El arribo electoral de la extrema derecha a la casa de gobierno corona y retroalimenta una crisis con pocos antecedentes en nuestro país. Milei y su fuerza política tratarán de aplicar un brutal ajuste a lxs trabajadorxs, con una megadevaluación, tarifazos, deterioro de jubilaciones y salarios. Además, intentarán llevar a cabo reformas estructurales pro-mercado. Lxs trabajadorxs y el pueblo enfrentan el desafío de defender derechos históricos. Los fachos y sus planes de quita de derechos no deben hacer pie, ni contar con un solo minuto de tregua. La necesidad de enfrentarlos de manera organizada se ubica como tarea de primer orden.
Algunos números para un primer análisis: una institucionalidad en descomposición
El ultraderchista Javier Milei logró la presidencia en el ballotage de este 19 de noviembre imponiéndose en 21 de las 24 jurisdicciones del país. El candidato de “La Libertad Avanza” obtuvo un 55,7% de los votos (14.476.462), ante un 44,3% de Sergio Massa (11.516.142), según el escrutinio provisorio. La diferencia fue de más de 11%. La participación electoral, similar a la de la primera vuelta (aunque con unos 760.000 votantes menos) fue del 76,3%; unos 26.863.000 electores, aproximadamente. La concurrencia fue levemente más baja que las últimas tres elecciones presidenciales, que superaron por poco el 80% (2015 y 2019) o rozaron dicha presencia (2011). Los votos blancos y nulos fueron alrededor de 850.000 (algo más del 3%). En Pcia. de Bs. As., el triunfo del oficialismo fue solo por un punto, menos de 160.000 votos. La diferencia total a favor del candidato de extrema derecha ronda los 2.960.000 electores, quedando de relieve la elección en Córdoba (74% a 26% para Milei, con 1.100.000 de votos de diferencia para el candidato derechista), Mendoza (71% a 29%, sumándole más de 460.000 de diferencia), Santa Fe (63% a 37%, con una diferencia de más de medio millón de votos).
El arribo a la Casa Rosada de una fórmula que tratará de aplicar un programa de privatizaciones y pérdida de derechos, de ataque abierto a conquistas sociales y democráticas, del movimiento de mujeres, disidencias, pueblos originarios y de la clase trabajadora, expresa una crisis institucional con pocos antecedentes. Se enlaza con un escenario en el cual las figuras presidencial y vicepresidencial han pasado a ser eso: figuras borradas de escena hace meses, y el ministro de economía-candidato en retirada, era quien venía ejerciendo el cargo de hecho. Las reconfiguraciones en el parlamento están a la orden del día: Juntos por el Cambio, dividido; la UCR y el PRO, repartidos; la Coalición Cívica, por fuera del nuevo oficialismo. En términos legislativos, tanto la fuerza de gobierno entrante como la saliente carecerán de quorum propio para tratar y aprobar leyes sin aliarse con uno o más bloques, dejando un interrogante sobre la gobernabilidad y la posibilidad concreta de avanzar con el programa de ajuste prometido por los “liberfachos”.
El retroceso del peronismo se ha plasmado en su derrota en todo el país excepto Santiago del Estero, Formosa y gran parte del Conurbano bonaerense. Milei, que había obtenido un segundo lugar en la 1era vuelta, logró captar la inmensa mayoría de votos de JxC y Schiaretti-Randazzo. En general, ha primado un “voto castigo” hacia el oficialismo, capitalizado por una opción que emergió por derecha y que logra alzarse con el descontento popular surgido frente a las políticas de ajuste; un aval electoral que tratará de ser usado para aplicar un ajuste incluso mayor. La particular situación muestra a un candidato de extrema derecha con escasa estructura, nula preparación y un inestable equilibrio arribando a la Casa Rosada tras un meteórico ascenso. Se trata de la expresión de un conjunto de factores que muestran la descomposición capitalista y exceden lo local y lo pintoresco: son fracciones de la burguesía buscando una respuesta reaccionaria a una crisis sistémica, al igual que lo hicieron con Trump, con Bolsonaro o las extremas derechas europeas. Son expresiones de la decadencia de un sistema, que exhibe lo peor de sí y lo alterna con la impotencia de las experiencias reformistas o socialdemócratas para capear el temporal.
Los padres de la criatura
¿Fueron la izquierda o el voto en blanco quienes allanaron la llegada de un ultraliberal y admirador de la dictadura a la Rosada? Los errores desde la izquierda para mostrarse como una opción de masas merecen ser analizados autocríticamente. El apego a las reglas impuestas por el institucionalismo, las disputas de aparato, el consignismo que no desarrolla una crítica y contrapropuesta al sistema son prácticas que limitan la llegada de las ideas de izquierda y que deben ser superadas. Pero la izquierda no fue la que gobernó durante décadas, administrando lo existente, convalidando el endeudamiento, incrementando las cifras de pobreza. No fue la izquierda la que postuló un gobierno “de unidad nacional” con Morales, Larreta, el empresariado y la burocracia sindical mafiosa. La responsabilidad que le cabe a la dirección del peronismo en el surgimiento y ascenso de una expresión de extrema derecha es insoslayable por cualquier análisis serio.
