La producción en el capitalismo se ha convertido en una maquinaria arrasadora del ambiente, y con él, de la vida. La acumulación ilimitada del capital es totalmente contradictoria con los límites de la naturaleza. La necesidad de bajar costos de producción del capitalismo intensifica el modelo de acumulación por despojo en América Latina para obtener soja para alimento animal y biocombustible; oro como reserva estable de valor a través de la megaminería a cielo abierto; reservas de petróleo y gas mediante el fracking.
Extractivismo y Dependencia
En nuestro país, en los últimos veinte años fuimos testigos de un aumento geométrico de la producción de la megaminería, de los agronegocios y de la extensión de la frontera petrolera. Las actividades avanzan sobre nuevos territorios y vulneran derechos generando consecuencias sociales, ambientales y sanitarias. Las corporaciones internacionales son las grandes beneficiadas, el Estado su garante y los gobiernos, sea cual fuere; sus socios. Son políticas centradas en la vieja matriz primario-exportadora, con las que nuestros países dependientes fueron sometidos de prepo al capitalismo y al colonialismo con su división internacional del trabajo. El correlato institucional y político se expresa en gobiernos oligárquicos y autoritarios asentados en una estructura social altamente desigual. La resistencia a este “orden” impuesto recorre toda nuestra historia de luchas emancipadoras.
En los últimos años de “gobiernos progresistas” (el kirchnerismo en nuestro país), las políticas fueron en defensa y desarrollo de este ordenamiento y de nuestro rol en el mismo. Para garantizar esto, la espectacular subida de los precios de las materias primas habilitó la implementación de medidas de inclusión social -vía retenciones estatales- que no pusieron en cuestión al gigantesco enriquecimiento de las élites financieras y empresariales.
El auge, como en otras épocas, duró poco y con ello el derrame consumista de los sectores medios y populares. Nuevamente nos encontramos con el drama profundo de nuestra dependencia y postergación que se expresa en pobreza y miseria para la mayoría de nuestro pueblo. Los actuales gobiernos de derecha fascistoide profundizan la misma matriz dependiente y extractivista. La naturaleza, vida degradada a mero recurso, es concebida y tratada para la explotación al servicio de la acumulación; al igual que sucede con los cuerpos, convertidos en pura mercancía de fuerza de trabajo. La muerte de la naturaleza es la muerte del ser humano, porque la naturaleza es nuestra realidad corporal. Sin ella es imposible la vida.
El agronegocio, base fundamental de la economía Argentina
El lugar que le ha dado el capitalismo mundial a nuestro país, el de productor de materia prima, no es ninguna novedad y esto lo podemos demostrar analizando cómo es el ingreso de la moneda dólar por medio de la exportación. El mismo ascendió a US$ 57.737 millones; un 66 por ciento de esas divisas se originó en lo que la estadística oficial considera como “productos primarios” -cereales, oleaginosas, hortalizas, legumbres y pescados, entre otros- y “manufacturas de origen agropecuario (MOA)” -carnes, biodiesel, harinas, cueros y productos lácteos-, entre otros. O sea, 2 de cada 3 dólares provienen de la producción del campo. El desarrollo de la industria agrícola en nuestro país compite a nivel mundial en aplicación de tecnología y niveles de producción.
La frontera agrícola se ha ido extendiendo en estos últimos años a pasos agigantados y con ella los niveles de producción. Argentina es el principal exportador mundial de harina y de aceite de soja en el ciclo 2016/17. Actualmente, produce el 5% del total de granos del mundo y participa en un 15% en el comercio de granos y subproductos.
Hace 22 años de la mano de Felipe Solá, secretario de Agricultura de Carlos Menem, se aprobaba, como un mero trámite, la utilización de soja transgénica en Argentina. El Estado no hizo estudios propios. Argentina se convirtió en la puerta de entrada en América Latina para la sojización de la región.
Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia en 2003, la soja ocupaba 12 millones de hectáreas (el 38 por ciento de las 25 millones de hectáreas cultivadas). El Plan Estratégico Agroalimentario (PEA) -presentado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en 2011-, proyectaba una siembra de 42 millones de hectáreas y 160 millones de toneladas de soja anuales. Al día de hoy, ese plan viene marchando con 39 millones de hectáreas sembradas y una producción cercana a los 140 millones de toneladas. Esto implica un aumento en la utilización de agroquímicos que pasó de 19 millones de litros en 1991 a 420 millones de litros en la actualidad.
En la provincia de Córdoba, el monocultivo sojero es expulsor de mano de obra rural y ha llevado a la quiebra a miles de pequeños productores con el consiguiente proceso de concentración en la propiedad. Si a esto le sumamos las políticas de desinversión industrial que han mutilado la anteriormente poderosa industria cordobesa; entendemos las cifras del INDEC del año pasado que daban un 40% de pobreza y 12% de indigencia para la Gran Córdoba.
Asimismo, la naturaleza plantea sus límites. Inundaciones, desertificación del suelo y saturación de agroquímicos en ríos y napas; el aumento de los casos de cáncer y de malformación en seres vivos incluyendo seres humanos, son algunos ejemplos de ello. Claro está que estos niveles de producción no son inocuos para la naturaleza.
Luchas y resistencias en Córdoba
La agresión sistemática e ininterrumpida del capital sobre las y los trabajadores y la naturaleza genera reacción. Nuestro pueblo reacciona ante esta agresión y sale a las calles a dar la lucha. Así, estas manifestaciones van propiciando la organización y la resistencia. Es el caso de la lucha en la localidad cordobesa de Malvinas Argentinas, que terminó expulsando a la multinacional Monsanto. Nos llevó cuatro largos años, con sistemáticas represiones, tanto del gobierno municipal, en manos de los radicales, como del provincial, con el peronista José Manuel de la Sota, y el gobierno nacional dirigido por Cristina Fernández de Kirchner. Los tres gobiernos eran sólidos apoyos de Monsanto. Pero el bloqueo asambleario fue por tiempo indeterminado y contó con solidaridades en todo el país y el mundo. En noviembre de 2016 Monsanto se retiró derrotada.
El año pasado, en Córdoba, la Legislatura se dio un nuevo ordenamiento territorial para seguir eliminando bosque nativo y aumentar la superficie cultivable. Las marchas multitudinarias frenaron el proyecto y hoy la lucha continúa. Las distintas luchas ambientales van generando lazos y debates que se van convirtiendo en organización permanente; es así que las asambleas ambientales se activan ante la aparición de un nuevo conflicto. Tales son los casos de la instalación de un basural a pocos metros de un pueblo o cuando quieren realizar una autopista y dinamitar nuestras montañas.
El tema está instalado y claro está que el capitalismo como proyecto es incompatible con la sostenibilidad socio-ambiental. Es que el capital solo se rige por las leyes del mercado. Pero la naturaleza no produce mercancía; no hay mercado en la naturaleza. El mercado es una construcción social y económica que no permite ver la totalidad sociedad – ser humano – naturaleza, y el metabolismo que se genera entre estos.
Es por eso que el proceso de producción y reproducción del capitalismo se ha convertido en un espiral de crecimiento y escalada sobre la naturaleza. Nuestra propuesta viene de la mano de organizar todas las actividades productivas a través de un plan que contemple los límites de la naturaleza desde una mirada integral en el marco de un sistema económico-social basado en la decisión democrática de la mayoría, de productores y productoras directos, de las y los trabajadores, sobre qué y cómo producir priorizando las necesidades del conjunto, y no la ganancia privada de una minoría. Es decir una planificación socialista.