En esta nota, nos centramos en la lectura del Capítulo III del libro, “Política trade – unionista y política socialdemócrata”. Recomendamos leer primero las notas previas:  aniversario de la muerte de Lenin, parte I , parte II , parte III y parte IV de “Volver al ¿Qué hacer? de Lenin”.

A diferencia de lo que ocurre con otros de esta obra, el título del capítulo III requiere de algunas aclaraciones preliminares ya que ni “trade-unionista”, ni  tampoco el significado que tenía el término “socialdemócrata” en 1902 son diáfanos para quienes leemos desde el siglo XXI. Bien habría hecho Lenin en retomar el título de la primera gran obra política de Rosa Luxemburgo: reforma o revolución. Es decir, la polémica que se plantea es entre una política reformista y una política revolucionaria. Esta es LA cuestión, el “ser o no ser” de quienes buscamos construir revolución.

No casualmente, es ésta la pregunta que ha quedado en un punto ciego de una inmensa cantidad de análisis y posiciones “de izquierda” desde que el capital logró reimponerse en forma contrarrevolucionaria desde la segunda mitad de la década de 1970. Otros términos, muchos más vagos en su contenido, han venido a expresar el debate político: “progresista – conservador”, “izquierda – derecha” y, a lo sumo, “progresivo – reaccionario”. Pero como sabemos, plantear bien el problema es el mejor modo de empezar a resolverlo (así como plantearlo mal es un buen modo de no resolverlo nunca).

¿Cómo se verifica una “política revolucionaria”? ¿Cómo identificar una “política reformista”? ¿Debemos guiarnos por lo que las personas, grupos y hasta partidos dicen de sí mismos, o también en este terreno debemos mantener el criterio de praxis y atender ante todo a lo que hacen, cómo lo hacen, a las orientaciones y definiciones que expresan las acciones? La posición de Lenin es que la política revolucionaria supone al mismo tiempo la independencia política – ideológica (y orgánica) y la hegemonía socialista. La prioridad de la práctica como instancia para probar la verdad ya había sido defendida en capítulos previos. Y al igual que en elementos anteriores, la clave no está en un dato o un hecho aislado, sino en la praxis como totalidad.

  1. a) La agitación política y su restricción por los economistas

¿De qué hablamos cuando hablamos de “conciencia de clase”? ¿Cómo se desarrolla? ¿Cuál es la tarea de lxs revolucionarixs para promover ese desarrollo de la conciencia, la construcción de ese factor subjetivo central para un proceso revolucionario?

A partir de estas preguntas, Lenin ordena el debate con los economistas, es decir, con lxs reformistas. En primer lugar, Lenin rechaza la identificación de la conciencia de clase con la autoidentificación como clase con condiciones e intereses comunes. Esa conciencia, necesaria pero del todo insuficiente, corresponde a lo que Gramsci en su “Análisis de situación. Relaciones de fuerzas” llamaría la conciencia económico – corporativa. Aun en su máximo grado de desarrollo -aquél que supera el oficio, la rama o la región e incluye al conjunto de lxs asalariadxs-, esa conciencia no llega al antagonismo irreconciliable, no plantea la superación de las condiciones estructurales que impone el dominio del capital. Es decir, saberse parte de la clase no implica reconocer el antagonismo capital-trabajo

Conciencia de clase, dice Lenin, es conciencia de la totalidad. Retoma desde una perspectiva marxista y revolucionaria, una de las ideas centrales aportadas por Hegel: la verdad está en el todo. Esa conciencia de totalidad supone la conciencia de la injusticia de la explotación económica ejercida por parte de lxs capitalistas y de su dominación, pero es mucho más amplia que ella; avanza en la comprensión del papel del Estado en la sociedad de clases, de las múltiples opresiones que se engarzan y potencian dicha explotación.

Sin duda, la conciencia se adquiere en la praxis, en la participación en la lucha de clases, no es mero acto de intelección. No obstante, -como ya hemos retomado en las notas previas y como Lenin insiste a lo largo de su obra– la conciencia juega un papel cualitativo en esa lucha. Las tres direcciones de la lucha que Engels identificaba (económica, política, teórica) lejos están de ser una sumatoria. Menos aún se puede saldar la falta de desarrollo de una de ellas potenciando más alguna de las otras.

