Las disputas interimperialistas adquieren una forma particular en nuestro continente. Sobrepoblación, sobreexplotación, destrucción socioambiental, sometimiento a los dictados de los organismos internacionales son la agenda que sostienen las diversas expresiones burguesas, fieles al rol de furgón de cola del imperialismo. La necesidad de la revolución socialista como única salida superadora y realista.

 

Disputas interimperialistas y fracciones burguesas domésticas

Desde el inicio del siglo XXI, y de forma patente desde la crisis de 2008, el declive de Estados Unidos como potencia mundial y el rol creciente de China en el mercado mundial tienen profundas consecuencias para América Latina. El aumento de los precios de las “commodities” asociado a la demanda del gigante asiático, su financiamiento a estados, las inversiones en infraestructura y su búsqueda de establecimiento de tratados de libre comercio (en forma multi o bilateral), son nuevos rasgos orgánicos de capitalismo dependiente y de la dinámica de nuestro continente.

Este avance de las inversiones chinas es visto con enorme preocupación por parte de los Estados Unidos que nos sigue considerando su “patio trasero” y a nuestros bienes comunes como parte de sus riquezas. A pesar de cierto retroceso económico, el imperialismo yanqui sigue teniendo un poder militar, político e ideológico en el continente que no tiene comparación con el de otras potencias mundiales. Las intervenciones para remover presidentes o candidatos evaluados como “no seguros” van de la mano de un reforzamiento de la institucionalidad como único marco valido de acción política popular y la consolidación de un régimen político liberal, desligado de participación real, constituyen orientaciones estratégicas de Washington.

No obstante, la intervención de China lejos está de encarnar un futuro superador para nuestros pueblos. China es un país capitalista, la fuerza con que se inserta como potencia en el mercado mundial se basa en la explotación de la fuerza de trabajo y está guiada por la ganancia y la acumulación de capital. Las inversiones en infraestructura son el correlato del interés por abaratar la venta de mercancías agrarias y mineras, áreas privilegiadas de radicación de empresas y que no se diferencian en cuanto a destrucción socioambiental de empresas de otros orígenes.

Las burguesías domésticas, en un contexto de crisis del orden mundial, fieles a su papel de furgón de cola del imperialismo, se dividen en torno a cuál es la potencia con la que se busca estrechar la subordinación. La larga y sangrienta historia de opresión norteamericana hace que el carácter cipayo de quienes defienden al imperialismo yanqui resulte muy visible. Sin embargo, los lazos alternativos con China son presentados como ejemplos de soberanía, lo que en la etapa de mundialización capitalista tiene más de ficción que de realidad. Sumado a ello, los intentos de confrontar con el norte son cada vez más tibios, como se puede observar en la deriva de los progresismos en los gobiernos (Alberto Fernández y Lula sintetizan bien esta orientación) crecientemente obedientes con los mandatos yanquis.

El programa del capitalismo dependiente del siglo XXI

El papel de nuestro continente en un mundo globalizado por y para el capital es claro y no difiere en lo sustancial del lugar que las potencias le asignaron en el siglo XVI o el XIX: proveer de materias primas al mercado mundial mediante la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y la destrucción de la naturaleza. El endeudamiento y la subordinación a los organismos internacionales, o a tratados de librecomercio refuerzan una situación contraria a les trabajadores.

En términos políticos el programa plantea un régimen de democracia formal cada vez con menos instancias de participación de las masas. Como ocurre en la democracia burguesa, el estado de derecho y la garantía de derechos para las clases subalternas llega sólo hasta el momento en que éstas chocan con los negocios y las ganancias. La expresión legal y legítima, incluso bajo los parámetros del estado capitalista, de la voluntad popular es pisoteada con violencia si entra en colisión con los intereses extractivistas y explotadores. La represión y la persecución son ejercidas tanto por la cara legal como por la paraestatal.

Las expresiones políticas progresistas o abiertamente neoliberales no tienen diferencia en los puntos centrales de este programa. De acuerdo a las condiciones que plantea la lucha de clases, puede alternar una administración progresista con otra más derechista sin que se altere la estructura fundamental. Las variantes protofascistas que se desarrollan capitalizando por derecha el descontento social, refuerzan el dominio al burgués. Su crítica supuestamente radical se restringe a ciertas personas con responsabilidad inmediata en el poder, ocultando la relación de esa “casta” con una sociedad basada en la propiedad privada y la explotación de trabajo ajeno. Sus apuestas a la mano dura y al punitivismo, así como su exaltación del poder empresario, refuerzan el estado que dicen combatir.

Reconstruir el horizonte revolucionario y socialista

En este contexto de crisis inédita, lxs trabajadorxs ocupadxs, desocupadxs, precarizadxs tenemos el enorme desafío de evitar que la catástrofe en curso sea superada. Sin duda, no es una tarea fácil, pero es indispensable. Numerosas y a menudo heroicas luchas se dan en nuestro país por múltiples causas. No obstante, décadas de posibilismo y de derrotismo, de desmovilización y de administración de lo existente como único horizonte, de mal menor y de adaptación, como clase, como pueblos, tenemos la urgencia de recuperar y reconstruir la única superación humana de la barbarie del capital. Y hay que empezar por llamar a las cosas por su nombre y recuperar la crítica de raíz al capitalismo y al imperialismo. Frente al sangriento imperialismo yanqui, no podemos levantar la bandera de otros imperialismos en nombre de la revolución.

Los intentos de humanizar al capital, o de maquillarlo de verde, fracasan y seguirán fracasando una y otra vez porque el orden social capitalista se mueve por la lógica de ganancia. El supuesto “realismo” que nos llama a no insistir en el socialismo nos condena a intentar infructuosamente que el estado burgués regule, limite, discipline a las empresas y propietarios que son su razón de ser. La limitación de la acción política a las reglas institucionales y a las dinámicas de un estado de clase, convierte en impotencia la fuerza que tienen los pueblos cuando “entran en revolución”.

La única salida realista al desastre es destruir este orden social que reduce a la humanidad trabajadora a la miseria y que no duda en destruir el planeta. Es el poder popular, la de las masas siendo dueñas y hacedoras de su destino lo que puede hacer saltar por los aires esta “correlación de fuerzas” que nos encierran entre alternativas de lo malo y lo peor. No son casualidades que las leyes y medidas que se ganan en las luchas sean tergiversadas o incumplidas. No es un error que la justicia pueda hacer algún guiño a favor del bienestar de las mayorías para rápidamente garantizar los negocios y negociados. No es sorprendente que gobiernos y fuerzas represivas hagan añicos leyes y tratados internacionales de derechos humanos, laborales y ambientales para imponer la voluntad del capital. La confrontación no es ni será fácil, pero hay que empezar a asumirla porque allí radica la posibilidad de que los proyectos de construcción de un nuevo mundo se materialicen. Es la fuerza de los pueblos, de lxs explotadxs y oprimidxs, con organización, con iniciativa y con proyecto emancipatorio la que puede crear una nueva realidad. ✪

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