La designación de Sergio Massa como “superministro” es una nueva jugada del peronismo gobernante que desnuda su deriva hacia políticas cada vez más antipopulares. Un hombre del establishment para garantizar el acuerdo con el FMI, la devaluación y más ajuste. Cómo “estabilizar la economía” desangrando aún más el bolsillo de la clase trabajadora.
Aumentos descontrolados, que llegan al 15% o 30% en alimentos como fideos, base de la alimentación del pueblo pobre, solo durante el mes de julio. Tarifazos en puerta para los servicios públicos. Aumento del boleto en AMBA pero también en Córdoba y Neuquén. La supervivencia de la manera más elemental es un problema de primer orden para millones en nuestro país. Esta crisis económica viene acompañándose por un tembladeral político en los últimos meses. La manera de resolverla que adopta el oficialismo parece inspirarse en naufragios previos.
El partido del orden
En Argentina, a excepción de la dictadura genocida o el gobierno macrista, la alta burguesía ha recurrido al peronismo para sortear las crisis de régimen político. Cuando la gobernabilidad se dificulta, el peronismo es instado a ordenar el escenario. El nombramiento de Massa como Primer Ministro de hecho viene a cumplir ese papel. En medio de una crisis económica y política de dimensiones considerables, la designación de este figurón del Frente de Todos que es un verdadero personero de la Embajada yanqui, apunta a cumplir ese rol de garante. Mientras el presidente ungido por Cristina Fernández se termina de convertir en una figura decorativa, protocolar y sin la menor autoridad, las medidas de ajuste en curso prometen intensificarse de la mano de este superministro y sus colaboradores, entre los que hay exfuncionarios cavallistas y aliancistas como Daniel Marx. Mientras esta profundización de la ortodoxia sucede, CFK juega sus cartas para avalarla con la mínima gestualidad posible, tratando de mostrarse a prudente distancia y despegarse de las medidas en puerta que consintió. El peronismo se prepara para realizar un ajuste que difícilmente ningún otro gobierno pueda aplicar sin ser eyectado. Aunque tampoco tiene garantizado el éxito en este aspecto.
Un mayordomo del imperialismo
En 24 días, la crisis desarticuló la expectativa en la ministra de Economía Batakis. Massa, Alberto Fernández y Cristina Fernández han quedado abrazados tratando de mantenerse a flote en medio del vendaval que sacude al país y al FdT. Sergio Massa, cuyo origen político es la U.C.D. de Álvaro Alsogaray, representa a los sectores más proyanquis del gobierno. Su antichavismo y anticastrismo acérrimo, sus fotos con el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe, su relación con el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, creador de la doctrina “tolerancia cero” frente a delitos comunes, y su vínculo estrechísimo con el Departamento de Estado de EE.UU. hacen que cuente con el beneplácito de funcionarios estadounidenses como el director del BID, Claver Carone, o del propio establishment local. El “elegido” y festejado por “los mercados” viene a imponer las políticas más severas que el acuerdo de cogobierno entre el peronismo y el FMI conlleva.
Las declaraciones de Massa señalan que viene para “buscar dólares”. De esa manera lograría evitar el colapso financiero y cambiario, y que no se cumpla el pronóstico de la fugaz ministra Batakis, de que a mediados de agosto las divisas serían insuficientes para pagar los insumos que Argentina importa y hasta el propio gas. Massa pretende obtener la recaudación de divisas mediante la rendición de cosechas del agro. Pero esto difícilmente se concrete sin una devaluación, reclamada por un campo que viene recibiendo concesiones. Pese al llamado “dólar soja”, que conlleva beneficios de hasta un 15%, esta política fue criticada por las patronales agrarias que la consideran “insuficiente”. Tanto la Sociedad Rural como el propio FMI aspiran a un tipo de cambio libre, y no se contentan con este tipo de cambio preferencial concedido. El gobierno está dispuesto a ceder, tal como las declaraciones del flamante ministro lo señalan; la misma señal se deja leer en su agenda minada de reuniones con cámaras patronales y representantes del imperialismo. Si este primer intento de hacerse de dólares fracasara, las relaciones de este sector del gobierno con el Departamento de Estado yanqui le procurarían un nuevo salvataje de los organismos financieros a cambio de incrementar el endeudamiento y la dependencia.
