Alexandra Kollontai, Rosa Luxemburg y Clara Zetkin

por Alejandra Ciriza

 

En el año 1917, el gran océano de la humanidad empuja y se balancea, y una gran parte de ese océano está hecho de mujeres

Alexandra Kollontai (1927)  

 

Este escrito busca recuperar las trayectorias de algunas revolucionarias de inicios del siglo XX, mujeres que compartieron el agitado escenario de movilización proletaria y lucha política que marcara el ascenso del ciclo revolucionario que culminó, en octubre de 1917, en la revolución Rusa.

Rosa Luxemburg (1871-1919) polaca, integrante de la socialdemocracia y fundadora con Clara Zetkin (1857-1933) y Karl Liebknecht (1871-1919) de la liga Espartaco; las bolcheviques Alexandra Kollontai (1872-1952), Nadezhda Krúpskaya (1869-1939) e Inessa Armand (1874-1920) nacieron en tiempos del alzamiento de la Comuna de París. Sus vidas, como las de muchas y muchos de sus contemporáneos, como la de Lenin (1870-1924) y la de Trostky (1879-1940), transcurrieron en un tiempo en que los condenados de la tierra soñaron con tomar el cielo por asalto y, en ese impulso, condujeron sus pasos, sus reflexiones y sus vidas más allá del horizonte de lo inmediatamente posible.

Ese tiempo urgente les obligó a pensar asuntos que aun hoy nos desvelan: las vías para hacer la revolución; las relaciones entre economía y política; las transformaciones del capitalismo en una coyuntura en la cual era preciso analizar la cuestión del colonialismo y de la expansión imperialista como respuesta al desarrollo de las fuerzas productivas y a la expansión mundial del capitalismo; el asunto de las estrategias de los/las trabajadores y sus organizaciones ante el conflicto en momentos en que la primera guerra inter-imperialista conmovía los cimientos de la Segunda Internacional; el lugar de las mujeres en los procesos de transformación política.

Ligadas por la pertenencia a la tradición marxista, Luxemburg, Kollontai, Krúpskaya, Armand, Zetkin, se ubicaron de muy diversas maneras en estos debates. Sin embargo dos asuntos trazaron entre ellas profundas afinidades: la defensa del internacionalismo y de una posición crítica ante la conversión de la mayor parte de los integrantes de los partidos social demócratas en furgón de cola de las burguesías de sus propios países, tal como ocurriera en la Conferencia de Zimmerwald, ocurrida en Suiza entre el 8 y el 15 de septiembre de 1915, y la defensa de la idea de que la emancipación de las mujeres no ocurriría sin una radical transformación en las condiciones materiales de existencia.

 

Alexandra Kollontai, una comunista sexualmente emancipada

Entre los escritos e intervenciones que Alexandra Kollontai destinó a la cuestión de las mujeres, me interesa traer a colación sus ideas respecto de la articulación entre la lucha de clases y las relaciones entre los sexos. Nacidas al calor de su incorporación al partido socialdemócrata ruso en 1898, y de acontecimientos que, como el domingo sangriento de 1905, irían marcando la organización de obreros y obreras, campesinos y campesinas y mujeres rusas en contra de la autocracia zarista, las reflexiones de Kollontai buscan precisar las relaciones entre cuerpo sexuado y sociedad inscribiendo las relaciones sexuales en la lucha de clases y en la historia (Kollontai, 1926).

Debemos a Engels (1884) y Kollontai la afirmación de que las relaciones entre los sexos no son ajenas al conjunto de las relaciones sociales, que se hallan determinadas históricamente y obedecen a procesos y arreglos que exceden con mucho la sola individualidad, la nuda genitalidad, e incluso el mundo (que siempre imaginamos sólo interpersonal) de los afectos.