La lucha teórica, ideológica, aporta fuerza a la resistencia contra los patrones y a la lucha contra el estado y la dominación de clase. Permite identificar con mayor claridad los objetivos, caracterizar mejor a los enemigos, ajustar la propia práctica a partir de la experiencia acumulada. Da herramientas para interpretar los intereses y las acciones que se desenvuelven en otros planos (jurídicos, legislativos, sociales…); anticipar escenarios y cuadros de situación; desplegar y ordenar las tareas.

El desarrollo de esa conciencia demanda la intervención consciente de quienes pretenden llegar a la raíz de los problemas. Por eso, Lenin sostiene que la agitación política debe darse en todos los niveles y en todo momento. Por supuesto, luego está el arte de cómo desarrollar buenxs agitadorxs, que sepan trazar “cuadros vivos”. Pero la agitación y la propaganda revolucionarias son tareas indelegables de quienes revindican un camino revolucionario.

Por eso, Lenin discute contra la teoría oportunista de las “fases”. Esta teoría supone que “primero” hay que poner como eje las reivindicaciones inmediatas, económicas. Y recién después, y a partir de esa agitación económica, plantear la agitación política. No es difícil reconocer que está aquí en clave de tareas la concepción vulgar que ya había criticado de que la política sigue dócilmente a la economía. Desde la teoría de las “fases”, los ejes movilizadores deben ser “tangibles”, “concretos”, no “meros gestos”. Es decir, se deben conseguir reformas (aumento salarial, derecho a la organización, leyes favorables, etc.). Pero si al mismo tiempo que se lucha por estas reformas no se despliega la agitación política (y me permito agregar, la batalla de ideas consustanciada con una práctica que las “encarne”), entonces el movimiento es todo, el fin último no es nada. Por eso habla Lenin de los “bernsteinianos velados”, refiriendo a quienes consideran que la “verdadera lucha” es contra los patrones y el gobierno (y no contra la clase capitalista y su estado).

Si bien es cierto que Bernstein fue repudiado en su tiempo y en su propio partido y que, hasta donde llega mi conocimiento no ha habido organizaciones que se reivindiquen seguidoras de sus concepciones, numéricamente es más fácil encontrar herederxs de esa tradición que de Rosa y Lenin. La teoría de las “fases” ha tenido diversas traducciones. Así en los 60, fue parte del debate interno del PRT entre el sector morenista y el sector de Santucho. Roby y quienes luego continuaron con la construcción del PRT – ERP cuestionaban la “teoría de las rueditas” de Nahuel Moreno. Esta teoría sostenía -apelando a una idea de engranajes- que el partido era la primera rueda que debía impulsar a la agrupación sindical y que ésta debía a su vez empujar a la organización sindical. En cambio, el ala leninista reivindicaba la necesidad de que el propio partido desplegara política directamente en cada una de las instancias, en la agrupación y en el sindicato. Y esto es complementario con el enorme aporte que sistematizara Luis Pujals respecto de no confundir el rol del partido y el rol de los sindicatos.

Más cercano en el tiempo y a la experiencia de muchxs que venimos militando desde los 90 en adelante, el reconocimiento certero de los distintos niveles de conciencia que siempre hay en la clase, terminaba recayendo en una nueva versión de la teoría oportunista de las fases. De esta forma, lo sindical o gremial iba por un lado y se debía respetar a la base, entendiendo que respetar a la base es no “sobreideologizar”. En el extremo opuesto estaba el partido (o, con más precisión, “núcleo político”) que se dedicaba a lo ideológico. Y en el medio… un abismo que se buscaba saldar con frentes, “organizaciones intermedias”, etc. Desde esa concepción más o menos consciente pero fuerte en la práctica, la construcción estratégica revolucionaria se tornaba imposible. Porque si hacemos sindicalismo en lo sindical, electoralismo en lo político y propaganda ideológica sólo para lxs convencidxs, no tendremos nunca una perspectiva de totalidad. Y menos aún, una línea estratégica que pueda articular la diversidad de dimensiones de la actividad revolucionaria.

