Imagen-Manuel-Belgrano-bandera

Se cumplen hoy doscientos años del fallecimiento de Manuel Belgrano, y hace pocos días se cumplieron doscientos cincuenta de su nacimiento. La historia oficial, desde Bartolomé Mitre con su biografía, buscó apropiarse de su figura y convertirlo en padre de una patria estrecha a imagen y semejanza de los terratenientes criollos, aliados históricos del imperialismo y enemigos acérrimos de las causas populares. La expresión más tosca de la derecha actual hace gala de un nivel de ignorancia y de cipayismo extremos, resumidos en la frase de Macri sobre la “angustia de los patriotas al proclamar la Independencia” pronunciada ante el rey franquista Juan Carlos de Borbón.

La historia progresista construida con la marca de la transición democrática y actualizada por el kirchnerismo contrasta con esa mirada burda y cuestiona aspectos de la historia oficial, pero abreva en una misma matriz burguesa: la revolución se puede exaltar en un pasado que queda a 200 años de distancia; hoy, aquí, en estas horas, en estas tierras cualquier atisbo de rebelión es equiparada al caos, a la desestabilización, a falta de “madurez política”. La realpolitik progre, que puede hacer análisis sesudos para concluir que “la correlación de fuerzas no da para más”, que “el mundo está tan a la derecha…”, que “no nos podemos aislar”, celebra hoy a Manuel Belgrano.

Pues bien, es nuestra tarea recordarles a las variantes burguesas que pugnan por apropiarse de su figura, que Belgrano les queda muy grande. En las antípodas de la adaptación al orden injusto vigente, Belgrano fue un revolucionario radical, intransigente, dispuesto a asumir con su práctica y con su vida las consecuencias de la lucha emancipatoria. No cabe en un artículo breve como este todo lo que hay para decir para fundamentar esa aseveración. Vamos a centrarnos sólo en algunos elementos.

Superar su condición de clase

El padre de Belgrano era uno de los cinco comerciantes más ricos de Buenos Aires. Entre las mercancías que traficaba no sólo estaba la plata de Potosí, yerba mate, ponchos, etc. sino también la compra venta de hombres, mujeres y niñes esclavizades. Manuel no vivió ningún tipo de privaciones. Cursó en el Colegio Real San Carlos. Luegi, la familia lo envió a estudiar a Salamanca. Estudió filosofía, derecho y la ciencia social por antonomasiade la época: la Economía Política. Destacándose en esa área, y con el aval de su prosapia, recibió una autorización del papa Pío VI para “leer todo género de libros condenados aunque fuesen heréticos…”. Leyó allí a Rousseau, a Adam Smith, a los enciclopedistas.

Tampoco padeció Belgrano las formas de violencia que la sociedad colonial, racializada y estamental, destinaba a quienes, a pesar de ser criollxs, tenían ascendencia indígena como San Martín, o mestiza y mujer como Juana Azurduy o tenían una situación económica difícil como Mariano Moreno. Cuando a fines del siglo XVIII, con la Revolución Francesa prendiendo fuego el viejo orden, los Borbones decidieron cambiar algo para que nada cambie, crearon entre otras reformas el Consulado de Buenos Aires, Belgrano obtuvo el cargo de secretario.

En resumen, Belgrano pertenecía a la elite colonial. Podía elegir defender los intereses de un orden que le reservaba muchos privilegios. Sin embargo, su elección fue otra. Se empeñó hasta las últimas consecuencias en combatir esa sociedad. Y contradiciendo la realidad de lxs políticos profesionales (es decir, patronales), quien había nacido en cuna de oro, terminó sus días pobre. Pagó al médico con el reloj que le quedaba de herencia y el mármol de la lápida salió de un mueble de la casa.

Superar su condición de “raza”

La conquista europea impuso a sangre y fuego una sociedad en la que las desigualdades sociales se identificaban con diversas “razas”. Lejos de ser una categoría científica u objetiva, el origen étnico y el color de la piel fueron construidos a través del racismo eurocéntrico en criterios de dominación y de valoración. Manuel Belgrano, militante de la revolución y de la independencia, propuso en el Congreso de Tucumán que las Provincias Unidas del Sur adoptaran una monarquía constitucional como forma de gobierno (recordemos que la reacción ahogaba a Europa). Pero… para espanto de los blancos criollos, grandes terratenientes expropiadores y explotadores de indígenas, defendió que debía ser una monarquía incaica y que fuera Juan Bautista Túpac Amaru, hermano de Túpac Amaru II, sobreviviente a la masacre con que los realistas apagaron la rebelión que había estado pero en las mazmorras imperiales en Ceuta, en el norte de África.

Mitre no puede en su biografía oficial evadir o tergiversar la cuestión y muestra el espanto de nuestra mediocre clase dominante ante ese jacobino a quien trata de convertir en padre de esta patria chica para unos pocos.