En un texto de 1911 titulado “Las relaciones sexuales y la lucha de clases”, la autora interpreta lo que denomina la “crisis sexual actual” como la más profunda de la humanidad. La crisis comenzó con la migración del campo a las ciudades ocurrida en tiempos de la transición del feudalismo al capitalismo. Sin embargo, a diferencia de la actual, la crisis renacentista sólo afectó a unos pocos, pues la mayor parte de los y las sujetos, campesinos de la gleba, continuaron viviendo en comunidad. El avance del capitalismo en cambio la extendió a la mayoría de las personas sumiéndolas en la más profunda soledad, una soledad individual que busca compensación en el amor sexual y se alimenta de la idea burguesa de propiedad (Kollontai, 1911).

La crisis contemporánea de las relaciones sexuales es la más profunda de la historia de la humanidad, porque está marcada por la impronta que la sociedad capitalista deja en la subjetividad singular: el individualismo y la idea de propiedad, que se sobreimprime, por así decir, en el terreno fértil de la dominación ejercida durante siglos sobre las mujeres.

Desde la perspectiva de Kollontai el aislamiento a que conduce una sociedad que considera al sujeto como un individuo desligado de toda relación, genera tal soledad espiritual que éste se ve impulsado a la tentativa constante de apropiarse del alma del otro/a, en la desesperada búsqueda de una salida.

En un mundo en que el capital chorreaba “sangre y lodo”, utilizando la expresión de Marx, la idea del amor romántico se presentaba como una tabla de salvación. La aparente desconexión entre amor romántico y condiciones de existencia, tan difícil de descifrar, se revela como efecto del individualismo y el aislamiento que la sociedad capitalista produce debido a la forma del lazo social, que desliga al sujeto de todo vínculo comunitario. Individualismo y extensión sobre los seres humanos de la idea de propiedad generan pretensión de exclusividad, formas inéditas de control, vigilancia y cosificación, pues el otro (la otra en realidad) es poseída a la manera de la una cosa de un modo tan profundo como no lo ha sido en otros momentos de la historia. Es por esto que en las sociedades individualistas la única expectativa de emancipación, felicidad y consuelo procede de la ilusión amorosa. La pareja aparece como el exorcismo para todas las desdichas, como el consuelo ante la hostilidad del mundo social. Dice Kollontai:

Dos seres que ayer eran extraños el uno para el otro, hoy, únicamente porque les unen sensaciones eróticas comunes, se apresuran a poner la mano sobre el alma del otro, a disponer del alma desconocida y misteriosa sobre la cual ha grabado el pasado imágenes imborrables y a instalarse en su interior como si estuvieran en su propia casa (Kollontai, 1911).

La idea de fidelidad que nace con la burguesía no se limita a la posesión física, sino que avanza sobre la psiquis hasta el punto de pretender controlar los pensamientos del otro/a, e incluso no sólo su presente sino su pasado.

El terreno sobre el que se asienta la moderna crisis sexual se halla abonado por una asimetría histórica entre varones y mujeres, que ha posibilitado la minusvaloración de la experiencia, la vida y los cuerpos de las mujeres. La doble moral sexual que habilita a los varones para la libertad y restringe a las mujeres, consideradas como accesorio, “ha envenenado durante siglos la psicología de hombres y mujeres” (Kollontai, 1911:8). Esas actitudes y creencias, con su “penetrante ponzoña” legitiman el control y expolio de los cuerpos, la sexualidad, e incluso la mente de las mujeres, sobre las cuales es preciso asentar las pretensiones de propiedad. Es sobre ellas que se descarga el control de la particular forma de organización familiar nacida con la burguesía, la explotación en nombre del amor, la vigilancia y represión sexual en nombre del cariño, los celos, los afectos en fin. Esto sólo cesará a través de la colectivización de la crianza y la reproducción de la vida, transformaciones que sólo la revolución socialista y el proletariado consciente pueden asegurar (Kollontai, 1907). Sólo esa igualdad garantizará la libertad de las mujeres.

En el contexto del combate con las feministas burguesas, que bregaban entonces por los derechos posibles (derechos civiles y sufragio) en el horizonte de la sociedad de clases, Kollontai considera que nada se transformará en realidad para las proletarias en la sociedad capitalista, pues en ella es imposible rebasar los estrechos márgenes del individualismo y la propiedad, que la familia reproduce y la sociedad burguesa sanciona. Sólo en el marco de un proceso de transformación radical de las relaciones sociales será posible el nacimiento de relaciones interpersonales nuevas.