  1. b) De cómo Martínov ha profundizado a Plejánov

La negación o el desconocimiento del desarrollo anterior del pensamiento y del movimiento revolucionario da lugar a que, con mucha soberbia, haya quienes creen descubrir la pólvora por “su propia inteligencia” cuando en verdad están diciendo y proponiendo cosas que ya muchxs habían dicho o propuesto antes. En nuestra época de posmodernidad, esta pulsión llega a convertirse en el sentido común de toda la “libertad de crítica”. De ahí que, a riesgo de ser reiterativxs, es imprescindible -e impostergable- retomar, estudiar, analizar, de formarnos en serio.

A los fines de los debates en curso, más que recuperar el debate Martínov – Plejánov, resulta interesante recuperar que la distinción entre agitación y propaganda remite a dos formas de transmitir y difundir la crítica al capitalismo y la apuesta socialista. En el ejemplo del desempleo forzoso es interesante para ver que agitación y propaganda remiten a dos niveles (de extensión y complejidad) de una misma idea, no a ideas distintas. Mientras que quien realiza agitación (sea sujeto o herramienta de comunicación) buscará transmitir una sola idea a muchxs, la propaganda supone la explicación completa de esta contradicción propia del capitalismo.

  1. c) Las denuncias políticas y la “educación de la actividad revolucionaria”

El presente apartado tiene tal riqueza de argumentos que merece una lectura y relectura detallada. Arranca respondiendo a la crítica de los economicistas / reformistas respecto de que para ellxs, el medio preferente para despertar y estimular la actividad de las masas es la misma lucha económica.

“Pues, en realidad, se puede ‘elevar la actividad de la masa obrera’ únicamente a condición de que no nos circunscribamos a la ‘agitación política sobre el terreno económico’. Y una de las condiciones esenciales para esa extensión indispensable de la agitación política consiste en organizar denuncias políticas que abarquen todos los terrenos. La conciencia política y la actividad revolucionaria de las masas no pueden educarse sino en base a estas denuncias. Por eso, esta actividad constituye sea una de las funciones más importantes de toda la socialdemocracia internacional, pues incluso la libertad política no elimina en lo más mínimo, sino que lo único que hace es desplazar un poco la esfera a la que van dirigidas.” (Lenin, ¿Qué hacer?, Ed. Anteo, Buenos Aires, p. 122)

Pero Lenin tiene claro de que el meollo está en qué se entiende por conciencia de clase, y que allí esté la causa de que se propongan tareas y tácticas divergentes.

“La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y de opresión, de violencias y abusos de toda especie, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, precisamente, desde el punto de vista socialdemócrata, y no desde ningún otro. La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden, en base a hechos y acontecimientos políticos concretos y, además, de actualidad, a observar a cada una de las otras clases sociales, en todas las manifestaciones de la vida intelectual, moral política de esas clases; si no aprenden a aplicar en la práctica el análisis materialista y la apreciación materialista de todos los aspectos de la actividad y de la vida de todas las clases, capas y grupos de la población. Quien oriente la atención, la capacidad de observación y la conciencia de la clase obrera exclusivamente, o, aunque sólo sea con preferencia, hacia ella misma, no es un socialdemócrata [revolucionarx], pues el conocimiento de sí misma, por parte de la clase obrera está inseparablemente ligado a la completa nitidez no sólo de los conceptos teóricos – o mejor dicho, no tanto de los conceptos teóricos como de las ideas elaboradas sobre la base de la experiencia de la vida política – acerca de las relaciones de todas las clases de la sociedad actual. Esta es la razón de que sea tan profundamente nociva y tan profundamente reaccionaria, por su significación práctica, la prédica de nuestros economistas de que la lucha económica es el medio más ampliamente aplicable para incorporar a las masas al movimiento político.” (Lenin, págs. 122 – 123).

