El gobierno de Cambiemos ensaya viejas recetas para viejos problemas de la economía argentina. Déficit fiscal, fuga de capitales, deuda externa y corrida cambiaria barrieron al eterno marketing de la alianza gobernante para darle paso a un equipo económico que no da pie con bola. Mitos y realidades frente a la estructura económica argentina.

Durante los últimos dos meses el panorama nacional se vio sacudido por una corrida cambiaria que dejó una devaluación del 35% en ese lapso y de un 60% si se cuenta desde diciembre pasado. El gobierno ha ensayado distintas explicaciones y respuestas ante el castillo de naipes derrumbado por un leve soplo de la coyuntura internacional. El pedido de ayuda al FMI, garante último del apoyo geopolítico del imperialismo a Macri. Suculentas ganancias a los capitales golondrina y, por último, la entrega en bandeja del Banco Central a Wall Street en la figura de Caputo. Medidas que apuntan a recuperar la confianza de los mercados basándose en lo único que entienden: la máxima ganancia en el menor tiempo posible.

La fuga de capitales

Lo que parecía un acomodamiento normal se terminó transformando en un espiral sin freno. La suba de las tasas de interés en Estados Unidos trajo aparejada, en la inmensa mayoría de las economías del mundo, una salida de capitales especulativos hacia los mercados del norte. La mayor ganancia y seguridad que dan los bonos del Tesoro yanqui provocan que las inversiones financieras en los países del tercer mundo compren dólares para poder colocarlos en otras plazas del mundo. Este movimiento, esperado por parte del propio gobierno, trajo devaluaciones de entre el 5% y 10% en toda América Latina.  Pero en nuestro país se vio agravada por dos motivos principales, uno coyuntural y otro estructural. El primero fue que el propio gobierno, asustado ante la inflación que podía traer una devaluación, trató de anclar el precio de la divisa. Ante esto, los capitales especulativos vieron cómo se frenaba la esperada devaluación, que ocurriría más temprano que tarde, y por ende el BCRA ofrecía dólares baratos. La pulseada se resolvió rápidamente con una pérdida de u$s 10 mil millones en las reservas y, finalmente, una devaluación más profunda que en otros países.

Para poder explicar esta mayor profundidad, entonces, no alcanza con la impericia de un funcionario con largos pergaminos universitarios. El gobierno ha apuntado, desde un primer momento, a atraer inversiones extranjeras. Pero estas inversiones han sido, mayoritariamente, financieras y especulativas favorecidas por la quita de restricciones a la movilidad de las mismas. Así, los dólares que entraron por las altas tasas de interés registradas en nuestro país (6% en dólares con un tipo de cambio casi fijo) podían salir al minuto en que registraban un cambio de viento. Y lo empezaron a realizar fuertemente a lo largo de todo este año. La fuga de capitales en nuestro país fue de u$s 9 mil millones en todo 2018 superando largamente la fuga registrada en plena crisis internacional y previo al cepo cambiario. Esto se agrava ahora por el tan festejado calificativo de “emergente” (condición que teníamos en el 2001, durante la crisis) que pone como condición que esa movilidad irrestricta se mantenga. Es decir, que una herramienta necesaria aplicada en otros momentos para frenar una corrida como el control de capitales, queda fuera del menú.

¿Y por casa cómo andamos?

Otra explicación que ha ensayado el gobierno, y que los medios oficialistas han repetido hasta el hartazgo, se basa en la teoría que el Estado es como una familia y que no puede gastar más de lo que ingresa. La meta de déficit fiscal para el 2019 bajó, luego del acuerdo con el FMI, del 2,2% del PBI al 1,3% y de 0% para el 2020. Esto implica una reducción mucho más rápida del gasto público para llegar al equilibrio post-elecciones. Según Macri y Vidal, un país que gasta más de lo que tiene es poco confiable y por eso los mercados decidieron dejar de prestarnos plata y apostar contra el peso. Si así fuera, surgen varias preguntas: ¿por qué ahora y no antes? ¿Por qué no decidió bajar el gasto previamente? Esta explicación contradice la historia argentina y, mirando un poco el mapa regional, se cae a pedazos. En pocos momentos de la historia nuestro país tuvo superávit fiscal (algunos momentos durante la convertibilidad y los primeros años del kirchnerismo). Ninguna familia tiene en su poder la posibilidad de imprimir billetes, de comprar y vender dólares. Todo esto, sin contar que el déficit que mira y anuncia el gobierno, no incluye los pagos de intereses y capitales de la deuda. Si se tienen en cuenta los mismos, el déficit financiero fue de 6,1% del PBI en 2017 y el año anterior el 5,9%. Esto significa que el único gasto que aceptan aumentar son los pagos de intereses de la deuda. Pero además, Brasil registró en abril un crecimiento histórico de su déficit fiscal y, sin embargo, no registró una corrida cambiaria como la nuestra. ¿A qué se debe?