Desde finales de abril, cuando la propia CFK sostenía su exclusión en la pelea por una posible candidatura ante el revés judicial recibido, el oficialismo no hizo más que alentar la polarización con Milei para limar la fuerza de Juntos por el Cambio, por entonces perfilado como ganador seguro. En su discurso en el Teatro Argentino de La Plata, la vicepresidenta hizo lo posible para subir al ring al candidato ultraliberal. En la posibilidad de “inflar” a un esperpento como Milei a expensas de JxC radicaba otra de las “jugadas tácticas magistrales” para llegar con chances a la elección. Desde esa línea de intervención, las notas para polemizar en medios oficialistas, hasta cómo le prestaron estructura para el armado de listas muchos intendentes peronistas, el ascenso de Milei no fue solo apalancado por gorilas, sectores del empresariado, grupúsculos de defensores de genocidas, de inversionistas de bolsa o medios como La Nación+, sino por el propio oficialismo.
Una fábrica de resentimiento e impotencia
En términos económicos, el peronismo continuó lo actuado por el macrismo y contribuyó a consolidar la precarización y la atomización de la clase trabajadora, los salarios de pobreza, la devaluación y la transferencia escandalosa al empresariado. Sin cuestionar el agronegocio ni la matriz extractivista; el envenenamiento y el saqueo de bienes comunes, tampoco se frenó la brutal transferencia de recursos al gran empresariado. Por el contrario, reprimió, encarceló a miembros de pueblos originarios que luchan por la restitución de sus territorios y a quienes luchan contra el extractivismo.
Un rol clave en ese avance reaccionario lo jugó el abandono deliberado del aparato del peronismo de las movilizaciones callejeras: la calle dejó de ser lugar de expresión de fuerza y de disputa para el oficialismo; la movilización, temida incluso para gestionar apoyos o dar respuestas, como cuando la propia CFK fue hostigada e intentaron asesinarla. La campaña electoral de UP entronizó a un candidato como Massa, asiduo visitante de la embajada yanqui, abanderado de la “moderación y el pragmatismo” y supuesto sepulturero de “la grieta”. Se apostó a la denuncia de Milei como el fascista que es, pero no a enfrentarlo ganando las calles: mientras se apeló a la “micromilitancia” como herramienta central, se dejó terreno libre para que la derecha se pasee por el espacio público; mientras los “libertarios” aliados a Macri y Bullrich realizaban un acto callejero en Córdoba, el peronismo cerraba su campaña en un colegio universitario en CABA y vetaba que la CGT desfilara en apoyo a Massa. La campaña que señalaba los peligros reales de Milei logró aglutinar apoyos que no implicaron una adhesión a Massa –y ni siquiera al gobierno- pero se centró en la transmisión de temor y colaboró con la mencionada desmovilización.
En una elección en la que hubo millones de votos a la fórmula oficialista nutridos por la saludable repugnancia a Milei y el intento de cerrarle el paso por esa vía -votos que no pueden asimilarse al peronismo- como contrapartida, millones de trabajadorxs dieron su voto al candidato reaccionario como expresión de hartazgo, sin suscribir necesariamente el programa regresivo que éste exhibió. Para evitar lecturas mecánicas, que abundaron en las primeras horas: ni el 44% de la población es peronista, ni el 56% es neofascista. Con muchxs compañerxs y luchadorxs que definieron como último recurso táctico votar a Massa como “mal menor” ante el arribo de Milei-Macri, venimos compartiendo luchas y nos seguiremos encontrando en las calles. Con ellxs y con las masas en general, hemos intentado dar el debate siendo honestxs y sin ambigüedades, pese a marchar a contracorriente de amplios sectores del activismo, defendiendo el voto en blanco o la no participación. Hemos sostenido que, ante la crisis de un régimen político en descomposición, creemos que la apuesta de los pueblos debe ser a la rebelión contra dicho régimen y no la participación en él, con la certeza de que en las calles gana el pueblo.
Ni un minuto de tregua a la derecha
Más allá de la bronca y la incertidumbre que genera el arribo de una expresión de extrema derecha a la Casa Rosada, entendemos que el camino es más que nunca la lucha. Señalamos los peligros que entraña este fenómeno: creemos necesario no subestimarlo ni sobreestimarlo. Ante quienes pregonan abiertamente y sin disimulos que vienen a aplicar la confiscación del salario, la quita de derechos, las privatizaciones y prometen el despliegue represivo para poder llevarlo a cabo, apostamos a la memoria histórica de lucha de nuestro pueblo, a las reservas de combatividad y a la disposición a defender derechos consagrados. La democracia que nos merecemos no es, desde ya, la que está dominada por impudicia de los banqueros, la del desparpajo de los influencers antiderechos, la de la impunidad de los yuppies de doble apellido fabricados en la UCA o la Universidad Austral, la de los candidatos ignorantes y terraplanistas. Pero tampoco es esta democracia derrotada, maltrecha, vaciada, que deja sin cenar cada día a millones de pibes en el país de las vacas y el trigo. Que ese germen reaccionario hoy encaramado al Estado no haga pie y brote, depende de nuestra capacidad de lucha. De superar a las burocracias, a quienes nueva y tempranamente predican la resignación y el “dejar gobernar” al nuevo presidente para respetar la “soberanía de las urnas”.
El camino sigue siendo la rebelión. Es urgente poner en pie asambleas en los lugares de trabajo, estudio y territorios. La no-delegación de la lucha, el no respeto a una institucionalidad vacía y copada por arribistas que vienen solo a intentar la liquidación de derechos. Desarrollar la acción directa. Y sobre todo, organizarse: participar sindical, social y políticamente. La mayor unidad de acción para defender el empleo y las conquistas del movimiento de mujeres y disidencias; para actuar si pretenden liberar genocidas; para impedir las privatizaciones y remate del patrimonio común; la contaminación y la ofensiva contra los pueblos originarios que defienden su territorio; para exigir de una vez por todas la ruptura con el FMI y el no pago de la deuda externa. Para pasar de la resistencia a la discusión de un gobierno de lxs trabajadorxs.