La pandemia y sus devastadores efectos no pueden medirse sin relacionarlos de manera directa con el sistema social en el que se desarrollan. Mientras se llevaba adelante la carrera por arribar a una vacuna eficaz contra el covid, se dio en paralelo otra carrera para acopiar dichas vacunas en manos de los países poderosos. En el capitalismo, la salud, las vacunas, la posibilidad de sobrevida tienen precio. A la par que miles mueren por los efectos del covid y millones son arrojados a la miseria por la crisis económica, las megafortunas de muchos magnates se duplican en tiempo récord. En definitiva, lo que mata es el sistema.

El año de la pandemia

Se dice que 2020 será recordado como “el año de la pandemia” por la infección masiva de covid-19 que ya afectó a 85.3 millones de seres humanos y le costó la vida a más de 1.84 millones. Nada, más allá de cierta superstición aritmética, nos puede hacer pensar que la dramática situación que atravesamos a escala planetaria cesará abruptamente por el azar del calendario al iniciar este 2021, aunque mucho lo ansiemos. Contradiciendo este sentimiento, los pronósticos de la comunidad científica señalan que el combate contra esta pandemia implicará meses o años. A las dificultades médicas e inmunológicas para erradicar una enfermedad que compite en velocidad de mutación contra los esfuerzos de miles de investigadoras e investigadores, cabe añadirle inevitablemente las consecuencias sociales de esta pandemia: millones de desocupadas y desocupados, hambre, recesión, acceso desigual a la salud. Una crisis económica y social propia del sistema capitalista y que precede a la irrupción del covid-19, pero que se ve potenciada de manera notable por los efectos de esta enfermedad. Cabe decir, pese a que nos cueste aceptarlo, que el año de la pandemia puede durar mucho más que 365 días.

Lo que la pandemia cambió (y lo que no)

Jeff Bezos, principal accionista de la empresa de ventas por internet especializada en electrónica e informática Amazon, sigue siendo el hombre más rico del planeta. Con una fortuna declarada de 187.000 millones de dólares, incrementó su patrimonio en más de 72.000 millones durante un año, producto del aumento de ventas en su plataforma que el confinamiento de inicios de 2020 propició. Por su parte, los bienes de toda la familia Walton, accionista principal de Wal-Mart suman un patrimonio de 169.000 millones de dólares. Un 5% de esa suma se acrecentó durante los primeros meses de la pandemia (ver BBC; 14 de mayo de 2020).

La fortuna de Bezos es ubicada por muchos cronistas de manera mitológica en una serie de decisiones providenciales en torno a valorar las bondades de internet y a la multiplicación geométrica de un capital reducido puesto en marcha desde un garaje en el sur de EE.UU. Más allá de las decisiones “acertadas” y previsoras en términos capitalistas de este empresario que no deja de explotar trabajo asalariado de manera directa e indirecta, debe prestarse atención a cómo durante 2020 el ritmo de ventas en sus plantas de acopio fue acompañado por el ritmo de contagio de sus empleados y empleadas: en octubre del pasado año, más de 20.000 de sus operarios y operarias en EE.UU. se habían infectado con covid. Esta situación generó reclamos hasta de Amnistía Internacional para que se invirtiese una parte de sus multimillonarias ganancias en dotar de mecanismos de seguridad e higiene a sus megadepósitos.

En cuanto a lxs ganadorxs del rubro laboratorios y empresas científicas y farmacéuticas, se destacan aquellxs que poseen acciones de firmas que están desarrollando vacunas contra el covid. Por ejemplo, el francés Stéphane Bancel, CEO y accionista de Moderna, que tuvo un meteórico ingreso al “club” de los megamillonarios en dólares, ha incrementado su patrimonio en más de 4.000 millones de dólares en este año, según Forbes. Un destino análogo tuvo Ugur Sahin, científico fundador de BioNTech –que desarrolla su vacuna junto a Pfizer- cuyo patrimonio creció en una cifra similar.

La tendencia del capitalismo a la concentración no se vio interrumpida por la pandemia. Más bien, lo contrario. En un año devastador para millones, el 60% de los multimillonarios más poderosos del planeta vieron incrementado su patrimonio (ver La Nación; 25/12/2020).

