La “paz cambiaria” llegó a su fin y con ella las visiones exitistas que hasta hace pocos días fomentaban Cambiemos y sus medios de comunicación acerca de una cuasi segura reelección. Los crujidos del bloque económico y político que sostiene a Macri. Los reacomodamientos de la oposición. El escenario de los próximos meses. El aumento exponencial de la pobreza y la necesidad de construir una alternativa política de lxs trabajadorxs.
La economía en caída libre
Si bien el gobierno pudo celebrar un fin de 2018 sin un diciembre caliente, como el de 2017, al finalizar el primer trimestre del año resulta claro que esa efímera estabilidad conseguida (una vez más) por el apoyo del FMI es completamente débil. Ni siquiera para los medios de difusión oficiales hoy está en cuestión que la debacle económica es total, sino si es que hay chance de hacer perdurar una situación de profunda recesión con alza de inflación sin que se produzca el estallido de una crisis abierta.
La caída de la actividad, los cierres de empresas, los despidos que se contabilizan por miles y decenas de miles demuestran que no hay ningún indicio de que la recuperación pronosticada llegue a producirse. La nueva corrida cambiaria también sepultó cualquier posibilidad de que la inflación de este año se moderara respecto de la 2018. La dolarización de las tarifas de los servicios pú- blicos y en especial del combustible (que afecta en la generación de energía, pero sobre todo su impacto en el transporte, ya que se traslada a todas las mercancías) hace que cada nueva caída de la cotización del peso se traduzca en un nuevo empuje del espiral inflacionario con estimaciones de entre un 35% y 40% para el 2019.
Eliminados otros instrumentos de política económica, el Banco Central comandado directamente por el FMI sólo responde al deterioro del peso aumentando las tasas de referencias. Si éstas habían bajado en los primeros meses del año, ya se encuentran nuevamente en el orden del 70% sin que esas subas sirvan de ancla para la disparada del dólar.
En la base de este proceso están los problemas estructurales del capitalismo dependiente argentino. El aumento de la deuda externa (o nominada en dólares) es prácticamente equivalente al total estimado de la fuga de capitales. Lejos de la lluvia de inversiones o del atractivo de un gobierno “bussines friendly”, la fuga de capitales no ha cesado de aumentar. Según datos del Credit Suisse, solo durante 2019 el sector privado ha comprado U$S 36.000 millones. La cuenta total da como saldo U$S 64.300 millones desde que se levantó el cepo superando la fuga de divisas de toda la era kirchnerista completa. Más aún, el proyecto de reforma de la carta orgánica del BCRA enviado por el ejecutivo busca eliminar el “delito cambiario” lo que sería una legalización de la fuga.
En este escenario, que no pocos denominan “Plan Llegar” (a octubre), el gobierno voló (literalmente) a mendigar nueva ayuda del FMI que le permitirá a partir de abril vender diariamente 60 millones de dólares (hasta la fecha de las elecciones generales). Monto totalmente insuficiente para hacer frente a la demanda creciente de dólares a la vista de que nada indica que este nuevo ciclo de endeudamiento y subordinación a los organismos de crédito no termine como en 1981, 1989, 2001, es decir, en una profunda crisis. Otra pata fundamental del bloque en el poder, las empresas agroexportadoras, tiene en sus manos (o en sus silos) la posibilidad de atemperar la situación. La idea de la famosa “cosecha récord” en la que centra hoy gran parte de su expectativa el gobierno, no significa por sí misma que la situación se vaya a aliviar. Este gobierno levantó la obligación que tenían los exportadores de liquidar divisas; legalmente hoy tienen 10 (diez) años (sí, años) para liquidar divisas e incluso no tienen obligación de ingresarlas al país. Por tanto, puede ser que el sector tenga negocios récord este año pero que eso no se traduzca en las desequilibradas cuentas externas del país.
