En apenas 10 días han acudido a participar del debate sobre la Soberanía Alimentaria políticxs, empresarixs, economistas, academicxs, campesinxs, militantes sociales y opinologos de toda cepa. Pero… ¿realmente la posible intervención de Vicentín tiene, o puede tener, alguna implicancia en torno a la soberanía alimentaria, ese poderoso concepto acuñado por la Vía Campesina hace casi un cuarto de siglo? Intentemos analizarlo.

 

Una empresa monocultivadora y agrotoxica para un modelo monocultivador y agrotóxico

El modelo que hegemoniza la producción agroindustrial en el mundo (y que posee su máxima expresión en países agroexportadores como el nuestro) es un modelo que, como explica Marcos Filardi, integrante de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de Nutrición (UBA): «se caracteriza por la producción extractiva de monocultivos; los agronegocios basados en transgénicos, agrotóxicos y fertilizantes sintéticos, destinados a la exportación, y el consumo de alimentos como meras mercancías. Es un modelo que  genera contaminación del suelo, del aire, del agua, de la fauna silvestre y de los alimentos. Provoca la concentración, extranjerización y conflictos por la tierra; desplazamientos de campesinos y pueblos originarios; desplazamiento de otros cultivos y de la ganadería; deforestación y destrucción de selvas y humedales; aumento de la emisión de gases responsables del cambio climático; degradación de los suelos y desertificación; pérdida de biodiversidad e inundaciones». En síntesis, un modelo ecocida, que genera un daño permanente a los ecosistemas de los que depende la vida para existir.

Ver también: Vicentín intervenida: Luchemos por su expropiación y plena estatización

En Argentina la producción sojera ocupa el 60% de las tierras cultivables, por otra parte, el 93% de los granos que se exportan están en manos de 10 mega-empresas agroexportadoras, una de ellas se llama Vicentín SAIC.

Vicentin SAIC es un grupo empresarial que incluye dieciséis firmas en el país y empresas en el exterior (Uruguay, Paraguay, Brasil y España). Además de sus dos plantas cerealeras en San Lorenzo y Ricardone, también es propietaria del frigorífico Friar (que incluía corrales propios y planta de empaquetamiento de carne) y de Algodonera Avellaneda,  a lo que se suman bodegas, una terminal en el puerto de Rosario, empresas de acopio de granos, además de empresas menores ajenas a estos rubros. De aquél 93% de granos para exportación, Vicentín representa (o representaba) el 10%. Resumiendo, un monstruo empresarial que juega en la elite del mayor y más rentable negocio de nuestro país.

 

¿De dónde vienen? ¿Quiénes son?

¿Puede entonces la posible intervención de Vicentín, una empresa símbolo en el sistema agroindustrial sojero, jugar algún rol en la ansiada Soberanía Alimentaria de nuestro pueblo?, para avanzar en la búsqueda de respuestas quizás aporte comprender como nació la lógica agrícola transgénica, cuáles son sus orígenes y cuáles sus intereses.

Cuenta Soledad Barruti en su libro «Mal Comidos» cuándo y dónde se ubican los orígenes de los cultivos transgénicos. La periodista especializada en alimentos relata cómo, finalizada la 2da Guerra mundial, la potencia que ocuparía desde aquél entonces el rol de «líder mundial», Estados Unidos, encontraría en la crisis y el hambre que dejara aquél episodio en gran parte del mundo, la posibilidad de un negocio formidable. La naturaleza requiere para sobrevivir y reproducirse de la diversidad, pero la diversidad es un concepto molesto para el mercado, el capitalismo necesita la «normalización» y la producción en serie, homogénea y en grandes volúmenes para que cualquier cosa sea redituable. Así, la industria química y científica norteamericana se ocuparía a partir de los ’60 de manipular genéticamente alimentos hasta dar con cultivos que puedan ser producidos y reproducidos en gran escala y de modo intensivo. Forzando una producción agropecuaria que, de alguna forma, se riñe con la lógica de «biodiversidad» que prima en la naturaleza, todo esto con el supuesto objetivo de «terminar con el hambre en el mundo». El primer ensayo de aplicación concreta de esta lógica fue en la India, un país donde desde hacía años golpeaban las hambrunas, en gran medida resultado de la brutalidad de la guerra. A este experimento presentado como un espectacular progreso se la llamó «Revolución Verde». La ciencia y la genética norteamericana logró diseñar una variedad de trigo y una de arroz súper resistentes y cultivables a gran escala. Por supuesto, el experimento no hubiera podido triunfar sin un arsenal de venenos que suprima a eso otro que también pulsa por crecer a la par: fungicidas para evitar los hongos, herbicidas para que las plantas que se quieren comer a las otras plantas (malezas) no prosperen, insecticidas para que los bichos ni se acerquen a tremendo banquete que se les ofrece. Y fertilizantes para que el suelo regenere artificialmente aquello que con tanto veneno y labranza y sin biodiversidad, ya no obtiene en forma natural.  Si bien la Revolución Verde fue exitosa al comienzo, los problemas no tardaron en aparecer. Tanto los ambientales como los económicos, ya que las semillas iniciales que habían llegado como donación eran híbridas, lo que significa que sus cultivos no producen nuevas semillas. Lo que obligó a los pequeños productores a tener que comprar a elevados costos nuevas semillas para cada nueva siembra. Aun así esta primera experiencia se presentó como un rotundo éxito, y lo fue, pero para las empresas productoras de semillas. Lo fue a tal punto que llevó a que todas las grandes empresas multinacionales del sector volcaran sus intereses a este nuevo y superredituable mercado. De tal manera fue así que firmas que hasta ese entonces se dedicaban al negocio más poderoso del momento, la guerra, se volcaron a la investigación y producción de este nuevo tipo de cultivos. Empresas químicas como Dow Chemical (productora del Napalm) Monsanto (productora del Agente Naranja) o Bayer (productora del Gas Mostaza), que con sus macabros inventos destruyeron Vietnam, fueron virando sus intereses a medida que la guerra dejaba de ser un negocio y el hambre pasaba a ser lo más redituable. La mercancía más preciada de producir pasaría a ser la comida (o algo parecido)