El laberinto sin fin

Históricamente, la Argentina ha tenido cíclicamente crisis relacionadas con el dólar más que con el déficit fiscal. ¿Por qué? En los momentos de crecimiento del consumo y producto interno, porque eran necesarios muchos dólares para importar máquinas para la producción. Actualmente, porque son necesarios para financiar la fuga de capitales y la deuda externa como mencionamos. El gobierno anterior aplicó el cepo cambiario y un control de capitales, que demostraron ser insuficientes (mediante el famoso dólar blue). Pero a esos problemas, que se agravaron, Cambiemos le sumó un déficit comercial galopante. Es decir, importamos más de lo que exportamos y por ende, el mercado produce menos dólares que los necesarios. A diferencia de Brasil, la Argentina lleva un déficit comercial de alrededor de u$s 4500 millones. En este combo de fuga, pago de la deuda y déficit comercial se encuentra el nudo de las corridas cambiarias que sufrió nuestra moneda. Si por todos lados salen más divisas de las que entran, todos los actores del mercado financiero esperan (con razón) que el precio del dólar aumente.

Entonces, ¿cómo se financian estas cuentas? Con deuda externa. El gobierno bien podría imprimir billetes, restringir la salida de capitales, obligar al campo a vender los dólares que atesora. Pero prefiere financiar el déficit con más deuda externa. La misma viene creciendo a un promedio de u$s 30 mil millones por año desde que Macri llegó al poder. Pero además, cambió su composición. Mientras que antes era mayoritariamente en pesos, ahora lo es en dólares. Y, con el cambio en las tasas de interés de EEUU y los préstamos más caros, ya nadie le quiere prestar a la Argentina. De ahí el salvataje del FMI.

Para colmo, el organismo tuvo un requerimiento especial entre tantos otros. Hasta ahora, el Tesoro nacional tenía deudas con el BCRA por las reservas que el kirchnerismo utilizó para pagar al Club de París y otros organismos. Ahora, y para desarmar la bomba de tiempo de las Lebacs, el Tesoro debe pagarle esa deuda al Banco Central. Como no tiene plata, la debe pedir prestada en dólares en el mercado. Es decir, que lo que antes era deuda entre organismos públicos, en pesos y a tasas de menos del 1%, ahora pasó a ser en bonos a 5 o 10 años y en dólares a tasas mucho más altas. Es decir, en peores condiciones, con obligación de pagar, pero el gobierno puede decir que el nivel de deuda es el mismo.

La Casa de Papel

A diferencia de la famosa serie española, la solución lejos está de ser imprimir billetes sin parar. Pero los personajes ficticios bien podrían comparar su hazaña con las ganancias millonarias que han hecho los fondos especulativos en cuestión de días. Por ejemplo, el JP Morgan ganó casi $ 8 mil millones en sólo 4 días sin siquiera moverse de su sillón. La devaluación de los últimos días, que en épocas anteriores favorecía a la industria, aceleró exponencialmente las ganancias financieras. Y el gobierno, para salir de la encerrona de un modelo que se ahogaba en un vaso de agua, atinó a darles mayores libertades, mayores seguridades y mayores ganancias. Un esquema donde la timba prevalece por sobre la riqueza producida por las y los trabajadores. Y donde los distintos modelos han tropezado una y otra vez con la misma piedra. Una solución de fondo, que termine con la dependencia económica, que encare un desarrollo de la riqueza de nuestra Patria, que pague la eterna deuda interna con nuestro pueblo, es la única salida de este laberinto sin fin.

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