La transformación revolucionaria de las relaciones sociales era la puerta de ingreso para la construcción de un nuevo código de moral sexual: el proletariado, para la edificación de un mundo nuevo, requiere de la acumulación de sentimientos de solidaridad y de libertad, en lugar del concepto de propiedad, una acumulación de compañerismo, en vez de los conceptos de desigualdad y subordinación. Igualdad absoluta y libertad se proponen como las bases de la nueva moral proletaria. En ese marco la nueva moral sexual abriría las compuertas del disfrute de la vida para mujeres y varones.

En esa tenaz lucha por el derecho a tener la vida sexual y afectiva que le pareciera más adecuada, Kollontai señala en sus Memorias que nunca había ocultado sus amores ni hecho de su vida amorosa un asunto clandestino. Ella misma era la pruebas viviente del combate por la libertad y la dignidad sexual de las mujeres (Kollontai, 1926).

De acuerdo con la interpretación elaborada por Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884), Kollontai leía la familia monogámica como una forma de organización del parentesco determinada por la propiedad privada, cuya transmisión exige el control de la sexualidad de las mujeres. El control de la sexualidad de las mujeres es necesario pues, como ha indicado Adrienne Rich (1986), la vida humana viene a este planeta de los cuerpos de las mujeres. Este hecho hace del control de nuestros cuerpos y de nuestras vidas un punto nodal en la perpetuación de la dominación capitalista y patriarcal: sin el sometimiento de las mujeres no se puede asegurar la filiación de la descendencia y la transmisión “legítima de la propiedad”. Sin su trabajo gratuito, transformado en amor y esclavitud voluntaria, no se puede asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo.

Cuando Kollontai planteaba este programa político-amoroso, lo hacía asumiendo que la modificación de las relaciones afectivas y familiares, la transformación y colectivización de la vida cotidiana que liberaría las energías de las mujeres, eran aspectos fundamentales para la construcción de la sociedad socialista. Los decretos publicados por Lenin entre el 19 y el 20 de diciembre de 1917, apenas ocurrida la Revolución, dan cuenta de la importancia asignada a la transformación de la vida sexual: se abolió el casamiento, se habilitó el divorcio, se autorizó el aborto y se suprimió la ley que penaba la homosexualidad (Lénine, 28 juin, 1919).

Kollontai formó parte de una generación de mujeres que tuvo la oportunidad de pensar colectivamente la transformación de la sociedad al calor de los acontecimientos de la Revolución: no sólo la formación de los soviets, la administración obrera de las fábricas, sino la vida entera de los seres humanos. Con Nadia Krúpskaya e Inessa Armand trabajó intensamente en el Programa de Educación de Niños y Niñas y en el Programa de Transformación de la Vida Cotidiana de las Mujeres.

En tiempos de ascenso de la revolución fue posible plantear enormes desafíos: la eliminación de la doble moral, la reivindicación de igualdad y libertad para las mujeres, la colectivización de las tareas domésticas, la educación sexual, e incluso el derecho de abortar. Sin embargo, como alguna vez señalara Trotsky, fue mucho más fácil para los soviéticos tomar por asalto el Palacio de Invierno que transformar las relaciones interpersonales, que poner en cuestión la doble moral sexual, que admitir la igualdad plena de las mujeres, que respetar su libertad.

Otro rumbo tomó la Revolución a partir de la muerte de Lenin. Kollontai ya había sido desplazada del Soviet de Petrogrado tras el debate por el control obrero de los soviets y había partido de la Unión Soviética, en 1922, a hacerse cargo de la embajada de su país en Noruega.

Kollontai, en condiciones de aislamiento, mientras avanzaban las purgas en la Unión Soviética, continuaría comprometida con la causa de las mujeres y se desempeñaría como embajadora de su país hasta el final de sus días.

