Afuera, humo negro de gomas quemadas, pedradas contra el palacio donde se consuma la entrega. Represión de la policía. Corridas. En la estampida, varias compañeras en las largas columnas de partidos de izquierda y movimientos sociales resguardan al piberío. Las líneas de seguridad y manifestantes sueltxs mantienen a raya a las motos con lo que haya a mano. Adentro sigue el desfile politiquero, y se habla largamente para decir poco: abundan las excusas para votar a favor de un pacto de sumisión, pero también las imposturas para las abstenciones o los inofensivos votos en contra de un sector del propio oficialismo, que eligió dar testimonio en lugar de rechazar seriamente el acuerdo. La deuda externa que incrementaron exponencialmente los milicos genocidas junto con los grupos económicos, y que continuaron alimentando sucesivamente los distintos gobiernos desde 1983, goza de buena salud.

La inclaudicable Norita Cortiñas calificó el acuerdo con el FMI y a quienes lo votaron como una “traición a la patria y al pueblo”. Esta vez tampoco se equivocó. En el mes en que se cumple un nuevo aniversario del golpe cívico-militar-eclesiástico de 1976, se ratifica el camino de ajuste, endeudamiento y subordinación al imperialismo que esa dictadura implantó. Las excusas desde el posibilismo “progre” sobreabundan: desde luego, es difícil romper el círculo y sacudirse las cadenas. Pero de eso, justamente, es de lo que se trata.

Marzo se muestra como un puente para la continuidad de la dominación. Pero también para poner de relieve que hay en el pueblo reservas para resistir. Que hay miles y miles que no olvidamos ni perdonamos, pero que además no estamos dispuestos a encolumnarnos detrás de ningún proyecto que en nombre de los “derechos humanos” termine abriéndoles las puertas a buitres y caranchos, maquillando al capitalismo, predicando la conciliación con quienes nos hambrean y matan, persiguiendo militantes.

A 46 años del golpe genocida, cabe rescatar del olvido no solo a quienes la dictadura nos arrebató, sino también –y fundamentalmente- sus proyectos de revolución. Que nadie diga que aquella generación diezmada por el enemigo lo fue porque peleaba por este presente de “democracia” formal con hambre y miseria, con 6 de cada diez pibxs pasando necesidades. Que nadie nos quiera convencer de que lxs 30.000 dejaron su pellejo luchando “por lo posible”, prendiendo velas a “lo menos malo”, resignándose a pactar con usureros.

Nuestrxs 30.000 desaparecidxs militaban por la revolución socialista. La pelea contra el olvido es, también, la lucha por rescatar su proyecto.

Luchar por su memoria es no abandonar esas banderas, que también son las nuestras, y que llevaremos a la victoria.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, ingresá tu comentario
Por favor, ingresá tu nombre aquí