Un estancamiento económico con difícil perspectiva de resolución, admitido por los propios organismos financieros internacionales, se desenvuelve acompañado por una crisis de representatividad en el plano político e institucional. La disputa entre potencias y la guerra que viene escalando expresa las limitaciones del sistema para resolver sus contradicciones, que se hallan en sus propios cimientos. Historia y actualidad de una crisis estructural que plantea desafíos para la clase trabajadora a nivel global. Los desafíos: recuperar la perspectiva revolucionaria para las amplias masas; luchar para que las protestas y rebeliones avancen en un contenido socialista que abra un nuevo ciclo de revoluciones.

 

Guerras y revoluciones: Breve historia del problema

Entre las décadas de 1870 y de 1890, el capitalismo de libre competencia tuvo una larga depresión en los países más desarrollados, de la cual salió mediante una exportación de capitales a la periferia, afianzando una verdadera colonización económica y política y un fuerte proceso de centralización de capitales. En nuestro país, como en gran parte de la periferia, Inglaterra invirtió fuertes capitales en la industria ferroviaria. Los capitales ferroviarios en Inglaterra soportaban una fuerte declinación de beneficios. La salida fue su instalación en países como el nuestro. La red de ferrocarriles permitió que alimentos y materias primas fluyeran hacia las metrópolis imperialistas, contribuyendo a recuperar la rentabilidad. La banca extranjera radicada en nuestro país garantizó esas inversiones con respaldo estatal. Las dificultades del Estado Argentino en pagar esas obligaciones precipitaron la crisis de 1890.

Lenin y Rosa Luxemburgo caracterizaron estas décadas como de concentración económica monopólica y surgimiento del imperialismo. Y consideraron que esta nueva situación internacional era una transición al Socialismo.  Al iniciarse la Primera Guerra Mundial Lenin, Rosa y un pequeño núcleo de revolucionarios defendieron que se trataba de una Guerra Inter imperialista, por un “Nuevo Reparto en el Mundo” tal como venía analizando el movimiento revolucionario y que auguraba un siglo XX de “Guerras y Revoluciones”. Llamaron a transformar la guerra imperialista en guerra civil, a contramano de la traición xenófoba de la mayor parte de los partidos socialistas dedicados a encolumnarse tras sus burguesías nacionales. En medio de la peor masacre conocida hasta entonces, la Revolución Rusa les dio la razón a lxs revolucionarixs: una nueva etapa se abrió para las masas explotadas y oprimidas del mundo.

Los Acuerdos de Versalles y las durísimas condiciones para los vencidos de la Primera Guerra pronosticaban ya una Segunda Guerra Mundial donde Japón y Alemania persistirían en un Nuevo Reparto Mundial que equilibrara el reparto colonial que beneficiaba a Inglaterra, Francia, EE.UU., Holanda. La profunda crisis económica que arrojó a millones a la desocupación, al hambre y la miseria, empujó en el mismo sentido, hacia la destrucción para recuperar la rentabilidad de la acumulación. Políticamente, la Alemania gobernada por Hitler pretendía además apoderarse de Rusia y aniquilar la Revolución Soviética. Las potencias “democráticas” coincidían en ese objetivo anticomunista hasta que el belicismo fascista se tradujo en la invasión.

Terminada la Segunda Guerra con la derrota del Eje, el conflicto entre revolución y contrarrevolución fue la marca del capitalismo de posguerra. La preeminencia económica de Estados Unidos, con su aparato productivo sin destruir, poseedor del 59% de las reservas de oro del mundo, se convirtió en hegemonía político – militar. EE.UU. fue el gendarme del capitalismo y contó por ello con la integración subordinada de Europa y también de las burguesías de todo el mundo “libre”. A pesar de la burocratización de la URSS, fue una etapa de revolución: Europa del este, China, Corea, Cuba, Vietnam, las revoluciones anticoloniales en África y Aisa, las luchas antiimperialistas y por el socialismo en América Latina. Frente a eso, el capitalismo de posguerra buscó moderar la desocupación y la pobreza, así como ofrecer a la clase trabajadora de las metrópolis compensaciones salariales y de consumo.

En el marco de la crisis de acumulación y de dominación abierta a fines de la década de 1960, el capital mundial lanzó una ofensiva contrarrevolucionaria que en aquellos lugares en que había procesos revolucionarios en curso se tradujo en genocidios a gran escala, terrorismo de estado mediante. En otros casos, la represión contra la clase trabajadora fue el medio para imponer nuevas condiciones de disciplinamiento a favor del capital. El desempleo acompañó y fue parte de esa contrarrevolución que alumbró la etapa neoliberal.