 

El terreno de la “middle Europa”. Rosa y Clara

Tal como había anunciado en 1848 Marx, un fantasma recorría Europa. Si bien ese fantasma, como supieron ver los socialistas del siglo XIX, nacía de las contradicciones de la sociedad capitalista en un terreno internacional, las determinaciones del lugar y las experiencias políticas establecieron especificidades respecto de los procesos, las formas organizativas, las percepciones de los avances y retrocesos en la lucha revolucionaria.

Si en 1905 tuvo lugar la primera intentona de Revolución en Rusia, un vasto país mayoritariamente campesino, gobernado por la autocracia zarista, las condiciones sociales y las formas de organización del proletariado eran, en Alemania, un tanto diferentes.

Hacia inicios del siglo XX la clase obrera alemana había logrado un alto nivel de organización política y sindical. La dirigencia socialdemócrata había obtenido logros incluso en el plano político electoral. Su dirección, integrada por August Bebel (1840-1913), Eduard Bernstein (1850-1932) y Karl Kautsky (1854-1938) que a su vez formaban parte de la dirección de la Segunda Internacional, se hallaba empeñada en la construcción de un “mundo paralelo”[1].

En 1878 Bismarck tomó una serie de medidas en contra la actividad de los socialdemócratas promulgando la Ley de Excepción contra los Socialistas, aprobada en octubre de ese año, que colocó al Partido Socialdemócrata fuera de la ley y prohibió su periódico principal, Vorwärts. Si bien la proscripción contra los socialistas duró hasta 1890, durante ese período el partido no dejó de crecer y de obtener nuevas bancas en el Reichstag. En ese contexto es que Bernstein fue desarrollando sus tesis reformistas, según las cuales no era necesaria la revolución pues el antagonismo entre burguesía y proletariado iría desapareciendo a través de la introducción de reformas paulatinas y sistemáticas que permitirían la construcción de un mundo mejor por la senda de la representación parlamentaria y de la organización sindical de la clase obrera (Bernstein, 1982).

En el horizonte compartido de la expectativa revolucionaria generada por la insurrección rusa de 1905, y tras una abrupta salida de Polonia en 1906, Rosa se vio envuelta en los debates teóricos y políticos a propósito de las vías hacia la revolución a partir de la necesidad de enfrentar la línea dominante en la socialdemocracia alemana.

No obstante sus críticas, Rosa fue convocada como profesora de Economía política en la Escuela Central del Partido. Sobre la base del estudio de las características de la acumulación capitalista, Luxemburg elaboró una tesis que, a partir del reconocimiento de la articulación entre política y economía, permitía sostener con argumentos científicos basados en el análisis de las relaciones sociales capitalistas, la relación entre proletariado y revolución. Desde su punto de vista no se trata sólo de la participación política en el marco de las reglas de juego establecidas por la burguesía, sino de la ruptura con las relaciones de producción propias del capitalismo. El capitalismo, sujeto a crisis cíclicas que reeditan los períodos de acumulación originaria, la brutalidad de la explotación y la crueldad de la que había hablado Marx: “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza” (Marx y Engels, 1974), es irreformable.

A la vez que ponía en cuestión el revisionismo de la dirección socialdemócrata, Luxemburg se negaba a ocupar el lugar que los varones del partido, Bebel en particular, le habían asignado: encargarse de la cuestión “femenina”, un asunto considerado menor, particular, un ghetto, por así decir, que podía ser útil a la hora de alejar a una adversaria peligrosa del escenario de debate central por la línea del partido.

Rosa, en alianza con Clara Zetkin, respondieron al desafío generando una singular “división del trabajo” entre ellas, establecida a partir del mutuo afecto, la camaradería, la complicidad y una perspectiva política compartida acerca de la necesidad de una transformación revolucionaria de la sociedad. En esa división fue Clara la encargada de la construcción de la organización de las mujeres socialdemócratas y de la publicación del periódico La Igualdad (Die Gleichheit), tribuna desde la cual se defendían y difundían los derechos políticos y laborales de las proletarias.