 

Como Frankenstein vegetales

Con lo antedicho queda claro que quienes impulsaron la «Revolución Verde» no eran niños de pecho, ni sus motivaciones eran precisamente humanitarias, sino todo lo contrario, lejos de buscar terminar con el hambre, el único objetivo era seguir llenando los bolsillos de los «dueños del mundo». Pero la situación no acaba allí, falta entender con precisión de qué hablamos cuando hablamos de transgénesis en el agro.

Durante milenios la humanidad se ha dedicado al lento proceso de cruzas de especies vegetales para lograr mejores cultivos, este argumento ha sido esgrimido una y mil veces por los defensores de las semillas transgénicas para hacernos creer que lo que ellos hacen es lo mismo pero más rápido y con más tecnología. Pero los cultivos transgénicos están muy lejos de ser eso. La cruza genética que se desarrolló en los laboratorios de las grandes compañías no se limitó a cruzar genes de plantas con otras plantas, sino que, como la propia Soledad Barruti explica, «la transgénesis consiste en cortar un pedacito de la cadena de ADN de, por ejemplo, una planta de maíz e introducirle un gen de una bacteria, obligando a la planta a generar una reacción específica como liberar una toxina para volverla constitutivamente tóxica a determinada plaga». Como sabemos la soja transgénica ha traído innumerables beneficios a los empresarios que la producen y comercializan, pero hasta hoy no se sabe en qué ha beneficiado a los pueblos del mundo, sin embargo sigue rondando como una inquietud mortal qué consecuencia genera en los organismos humanos. Expertos de diferentes partes del mundo afirman que introducir alimentos genéticamente modificados a la dieta del ser humano puede traer serias consecuencias, ya que la forma en que cualquier especie interactúa con su entorno, incluyendo aquello de lo que se alimenta, son procesos que llevan miles de años de interacción y adaptación. Alterar ese equilibro modificando genéticamente los alimentos sin ningún tipo de estudio serio sobre sus consecuencias es como mínimo irresponsable. Pero el poder político y económico que gira en torno a este negocio no ha permitido que, hasta el día de hoy, ni los estados, ni mucho menos las empresas, inviertan en investigaciones serias al respecto. Mientras que las pocas investigaciones independientes han arrojado que hay serias posibilidades que la ingesta a largo plazo de este tipo de alimentos pueden tener serias consecuencias sobre la salud.

 

Venenos y Genocidio por goteo

Pero por fuera de las consecuencias que puede traer la ingesta de alimentos transgénicos, sí queda claro cuáles son los perjuicios de todo lo que rodea al monocultivo de soja. Por un lado los millones de litros de venenos con los que campaña tras campaña se fumigan los campos para mantener a raya a hierbas, pastizales y bichos. Es que justamente ese es el principal objetivo de la transgénesis, crear organismos resistentes a los venenos duros, que matan todo, excepto a las mismas plantas. Pero esto acarrea una infinidad de problemas, el principal son los efectos nocivos para la salud de las personas que entran en contacto con estos venenos, los trabajadores del campo, los habitantes de los pueblos lindantes que se han transformado tristemente en pueblos fumigados, los casos de localidades rurales donde el cáncer, las malformaciones, las enfermedades de nacimiento, han aumentado exponencialmente en los últimos años son cruelmente alarmantes. La lenta pero constante contaminación de los cursos de agua y de la tierra que año a año muestra mayor agotamiento debido al veneno y al monocultivo, y todo para sostener un modelo que es claramente insostenible, ya que cosecha tras cosecha las hierbas y los bichos muestran mayor resistencia a los herbicidas y plaguicidas, lo que lleva a los productores a incrementar la cantidad de venenos aplicados, llevando esta lógica a un crecimiento en espiral sin final y sin remedio.

