El grupo de folclore María y Cosecha fue abucheado por una parte del público presente en el Festival de Cosquín, luego de mostrar en las pantallas imágenes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Un capítulo más de un viejo debate: los artistas y su papel en la sociedad.

Durante la tercera jornada del tradicional festival de folclore, el grupo María y Cosecha, agrupación con 20 años de trayectoria y un trabajo prestigioso, dio un show en el cual la calidad artística no pudo ser opacada por algunas personas del público que abuchearon a las y los músicos mientras se veía en las pantallas las caras de los dos jóvenes asesinados por el Estado Nacional durante el año 2017. Sin embargo, como ya es costumbre, varios de los medios hegemónicos de nuestro país concentraron su tinta en dicho altercado, cuestionando a los artistas que decidieron pronunciarse ante la muerte de dos personas, como si quienes deciden hacer del arte su profesión no tuvieran el derecho a expresarse ante semejantes acontecimientos de la realidad. Lejos de toda ingenuidad, está mirada retrograda pretende al arte (y a los artistas) como un producto por fuera de la sociedad, o peor aún, por encima de ella. Un arte sagrado, que no se contamina de los problemas, las contradicciones, así como de las alegrías y virtudes del pueblo. Un arte pensado como entretenimiento, que solo está para divertirnos un rato y no para conmovernos, movilizarnos y hacernos reflexionar.

Sin embargo, la idea de un arte vacío de contenido choca una y otra vez contra la realidad misma: Desde Beethoven (con su sinfonía La Heroica, inspirada en Bonaparte y la Revolución Francesa) hasta Atahualpa Yupanqui (máxima figura de nuestra música popular, quien fuera preso durante el gobierno de Perón por su militancia en el Partido Comunista), queda demostrada la imposibilidad de escindir a las y los trabajadores de la cultura y su obra del contexto político y social de su tiempo. Por si fuera poco, esta visión se inscribe en una sociedad donde quienes ejercemos tal profesión, dedicando cientos de horas de estudio e invirtiendo en todo lo necesario para desarrollarnos, nos encontramos en las peores condiciones laborales, con niveles de precariedad altísimos, llegando a casos extremos donde las y los músicos tienen que pagar para tocar! Es decir, pagar para trabajar. No les alcanza con artistas desvalorizados económica y laboralmente; por lo visto tampoco tenemos derecho a opinar.

De todas maneras, hay algo más interesante y novedoso que esta vieja idea de trabajadores y trabajadoras de la cultura al margen de la sociedad. En los últimos tiempos, y tal vez como efecto rebote de las políticas regresivas del gobierno de Cambiemos para con la cultura, muchos y muchas artistas han tomado un rol activo en el debate público, no solo cuando fueron atacados sus derechos más inmediatos[1], sino también ante los atropellos más generales que viene enfrentando el pueblo argentino. Evidentemente esto molesta, y mucho, ya que el ensañamiento que vemos por parte del gobierno y sus medios afines contra cualquier artista que decide opinar sobre la situación política y social, y en el mejor de los casos, comprometerse con alguna causa, es enorme.

Muy por el contrario de lo que pretenden el gobierno y la clase para la cual gobierna, los artistas tenemos mucho que aportar al debate de qué sociedad queremos construir, y esto lo hacemos desde el lenguaje especifico del arte, pero también desde el compromiso político como personas que vivimos en una misma sociedad. ¿O acaso no respiramos el mismo aire, caminamos las mismas calles y comemos el mismo pan que el resto de las y los mortales?

[1] Como fue el vaciamiento de las Orquestas Juveniles, la clausura de espacios culturales, o el reciente cierre del ballet nacional de Iñaki Urlezaga.

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