Asimismo, Lenin señala que muchas veces es la propia policía la que imprime carácter político a la lucha económica. Muchísimos ejemplos hay de esto en la historia de clase obrera en Argentina, desde la Semana Trágica al Plan Conintes, desde el Cordobazo hasta los piquetes de los 90. La conclusión de que el gobierno y la policía están a favor de los patrones la sacan lxs obrerxs mismxs a partir de esas experiencias. ¿Qué es lo que puede y debe aportar quien se pretenda revolucionarix en esos procesos de lucha, de los que debe ser parte? Justamente, aquello que no surge de forma espontánea de la lucha misma. El paternalismo condescendiente que supuestamente “respeta” a las masas, en realidad, encubre una fuerte subestimación.

  1. d) ¿Qué hay de común entre el economismo y el terrorismo?

En apariencia, economismo y terrorismo son polos opuestos. No obstante, existe entre ambos un nexo intrínseco y necesario. Son dos polos de la corriente espontánea que muestra la imposibilidad de integrar en un todo a obrerxs y a intelectuales revolucionarixs.

La corriente espontaneísta considera propio de lxs obrerxs abocarse a la lucha económica contra los patrones y el gobierno. Con la importancia que tiene dirigir la lucha sindical, lxs espontenístas olvidan que eso no es sinónimo de imprimirle contenido revolucionario a esa lucha.

En el caso de lxs intelectuales, sin una relación orgánica con las masas, la desesperación lleva a que frente a la monotonía de la lucha cotidiana se recurra al terrorismo para excitar las respuestas.

En ambos casos, concluye Lenin, se subestima la actividad revolucionaria de las masas. “Además, unos se precipitan en busca de ‘excitantes’ artificiales, otros hablan de ‘reivindicaciones concretas’. Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad en lo que atañe a la agitación política y a la organización de denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún momento se puede sustituir esto por nada.” (Lenin, págs. 135 – 136).

  1. e) La clase obrera como combatiente de vanguardia por la democracia

La lucha por la democracia en la Rusia zarista planteaba para lxs revolucionarxs de entonces cuestiones que, con nuevas formas, siguen vigentes hoy. ¿Cómo se desarrolla la conciencia política de clase? ¿Centrando la mirada de la clase obrera en sí misma, analizando sólo los problemas propios de la lucha económica contra los patrones? ¿O buscando que la clase obrera logre hegemonizar las luchas de todas las clases y fracciones que tienen contradicciones parciales con ese orden social?

¿Qué relación tiene que tener un partido revolucionario, de clase, socialista con luchas que no apuntan a la transformación del conjunto del sistema social? ¿Lxs “jefes políticxs” revolucionarixs sólo hablan de y a la clase tal como esta se expresa en la relación con los patrones? ¿O saben sintetizar una mirada socialista de todos y cada uno de los problemas? ¿Debe ser objetivo de un partido revolucionario convertirse en vanguardia (real, no en los papeles, o en los tweets, por supuesto) del conjunto del pueblo?

Como ya habíamos recuperado en otros artículos, cómo se resuelva la indispensable relación entre la independencia política (ideológica y orgánica) de clase y la hegemonía sobre otros grupos sociales resulta fundamental para la constitución de fuerza revolucionaria. Si la conciencia de clase es “conciencia de totalidad”, la educación política de la clase debe dar cuenta en lo teórico de esa totalidad; no limitarse al estudio de las denuncias económicas sino aportar la historia del movimiento revolucionario, de la política interior y exterior del país, la evolución económica, la situación de las distintas clases en la sociedad contemporánea.

La orientación que propone Lenin, la de comprender y apostar a la clase obrera como “combatiente de vanguardia” por la democracia supone una lucha contra el sectarismo. Pero no significa la posición inversa, es decir, la idea de que la clase obrera debe hacer seguidismo de la perspectiva burguesa de la lucha por la democracia. Y esto es tan importante como lo anterior. Son numerosos los casos (históricos y contemporáneos) de organizaciones que, en su afán de alejarse del sectarismo, deponen la perspectiva de clase, revolucionaria y marxista para convertirse en agitadores y propagandistas de la democracia burguesa. Lenin define con claridad un camino de acción: “todas las cuestiones planteadas en nuestra agitación serán esclarecidas desde un punto de vista invariablemente socialdemócrata, sin ninguna indulgencia para las deformaciones, intencionadas o no, del marxismo” (Lenin, pág. 151, destacado mío). Lejos de liberar el terreno para que la burguesía imponga su perspectiva en la lucha política, coherente con la necesidad de desplegar las tres direcciones de la lucha de clases, Lenin promueve: “intervenir activamente en cada problema de carácter ‘liberal” determinando “frente a cada uno de estos problemas su propia actitud, su actitud socialdemócrata” (pág. 157).

