
Se cumplen nada menos que ocho décadas de la derrota y capitulación nazi. Más allá de la importancia histórica del hecho y del aniversario redondo, volver la mirada sobre esos sucesos resulta muy aleccionador para comprender el presente.
El carácter contrarrevolucionario y anticomunista del nazismo
El fascismo y el nazismo fueron la respuesta contrarrevolucionaria a las insurrecciones obreras en el marco general de ascenso y radicalización de la lucha de clases a partir de la Revolución Soviética. Las democracias occidentales así como las burguesías liberales toleraron -cuando no apoyaron- el nazismo que les resultaba preferible a la revolución proletaria.
Sin embargo, la historia es compleja, y las revoluciones no escapan a esa norma. Una vez que las revoluciones europeas, en especial la alemana, fueron derrotadas, la URSS quedó sola. Tras muchos años de guerra (primero interimperialista, luego transformada en guerra civil), en un contexto adverso a nivel internacional y muy extremo a nivel nacional, la muerte de Lenin dio paso a una fuerte lucha dentro de la dirección del partido bolchevique y en la Tercera Internacional. El proceso de burocratización se aceleró. La llegada al poder de Stalin potenció y expresó ese nuevo escenario.
A pesar de los retrocesos de la revolución a nivel mundial y del reflujo de los años heroicos, la URSS se mantuvo como primer estado obrero. Para las masas de explotadxs y oprimidxs su existencia era una esperanza, una materialización de que la revolución no sólo era necesaria, sino posible, actual. El pánico de la burguesía y de todas las clases propietarias fue tan grande como la esperanza de los pobres del mundo.
Las contradicciones de la primera revolución triunfante
La relación entre la defensa del primer estado obrero y el avance revolucionario estuvo atravesada por no pocas contradicciones. La acción de la URSS y de la Tercera Internacional en esa era de “catástrofes” que se vivió entre 1914 y 1945 estuvo marcada por esas tensiones. De la política de “clase contra clase” que llevó a grandes derrotas como en China, se pasó a la política de Frentes Populares asumiendo la lucha por la democracia desligada de la lucha socialista y cediendo (a pesar de lo que decían las resoluciones) la hegemonía a una burguesía supuestamente democrática cada vez más reducida y muy inconsecuente.
El apoyo soviético a la II República española, así como la negativa a desplegar en sentido revolucionario la lucha son una manifestación trágica de esa política. Las “purgas” de revolucionarios empezaron por el propio Comité Central del Partido Comunista de la URSS y llegando hasta las sucesivas purgas del estado mayor del ejército rojo, pasando por procesos similares en prácticamente todos los movimientos comunistas, y llegaron en formas extremas con el secuestro, tortura y desaparición de Andreu Nin en Barcelona y el asesinato de Trotsky en México.
El enemigo resultó tener entonces (y sigue teniendo ahora) mucha más claridad de cuál es el enemigo estratégico. La burguesía asustada tuvo su vocero en Winston Churchill, que decía que prefería una Europa nazi a una Europa comunista. Evitando a apoyar a quienes luchaban contra el fascismo, las “democracias occidentales” demostraban una apuesta estratégica. El fascismo en todas sus variantes, no se preocupaba por cuidar las formas ni de la “racionalidad” ni del “decoro”. En 1938 el régimen nazi firmó con la URSS stalinista un pacto de no agresión (Molotov – Ribbentrop).
Quienes defienden lo actuado por Stalin se apresuran en explicar las razones por la necesidad de reorganización del ejército soviético, omiten que esa necesidad surgía de haber descabezado a una oficialidad con gran experiencia. Para los y las comunistas que en todo el mundo sufrían cárceles, torturas y asesinatos, resultaba muy contradictorio que el primer estado obrero pactara con el nazismo.
De la Operación Barbarroja a Stalingrado
Sin embargo, como suele ocurrir, los capitalistas y sus expresiones políticas no tienen ningún empacho en romper su legalidad o los acuerdos firmados. En junio de 1941 se lanzó la Operación Barbarroja en contra de la URSS. El ejército alemán que se jactaba de no tener en su historial ninguna derrota, avanzó hacia el este movilizando 3 millones de soldados alemanes que llegaban a cerca de 3.800.000 con las tropas que sumaron Finlandia, Rumania y, posteriormente, Italia, Croacia, Eslovaquia y Hungría. Contaban con diecinueve divisiones de tanques, que incluían 3.000 Panzers. El frente tenía una extensión de 2900 kilómetros.
Vale destacar que la “Orquesta Roja”, la red de espionaje que Léopold Trepper había creado en el corazón del nazismo había alertado de la Operación. Sin embargo, sus advertencias no fueron tenidas en cuenta y el efecto sorpresa causó estragos.
La entrada de la URSS a la guerra cambió todo el escenario. La lucha que los y las comunistas protagonizaban contra el nazismo adquirió un nuevo impulso. La resistencia del pueblo soviético fue épica. La decisión de resistir en Stalingrado en condiciones extremas, terminó invirtiendo la situación. Luego de meses de cerco, el ejército alemán se rendía el 31 de enero de 1943. La resistencia en otras zonas de Europa recibió con este triunfo un espaldarazo. El mito de la invencibilidad de la Wehrmacht se derrumbaba.