La vida de millones o los millones de los millonarios

“La Fundación Bill y Melinda Gates ha destinado cientos de millones de euros para luchar contra el COVID-19, pero por el momento no se ha destinado ni un centavo a Cuba. La Fundación Gates tiene su sede en Estados Unidos y considera a Cuba un país terrorista, al igual que a los que colaboran con Cuba, como yo”, asegura Fabrizio Chiodo, experto en Química, docente en la Universidad de La Habana y colaborador extranjero que participa en el desarrollo de dos vacunas experimentales, la Soberana 1 y la Soberana 2. Estas vacunas se encuentran en fase 2 y 1 de investigación, respectivamente, y son elaboradas por el Instituto Finlay, en la isla. Cuba, pequeño país, bloqueado y con limitaciones económicas que también le son propias, posee a la fecha gracias a una activa política sanitaria y un ejemplar sistema de salud que se mantiene como un logro de la revolución, menos de 12.400 casos positivos por covid-19 y sólo 147 fallecimientos. Es decir que con 11 millones de habitantes su tasa de contagio es apenas superior al 1 por mil de su población y la tasa de muerte por esta pandemia es inferior a 1 cada 77.100 habitantes. En el antimeridiano de esta ecuación, EE.UU., con su descomunal poderío económico y militar, y separado geográficamente de Cuba por unos 530 km. en su punto más inmediato, encabeza todos los ránkings por los efectos negativos de la pandemia y el desmanejo sanitario. El país del norte tiene una población de 320 millones de habitantes; esta potencia supera ya los 20 millones de contagios y las 350.000 muertes. Es decir que el 6,25% de su población se ha infectado de covid y más del 1 por mil ha fallecido por dicha enfermedad. En términos proporcionales, la mayor parte de las muertes se da entre personas pobres: mientras que 7 de cada 10 caucásicxs poseen seguro de salud, sólo 1 de cada 10 afrodescendientes tienen dicha cobertura. Cabe preguntarse cuánto menor hubiera sido el efecto de esta pandemia no sólo en EE.UU. si no a nivel global, si la prioridad mundial no hubiese estado puesta en el lucro; o mejor, cuántas vidas se podrían haber salvado. La máquina social que brinda a un puñado ganancias exorbitantes nunca se detuvo, y se mide en millones. La cifra de muertes evitables, también.

Argentina: la administración del contagio

En Argentina la estrategia sanitaria gubernamental esgrimió un primer momento de relativo control de las variables: se retardó el aumento de casos en base a una temprana restricción de circulación de personas, se equipó parcialmente los sistemas de salud, se brindó un acompañamiento exiguo y discontinuado para quienes no tuvieran ingresos o los vieran interrumpidos a la par que se subsidió también al empresariado, incluidos varios monopolios.

Durante el período de aislamiento, que se fue relajando por presión del empresariado pero también por definición del gobierno nacional, no hubo planes serios de seguimiento de contactos estrechos ni de testeo a potenciales contagiados asintomáticos. A lo largo de meses, los lugares de trabajo (muchos de ellos ligados a sectores no-esenciales que prontamente reestablecieron sus funciones) fueron el principal foco de contagio, junto con el transporte público. Como afirmábamos en artículos de septiembre y de octubre, la pandemia contagia a todxs pero se ensaña más entre los sectores populares, que son quienes tienen menos posibilidades de cumplir los resguardos sanitarios, quienes deben seguir trabajando de manera presencial y quienes tienen menos acceso a sistemas de salud en medio de una creciente apertura en favor del mercado. Si se analiza el mapa de contagios de los centros urbanos puede verse cómo los barrios populares fueron pronto el epicentro de circulación de un virus que, inicialmente, ingresó por los aeropuertos. Así, por ejemplo, en CABA los lugares de mayor tasa de contagio fueron las villas 1-11-14 del Bajo Flores, con 5.800 contagios; la villa 21-24 en Barracas, con 4.900; o la villa 31 de Retiro 2.350. Estos tres barrios humildes suman mayor cantidad de contagios que todo el territorio de Cuba.