  1. f) Una vez más “calumniadores”, una vez más “mixtificadores”

El cierre del capítulo recoge la crítica de los economistas que consideraban que esas definiciones implicaban transformar al partido socialdemócrata en un “instrumento de la democracia burguesa”. En respuesta, Lenin (pág. 158) afirma: “Y, sin embargo, no hay que reflexionar mucho para comprender por qué todo culto a la espontaneidad del movimiento de masas, todo rebajamiento de la política socialdemócrata al nivel de la política trade-unionista equivale precisamente a preparar el terreno para convertir el movimiento obrero en instrumento de la democracia burguesa.”

Vale destacar que esta afirmación realizada en 1902 no tenía el carácter descriptivo que le vemos hoy, en la tercera década del siglo XXI. En todos los países, la organización sindical era combatida e incluso en muchos estaba prohibida por ley. Las grandes empresas, muy especialmente las de Estados Unidos, futuro coloso del capital mundial, tenían muy aceitado su aparato de represión y de inteligencia para desbaratar los intentos de organización. El famoso “five-dollar-day” del nazi Henry Ford era parte de esa política decididamente antisindical. En Argentina el estado oligárquico de la clase terrateniente de conjunto con las empresas imperialistas masacró las luchas. También lo hizo el gobierno “democrático” de la Unión Cívica Radical de Hipólito Yrigoyen: Semana Trágica, Patagonia Rebelde, la Forestal…

No obstante la enorme radicalidad en cuanto a los métodos de la clase trabajadora mundial, no obstante la represión de la clases dominante y sus estados, Lenin advierte que el sindicalismo, que la lucha espontánea sin lucha política, sin educación para aportar la conciencia de totalidad, conducía a convertir al movimiento obrero en instrumento de la democracia burguesa. El capital, asustado por los avances revolucionarios en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, lo entendió. Y su política viró al reconocimiento estatal de los sindicatos, bajo exigencia de que dichas organizaciones se limitaran a la lucha de reivindicaciones económicas. Los procesos de burocratización acelerados, que incluyen la corrupción intelectual y moral, no pueden entenderse por fuera de esa nueva política del capital, en el marco de la Guerra Fría. Sin desconocer el rol individual y colectivos de las traiciones y la corrupción, la cuestión estructural apunta que el capital se dio una hábil política para transformar a una parte muy importante del movimiento sindical en trincheras del sistema. Existe la corrupción, existe la cooptación, existe el desarrollo clientelar, pero en la base de todo eso está el sindicalismo como corriente que entiende que sólo son legítimas las luchas por salarios y condiciones de trabajo en tanto asalariadxs (y no en tanto expropiadxs).

Hay que reconocer que la Iglesia católica, ese intelectual colectivo del orden establecido (sea cual fuera ese orden) lo había entendido ya a fines del siglo XIX. La Doctrina Social de la Iglesia respondía al desafío de la lucha de clases. Perón reivindicó siempre a esa doctrina como la base filosófica (y estratégica) de su propia doctrina. Pero la cosa va más allá de las fronteras nacionales. El capitalismo y su mundo occidental “y cristiano” (no olvidar…) defendió el “sindicalismo libre”, es decir, “libre” de materialismo dialéctico y de pensamiento revolucionario.

La advertencia de Lenin recobra actualidad ante cada nueva expresión del movimiento de masas. En Argentina, procesos similares ocurrieron con el movimiento por los derechos humanos en los 80, con los movimientos de desocupadxs y precarizadxs luego del 2001, con el movimiento de mujeres y disidencias en forma más reciente.

Independencia política, agitación política, punto de vista socialista y hegemonía siguen siendo las coordenadas en las que hay que encontrar el camino para la revolución.

Valeria Ianni

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