A fines de la década de 1980 implosionan la URSS y el campo socialista de Europa, se restituye la propiedad privada y una oligarquía capitalista conformada por funcionarios del decaído régimen se apropia de las principales fuentes de producción. Fue una verdadera restauración capitalista. Similar proceso de restauración se produce en China, aunque sin el derrumbe político y estatal. Las reformas hacia una “economía de mercado” (es decir, capitalista) transformaron a China en ese sentido. La famosa Ruta de la Seda replica la salida del capital interno a la periferia buscando mayores tasas de rentabilidad y disponibilidad de recursos naturales.

El capitalismo prepotente de los 90 y 2000, demostró que no hay estabilidad ni desarrollo pacífico bajo este orden social. El imperialismo lejos de dejar de existir se desbocó. La miseria, el hambre y la precariedad se multiplicaron en forma exponencial. La superexplotación de la fuerza de trabajo a escala mundial se convirtió en un rasgo estructural. La destrucción irrefrenable de la naturaleza puso al planeta en riesgo de vida.

Toda una sucesión de crisis desde inicios de los noventa hasta la crisis de 2007 – 08, dan cuenta de las profundas contradicciones que corroen al sistema. La salida (o la suspensión) de la crisis de 2007-08 tuvo lugar gracias al rescate de las empresas por parte de los estados y al rol clave de China en evitar el desplome de conjunto. La intensa acumulación e inversión en infraestructura posterior en el gigante asiático luego funcionó de tracción para la economía mundial. Pero a las dificultades objetivas que se venían acumulando y que estaban en la base de las grandes movilizaciones de 2019, la pandemia de Covid – 19 terminó de reabrir en una nueva escala de gravedad la crisis de ese capitalismo mundializado surgido treinta años antes.

En 1992 Francis Fukuyama, un intelectual a sueldo del Departamento de Estado yanqui, escribía “El fin de la Historia…” donde afirmaba que, con la caída de la Unión Soviética, del campo socialista y la terminación de la Guerra Fría, se iniciaba en todo el mundo una etapa final y definitiva de la historia, donde no habría más batallas ideológicas ni guerras ni revoluciones que amenazaran al capitalismo, que había demostrado ser el mejor sistema social junto a las democracias liberales. Nunca más se hablaría del socialismo. A 30 años, estas ideas del fin de la historia, que calaron tan hondo especialmente en la intelectualidad, han caducado. A 30 años, es evidente que el capitalismo se encuentra en una profunda crisis. Y que toda la institucionalidad creada en su entorno está en descomposición: sus partidos políticos, sus regímenes de representatividad, sus aparatos estatales cada vez más abocados a centralizar la represión y criminalización de las disidencias.

 

La situación actual

El hecho que más evidencia la crisis del capitalismo es la actual guerra mundial iniciada en territorio de Ucrania. Clausewitz, el gran teórico de la guerra, que además fue un general en combate, decía que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Por esto tenemos que analizar cuál fue la política que precedió y que explica a esta guerra.

El capitalismo, al establecer la propiedad privada y el lucro del capital como ordenadores de la vida social, desata una gran anarquía en la producción. El desarrollo de la competencia y de las contradicciones económicas de intereses conduce a la conquista “a cualquier precio” de los mercados rivales, a la concentración monopólica del capital y a la destrucción de la capacidad de resistencia de la fuerza de trabajo. El capital acumula en una primera etapa dentro de los estados nacionales. Pero rápidamente esta situación internista se convierte en un verdadero corset para el desarrollo de las fuerzas productivas, que se desplazan a territorios colonizados. Como dijimos más arriba, la Primera Guerra Mundial fue la consecuencia de estas contradicciones cuando el proceso de exportación de capitales de algunos países había cubierto la geografía del planeta dejando a otros países y sus capitales sin espacios de reparto. Estos últimos países intentaron mediante la guerra un “nuevo reparto del mundo”. La Segunda Guerra Mundial se desarrolló por los mismos motivos.

La Guerra que actualmente se desarrolla es la prueba contundente de que la restauración capitalista en Rusia y en China con la globalización, al contrario de lo pronosticado en “El fin de la Historia…”, ha establecido nuevas y más profundas contradicciones capitalistas. Esto se ve agravado por los límites estructurales del capital por razones climáticas, de sobreendeudamiento y de agotamiento energético y alimentario. Todo esto ha multiplicado y ampliado las contradicciones, que ya no puede resolver el mecanismo del mercado. Se acude a la violencia, a la fuerza y a la muerte; a la guerra, que por supuesto la sufren lxs trabajadorxs que son la carne de cañón. Por lo tanto, la lucha contra la guerra es la lucha contra el capital, es el fortalecimiento de la lucha de los trabajadores contra los gobiernos y estados capitalistas y guerreristas. Por eso estamos nuevamente, como en el siglo XX, entrando en una época de Guerras y Revoluciones.

