Por Adrián Piva*

La crisis política y económica del gobierno de Mauricio Macri se agudiza. Un dólar incontrolable que superó la barrera de los $40 y una tasa de interés llevada al 60% evidenciaron el nivel de descontrol de las variables macroeconómicas que alimentan una inflación galopante que a esta altura amenaza con llegar al 40% anual.

Una nueva fase de crisis

La economía argentina entró durante 2018 en una nueva fase dentro del largo período de estancamiento y tendencia a la crisis iniciado en 2012. En el momento en que escribimos esta nota los datos señalan que ya estamos atravesando una crisis abierta: una caída interanual del PBI de más del 6% en junio (Fuente: INDEC) y variación del tipo de cambio” de más del 100% desde mediados de diciembre de 2017.

Entre 2010 y 2011, mientras se alcanzaba el punto más alto del ciclo de crecimiento que comenzara a fines de 2002, maduraban las condiciones de una nueva crisis. Los “superávit gemelos” dejaban lugar a los “déficit gemelos”: fiscal y externo. El déficit externo, verdadero núcleo del agotamiento del ciclo de acumulación de la década kirchnerista, era alimentado por el crecimiento de las importaciones, el pago de la deuda externa, la fuga de capitales y la remisión de utilidades al exterior.

La primera fase, 2012 – 2013, estuvo marcada por el control de cambios (el cepo cambiario) y la tendencia al cierre de las importaciones. En un contexto de exclusión del estado nacional de los mercados financieros internacionales, ambas medidas buscaron limitar la sangría de divisas como alternativa a la devaluación, sangría que persistió, especialmente a causa del pago de la deuda externa. Pero cuando la “sintonía fina”, que consistía en reducir subsidios a las tarifas y bajar gradualmente el déficit, se estrelló contra el mal humor social, quedó de manifiesto que en la base de esas medidas estaba el bloqueo popular al ajuste.

La segunda fase se inició con la devaluación de enero de 2014. A partir de allí se entró en un período de inestabilidad cambiaria (maxi-devaluaciones en 2014, 2016 y 2018), alta inflación (se pasó de un techo del 25% anual a un piso de 25% con índices superiores al 35% los años de maxi-devaluación), y presión creciente por el ajuste (durante 2014 cayeron salarios reales, poder adquisitivo de las jubilaciones y de la AUH, etc., lo que se repetiría en 2016 y lo que va de 2018). También se inició en 2014 el período de altas tasas de interés en un contexto de debilidad de la inversión. Las altas tasas de interés buscaban -durante el gobierno kirchnerista- contener la brecha cambiaria entre el dólar oficial y el “dólar bolsa”, el mecanismo semi legal de fuga de los grandes capitales y al que seguía el mayoritariamente minorista “dólar blue”.

La llegada de Cambiemos al gobierno constituyó, sin duda, un giro en la situación política. La tasa de interés ya no fue solamente un instrumento de control de la corrida contra el peso sino que, en un contexto de revinculación con los mercados financieros internacionales, buscó articular un mecanismo de disciplinamiento monetario sobre el conjunto de la economía y, de esa manera, constituirse en el núcleo de una nueva ofensiva del capital contra el trabajo. Sin embargo, y a pesar del tarifazo y de la caída en términos reales de los ingresos populares de 2016, el llamado “gradualismo” señalaba los límites políticos de ese intento. Durante 2016 y 2017 el ajuste avanzó pero sin producir transformaciones estructurales y sin revertir el déficit fiscal – que incluso creció – en un contexto de agravamiento del déficit externo.

Después de las elecciones de octubre de 2017 el gobierno se sintió con fuerza para emprender la agenda de reformas. La reforma laboral enfrentó resistencias aun en la CGT pero todo indicaba que se avecinaba un período de fuerte ofensiva contra la clase obrera.

Diciembre de 2017: la reactualización del bloqueo obrero y popular a la ofensiva del capital

Sin embargo, la discusión de la reforma previsional en el Congreso fue el escenario de enfrentamientos sociales que se desarrollaron a lo largo de dos largas jornadas el 14 y el 18 de diciembre y que culminaron en la noche del 18 con un masivo cacerolazo. ¿Cuál es el vínculo de esos hechos con la actual fase de crisis abierta? Aquellos enfrentamientos reactualizaron la persistencia del bloqueo obrero y popular a la ofensiva capitalista. La victoria pírrica del gobierno en el parlamento, que finalmente aprobó la reforma previsional, significó un enorme costo político –el gobierno dilapidó el capital político acumulado en las elecciones de octubre – y la posposición, quien sabe hasta cuándo, de la reforma laboral.