La negativa de Luxemburg a obedecer la asignación de un lugar en la división sexual del trabajo establecida por los jerarcas del partido, no era óbice para que las dos revolucionarias compartieran la preocupación por el lugar de las mujeres en la construcción del socialismo. En pugna con el feminismo burgués y con la idea de una emancipación a medida para las mujeres de la clase dominante, tanto Zetkin como Luxemburg priorizaban la solidaridad interna de la clase obrera batiéndose por el derecho al sufragio de las mujeres proletarias (Luxemburg, 1912).

Para Zetkin la incorporación de las mujeres a la lucha en cuanto compañeras, madres y esposas fortalecería la solidaridad interna de la clase. Son las mujeres quienes crían a las generaciones futuras de proletarios para hacer la revolución, del mismo modo que su inclusión las afirma en su papel de iguales, compañeras de sus compañeros, unidas a ellos por la suerte de la clase (Zetkin, 1896).

Entre 1914 y 1919 se desarrolló la 1°Guerra interimperialista. La socialdemocracia alemana, que tenía representación parlamentaria, votó los créditos para la guerra. Las principales opositoras en Alemania fueron, junto con Karl Liebknecht y Franz Mehring, Rosa Luxemburg (que escribió ese maravilloso texto que es Junius) y Clara Zetkin (Luxemburg, 1914). Con enorme lucidez Rosa articulaba en el conocido panfleto una explicación económica y política que permitía visualizar la articulación entre el desarrollo capitalista, la industria bélica y la necesidad de avance del capital sobre el globo entero, al ritmo de su insaciable sed de expansión. El capital había devenido imperialista y nada, sino mutuo exterminio, hambre y desolación, podían esperar de la aventura guerrera los proletarios y proletarias europeas (Luxemburg, 1914).

En el combate contra la defección de la socialdemocracia y el giro social nacionalista de los partidos socialdemócratas en Europa, Clara concebía el lugar de las mujeres como última barrera que detendría el militarismo que la recorría. Si los proletarios no se niegan a tomar las armas serán las mujeres, las socialistas, las trabajadoras las que tendrán que enfrentarlos recordándoles los ideales abandonados en nombre del chauvinismo, desnudando el carácter imperial y capitalista de la guerra (Zetkin, 1914)

Ellas, “los dos últimos hombres de la socialdemocracia alemana”, por parafrasear la respuesta que Rosa diera a Bebel en 1907, fueron capaces de criticar a la dirección de su partido, un partido cuyos dirigentes gozaban de un enorme prestigio entre los trabajadores alemanes. Kautsky, Bernstein, Bebel, aunque ahora parezcan nombres de gentes cuya memoria, por así decir, casi se ha extinguido, eran entonces sumamente poderosos[2].

Rosa y Clara resistieron el encolumnamiento de la socialdemocracia alemana a favor de la guerra. Hubo muy pocos dirigentes que se opusieran a la incorporación de los proletarios al proceso de la guerra. La mayor parte cantó loas a la guerra interimperialista incitando al proletariado a participar en ella y a convertirse en carne de cañón.

No fue el caso de los rusos, que aprovecharon la coyuntura para tomar por asalto el Palacio de Invierno y para firmar, en 1918, la Paz de Brest-Litovsk que les permitió ocuparse de consolidar el proceso revolucionario iniciado en 1917.

No es el propósito de este trabajo trazar un recorrido biográfico de esas mujeres, sino traer a colación la relación entre feminismo y marxismo. Rememorar que incluso una de las fechas conmemorativas más importantes del movimiento de mujeres fue establecido, en 1910, en el marco del II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas que consagró el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora, como se decía entonces. La iniciativa fue de Clara Zetkin.

Estas revolucionarias, que pensaban que las mujeres teníamos que tener derechos, eran capaces de distinguir entre las reivindicaciones burguesas y proletarias. Un tema del mayor interés hoy, cuando parece que el feminismo/las feministas tenemos dificultades para ver los efectos de las desigualdades de clase y de las desigualdades raciales en las vidas de las mujeres, aunque por una especie de causa/casualidad permanente las que mueren, o son encarceladas por abortos practicados en condiciones inseguras y a menudo clandestinas son las mujeres de sectores populares.