Los crujidos de la política patronal
Como ya mencionamos en notas anteriores, esta lábil situación económica se expresa en una erosión significativa de la imagen de Macri que pone en duda no sólo la viabilidad de un segundo mandato del empresario sino la propia continuidad de la gestión Cambiemos. El escándalo judicial que enchastra a figuras claves de la pata judicial de la alianza, como el fiscal Stornelli, el juez Bonadío y toda una trama de espías vinculados a la embajada yanqui es de tal magnitud que golpea a la estrategia de persecución judicial a funcionarios y empresarios del kirchnerismo. La ratificación del juez Ramos Padilla, la declaración en rebeldía del extorsionador Stornelli, la exposición de la trama de periodistas, espías, integrantes de la DEA en la que no sólo está involucrado el presidente sino también la autoproclamada “fiscal de la república” Carrió, muestran que el lodo de la corrupción y los negocios sucios manchan a todas las fuerzas patronales, incluso hasta Cambiemos, que hizo de la lucha “anticorrupción” uno de sus ejes de campaña y de propaganda.
Resulta significativa además la creciente expresión de descontento de una parte importante de la UCR que decide cuestionar de cara a las próximas elecciones el papel de felpudo en que puso al “partido centenario” el PRO y que la mayoría de los radicales aceptó. Ricardo Alfonsín, Storani, y el presidente de la convención radical Jorge Sappia cuestionan públicamente (ahora) que no han sido consultados de ninguna de las medidas cruciales de estos años de gobierno y, sin ocultar el oportunismo, manifiestan no estar dispuestos a hacerse responsables de medidas que no decidieron, si bien omiten decir que avalaron y aplicaron donde tuvieron la oportunidad (tal como lo viene haciendo Cornejo en Mendoza y Morales en Jujuy).
El peronismo que está ligado a Cristina Fernández de Kirchner, aún cuando no se formalizó ninguna candidatura, avanza en una perspectiva de unidad en la que se discuten más las figuras que una delimitación de los contornos en términos de programa. La “más amplia unidad” incluye a un amplio espectro: gobernadores, intendentes, referentes de la burocracia sindical y de los movimientos sociales, figuras provenientes del progresismo de centroizquierda y del peronismo más tradicional y retró- grado. También, sectores empresarios de la UIA que despiden, que apoyaron y apoyan la reforma laboral. Y por supuesto, se suman sectores directamente vinculados a la Iglesia católica; en la lógica de que todo vale contra de Macri, no importa que estos mismos sectores sean los que luchan contra nuestros derechos como mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries.
La movilidad de la situación política se observa además en la incertidumbre que todavía reina en cuanto a las candidaturas. Ante esta situación, sectores concentrados del poder económico viene apostando en las últimas semanas a posicionar a Roberto Lavagna, hombre del peronismo “racional”, de estrecha vinculación con Duhalde, y con el mundo empresario (industrial y financiero) como candidato. Busca encarnar la representación del sector “anti-grieta”, arrastrando a sectores radicales de Cambiemos, y apoyado en el Peronismo Federal en oposición al peronismo de núcleo duro kirchnerista; aunque hay varios puentes tendidos entre ambos sectores e indicios de unidad como el de Córdoba en donde el kirchnerimo bajó su lista beneficiando la candidatura del actual gobernador Schiaretti.
La realidad del pueblo
Desde el pueblo, desde lxs oprimidxs y explotadxs de esta tierra, la situación es cada vez más grave. Para quienes militamos a diario entre los sectores más golpeados de nuestra clase trabajadora las cifras de pobreza difundidas en la última semana de marzo no constituyen ninguna novedad, es la realidad que enfrentamos a diario. Los despidos, la amenaza de la desocupación como elemento disciplinador, el deterioro acelerado de los salarios empujan cada vez a trabajadorxs que hasta no hace tanto tenían una relativa estabilidad a la pobreza. Basta caminar por las calles y plazas para ver cómo se multiplica la cantidad de familias en situación de calle.
Mientras los millonarios fugan divisas, deciden si vender o no, nosotrxs no podemos esperar. Mientras todxs lxs que se disponen a tomar la gestión ante un eventual triunfo discuten sobre cómo renegociar la deuda con el FMI, nosotrxs sabemos que sin dejar de pagar la deuda generada por los especuladores de siempre nuestrxs pibes no tienen futuro. Peleamos por un país sin hambre ni explotación, un país que no esté bajo los designios del FMI y de los CEOs, un país en que la miseria y la precariedad no sean el único horizonte posible. Peleamos por un país en el que nadie se arrogue el derecho a decidir por nosotras y nosotres y en el que haya educación sexual “para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”. Peleamos con la certeza de que en las calles podemos frenar el plan de hambre, ajuste y represión de Macri y el FMI. Peleamos por un país en que lxs trabajadorxs seamos protagonistas porque sólo así podremos transformarlo todo.