Contraofensiva bélica y avance revolucionario
La contraofensiva del ejército rojo se combinó con la lucha partisana. El avance desde el este fue arrollador. No obstante, contradictoriamente, en mayo de 1943 Moscú informó la disolución de la Tercera Internacional. Guiño hacia los países Aliados, el eje “antifascista” como contradicción principal, antes que el eje antiimperialista y ni hablar de anticapitalista, traería no pocos problemas en el movimiento comunista mundial. Las conferencias de Yalta y Postdam durante 1945 se dieron en sintonía con esa definición.
A pesar de ello, es innegable que el avance de las tropas rusas colaboró al triunfo de las y los comunistas en muchos de los países de Europa Oriental que habían padecido las formas más brutales del nazismo. El 16 de abril de 1945 el ejército rojo inició la batalla por el control de Berlín. El 28 de abril partisanos comunistas ejecutan a Mussolini. Su cuerpo es colgado de los pies en la Plaza Loreto de Milán. La multitud se agolpaba para golpear y escupir al dictador. El 30 de abril Hitler se suicida en su búnker en Berlín, dejando claras indicaciones de que su cuerpo sea cremado y ocultado para no terminar como su amigo italiano.
El 7 de mayo, el general Alfred Jodl firma el Acta de Rendición en Reims, Francia, ante los Aliados. Stalin exige que la rendición debe realizarse ante la URSS, que la capitulación debe firmarse en Berlín y que el firmante alemán debe ser el oficial militar de mayor grado de Alemania (situación que no era la de Jodl). Es así que el 8 de mayo el mariscal de campo alemán Wilhelm Keitel, capituló en forma incondicional ante el mariscal soviético Georgy Zhukov. La finalización de los enfrentamientos entró en vigencia el 9 de mayo de 1945, Día de la Victoria.
La finalización de la guerra mundial empalma con las guerras anticoloniales. La revolución deja de ser un fantasma y recorre todo el planeta, no sólo Europa. Triunfa la revolución en China. En Corea. En Vietnam. Huelgas y movilizaciones de masas se extienden por todo el mundo. La Guerra Fría nace de esos hechos. Rápidamente, el antagonismo “antinazi” queda subordinado a la lucha contra el comunismo. Muchos de los jerarcas, altos funcionarios y torturadores nazis pasan a engrosar las filas de la internacional de la contrarrevolución. El nuevo imperialismo, con el comando de Estados Unidos como gendarme y estado que emite la moneda que cumple la función de dinero mundial, integra de manera subordinada a los derrotados de la Segunda Guerra. La unificación de Europa, la reindustrialización de Alemania, los millones del Plan Marshall son el proyecto yanqui para que la revolución no avance hacia occidente. El Estado de Bienestar es la zanahoria que siempre cuenta con el garrote para integrar, disciplinándola, a la clase trabajadora en la defensa del capitalismo, es decir, de la contrarrevolución.
Democracia y fascismo
El nuevo antagonismo es planteado por Estados Unidos como “democracia versus autoritarismo”. Vale recordar que Hitler y Mussolini llegaron electoralmente al poder. Franco no, pero ni eso, ni los cientos de miles de ejecutados, represaliados, torturados, sometidos a trabajos forzados valieron para que “Occidente” actuara en su contra, ni durante la Guerra Civil, ni durante la larga tiranía que se extendió hasta la muerte del dictador en 1975. En América Latina sabemos en carne propia que la prédica yanqui “occidental” a favor de la “democracia” fue la cantinela entonada por dictaduras militares o por gobiernos represivos y terroristas “legales”.
Superar los términos en que el enemigo define la realidad, resulta un paso insuficiente pero indispensable para orientarnos en el mundo actual. Entre democracia y fascismo no hay un juego de suma cero en el que si uno crece el otro desciende. Basta mirar la situación de Palestina, con todo occidente a favor de la entidad sionista Israel, insiste en defender la “única democracia de Medio Oriente”, cabeza de playa de Occidente en el mundo árabe, mientras transmite en vivo y con jactancia el genocidio en curso.
De efemérides y banderas
Las conmemoraciones de y en la actual Rusia hacen justicia a la historia sólo de manera muy deformada. Es verdad que la tenacidad de ese pueblo fue definitoria para que la derrota de los nazis ocurriera, pero no era una cuestión étnica o solamente nacional, sino de alternativa política. Revolución, contrarrevolución y guerra. No fue el ejército ruso, sino el ejército ROJO quien venció en Stalingrado. No llevaba la bandera zarista restaurada desde 1991 en la Federación Rusa, llevaba la bandera roja con la hoz y el martillo. Es verdad, ya era la Rusia de Stalin. Las purgas eran moneda corriente. Sin embargo, aún esa Rusia lejos está de la Rusia actual con su oligarquía y sus desigualdades.
Desde ya, las celebraciones occidentales huelen a putrefacción. Pero no hay que confundir que la actual Rusia (o la China de hoy) disputan con Estados Unidos y su imperialismo occidental por definir quién comandará el capitalismo a nivel mundial. Esos enfrentamientos se emparentan mucho más con las contradicciones interimperialistas que dieron origen a la Primera Guerra Mundial que a las que se dirimieron en la Segunda.
Para nosotres, en este mundo en crisis, en una guerra cada vez más abierta, celebramos el Día de la Victoria destacando a todos y todas las revolucionarias antifascistas que en condiciones extremas supieron no rendirse, resistir y pelear, hasta vencer. Es la bandera roja, nuestra bandera, la que flameó en el Reichstag de Berlín, la misma que puede enfrentar y derrotar a la contrarrevolución actual.