Una perspectiva de avanzada ante las mujeres

La sociedad colonial era profundamente clasista, profundamente racista y profudamente patriarcal. También en este punto Belgrano estuvo por delante de su tiempo. Cuando el gobierno central le pagó los salarios adeudados por su función al frente del Ejército del Norte, Belgrano donó la totalidad del dinero para la fundación de escuelas en el norte en el que la miseria del pueblo se conjugaba con la ausencia de escuelas. Redactó el reglamento de dichas escuelas y planteó que también las niñas, mujeres, debían concurrir a recibir educación sistemática. Es sabido que las escuelas no se construyeron…

Tras la decisiva victoria en la Batalla de Tucumán, el ya general Belgrano nombró como capitana a María Remedios del Valle. Esta mujer “parda” sería desde entonces conocida como ”madre de la patria” hasta que el triunfo de aquellos que querían “mudar de tiranos, sin destruir la tiranía”, al decir de Moreno, la recluyeran a la miseria en vida y al olvido en la historiografía.

La lucha lo llevó a conocer y a combatir junto a Juana Azurduy. A ella, Belgrano le regaló su sable. La suerte de Juana fue similar a la de María Remedios del Valle. La derrota del proyecto radical, reimpuso el racismo y la jerarquía patriarcal a favor de amos criollos pero amos al fin.

El trabajo, la producción y el tabú de la distribución de la propiedad de la tierra

En estos días en que un rescate de una gran empresa se transforma por defensores y detractores en una medida “de avanzada”, vale recuperar a Belgrano. Lector atento de los fisiócratas, en especial de los españoles como Jovellanos y Campomanes, estudioso de la economía política, no sólo fue autor de numerosos artículos que promovían un desarrollo productivo, agrícola e industrial. En el Reglamento de Tierras que redactó en la campaña al Paraguay estableció que las “tierras baldías” debían ser distribuidas.

Radicaba en ello la posibilidad de un futuro distinto, capitalista, sí, porque históricamente no se había planteado aún la superación de ese sistema que estaba naciendo; pero al menos no dependiente. La historia posterior del Paraguay, antes de la masacre de la Guerra de la Triple Infamia, permite ver que había otro camino posible y que de haberse concretado junto a la unidad de la Patria Grande, la historia habría sido muy distinta.

Un revolucionario intransigente

Si la historia oficial buscó rescatar a Belgrano antes que a Mariano Moreno, hay que decir no sólo que eran compañeros de ideas y de conspiración. Belgrano no fue menos firme que él. Y padeció también las intrigas de los saavedristas y de quien continuaría esa línea, Bernardino Rivadavia.

Menos resonante que el fusilamiento del jefe de la contrarrevolución, Santiago de Liniers, al ser nombrado jefe del Regimiento de Patricios en reemplazo de Saavedra, fue recibido con un motín de quienes no querían cortarse la trenza o coleta que los distinguía. Belgrano los enfrentó y les dio un ultimátum para que lo hicieran por sí mismo o lo haría a la fuerza. Terminó entrando con “300 dragones de infantería y 25 de caballería; unos 200 hombres del regimiento número 5 de América y otros tantos del regimiento de castas. Varios civiles se pusieron a las órdenes del coronel French para participar en la represión de los rebeldes (https://www.elhistoriador.com.ar/el-motin-de-las-trenzas-por-felipe-pigna/).” El resultado fueron 8 muertos y 35 heridos.

Pero no sólo acciones como la referida dan cuenta de la intransigencia revolucionaria de Manuel Belgrano. Mientras todo un sector vacilaba en definirse por la Independencia y negociaba márgenes de autonomía con España o incluso otras subordinaciones “convenientes” con Inglaterra, Belgrano creó la bandera y, al mismo tiempo, nombró a una batería “Independencia” que se sumó a la otra llamada “América”. Rivadavia, el mismo que negociaría con Inglaterra el inicio de la deuda externa y que sabotearía invitando a los yanquis el Congreso Anfictiónico de Bolívar, se indignó y ordenó a Belgrano guardar el estandarte. De esto se enteró ya en el norte Belgrano y respondió con dureza.

Pero en ese febrero de 1812, la bandera ya había sido izada. El juramento condensa todo un proyecto: “…juremos vencer a nuestros enemigos, interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad.”

Doscientos años después, la consigna sigue señalando una tarea inconclusa. La burguesía terrateniente que dejó morir en la pobreza y en la soledad a Belgrano en estos dos siglos demostró que no es más que furgón de cola del imperialismo y verdugo de su pueblo. La segunda y definitiva independencia será nuestroamericana y socialista. Doscientos años después de su muerte decimos que Belgrano nos pertenece.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, ingresá tu comentario
Por favor, ingresá tu nombre aquí