El pueblo cada vez más pobre por culpa de los ricos
Con una nueva devaluación, el salto inflacionario sería gigantesco. Se estima que julio pudo haber cerrado con un índice de aumento de precios de entre el 8% y 10% (en breve se conocerá la cifra oficial) y la inflación acumulada en 2022 puede ubicarse entre un 75% y un 90%. Esta espiral pulveriza los salarios y jubilaciones, que en ningún caso logran alcanzar ese nivel de incrementos e indexación: el propio INDEC reconoce que el índice salarial viene por detrás del IPC tanto para el sector privado como el público, y mucho más en el empleo informal.
Mientras los precios de los alimentos crecen vertiginosamente, una veintena de empresas se queda con el 75% de las ventas y la mayor parte de las ganancias desmedidas que de allí emanan: Arcor, Unilever, Molinos Río de la Plata, Mastellone, Danone, Procter & Gamble, Cervecería Quilmes, Pepsico, Mondelez, Coca Cola, Nestle y Bagley, entre otras.
Sus ganancias, que se nutren de nuestro trabajo, son nuestra miseria. Los gobiernos son sus garantes.
Una crisis y una resolución en disputa
La carta de Massa frente al gobierno en esta nueva etapa del FdT, aspira a salvar del naufragio a la gestión del oficialismo; pero, sobre todo, a salvar del colapso a los intereses de la burguesía y evitar una ruptura en la cadena de pagos y una crisis generalizada, incluyendo una nueva corrida bancaria como las que nuestra historia reciente conoce.
El kirchnerismo, dentro del FdT, avala el rumbo actual del gobierno. Preocupada por las causas judiciales en su contra, la actual vicepresidenta, ¿usaría para algo diferente que Massa o Alberto Fernández “la lapicera”?
Mientras el deterioro del oficialismo crece, la oposición reaccionaria de Juntos por el Cambio se relame, y se debate en peleas de camarilla para tratar de ver quién encabezaría en la coalición una elección en 2023 (o antes) que los ubique como presidenciables.
La crisis económica del capitalismo argentino expresa sus límites estructurales. Pero a su vez, refleja una situación que los excede ampliamente: el Banco Mundial habla de un período de recesión global y del riesgo de estanflación (estancamiento más inflación). No existen en el horizonte del sistema salidas “redistribucionistas”… no hay cómo practicarlas y nuestras clases dominantes no las tienen siquiera en el menú de opciones. El kirchnerismo y su discurso fantasioso de un “capitalismo humano” sucumben ante la realidad.
El horizonte es de lucha, y no se muestra sencillo para el pueblo. El signo del descontento creciente ante la falta de alimento y condiciones de vida mínimas para millones está en disputa con diversos tipos de expresiones reaccionarias.
Algunas luchas comienzan a despuntar; aunque sumamente incipientes aún, muestran un camino: peleas de trabajadorxs de sanidad, transporte, docentes, laburantes del neumático… Nuestra apuesta es que el pueblo no siga pagando con su hambre la fiesta ajena. Será la rebelión popular y la movilización masiva con el pueblo en las calles la que pueda determinar el destino de nuestra clase. Los debates estériles en clave electoral dentro de la izquierda no harán ningún aporte para una salida en favor de nuestra clase.
La unidad de lxs laburantes, en principio, debe poner freno al saqueo de los poderosos. Pero además, debe instalar la idea de un gobierno de lxs trabajadorxs, única posibilidad de romper con el FMI y poner en discusión un pliego para salir de esta crisis: nacionalizando la banca y el comercio exterior, desconociendo una deuda fraudulenta que nos ata una vez más al despojo del imperialismo.