Kollontai, Zetkin y Luxemburg, Nadia Krúpskaya e Inessa Armand formaron parte de una tentativa colectiva de transformación radical del mundo. Traerlas al presente es parte de la testaruda negativa a dejarnos arrebatar nuestro rico pasado colectivo, del reconocimiento a nuestras ancestras por su maravilloso y complejo legado político y personal.

Ellas, que lucharon por nuestros derechos, que desafiaron los límites de la moral convencional entonces vigente, forman parte de nuestra genealogía, de nuestro pasado y de nuestra identidad política actual porque se preguntaron asuntos que siguen contando para quienes vivimos en el presente. Siguen nutriendo nuestro pensar, siguen inspirando nuestra voluntad de actuar.

 

BIBLIOGRAFÍA  CITADA

Bernstein, Eduard (1982) “Tesis sobre la parte teórica de un programa partidario socialdemócrata”, en: Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Problemas del socialismo. El revisionismo en la socialdemocracia. México: Siglo XXI.

Engels, Friedrich (2007) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Buenos Aires: Luxemburg.

Kollontai, Alexandra (1911) Las relaciones sexuales y la lucha de clases” (MIA, mayo de 2011) Tomado de la edición digital de Alexandra Kollontai: Los fundamentos sociales de la cuestión femenina y otros escritos, Tamara Ruiz (ed.). En Lucha: España, 2011. http://www.enlucha.org/site/?q=node/15895

Kollontai, Alexandra (1926) The Autobiography of a Sexually Emancipated Communist Woman. Source: The Autobiography of a Sexually Emancipated Communist Woman, Translated by Salvator Attansio, Herder and Herder, 1971; Transcribed: for marxists.org, 2001. https://www.marxists.org/archive/kollonta/1926/autobiography.htm

Kollontai, Alexandra (1927) Mujeres combatientes en los días de la Gran Revolución de Octubre. Primera publicación: en Zhensky zhurnal (El Diario de las Mujeres), no. 11, noviembre de 1927, pp. 2-3.

Lénine Vladimir Ilich (28 juin 1919) La grande initiative. L’héroïsme des ouvriers de l’arrière. A propos des «Samedis Communistes». Œuvres t. 29, pp. 413-438, Paris-Moscou. Disponible en: https://www.marxists.org/francais/lenin/works/1919/06/vil19190628.htm

Luxemburg, Rosa (1914) “The Junius Pamphlet” Disponible en https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1915/junius/index.htm.

(Luxemburg, Rosa (1912) “Women’s Suffrage and Class Struggle” Disponible en https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1912/05/12.htm.

Marx, Karl & Friedrich. Engels (1974) Obras Escogidas (en tres tomos), El Capital, Vol I, Cap. XXIV: «La llamada acumulación originaria» (1867). Moscú, Editorial Progreso.

Rich, Adrienne (1986) Nacemos de Mujer. Barcelona: Cátedra.

Schütrumpf, Jörn (2011) Rosa Luxemburg o el precio de la libertad. Berlín: Dietz.

Zetkin, Clara. 1896. “Only in Conjunction With the Proletarian Woman Will Socialism Be Victorious”. Disponible en http://www.marxists.org/archive/zetkin/1896/10/women.htm.

Zetkin, Clara (1914) «The Duty of Working Women in War-Time”. Disponible en: https://www.marxists.org/archive/zetkin/1914/11/19.htm.

[1] La Segunda Internacional se conformó en 1889 con el objetivo de establecer una instancia de coordinación entre partidos laboristas y socialistas.

[2] La anécdota es relatada por Schütrumpf: invitadas a almorzar por los Kautsky, Clara y Rosa tardaban en regresar. Ante su demora, Bebel las interpeló diciendo: Temíamos que hubiese sucedido lo peor. Ante lo cual Rosa respondió que si les sucediese alguna desgracia colocasen en su lápida la frase en cuestión (Schütrumpf, 2011: 24).

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