Sin un análisis estructural y, sobre todo, marxista, se corre el riesgo de caer en lo fácil y superficial de querer establecer quién invadió o agredió a quién. Y esta guerra no es diferente en esencia de la Primera y la Segunda del siglo pasado, en la que buscaban, todos sus contendientes, un nuevo reparto del mundo y del poder en el mundo. En la actual guerra Estados Unidos e Inglaterra quieren subordinar a Europa. Quieren impedir su aproximación a Rusia. También impedir la asociación de Rusia con China. Y es que China y Rusia, pese a sus diferencias, suman un proyecto mercantil y una potencia bélica que empata con EE.UU. Y el conflicto bélico amenaza con extenderse al Oriente en torno a Taiwán. La pretensión de máxima de EE.UU. es desmantelar Rusia para quitarle a China un aliado decisivo, y así emprenderla contra China. La pretensión es impedir la expansión de China, que amenaza la hegemonía de Estados Unidos y de su moneda, el dólar. Pero quienes que ponen el cuerpo a las balas de todas estas contradicciones son lxs trabajadorxs de Ucrania y los soldados rusos.

No se puede analizar el conflicto bélico sin ver las causas que lo originan. Es ridículo atribuirlo, como lo hacen los fariseos a sueldo de los grandes medios, a una locura de Putin que se cree un Zar dispuesto a restablecer el Imperio Zarista. Pero aquí nos preguntamos ¿qué piensan los trabajadores y la juventud rusa? ¿Y en Ucrania? ¿Y en los países sometidos a la OTAN? En Rusia la transición al capitalismo ha sido ininterrumpida, ¿se interrumpirá ahora? ¿Volveremos a una Unión Soviética? No lo creemos probable. Dependerá de la memoria de los trabajadores que seguramente rescatarán un contenido socialista de la economía y de la producción, no de quienes gobiernan un estado y que han sido gestores y beneficiarios de la destrucción de la URSS. La construcción de una perspectiva revolucionaria no ha surgido nunca desde el alineamiento subordinado con el mal menor del tablero mundial. La idea de que el enemigo de nuestro enemigo –léase China o Rusia, o estados capitalistas y subimperialistas– son amigos de la revolución es un error severo.

Estamos en una época en que la hegemonía de Estados Unidos, que sucedió a la de Inglaterra, está en una profunda crisis. El dólar ha dejado de ser la moneda universal. Entre China y muchos países, incluso potencias petroleras, y ahora con Rusia, los intercambios comerciales se realizan con monedas locales.  Además muchos países de Asia, África y América Latina quieren dejar de estar dominados por Estados Unidos, que ha sido desalojado de Afganistán y de Irak. Internamente sus instituciones están cuestionadas de legitimidad y su economía, afectada por la inflación, precariza a gran parte de la población. Por todos lados asoma la lucha de clases como elemento estructural del capitalismo. Y esta guerra asoma contra Rusia pero tiene como objetivo central China.

Las negociaciones para un alto al fuego aún están verdes. Pero para EE.UU. se ha convertido en una situación difícil mantener la ofensiva guerrerista contra Rusia, dada su situación interna. De allí las declaraciones de Kissinger llamando a un armisticio. También las gestiones de la CIA y de altos mandos militares. También se han lanzado al ruedo distintos intereses empresariales, interesados en la reconstrucción de Ucrania. Blackrock estaría activo en esta posibilidad. “Destruir y reconstruir” fue en la Segunda Guerra Mundial la gran oportunidad para parte del capital minero y de la construcción.

La guerra entre estados capitalistas y guerrerista incentiva la lucha de clases. La huelga general de los trabajadores en Inglaterra no tiene precedentes desde el siglo pasado; han debido movilizar a las Fuerzas Armadas para garantizar los servicios básicos. En Estados Unidos el presidente Biden debió por Decreto prohibir el paro de los trabajadores ferroviarios que amenazaban con parar el país. En Nuestra América las rebeliones populares se expanden como reguero de pólvora. La crisis financiera del 2008 y la actual conducen a la Guerra. La lucha contra el capitalismo y contra el Estado capitalista debe centralizar la organización y movilización del movimiento feminista, ambientalista, de los Pueblos Originarios, de los Derechos Humanos. Es preciso volver a situar la revolución socialista como la única solución verdaderamente superadora de la situación actual; volver a poner el eje en el protagonismo de los pueblos. Encontrar las formas de organización que nos permitan concentrar fuerzas. Esas son algunas de las tareas urgentes.

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