El abandono paulatino de la cuarentena que el propio gobierno nacional llevó a cabo forzó a millones de trabajadorxs a cumplir tareas en lugares sin acondicionamiento sanitario y a viajar en medios de transporte cada vez más cargados de pasajeros y menos seguros. Además, dicho abandono fue precedido y en algunos casos empujado por un trabajo por parte de medios masivos y del gran empresariado para deslegitimar los recaudos sanitarios y el ASPO. Esta presión del empresariado y sectores de la derecha más recalcitrante se expresó en una posición criminal, “anti-cuarentena” y hoy plasmada en campañas contra las vacunas, en especial la elaborada por el estado ruso (una manera indirecta de lobby a favor de Pfizer y otros laboratorios privados). Pero en un punto, esa presión encontró puntos de coincidencia con el propio gobierno y su necesidad recaudatoria en términos fiscales. Variaron los plazos y el carácter de dicha apertura: en el primer caso, pretendía ser irrestricta. En el segundo, fue regulada, aunque el costo fuese alto en vidas.

Los acuerdos tempranos con Astra-Zéneca y el estado ruso fueron un aspecto previsor en la disputa por las vacunas. Pero no inocuos: la ley 27.573 (o “Ley de vacunas covid”) reconoce como sede oficial a los tribunales extranjeros en caso de haber demandas por efectos de las vacunas, un elemento introducido por la presión de las multinacionales farmacéuticas, entre otras Pfizer. No conforme con ello, este último laboratorio pide una ley especial para ampliar su inmunidad en caso de reclamos judiciales, hecho que cobró carácter público y estancó las negociaciones.

El gobierno tomó medidas de resguardo sanitario, pero no combatió a fondo la pandemia, sino que reguló su expansión tratando de que el sistema hopitalario no colapse, por una parte, pero por otra habilitando actividades económicas cada vez que se pudo, incluyendo muchas no esenciales. La lógica capitalista conspira contra la salud del pueblo, más allá de los aspectos “regulacionistas” de una gestión de gobierno. La pandemia deja al desnudo que “el mal menor” también se mide en miles de muertes evitables. En el caso de Argentina, las víctimas fatales por covid ya suman 43.400; los contagios llegan a 1,63 millones de habitantes, y el repunte de casos hace que en las dos últimas semanas se contabilicen más de 93.000 contagios.

La pandemia de la desigualdad capitalista

Las principales potencias salieron a “secar” el mercado de vacunas garantizándose mediante la compra adelantada millones de dosis, muchas más de las que realmente precisan en términos sanitarios. En acuerdo con los grandes laboratorios, suscribieron contratos que les permiten acaparar dosis que superan ampliamente la cantidad de habitantes que poseen. Por ejemplo, Canadá comprometió la compra de vacunas que cubriría hasta 5 veces a cada ciudadano; EE.UU. o Gran Bretaña caudruplican la cantidad de vacunas necesarias para inocular a toda su población. La contracara de este despilfarro es la de los países dependientes, que de no modificarse este esquema esperan la llegada masiva de vacunas para 2022, o incluso recién en 2024, como ocurre para la mayor parte del continente africano (ver Tiempo Argentino; 20/12/2020).

En términos estructurales, la pandemia, lejos de permitirnos “salir mejores” viene potenciando el afán de lucro. Pone de relieve que en el capitalismo, la medicina, el acceso a una vacuna, a una cama de hospital o a un tubo de oxígeno son mercancías. La diferencia entre sobrevivir o no para millones, queda relegada ante la posibilidad del empresariado de seguir enriqueciéndose.

La crisis económica que precede a la pandemia muestra una intensificación por los efectos de esta última. Además del tremendo saldo en millones de vidas que se viene cobrando, la pandemia (y la crisis capitalista) está arrojando a la miseria a enormes capas de la población.

Es un momento histórico en el que es visible como pocas veces la necesidad de superar este sistema de muerte, un sistema en el que la ganancia de un puñado de magnates se opone por el vértice a la supervivencia de millones. En tal sentido, nuestra visión debe ser esperanzada, aunque no por supersticiones o deseos mágicos: la esperanza para lxs de abajo está en la lucha. Es imprescindible señalar que este sistema basado en la muerte, la explotación y la opresión no tiene más que eso para ofrecernos. A su agotamiento histórico se le contrapone una necesidad humana: subsistir como especie… y no ninguna fecha de caducidad automática ni remedios milagrosos. Las miserias del sistema están a la vista, aunque no siempre relacionemos sus efectos con las causas estructurales.

La vida de millones y los millones que acumulan los capitalistas son incompatibles. La pandemia y la crisis actualizan nuestra necesidad de elegir ante ello.

Mariano Garrido – 03/01/2021

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