Tras una aplastante victoria electoral en EEUU, Trump nombra un gabinete de “halcones” que da cuenta de la ofensiva que buscará llevar adelante en todos los terrenos, quedando claro que se ubica a China como el principal enemigo. Sin embargo, lejos de resolver las contradicciones en curso, lo que se augura es la profundización de los conflictos tanto a nivel interno como a nivel mundial.

El resultado de las elecciones en EEUU muestra dos cuestiones centrales: la impotencia del progresismo (que ya se había demostrado en todo el mundo) y la agudización de las contradicciones en una crisis mundial del capitalismo que no tiene perspectiva de cierre a corto plazo.  El candidato fundamentalista ganó holgadamente hasta con el voto popular.  Obtuvo la mayoría del senado, ya se reúne con Biden para la transición y está nominando candidatos ultra reaccionarios para los puestos clave del gobierno.  A contramano de lo que pensaron muchos de los que lo votaron, su fututo gobierno estará compuesto por ultraconservadores colonialistas que profundizarán la política guerrerista de la potencia en declive, en un intento de evitar que el imperio yanqui pierda su hegemonía mundial. Para ello, ya se prevén algunas medidas y orientaciones: terminar con la guerra en Ucrania aún a costa de la cesión de territorios a Rusia; están dispuestos a ir a la guerra en Taiwan contra China, invadir países en Latinoamérica y terminar la guerra en Palestina acabando con ese país definitivamente a costa del brutal genocidio de su pueblo.  La designación de Marco Rubio, por ejemplo, como secretario de Estado enciende las alertas en este sentido.  Sin embargo, y a pesar de estas medidas, Trump no podrá detener la caída de este imperio en decadencia que se vuelve más y más guerrerista.

Es claro que Trump y los halcones han ubicado a China como su principal enemigo y por ello su política girará en torno a ese antagonismo. El contexto mundial es de avance de los BRICS, lento pero decidido. Hoy los BRICS exportan más que todo el G7 junto.  La gran preocupación de los monopolios yanquis es la desdolarización, fortalecida a partir de la guerra en Ucrania. Por ello Trump intentará terminar esa guerra, que en realidad ya está perdida, para liberar ese frente y concentrar su ofensiva hacia el país asiático.  Su idea es generar una fisura en la alianza de Rusia con China, aunque sea un poco tarde para eso y los demócratas no hayan escuchado las advertencias de analistas como Kissinger quienes ya advertían de la necesidad de no empujar mayores alianzas entre esos dos enemigos.  Lo cierto es que la desdolarización mundial ya está en marcha, y aunque la mayor parte del comercio internacional es aún en dólares, la multipolarización va en aumento. Esto explicará el recrudecimiento de las intervenciones en América Latina para quebrar las alianzas de las burguesías locales con el país asiático en la disputa por el acceso a recursos naturales y materias primas. En este sentido, las disputas interimperialistas, ya presentes en nuestro continente, se verán exacerbas.

Existe otra contradicción importante respecto de su plan de sostener la hegemonía del dólar.  Una de las promesas de campaña más importantes para la clase trabajadora fue la repatriación de las industrias americanas.  Para lograr los incentivos necesarios, el dólar debe convertirse en moneda competitiva, es decir, EE.UU. debe devaluar su moneda. Pero esto haría que el dólar no sea ya una moneda fuerte en el mundo para atesoramiento o comercio internacional, además de que eso no es lo que pide la burguesía financiera.  La promesa de “robarle los trabajos a otros países”, no se hará realidad.  Por otro lado, lo más probable es que la inflación siga en aumento, sobre todo por la agresiva política de aranceles a las importaciones que prometió Trump en campaña. Los importadores sólo trasladarán el costo a los productos, porque la mayoría de las importaciones no son posibles de reemplazarse con fabricación local y su importación es imprescindible.  Un ejemplo paradigmático es la industria textil: ¿cómo sustituir las importaciones de ropa o calzado que se produce en el sudeste asiático con salarios de superexplotación?  Tener esos salarios y costos en EEUU impide sostener la hegemonía del dólar.  La política de aranceles, pensada a la medida de Elon Musk, sólo beneficiará a este magnate en su lucha contra la producción de autos eléctricos chinos y la rebaja de impuestos.  Pero la mundialización que EEUU impulsó a partir de 1945 y profundizó hasta el día de hoy hace imposible tal transformación general.

En términos domésticos, el tema de la inmigración fue central en la campaña y Trump (Harris también) prometió echar a la población migrante ilegal, a la que buscaron identificar como causante de todos los males de la clase trabajadora yanqui. Pero la inmigración es parte importante de la ganancia capitalista que extrae más cantidad de plusvalor de trabajadores indocumentados. La inmigración (no necesariamente ilegal) representa unos mil millones de ingresos fiscales. El ejército de reserva local disminuye y la inmigración se vuelve necesaria para mantener el precio del salario. La expulsión de los inmigrantes será superficial porque simplemente no conviene. Lxs trabajadorxs inmigrantes representan casi el 20% del mercado laboral.  Veremos en los próximos años una batalla mediática antiimmigración, que exacerbará las divisiones en el pueblo, y transformará la vida de lxs migrantes en un infierno, pero no se impulsará de manera total y acabada y puede que sólo se vean casos testigo para disciplinar.

El dilema de la clase dominante yanqui consiste en que el sostenimiento de su hegemonía mundial le genera costos domésticos que ya no tienen solución.  Ante el desamparo de un imperio en decadencia y un futuro sombrío, el pueblo estadounidense reaccionó con el apoyo a una figura “fuerte” y autoritaria. La vacancia de una alternativa socialista, que ni siquiera Bernie Sanders se animó a proponer, empujó a la población a elegir la propuesta más radical y descarnada dentro de las opciones capitalistas. Pese a toda la propaganda y los millones que se gastan en redes y formadores de opinión, es claro que el gobierno Trump no resolverá los problemas de la clase trabajadora y las grandes mayorías estadounidenses. Por el contrario, no sólo se agravarán las contradicciones y crisis sino que es probable que se aceleren las confrontaciones y guerras a escala mundial.

Cada vez es más claro que solo la transformación mundial en clave socialista podrá resolver los verdaderos problemas.

 

 

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