoliberal y no de integración regional. Algo que es inentendible desde cualquier punto de vista que no sea para tener la complacencia de los EEUU.

Sobre Malvinas no hubo absolutamente ningún avance, salvo algún gesto de afecto entre Macri y la saliente Primer Ministra de Gran Bretaña, Theresa May. Además de una serie de oscuras incertidumbres en torno a la desaparición del submarino ARA San Juan en el área de navegación malvinense.

En el caso de las causas AMIA y Embajada de Israel, éstos sólo sonaron como ecos de la utilización política de la muerte del fiscal Alberto Nisman. Algo que es, realmente, un triste homenaje a las víctimas y familiares de los atentados.

Sin embargo, quizás la peor herencia sea los antecedentes que deja el macrismo luego de su actuación por Venezuela. Nunca en la historia del derecho internacional latinoamericano se había visto que un Gobierno reconociera a un golpista autoproclamado presidente por sobre la soberanía de otro país. Argentina en esta gestión, no sólo lo hizo, sino que incentivó a otros Gobiernos a acompañar al golpismo, al punto de que articular una instancia de gobierno bicéfalo. En este sentido, para cuestionar autoridad de Maduro, por ejemplo, llegaron a sentar a los representantes de Juan Guaidó en el Banco Interamericano de Desarrollo. Un papelón político y un desastre para el pueblo venezolano y sus alternativas para salir de la crisis.

Y todas estas medidas calamitosas, vergonzantes, proimperialistas, tilingas, tienen que ver con que para el macrismo la política internacional es una tribuna de hinchada para la disputa interna. Macri está convencido de que el reconocimiento internacional, en los términos de los liberalistas de los países centrales, depende de hacer del alcahuetismo una política de Estado. Pero, la realidad es que los países “respetados” en el mundo no supeditan su economía a los designios del Fondo Monetario Internacional, no entregan su soberanía territorial para la instalación de bases militares norteamericanas y no recortan sus recursos técnicos y científicos (algo que tampoco está claro qué camino va a tomar con el acuerdo con la UE, pero que no pareciera tener vistas de un renacimiento, y que implica a la propiedad intelectual, desde patentes para la industria farmacéutica y biotecnológica, hasta la explotación de petróleo no convencional y energías renovables).

El macrismo firmó un acuerdo de libre comercio a 3 meses de terminar su mandato, sin consenso y sin un debate público, probablemente, con un ojo en la elecciones y otro en el modelo económico, resta ver mucho aún de la consistencia o no de éste. Pero, una cosa es segura: pocas cosas buenas podemos esperar para el desarrollo nacional y latinoamericano a espaldas del pueblo trabajador.

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