
El imperialismo yanqui redobla su amenaza de hacer una intervención militar abierta y directa sobre Venezuela. En debacle hegemónica, Estados Unidos redobla su belicosidad. Mientras la inmensa mayoría de los gobiernos de la región se arrodillan y muchos de los partidos y movimientos “progresistas” que recibieron ayuda y formación en Venezuela miran para el costado, tenemos claro que allí se juega una batalla clave y que el antiimperialismo es un principio irrenunciable.
Hace varios meses que la guerra del imperialismo yanqui contra Venezuela ha entrado en otra fase. A las sanciones, al acoso diplomático, el apoyo y financiamiento a una oposición reaccionaria y clasista, a la operación fronteriza, se ha sumado la concentración militar en el Mar Caribe. Denuncias de “narcoterrorismo”, ejecuciones de pescadores, ultimátum son el guion que, una vez más, el imperialismo pone en acto. El hecho de que sea Trump la cara de la administración expone con claridad una prepotencia que no es nueva, sino la esencia de la misma de la opresión.
El gobierno argentino, en una carrera de cipayismo difícil de adjetivar, se suma al séquito de aplaudidores de la ofensiva. Muchos países de corte similar se apresuran a dar señales de buena conducta repitiendo los argumentos del amo. Pero también partidos y movimientos como algunos sectores del peronismo en Argentina, que recibieron ayuda financiera, formación política y colaboración de la república Bolivariana en la primera década de este siglo, evitan posicionarse (como vienen callando respecto del genocidio sionista en la Palestina ocupada). Otro sector, que desde hace décadas hace fila para ser reconocido como una “centro izquierda” aceptable por el poder (imperial y local) como la candidata presidencia del Partido Comunista de Chile, felicita a la golpista Corina Machado por el Nobel de la Paz. Brasil a través de Lula hace llamados a la paz, sin caer en la bajeza de otros, pero sin asumir una posición clara.
En términos de clase, fieles a su carácter dependiente y de furgón de cola, las burguesías latinoamericanas coinciden con el proyecto imperialista. Algunas han hecho buenos negocios en y con Venezuela, un escenario de inestabilidad máxima a nivel regional no favorecería el “clima” de los mercados, sin embargo, la burguesía sí tiene conciencia de clase, sí tiene perspectiva estratégica. Desde esa mirada, destruir la experiencia bolivariana permitiría darle un nuevo giro al proceso contrarrevolucionario, potenciando más aún la desmoralización y desorientación de las masas.
Sobre toda la verborragia de “democracia” y “dictadura”, sabemos lo que significa en boca el imperialismo y de las burguesías latinoamericanas (y del mundo). Los Estados Unidos, supuesto símbolo de “democracia” son una potencia que controla gran parte de la superficie, el agua, el aire y el espacio; que bombardea, asesina, interviene, da golpes de estado en todo el mundo. Se trata de un país en el que un puñado de millonarios imponen su voluntad en contra de mayorías que son reprimidas o deportadas de modo atroz como viene pasando con les migrantes. Un país que es el principal sostén del ente sionista que exalta sus crímenes contra el pueblo palestino, sirio, libanés, yemení. No queremos esa democracia que reduce la participación a un papel, a elegir los modales de nuestros verdugos. Si no hay poder del pueblo, la palabra democracia es nada más que arma de la guerra psicológica.
“Aquí no se rinde nadie”
Venezuela constituyó el proceso más avanzado de cambio de los 2000 en nuestro continente. Desde ya que esto no significa que carezca de contradicciones y problemas. Tampoco que sea asimilable a procesos revolucionarios que en otras épocas o latitudes desmontaron la propiedad privada como base de la sociedad burguesa. Pero sí logró, a partir de la movilización, politización y radicalización de masas, conformar milicias y trastocar el resorte fundamental de cualquier estado: sus fuerzas armadas. Venezuela comprendió que, sin ese reaseguro moral y material, lo conquistado hoy podía perderse con facilidad en un nuevo escenario. Las alianzas estratégicas en términos de armamento con Rusia y China, son relevantes, pero sabemos que ninguna de las potencias que compite por comandar el mercado mundial es un aliado decidido. Aprendiendo de las experiencias de muchos pueblos, Venezuela se preparó para luchar sola si el resto del mundo le daba la espalda.
La clave de esa transformación está en la concepción y la práctica de pueblo en armas. Por eso molesta y por eso el imperialismo califica a Venezuela de enemigo estratégico. Por supuesto, el petróleo importa, pero sería un error economicista reducir a eso la beligerancia yanqui. Incluso los debates dentro del centro imperial se explican por la conciencia de que no va a ser un paseo una intervención en la República Bolivariana.
Desde nuestro rincón del mundo, hacemos llegar nuestro abrazo fraterno, antiimperialista, anticapitalista y nuestroamericano al bravo pueblo de Bolívar. Llamamos a que seamos muchxs quienes nos posicionemos y salgamos a las calles a gritar:
¡VENEZUELA NO SE TOCA!
¡FUERA YANQUIS DE AMÉRICA LATINA!