Y los problemas no se terminan aquí, siguen, como en una lista inacabable, los desmontes que aniquilan ecosistemas, modifican los climas, destruyen la permeabilidad de los terrenos, generan inundaciones y una creciente desertificación. Al mismo tiempo la lógica del monocultivo sojero transgénico es una lógica que requiere de campos sin gente, se necesitan tierras pero no personas, por lo que se expulsa o asesina sistemáticamente campesinos y pueblos originarios, se vacía de seres humanos los montes, las llanuras, los esteros, aportando al constante crecimiento de las periferias urbanas empobrecidas, hacinadas y destinadas a vivir de trabajos precarios o de la mísera asistencia estatal.

En síntesis, pueblos fumigados, campesinos asesinados y expulsados, ecosistemas destruidos, un lento pero constante genocidio y ecocidio que no ha encontrado oposición de ningún gobierno en las últimas décadas, sino por el contrario, solo fomento y apoyo cómplice

 

¿Hacia dónde va el gobierno y hacia donde deberíamos ir?

La intervención de Vicentín (que dicho sea de paso cada vez se acerca más a un rescate deshonroso que a una expropiación real) hasta ahora genera más dudas que certezas, está claro que la decisión de poner en manos del estado una empresa de estas características siempre puede ser considerado como un punto a favor, pero muchos son los interrogantes que aún se presentan. Desde el punto de vista netamente económico la sola expropiación de Vicentin no parecería que pudiera hacer una gran diferencia si al mismo tiempo no se avanzan en otras medidas como la estatización del comercio exterior o la generación de un mayor control sobre toda la cadena de producción y explotación agropecuaria del país. Por otro lado, expropiar Vicentin para que siga cumpliendo el mismo rol como eslabón preponderante en una lógica productiva y comercial que destruye el medioambiente, fumiga poblaciones, contamina ríos y tierras, expulsa y asesina campesinos y que, de no hacerse algo al respecto, tiene como único destino el transformar nuestro campo en un desierto, claramente no sirve.

En este sentido la decisión de designar a Gabriel Delgado como interventor de la empresa es un dato por demás desalentador, Delgado es un férreo defensor del modelo agroindustrial dominante, un férreo defensor de los transgénicos y los agrotóxicos, y un negacionista sistemático de los impactos que los pueblos fumigados, las organizaciones, asambleas y colectivos han denunciado en los territorios. Pero esto no sorprende, ya que el propio Alberto Fernández se ha manifestado en sucesivas oportunidades a favor de toda actividad extractiva como la Megaminería, el Fraking, la explotación de Litio y, ahora, del modelo sojero transgénico.

Es por eso que urge torcer el rumbo. Existen propuestas encarnadas hoy en agrupaciones populares campesinas de quienes debemos aprender y con quienes debemos luchar para lograr otro paradigma productivo, otro modelo. Un modelo verdaderamente alimentario, que aboga por otros modos de producir nuestros alimentos en armonía con la naturaleza de la que somos parte, a partir de la agroecología en todas sus formas. Desde la permacultura, la agroecología extensiva, la agricultura ancestral, distintos modos de producir nuestros alimentos sin depender de todo ese paquete tóxico-dependiente, respaldado en una agroecología de base campesina, con la agricultura familiar campesina e indígena en el centro del sistema productivo, y que hoy aun con todas sus dificultades estructurales es la que sigue acercando los alimentos a nuestras mesas. Un sistema agroalimentario cuyo real objetivo sea alimentar adecuadamente a los 45 millones de habitantes del país e incluso compartir con otros pueblos. Un modelo que genere sistemas de producción local para abastecimiento local, y el acercamiento directo del productor con el comensal, garantizándoles a unos y otros un precio justo y alimentos saludables. Un modelo que a la vez abogue por repensar la situación de nuestros bienes naturales, necesarios para la producción de los alimentos: tierra, agua, semillas, con un paradigma donde la tierra esté en manos de quienes la trabajan y de quienes la necesitan, y por eso la soberanía alimentaria retoma y vuelve a enarbolar la bandera histórica de la reforma agraria, popular e integral.

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