Los resultados se hicieron sentir el 28 de diciembre. El gobierno, frente al escenario planteado por la resistencia popular, se propuso canjear inflación por crecimiento como modo de descomprimir el clima político. El anuncio – que escenificó la derrota del Banco Central en su pelea con el ala política del gobierno – de un aumento en las metas de inflación para 2018 y del inicio de un sendero bajista de la tasa de interés no significaba otra cosa. Pero era también el reconocimiento de la muerte prematura del “reformismo permanente” y el silencioso reconocimiento de que la prometida aceleración del ritmo de ajuste – sobre todo en el estado – debería esperar.

En ese escenario el dólar, que se había movido de 17,6 pesos el 14 de diciembre – aproximadamente el mismo precio que el 1° de diciembre – a 18,8 pesos el 27 de diciembre, tuvo una jornada especialmente agitada el día de los anuncios y cerró en 19,5 pesos, en un presagio de lo que ocurriría en 2018.

Si bien es cierto que la tendencia al alza de la tasa de interés de la reserva de EEUU precipitó la salida de capitales de los países periféricos, lo que se evidenció entre el 28 de diciembre de 2017 y los primeros días de mayo de 2018 es la persistencia de la debilidad de la inversión en un contexto de bloqueo del ajuste. Las altas tasas de interés desde 2014, y especialmente desde 2016, fueron un obstáculo adicional al aumento de la inversión productiva, pero más que ser la causa de la debilidad de la inversión fueron su síntoma. El suave sendero bajista de la tasa de interés desde fines de diciembre de 2017 – las LEBAC descendieron desde el 28,7% el 19 de diciembre de 2017 hasta el 24,9% el 20 de marzo de 2018 y el 25,6 % el 17 de abril – tendió a mostrar cómo crecía la presión sobre el dólar sin resultados significativos en la tasa de inversión. Simultáneamente, todos los datos en el frente fiscal y externo señalaban un empeoramiento.

El contragolpe financiero de mayo y el fin del “gradualismo” El comienzo de la corrida contra el peso los primeros días de mayo de 2018 fue un verdadero contragolpe de los capitalistas a la rebelión popular de Plaza Congreso de diciembre de 2017. Pero lejos de ser un golpe de mercado coordinado, como señalan las tesis conspirativas, configuró una respuesta anárquica -aunque colectiva- de los capitales individuales. Una respuesta anárquica y colectiva que dio inicio a la fase de crisis abierta y, con ello, cerró el camino a las soluciones de compromiso y al camino “gradualista”.

Pero de la misma manera que fueron las políticas neoliberales de los estados las que coordinaron como ofensiva capitalista sistemática la deslocalización de inversiones y las colocaciones financieras que llevaron adelante los capitales individuales desde fines de la década del ’60, es el estado el que debe coordinar la respuesta anárquica de los capitalistas como plan sistemático contra la clase obrera.

El acuerdo con el FMI fue, al mismo tiempo que el último recurso financiero, el modo que encontró el gobierno de atarse de pies y manos al camino del ajuste acelerado. El de la imposición “exterior” de aquellos fines que persiguió desde diciembre de 2015 pero que una relación de fuerzas rebelde a la voluntad le negó.

La crisis abierta se transforma una vez más en el terreno de redefinición de la relación de fuerza entre las clases, más allá incluso de la suerte que corra el actual gobierno en su desarrollo. No hay que subestimar el potencial desorganizador de las luchas populares que tienen las crisis, el terror que causa su agravamiento, con sus efectos disolventes en la vida cotidiana. 1989 nos recuerda cómo la crisis puede darle a la clase dominante la victoria que todavía no consiguió. Pero 2001 está ahí como testimonio de que una crisis también puede ser un jalón en un proceso de recomposición obrera y popular de más largo plazo.

*Es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes. Se especializó en el estudio de la relación entre modo de acumulación de capital y dominación política en la Argentina reciente. Actualmente es Profesor en la materia Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Nacional de Quilmes y de la materia Sociología para Historiadores de la Carrera de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Es Investigado del CONICET. Es autor de “Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista (Biblos, 2012) y “Economía y política en la Argentina Kirchnerista (Batalla de Ideas, 2015).

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